Celebramos hoy el día de los Derechos Humanos (DDHH). En una viñeta de la famosa Mafalda se veía a esta niña mirando al globo terráqueo y diciéndole severamente: “Estos (los derechos humanos) sí deben ser cumplidos, y que no vaya a pasar como con los diez mandamientos”. Sin quitarle valor a los diez mandamientos, que son parte de la larga historia de textos y acontecimientos que terminaron inspirando los Derechos Humanos, lo cierto es que los seres humanos tendemos con frecuencia a olvidar lo que consideramos bueno. Y la viñeta trata críticamente de recordarnos que debemos tomar lo bueno en serio. En otro campo del saber, un reconocido historiador inglés del siglo XIX, lord Acton, acuñó la frase “el poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. Frente al olvido de nuestros valores humanos básicos o frente a la corrupción del poder, los DDHH se alzan como la memoria de la dignidad humana y como una moralidad externa al poder. Y lo que es clave, una moralidad con un valor universal.
De hecho estos Derechos han alimentado nuestras Constituciones desde 1950. La Constitución vigente desde 1983, concreta los derechos de los salvadoreños y parte de los mismos principios de la Declaración Universal. Sin embargo, todos sabemos que existe un déficit real en el cumplimiento de los DDHH en El Salvador. Entre otras señales de ello podríamos mencionar el hecho de que una cuarta parte de las personas nacidas en El Salvador viven fuera de nuestro país. Si entre nosotros hubiera un pleno respeto a los derechos básicos de la ciudadanía, ese sangrado de la migración hubiese sido sustancialmente menor. Y por esa misma razón resulta imprescindible que establezcamos los DDHH como una verdadera moralidad entre nosotros. Frente al poder del Estado, usado con cierta frecuencia de un modo arbitrario e incluso ilegal, y frente a otros poderes fácticos, como por ejemplo el económico, que dada su fuerza semejante a la del Estado pueden incurrir también en violaciones a los DDHH, es necesario que ciudadanía oponga su fortaleza moral.
En los últimos años ha crecido especialmente entre los jóvenes una conciencia muy clara de la necesidad de defender Derechos. Se han ido multiplicando las organizaciones de jóvenes que defienden derechos concretos y a grupos sociales especialmente golpeados en sus derechos. Los que carecen de vivienda digna, los que sufren el deterioro del medio ambiente, los migrantes, las culturas indígenas marginadas, los jóvenes estigmatizados, los grupos LGTBI, las mujeres, los pobres rurales, los niños y niñas en situación de exclusión, mueven a cada vez a más personas a organizarse y a colaborar, muchas veces desde el voluntariado, en el acceso a los derechos de estos sectores. Los periodistas cobran, cada día con mayor energía, la conciencia de que también ellos son defensores de derechos. Y que incluir la defensa de derechos en su labor periodística resulta indispensable para su propia profesionalidad. Si tras el fin de la guerra hubo una tendencia a un cierto conformismo en el campo de los DDHH, los abusos del poder han convencido a las generaciones más jóvenes de la urgencia de trabajar en el campo de los derechos.
La declaración de inconstitucionalidad de la ley de amnistía ha fortalecido también la conciencia de la necesidad de defender derechos. Frente a la tendencia negacionista del pasado o el intento de consagrar la impunidad con el olvido, las víctimas han recibido una palabra de ánimo. Los esfuerzos de algunos diputados por regresar a una especie de nueva amnistía encontró cada día más personas que veían la necesidad de enfrentar la verdad de una vez por todas, apoyando una ley de justicia de transición que pusiera en el centro a las víctimas, respetara las exigencias básicas de la justicia y facilitara simultáneamente la reconciliación aminorando penas. En un país como el nuestro, en el que se llegó a decir que los Derechos Humanos eran un arma de la izquierda, es un buen avance que cada vez más personas se tomen en serio el tema, lo discutan y apoyen medidas básicas de respeto a las víctimas. Frente a quienes de un modo altisonante decían que en El Salvador se llegó a la paz sin que hubiera vencedores ni vencidos, cada día más gente se da cuenta de que si bien eso es cierto respecto a las partes en conflicto, las víctimas civiles sí permanecieron como vencidos. Corresponde hoy devolverles su dignidad.