Editorial Idhuca
Acudimos a la jornada electoral para votar en las elecciones presidenciales y legislativas en un contexto plagado de irregularidades desde el inicio, cuando ciudadanas y ciudadanos convocados para integrar las Juntas Receptoras de Voto no pudieron hacerlo, ya que les manifestaron que las mesas electorales ya estaban integradas por un partido político.
Sin tener datos oficiales, el candidato y presidente se autoproclamó presidente -inconstitucional- y afirmó que había ganado 58 escaños de 60 en la Asamblea Legislativa, cuando ni siquiera se habían procesado las actas.
Ya por la noche se evidenciaron todavía más las distintas anomalías: no se contaban con los insumos para hacer el conteo de votos y transmisión, el sistema multiplicaba datos que se ingresaban, luego se caía, con la consecuente incapacidad de introducir los votos. Asimismo, las personas que integraban estos organismos electorales temporales continuaban trabajando a altas horas de la madrugada sin tener las condiciones para hacerlo -sin agua potable, sanitarios, comida-, etc.
Los días posteriores a la elección han seguido con esta dinámica de anomalías e irregularidades, con un Tribunal Supremo Electoral (TSE) ausente, sumiso y cómplice. A la fecha, no hay respuesta contundente que explique por qué se encontraron papeletas desperdigadas en centros escolares que fueron centros de votación, paquetes electorales sin sello, paquetes electorales en posesión de un partido político y no del TSE, paquetes electorales abiertos y vueltos a cerrar, dejando en evidencia los problemas de la cadena de custodia. A esto se le añade una cantidad importante de funcionarios públicos sumidos en actividades partidarias cuando la Constitución lo prohíbe y que al ser interpelados -como ya es costumbre- no rinden cuentas o responden de manera prepotente.
Ya en el escrutinio final, las cosas solo han empeorado. Una horda del partido oficialista acapara las mesas de escrutinio, aparecen papeletas sin señas de los dobleces que deberían tener cuando se introducen en las urnas, papeletas marcadas con plumón y no con el crayón con el que se vota. Tampoco se revisa el padrón de firmas y aparecen más papeletas de votación que firmas de votantes. En paralelo, cuatro magistradas y magistrados suplentes del TSE se han desligado del proceso ante tantas anomalías.
Lo que estamos viendo es un fraude que se gesta frente a nuestros propios ojos, ante una autoridad electoral indolente que no pone frenos ni da respuestas.
Ante esta situación es importante recordar que el voto es uno de los pilares más importantes en lo que queda de nuestra tan dañada democracia, al menos, todavía, conservamos la libertad de votar. Sin embargo, lo que hemos visto estos días va en contra de esa libertad, pues no están respetando nuestro voto.
El slogan que el TSE tiene replicado en carteles gigantes en el lugar del escrutinio es “Cada voto cuenta” “Cada voz es escuchada”. Por tanto, necesitamos que todas las personas involucradas en contar esos votos actúen con honestidad, que respeten esa libertad de votar, que actúen de manera responsable y se asuman las negligencias o actuaciones dolosas que han puesto en cuestionamiento la integridad de estas elecciones. Necesitamos que se escuche y se implementen las recomendaciones de la OEA y de otros observadores electorales, al igual que las reiteradas solicitudes de otros partidos políticos.
Es nuestro derecho exigir honestidad en la forma en que se están contando los votos. Es nuestro derecho sabernos escuchadas y escuchados. Eso fue lo que buscamos cuando nos acercamos a las urnas. Lo mínimo que podemos pedir es que se respete nuestra elección.