Editorial Idhuca
Todos y todas queremos sentirnos seguras en El Salvador. La seguridad ha sido una deuda pendiente de los distintos gobiernos de turno, donde se ha querido abordar un problema estructural con medidas predominantemente represivas. La violencia de pandillas ha causado un profundo sufrimiento a la población salvadoreña y a las familias que se han visto directamente afectadas por este fenómeno, por lo que el deseo de vivir sin temor, siempre ha estado presente.
Sin embargo, aún cuando este deseo es genuino y legítimo, concretar la seguridad no debería estar basada en la detención y hasta muerte de personas inocentes al interior de las cárceles, ni de familias desintegradas por esas detenciones arbitrarias, ni de niños y niñas que quedan en abandono porque han detenido a sus cuidadores ni de abuelas desesperadas que no saben cómo hacer para alimentarlos.
Estamos frente a un régimen de represión y de muerte y que es todo, menos excepcional. Estamos frente a un régimen que infunde miedo, un régimen que pacta con pandillas y libera a sus líderes, al mismo tiempo que criminaliza a inocentes y que es usado como amenaza, un régimen que oprime la denuncia y la protesta. Un régimen que encarcela madres buscadoras y personas defensoras de derechos humanos.
Durante dos años nos han dicho que para vivir sin miedo debemos sacrificar algunas de nuestras libertades, lo que implica también sacrificar la justicia. Pero la libertad y la seguridad son igualmente importantes; van de la mano, no son elementos excluyentes. Sabemos que necesitamos y merecemos ser libres. Es nuestro derecho.
Por tanto, por supuesto que debemos exigir seguridad, pero no a costa del dolor de tantas y tantos inocentes. Debemos exigir seguridad, pero no a costa de nuestro silencio. Debemos exigir seguridad, pero con la esperanza que obtendré un proceso y un juicio justo. Podremos vivir con esa libertad que merecemos y sin miedo, cuando se respeten los derechos humanos y exista justicia para todas las personas.