Cuando existen problemas graves y no hay un debate adecuado, lo obvio es pensar que los intereses privados han sustituido al pensamiento. Un ejemplo claro son las elecciones primarias de Arena. Por los problemas reales del país se pasa como gato sobre ascuas. No se mencionan algunos como el de la pobreza y la desigualdad. Sobre otros, se habla muy superficialmente. Y al final quedamos todos con la impresión de que se trata más de organizar un show propagandístico que de un ejercicio democrático interno partidario. El debate entre los tres precandidatos de Arena estuvo más orientado a ensalzar la unidad del partido que a discutir temas o revisar diferencias entre ellos. Las preguntas que se les formularon fueron, sin lugar a dudas, pactadas previamente con los tres. Todo un ejercicio para las cámaras sin más intención que crear una imagen mediática supuestamente positiva, aunque claramente vacía. Y dada la riqueza económica de los precandidatos, no es extraño que los intereses sustituyan al pensamiento.
Al FMLN, al tener de momento un solo candidato a primarias, no se le conoce mayor debate preelectoral. Pero respecto al debate interno en torno al fracaso electoral en las últimas elecciones, puede apreciarse de nuevo que no se entra a fondo en la problemática. Algunos de los líderes han dicho con razón que no han sabido escuchar adecuadamente a sus militantes y al pueblo en general. Pero no han profundizado, al menos públicamente, en lo que los salvadoreños necesitan de un partido de izquierda. Lo cierto es que se esperaba más de este partido. Aunque no se pueden negar esfuerzos positivos en algunas áreas, la población esperaba algo de lo que comúnmente se llama reforma estructural en campos como la educación, la salud y la inversión social. Pese a que se han dado algunos pasos en esa dirección durante los últimos diez años, los simpatizantes del FMLN anhelaban unas reformas más radicales y aceleradas.
La desigualdad hay que pensarla en El Salvador. Si la pobreza ha disminuido, ha sido más por el aporte de los migrantes y sus remesas que por los esfuerzos gubernamentales. Los más ricos tienen unas enormes prerrogativas en el campo impositivo. Es inconcebible que lo que se recoge en el impuesto de la renta empresarial sea inferior a lo que se recoge en el impuesto personal de la renta. Como es plenamente injusto que el IVA produzca mayores entradas al Gobierno que el impuesto sobre la renta. Es intolerable que los ricos del país puedan evadir impuestos sin ninguna consecuencia a través del manejo de empresas fantasmas en paraísos fiscales. Y más intolerable todavía que centros de pensamiento económico defiendan ese modo de proceder. Desligar la irresponsabilidad social de los ricos del clima de violencia existente es también un error intelectual. No en vano nuestro arzobispo les pedía a los económicamente poderosos que impulsaran una “economía más solidaria”.
Pensar El Salvador en todos los aspectos en los que tiene problemas serios, desde la economía hasta la observancia de los derechos humanos, es tarea de todos, pero muy especialmente de los políticos. La Asamblea Legislativa actual está ya de despedida, y lo único significativo que ha legislado durante sus tres años ha sido la prohibición de la minería metálica. La nueva Asamblea es demasiado más de lo mismo. E incluso se ve de peor calidad por la desaparición de algunos de los diputados que aportaban algo de pensamiento independiente. Le queda a la sociedad civil la tarea de insistir, y de un modo beligerante, en todos aquellos temas que necesitan pensamiento. Desde el agua a la pobreza, desde la educación a la desigualdad socioeconómica, las reformas son tan necesarias como urgentes. Insistir más en la crítica, la única arma de la sociedad civil, resulta indispensable frente a la falta de pensamiento de los políticos y de los ricos de este país.