Editorial Idhuca
Conmemorar fechas no es aferrarse a un recuerdo vacío, sino que es un compromiso con la historia y la necesidad de valorar y resignificar lo que nos ha llevado hasta nuestro presente. La firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador, que conmemoramos cada 16 de enero, nos recuerda nuestra historia injusta y sangrienta, pero también la capacidad de finalizar un conflicto armado a través del diálogo.
Parte de los motivos que llevaron a ese conflicto fue el descontento por la desigualdad social y la concentración del poder y la riqueza en pocas manos. Los sucesivos regímenes autoritarios, la intolerancia al pensamiento distinto y una debilitada o inexistente institucionalidad contribuyeron a que se desatara una lucha que terminó con la vida de tantas y tantos, donde aún continúa la impunidad.
Por ello, hoy en día, no podemos aferrarnos a una fórmula que nuestra propia historia ha demostrado que es fallida, por lo que la apuesta debe de ser más Derechos Humanos y no menos. La transformación de una realidad doliente vendrá de la mano con el rescate de lo comunitario, del liderazgo social, del respeto al otro y a la otra, de la exigencia de nuestros derechos y el recuerdo constante al poder que nada bueno se deriva cuando este está concentrado.
La persecución y la represión continúan hoy en día y seguimos siendo una sociedad que no ha sanado, pero que el sufrimiento persista no implica negar la importancia de condiciones diferentes que permitieron convivir sin un enfrentamiento armado. Aún falta mucho por recorrer, pues la construcción de una sociedad nueva no se da solo con que dos bandos dejen las armas, sino que es necesario un profundo cambio cultural donde la fraternidad sea lo que prevalezca.
La búsqueda constante de una paz verdadera en El Salvador seguirá guiando nuestro actuar, una paz acompañada de justicia, de reparación, de protección a los Derechos Humanos y a la dignidad de todas las personas.