Universidad Centroamericana ''José Simeón Cañas''

Algo está cambiando
Marcos César Ortiz
24/04/2020

Desde finales de 2019, una noticia empezó a acaparar los medios de comunicación: en China, exactamente en la localidad de Wuhan, surgió un nuevo tipo de virus de la familia de los coronavirus. Al poco tiempo, le identificaron y nombraron como Covid-19. Al principio, solo China sufrió la embestida de este virus. Los demás países, sobre todo, occidente, solo eran espectadores de esto. Parecía que occidente era inmune al Covid-19 o se tomó como algo insignificante. Tres meses y medio después del brote, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya el virus está presente en más de 190 países. Se contabilizan casi los tres millones de casos, de los cuales casi 197 mil personas han muerto. Mientras quienes se han recuperado suman más de 780 mil.

 En nuestro país, hasta el momento, se reportan 149 casos confirmados e identificados. Es muy probable que esta cifra aumente con el pasar de los días. Ante este panorama, mundial y nacional, nuestra forma de vivir ha cambiado. Nuestras relaciones se han transformado. Nuestra manera de trabajar es diferente. Algo está cambiando, definitivamente. Nuestra vida no es la misma que a inicios de 2020, cuando todavía teníamos “permiso” de salir a la calle sin ninguna restricción, cuando aún íbamos a trabajar presencialmente y nos levantábamos temprano para ir a clases, cuando aún podíamos abrazarnos, besarnos, darnos la mano; en fin, algo está cambiando. Y es importante rescatar y resaltar los cambios positivos que trae la situación a nuestra vida, porque recoger estos elementos pueden llenarnos de esperanza y fuerza para afrontar lo que vendrá.

 Con las restricciones impuestas por el Ejecutivo salvadoreño nos hemos visto obligados y obligadas a quedarnos en casa. Sabemos que esto nos ayudará a enfrentar la emergencia nacional, por eso, en la medida de las propias posibilidades (porque la realidad es diferente para cada grupo familiar), decidimos cumplir con la cuarentena. ¿Por qué? Seguramente porque nos preocupa la situación, porque queremos cuidarnos para así proteger a nuestras familias, a nuestros seres queridos, sobre todo, a nuestros adultos mayores, quienes son parte de la población más vulnerable ante el Covid-19. Este tipo de decisiones y acciones surgen de un amor y una preocupación profunda por el prójimo. Amor que en el cotidiano, y sin emergencia, se nos hace difícil demostrar con tanto ímpetu.

 Las relaciones con nuestras personas cercanas también han cambiado. Ahora convivimos más con la familia o con nuestros compañeros de vivienda. Tenemos más tiempo para compartir con estas personas y podemos aprovecharlo para conocerles mejor, reconstruir y fortalecer los lazos que nos unen a ellas. Asimismo, este compartir puede significar dejar de lado el propio egoísmo del cotidiano, en el que yo decido cómo hacer las cosas sin tomar en consideración la opinión de los demás. El convivir tanto tiempo con las mismas personas bajo el mismo techo nos empuja a escucharnos, a hablarnos, a ser empáticos y a tomar decisiones en conjunto. Este tiempo nos recuerda que formamos parte de un colectivo que llamamos familia, y no me refiero solo a la sanguínea, también a la que formamos con quienes vivimos el día a día.

 Y no solamente hay cambios a nivel personal, también a nivel sociedad están presentes. La solidaridad de la sociedad civil y de la empresa privada ha llenado de alimentos, artículos de primera necesidad, ropa y demás cosas los centros de aislamiento que el gobierno decidió “adecuar” improvisadamente para que miles de personas vivieran la cuarentena al inicio de la emergencia, cuando todavía no estábamos obligados a quedarnos en casa. Esa solidaridad que aparece durante y después de las catástrofes (como el Huracán Mitch, el terremoto del 2001, la tormenta tropical Stan, entre otros acontecimientos), pero que sería ideal se quedara entre nosotros y nosotras luego de estas. Es decir, la situación propiciada por el Covid-19 es una oportunidad para aprender a vivir la solidaridad aún cuando superemos esta emergencia. Pero esto dependerá de cada uno y cada una.

 Sobre estos cambios a nivel de sociedad, también me gustaría rescatar algunas actitudes, palabras y opiniones que en lugar de ayudar, obstaculizan. Últimamente, y ante la decisión del gobierno de brindar $300 a las familias vulnerables del país (dinero que pagaremos con nuestro trabajo, porque pasará a ser parte de la deuda pública y que no es un “regalo” del Ejecutivo y mucho menos de Nayib, como dicen algunas personas), han aparecido mensajes en las redes sociales que solo muestran la falta de empatía de la sociedad, la ignorancia e hipocresía del pueblo privilegiado que goza de un salario fijo, vivienda, servicios básicos, alimento y diversas formas de entretenimiento (lo que ayuda en gran manera a sobrellevar la cuarentena domiciliar). ¿Qué tipo de mensajes? Esos que se centran en señalar de manera negativa e inhumana las aglomeraciones de personas que decidieron exponerse al coronavirus ante la preocupación de no saber si obtendrán la ayuda monetaria (pues el hambre es más fuerte que el miedo ante el Covid-19, algo que no muchos entendemos). Ojalá que pongamos de nuestra parte para construir una sociedad más humana, consciente de la realidad, empática y solidaria; alejada de la imagen que se da en las redes sociales.

 En fin, algo está cambiando en mi sociedad y en mi vida personal. La realidad no volverá a ser la misma que conocimos a finales de 2019. Todo se transforma. Ahora bien, cada uno y cada una tiene responsabilidad y un compromiso que asumir en estos cambios históricos. Es momento de reflexionar sobre mi forma de vivir, mi manera de relacionarme, acerca de mi misión en el mundo. ¿Mi forma de proceder contribuye a construir una realidad mejor para mí, para las personas cercanas, para la sociedad? No es necesario responder a esta pregunta ya, pero sí es importante empezar a pensar y reflexionar en ella. Pensar y reflexionar desde la esperanza en que tenemos la oportunidad de aprovechar este momento para transformar positivamente la realidad desde nuestra propia vida. 

 

Marcos César Ortiz, responsable del Voluntariado Social UCA.



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