Universidad Centroamericana ''José Simeón Cañas''

El voluntariado: Una respuesta de los jóvenes a la sociedad
Violeta Chichique
17/07/2014

La primera vez que fui a una visita de Liber-Arte me acompañaba un estudiante de ingeniería eléctrica, ya que La Pastoral, por medio de la ingeniera Merlos y el Programa de Becas “Mártires de la UCA” del cual formábamos parte, nos había convocado a ambos para ser tutores. Ese sábado, precisamente, usaba gaza y esparadrapo sobre uno de mis dedos, porque días antes la tabla de dibujo que ocupaba en una materia me había caído sobre el pie.

 Esa jornada, no obstante el enfoque que tenía entonces el proyecto y la creatividad de los demás voluntarios y voluntarias, consistía en un esquema detallado sobre la  multiplicación y sus propiedades, que intentaba responder a las deficiencias escolares de los niños y niñas que viven en el cementerio de Antiguo Cuscatlán.

 Eran las ocho y media, llevábamos pizarra, yesos de colores, ábacos, tablas de multiplicar hechas de cartón, carteles con normas de convivencia para las clases e incluso habíamos preparado tareas para la próxima visita. Pensábamos que, por la edad de los niños, iba a ser muy fácil enseñarles; mas al llegar a la casa comunal, conocer el entorno en el que viven y descubrir su hiperactividad, sus constantes peleas, tristezas, problemas, alegrías y ganas de jugar, comprendimos que la complejidad de sus condiciones de vida nos exigía mucho más que unos cuantos contenidos de matemática. Esa mañana, además, me llamaron “uñero”, y a pesar de que les expliqué una y otra vez que no tenía un uñero en el dedo y que sólo me había ocurrido un accidente con una tabla, después de cuatro años yo sigo siendo “uñero”, la que llega algunos sábados del mes porque a veces las responsabilidades del estudio se interponen, pero que se siente realmente comprometida con ellos.

 A lo largo de estos años he participado en diversas actividades dentro del proyecto, como la siembra de frijoles; la exhibición de películas; la explicación de la higiene, el reciclaje y la importancia del medio ambiente; la búsqueda de tesoros; la fabricación de alfombras y, de manera más reciente, la enseñanza de inglés mediante juegos y herramientas interactivas; pero me parece muy importante reconocer que todo eso lo hemos hecho adaptándonos a ellos, y buscando, sobre todo, que nuestra presencia implique una repercusión en el fortalecimiento de los valores y la superación de las condiciones de vulnerabilidad que actualmente los limitan.

 Pensar en mi experiencia con los niños y niñas de Liber-Arte me lleva a retomar de forma muy profunda el fragmento de una homilía que monseñor Romero pronunció el 18 de febrero de 1979, ya que además de motivar la generación de respuestas desde la praxis, involucra implícitamente el papel y la importancia que los jóvenes tenemos en nuestra sociedad:

 Preguntan por nuestra contribución. ¿Qué tenemos para ofrecer en medio de las graves y complejas cuestiones de nuestra época? Muchas veces me lo han preguntado aquí en El Salvador. ¿Qué podemos hacer? ¿No hay salida para la situación de El Salvador? Y yo, lleno de esperanza y de fe, no sólo de una fe divina, sino de una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: Sí, hay salida, pero que no se cierren esas salidas. (Monseñor Romero, homilía del 18 de febrero de 1979).

 

Y es que los jóvenes somos continuamente bombardeados con estereotipos, esquemas mentales, actitudes y factores culturales que muchas veces conducen a la inhibición del conocimiento sobre la realidad nacional.

 Resulta muy usual que de la cotidianidad resalten hechos referentes a los deportes, la moda y la farándula, mientras que el aumento de la violencia, el acceso a la salud, la calidad en la educación, la exclusión social y los reducidos índices de crecimiento económico se normalizan. Podría afirmarse, con mucho temor, y sin ánimo de caer en la contundencia y en el sentido absoluto de las cosas, que una buena parte del conglomerado sector juvenil sabe más de letras de canciones, tipos de ropa, juegos de video y tendencias internacionales que de los problemas adolecidos por su comunidad más cercana; y esto, expandido más allá de las acepciones generalizadas sobre los factores que se consideran como una distracción en la juventud, recae como una problemática fundamental en las universidades, ya que muchas veces la especificidad de las carreras, en lugar de proporcionar el bagaje intelectual para responder de manera íntegra y diversa a la historia del país, expropia al individuo de su entorno y lo sumerge en reduccionismos y en simples planteamientos teóricos.

 En ese sentido, hace algunos años también tuve la oportunidad de conversar con un grupo de jóvenes que estaban en riesgo de ingresar a las pandillas, y más allá de manifestar un enorme resentimiento contra la sociedad por la constante estigmatización y exclusión a las cuales se enfrentan diariamente, compartieron sus sueños y expectativas: El más callado llenó sus ojos de luz y nos contó que quería ser empresario, otro nos dijo que deseaba estudiar artes para realizar dignamente tatuajes profesionales, y el menor de todos nos expresó, con gran esperanza, que ansiaba hacer algo para enorgullecer a su familia y al encargado del proyecto al que pertenecían. Del mismo modo, he conocido otros niños y niñas que asisten a unas clases impartidas por el cuerpo de bomberos y algunos estudiantes de la Universidad Nacional a los hijos e hijas de las vendedoras del Mercado Central, y, entre risas, me han dicho que al crecer quieren ser maestros, doctores, policías, bomberos o abogados; y hace poco visitamos, junto a mis compañeros de química y de La Pastoral, el Izotal, una comunidad perdida entre las montañas de Chalatenango donde la gente no tiene agua y a veces ni siquiera les alcanza el dinero para comer... Pareciera que vivimos sometidos a una enorme fuerza que acapara todos los espacios y nos lleva no sólo a alejarnos de la realidad, sino a apartar totalmente la mirada de lo esencial y a acostumbrarnos a lo que actualmente es El Salvador.

 Vamos por la calle, entretenidos con algún pensamiento, vemos a alguien pidiendo limosna y, a lo mucho, reconocemos que es pobre y le damos una moneda. El día avanza entre diferentes rostros. Encontramos a compañeros y compañeras, hablamos de cualquier tema, gastamos risas, rabietas, leemos buenas y malas noticias, comemos y seguimos caminando. Sin embargo, hacia el final de la jornada convendría hacer una pausa y preguntarse qué va de la vida y por qué no estamos reconociendo nuestra humanidad y la humanidad de los demás.

 Al retomar la urgencia e inmediatez de todas estas facetas de la coyuntura actual, las palabras proféticas de monseñor Romero cobran mucha más fuerza: ¿Qué tenemos para ofrecer?, y creo que en tanto jóvenes, empoderados totalmente de la vitalidad, criticidad y ánimos que nos caracterizan, tenemos, en definitiva, la suficiente capacidad para dar todo lo que la sociedad nos demanda, y con ello no quiero referirme sólo al hecho de proponer soluciones y alternativas, sino también a la acción fundamental de atreverse a romper el acelerado ritmo de contrariedades del mundo para reconocer lo esencial y, a partir de ello, propiciar el bien común.

 Sobre el primero de los aspectos  considero que la participación en los voluntariados sociales es de carácter crucial, ya que éstos se constituyen como una educación hacia sí mismos y hacia los demás, en tanto involucran y generan en los jóvenes un sentido de gratuidad, justicia y solidaridad enfocado hacia una realidad que les es ajena y que los mueve a humanizar y dejarse humanizar. En una perspectiva más íntima diría que los voluntariados y, particularmente, del que he sido partícipe en la UCA, generan experiencias que confrontan, conmueven y hacen que nazcan nuevos horizontes, compromisos y expectativas.

 Sobre el bien común y la necesidad de proponer soluciones y alternativas, no me queda más que compartirles otro fragmento de una homilía de monseñor Romero e invitar a los jóvenes a reflexionar sobre el presente y lo que detrás de él se avecina:

 El mal es muy profundo en El Salvador, y si no se toma de lleno su curación, siempre estaremos cambiando de nombres, pero siempre el mismo mal. (Monseñor Romero, homilía del 23 de octubre de 1977).


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