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El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.
Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.
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Han perdido el rumbo
Ha tenido que venir uno de fuera, de una prestigiosa universidad estadounidense, a decirles que así como conducen el país, su economía y su política, no alcanzarán la meta que se han propuesto. Es decir, les vino a decir que habían perdido el rumbo, en el lenguaje del presidente; o que no eran competitivos, en el lenguaje al uso. Es lo mismo que la UCA, en sus diversas publicaciones e intervenciones, ha estado diciendo desde hace tiempo, porque el conocimiento de la realidad nacional no es privilegio del afamado docente del norte. La diferencia es que a él se lo aceptan, aunque a regañadientes; pero no sólo se lo aceptan, sino que, además, le pagan una buena cantidad de dinero para que les venga a decir la verdad sobre el país, en el cual viven y al cual despojan.
En resumidas cuentas, lo que les dijo es que no son competitivos, porque parece
que creyeron, erróneamente, que la productividad de un país descansa en los
índices macroeconómicos y no en las empresas; porque se olvidaron de la
microeconomía, una pieza fundamental del desarrollo económico; porque no
producen, y para exportar hay que producir bienes de calidad y hacer uso de las
nuevas tecnologías; porque no capacitan a su mano de obra y, además, le ofrecen
salarios muy bajos, con lo cual sólo crean más pobres; porque la actividad
económica y la riqueza están concentradas en un reducido grupo; porque los
integrantes de este grupo gozan de privilegios, impidiendo así una verdadera
competencia local, vigorosa y amplia, entre ellos. Si no saben cómo competir en
el ámbito local, tampoco podrán hacerlo en el internacional.
A este propósito, les hizo algunas advertencias. La primera fue que pusieran los
pies en la tierra, porque los tratados de libre comercio no significaban más
competitividad. Esta sólo podría conseguirse si lograran revertir los
señalamientos anteriores, aparte de que debían dejar de creer que ser
competitivo era dar la espalda a la agricultura. La segunda advertencia que les
hicieron fue que sin una agenda nacional y sin un plan de desarrollo también
nacional nunca tendrían éxito. Pero esa agenda y ese plan deben tener como
fundamento una visión compartida del país y sus problemas, no sólo por el
gobierno de turno, sino también por la empresa, los sindicatos y la academia.
Por lo tanto, se impone trabajar para conseguir un consenso amplio, lo cual
hasta ahora ha sido rechazado por los diferentes gobiernos de ARENA.
Asimismo, les dijo que no se hicieran falsas ilusiones creyendo que el
desarrollo y la prosperidad estaban al alcance de la mano. Les advirtió que para
llegar ahí era necesario un esfuerzo sostenido de muchos años, así como también
políticas de Estado y no de gobierno. Es decir, que las políticas que conducen a
esa meta no pueden responder a las creencias o caprichos del mandatario de
turno, sino que deben tener como fundamento ese consenso amplio y estar
respaldadas por un plan nacional, cuya agenda concreta debe estar vinculada al
presupuesto nacional.
Por lo tanto, deben volver a establecer una instancia que planifique el rumbo.
Creer que las inversiones recientes hechas en el país son el comienzo de la
solución es otra falsa ilusión, porque esas inversiones han llegado atraídas por
las privatizaciones y no por el interés de crear nuevas industrias y producir
nuevos bienes para exportar, y porque son inversiones que buscan mano de obra
barata, la cual sólo crea más pobreza. Es decir, la maquila no es ninguna
solución a los desafíos del crecimiento económico, del desarrollo sostenible ni
de la pobreza. Les dijo también que no pueden seguir despreciando el cultivo de
la ciencia y la tecnología, para lo cual tienen que relacionarse de manera
orgánica con las universidades. En este punto también debe haber acuerdo entre
empresarios, gobierno y universidades, pues el país debe contar con una
estrategia nacional para desarrollar los campos de la ciencia y la tecnología,
dos aspectos básicos del desarrollo sostenible.
Les dijo que no pueden excusarse en la existencia de una oposición política que
impediría el desarrollo, porque para eso están el diálogo y el consenso; tampoco
pueden utilizar como excusa las catástrofes, porque éstas ocurren cuando los
recursos disponibles son utilizados de manera inadecuada. En fin, les dijo que
estaban haciendo exactamente lo contrario a lo que debían para alcanzar las
metas que se habían propuesto.
La cima de la montaña, pues, no está tan a la vuelta, como lo cree el presidente
Flores. Mientras siga insistiendo en la misma ruta, sus llamados a “redoblar
esfuerzos”, a “hacer acopio de todo nuestro optimismo”, porque “vamos a
conquistar nuestra montaña”, “la cima del desarrollo”, “por la ruta de la
libertad”, carecen de sentido. Los dos gobiernos anteriores, también de ARENA,
hicieron invitaciones similares y después de trece años de bregar con la ruta,
el país todavía está lejos de la cima. Esta sigue estando lejana para la mayor
parte de la población salvadoreña. La desesperanza que genera la ausencia de
posibilidades reales para llevar una vida humana y digna en El Salvador no ha
llevado a la comodidad, tal como lo sostiene el presidente, en su discurso. Hace
tiempo que la población salvadoreña tomó su propia decisión. Abandonó la guía
que le ofrecían esos gobiernos y escogió su propia ruta, la que conduce hacia el
norte. Con gran coraje asume los enormes riesgos de esta ruta clandestina, pero
una vez puesta en camino, se esfuerza por llegar a la meta. La mayoría que lo
intenta, lo consigue. Aquellos que son devueltos, lo vuelven a intentar cuantas
veces es necesario. Es así como los coyotes son mejores guías que los
presidentes de ARENA. El ejemplo de los que se van hacia el norte es más
aleccionador que el de los escaladores del presidente, al menos para la mayoría
de la población salvadoreña.
Con todo, las críticas del “profesor” fueron bien recibidas. El mismo presidente
Flores reaccionó de inmediato, afirmando —con demasiada facilidad— que tomaba
nota de todas ellas. Bastantes las consideraron constructivas, pero no se ve por
qué éstas sí lo son y las que hace la academia nacional desde dentro no lo son,
puesto que, en realidad, son idénticas. Tal vez sea porque éstas se las hace un
distinguido profesor de una reconocida universidad del norte, por una buena
cantidad de dinero. En cualquier caso, lo importante es que tomen nota de lo mal
que conducen el país y se pongan a trabajar para corregir las prácticas
predominantes en la actualidad.
La estrategia electoral del FMLN
En la celebración de este tercer año de mandato, Francisco Flores ha recibido las calificaciones más altas en lo que va de su gestión al frente del tercer gobierno de ARENA. Según el último sondeo del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA, los salvadoreños evalúan con un 6,2 —en una escala de 1 a 10— el desempeño del presidente. Consecuentemente, el 1° de junio, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, el mandatario salvadoreño estaba de fiesta, rebosante de optimismo. En un abrir y cerrar de ojos barrió a los opositores con su parábola de los alpinistas. Su gobierno representa, según su particular punto de vista, a los visionarios; quienes no se dejan amilanar por las dificultades, dispuestos, en toda ocasión, a escalar la montaña, en su camino hacia la cercana cima.
En este afán por recalcar su optimismo y su fe en las mejorías que considera su
gobierno ha aportado a El Salvador, Flores calificó a los críticos y opositores
de su gestión de cómodos y de ser predicadores de la fatalidad. “No faltará
quien espere que su pesimismo contagie a los demás” —nos dice el mandatario—,
“porque la desesperanza también es una forma de comodidad. De todos los peligros
que enfrentamos, este es el más pernicioso, puesto que socava las energías que
necesita un pueblo para enfrentarse a los retos, problemas y adversidades que el
futuro trae siempre consigo”.
A su vez, los periódicos que se sitúan en la línea oficialista recalcan que “la
gestión del presidente se caracteriza por la sensatez de sus propuestas, lo
ponderado de sus posturas, la habilidad en sortear los desafíos de la oposición
y en abrir espacios al país en los Estados Unidos y la Comunidad Europea”. En
fin, para los adalides de la derecha, Flores “es un consumado diplomático, a
quien toman muy en cuenta el presidente de Estados Unidos y el presidente del
gobierno español. [Y además] gracias a su gestión personal es que Centroamérica
tiene la oportunidad de iniciar, en los próximos meses, su incorporación al
Mercado Común de América del Norte, y de llegar a un TLC con la Comunidad
Europea” (El Diario de Hoy, 2 de junio de 2002, p.19).
A partir de esas consideraciones, no hay lugar para crítica alguna. Flores dice
que sabe a dónde conduce el país. Pretende divisar ya la cúspide de la montaña.
A fuerza de parábolas, combate a los incrédulos. Como remedio a las posibles
influencias que puedan tener los llamados predicadores de mala fortuna, quienes
se oponen al abnegado y trabajoso esfuerzo de los círculos areneros para hacer
viable este camino cuesta arriba, Flores invita a armarse de valor y a hacer
oídos sordos ante las prédicas de mal agüero. Toda una receta de psicología
política para despistar a los salvadoreños sobre los problemas que enfrentan a
diario. Pero, en su lucha en contra de los calificados de predicadores
pesimistas, Francisco Flores se ha revelado como un maestro de engaños; lleno de
cinismo y capaz de pasar de largo sobre los problemas más acuciantes que vive el
país. Es la gran falacia que contienen sus parábolas.
Sin esta pizca de cinismo no se entiende cómo el presidente pudo iniciar su
discurso, por un lado, alabando el tema en el que se encuentra reprobado por la
mayoría de los salvadoreños: la dolarización; y, por otro, hablando de las
bondades que ha traído para las familias que ganan más de nueve mil colones al
mes. Se sabe de sobra que para la mayoría de salvadoreños es un insulto evocar
cifras tan altas para medir su bienestar. Entonces, o el Presidente quería
insultar a las familias salvadoreñas que ganan el salario mínimo, o es un
político inepto que desconoce las reglas básicas para evitar la reprobación de
sus conciudadanos.
Lo que sucede, en definitiva, es que al Presidente no le interesa en realidad lo
que piensa la mayoría de los salvadoreños, por lo obnubilado que se encuentra
por el ascenso suyo y de sus partidarios hacia la montaña de beneficios que le
traen sus políticas económicas. Por eso se da el lujo de ignorar la opinión de
la mayoría de los salvadoreños, calificándolos de insensatos, que no entienden
que la cima está cerca. La crítica a los predicadores de mala fortuna es
suficiente para sostener su discurso, del que está seguro que encontrará buen
eco en una población desconcertada por la política oficial y en una izquierda
tan inepta como para capitalizar el creciente descontento popular por la
insatisfacción de sus necesidades básicas.
Así las cosas, es otra farsa hablar de respeto, apertura democrática y política
en el país. Francisco Flores ha hecho de estos tres años en el poder una tribuna
privilegiada para desacreditar a la izquierda y a cualquiera que piense
diferente sobre la manera como su equipo conduce los destinos de El Salvador. En
este sentido, no hay lugar a hablar de apertura o capacidad de diálogo. Además,
el discurso del Presidente en la Asamblea Legislativa no deja dudas sobre su
poca disposición a enmendar en los temas en que los salvadoreños le reprochan su
actuación. Lo importante para el mandatario es descalificar a cualquier
oposición, incluso a la gran mayoría de salvadoreños que no experimentan ninguna
mejoría en sus condiciones de vida, pese a los publicitados logros económicos de
los que tanto alarde se hace. La única diferencia con el antiguo régimen es que
ya no se mata por pensar de manera diferente. Sin embargo, se sigue negando el
derecho a disentir y a ver de manera distinta el funcionamiento del país o el
mondo en que las autoridades políticas llevan a cabo su proyecto de nación.
Los medios de comunicación afines al gobierno se encargan de condenar a los que
piensan de manera diferente. El ostracismo es practicado sin ningún escrúpulo. Y
se niega a los salvadoreños el derecho más elemental de decir que no se sienten
favorecidos por las políticas gubernamentales. La acusación de “cobardes” o de
“predicadores de mala fortuna”, del último tramo del discurso presidencial no es
gratuita, pues responde al mejor estilo de los areneros que se sienten los
únicos capacitados para interpretar y dar solución a los problemas que enfrentan
la mayoría de los salvadoreños.
Si bien es cierto que políticamente lo anterior puede ser válido y que en una
situación de competencia sana cada uno de los actores políticos hará lo posible
para demostrar que es el verdadero representante de los intereses de la mayoría
de salvadoreños, lo que no se puede avalar es el linchamiento noticioso al que
condenan los medios oficialistas a los que disienten de las posturas de sus
protegidos. En este sentido, se puede decir todo del gobierno de Flores, menos
que sea democrático, abierto al diálogo y dispuesto a concertar, como pretenden
hacerlo pensar unos determinados directores de opinión.
La economía en el informe del tercer año de gobierno
Uno de los primeros temas al que hizo referencia el presidente Francisco Flores, en su “Informe de tercer año de gobierno”, fue el de la economía familiar, por considerarlo un tema “decisivo”, tanto que ameritaba iniciar su alocución “señalando los efectos que la ley de integración monetaria ha tenido en el país”. Además, en su informe abordó otros tres aspectos económicos: la eliminación de los subsidios al diesel, la expansión de las maquilas y los tratados de libre comercio.
Nada se dijo del impacto de otras medidas que durante este gobierno se han
implementado, ni sobre aquellas que se ofrecieron sin llevarlas a la práctica.
La reducción o eliminación de los subsidios al consumo de energía eléctrica y
agua, la eliminación de las exenciones al pago de IVA por compra de alimentos y
medicamentos, la introducción del FOVIAL, el incremento de los impuestos para
las micro y pequeñas empresas y los despidos masivos operados en el sector
público, no se mencionan obviamente por conveniencia, pero sí han incidido sobre
el “decisivo” tema de la economía familiar.
Nada se dijo tampoco del comportamiento de los principales indicadores
macroeconómicos, como, por ejemplo, las tendencias de la producción, de las
exportaciones y de la maquila; la situación del déficit fiscal; las necesidades
de financiamiento del gasto público y el ritmo de endeudamiento público. Estos
aspectos fueron abordados previamente por el Ministro de Hacienda y Secretario
de la Presidencia, Juan José Daboub, quien vertió interpretaciones triunfalistas
del desempeño macroeconómico que contrastan con evidentes tendencias económicas
desequilibrantes, comparables con las mismas estadísticas gubernamentales
(Proceso, 1001).
Una evaluación de los tres años del actual gobierno debe realizarse teniendo en
cuenta lo que el gobierno ofreció en su programa de gobierno y no tanto las
medidas improvisadas que se han ido tomando en el camino, o las oportunidades
fortuitas como la Iniciativa de la Cuenca del Caribe y la proliferación de
maquilas textiles con salarios inferiores a la línea de pobreza extrema.
En su toma de posesión, el mismo presidente Francisco Flores anunció en otro
grandilocuente discurso las grandes líneas programáticas de su gobierno:
eliminación del riesgo cambiario para proporcionar estabilidad y predictibilidad
a los inversionistas, así como la búsqueda de finanzas públicas sanas.
El programa económico anunciado en esa ocasión incluía también medidas para
favorecer a sectores productivos debilitados y la puesta en marcha de políticas
sectoriales para el agro que elevaran su competitividad y rentabilidad (por
ejemplo, sistemas de riego, asociatividad agrícola, financiamiento e información
estratégica).
Tres años después, solamente el primero de los ofrecimientos ha sido cumplido y,
a juzgar por el más reciente discurso presidencial, ello no mejoró el clima para
los inversionistas como se esperaba, pero sí favoreció la economía familiar de
los salvadoreños. En los otros campos no hay logros que destacar: las finanzas
públicas continúan ampliando su déficit y los sectores productivos
languideciendo ante la impavidez del gobierno. Quizás por ello, el Presidente ha
preferido destacar otros aspectos en su evaluación de tres años que —dicho sea
de paso— han tenido beneficios dudosos sobre la economía familiar o bien han
sido anulados por otras medidas de política económica que son sospechosamente
excluidas del informe y ya mencionadas arriba.
De las referencias hechas por el presidente Flores destaca, en primer lugar, que
la dolarización pretende presentarse como una medida que ha contribuido al
mejoramiento de la economía familiar, lo cual es una verdad a medias. A juicio
del Presidente, uno de los impactos de la “integración monetaria” ha sido la
reducción de los intereses pagados por las familias a los acreedores bancarios,
algo que, aunque pueda ser cierto, no dice nada de la situación de las familias
más representativas del país: aquellas sin vehículo, sin tarjetas de crédito y
sin acceso a crédito para adquirir viviendas.
A la mayoría de la población le da igual el que las tasas de interés suban o
bajen, porque simplemente no se relacionan con el sistema financiero (inclusive,
muchas microempresas se ven obligadas a recurrir a prestamistas para
financiarse). Más aún, no está claro que la tendencia hacia la reducción de las
tasas de interés pueda atribuirse exclusivamente a la dolarización, pues ya se
registraba una disminución desde el año 2000. Lo que sí es claro es que la
dolarización ha traído aparejadas muchas desventajas y complicaciones para la
política fiscal, monetaria y comercial (Proceso, 986).
Un segundo aspecto reseñado por Flores fue la eliminación del subsidio a las
tarifas del transporte público, lo cual a su juicio, también ha favorecido a la
economía familiar, pues “le devolvió a los salvadoreños 350 millones de colones
al año”. Sin embargo, esta “devolución” fue utilizada inmediatamente para que
los dueños de vehículos pagaran el Fondo Vial destinado al mantenimiento y
reparación de carreteras. La eliminación del subsidio ha creado en la práctica
tendencias desfavorables para la economía familiar, ya que ha abierto cauces
para incrementos en las tarifas del transporte público —algo que ya está
sucediendo en ciudades del occidente y oriente del país—.
El incremento de las zonas francas sería otro gran logro del gobierno del
Presidente Flores, quien apuntó que a lo largo de sus tres años de mandato, el
total de zonas francas se habría expandido desde 7 a 15 y en ellas se da empleo
a un estimado de 90,000 personas, predominantemente del sexo femenino. Sin negar
esta dinámica, también debe decirse que este tipo de crecimiento económico
adolece de una alta dosis de incertidumbre y volatilidad, a la vez que presiona
para el mantenimiento y expansión de fuentes de empleo de bajos salarios y
pésimas condiciones. Las maquilas textiles contratan predominantemente mano de
obra no calificada que devenga un salario equivalente —o inferior— a la línea de
pobreza extrema. Estas empresas se caracterizan, además, por emigrar ante la más
mínima señal de cambios en el entorno (v.gr.: incremento de salarios,
sindicalización, imposición de impuestos y eliminación de programas
preferenciales por parte de Estados Unidos).
Finalmente, los tratados de libre comercio son señalados por Flores como otro
logro de su gobierno que han estimulado las exportaciones hacia México y
República Dominicana, con los cuales se han suscrito tratados de libre comercio
y que en el futuro favorecerán las exportaciones a Panamá —país con el que
recién se firmó un tratado—, Canadá, la Unión Europea y los Estados Unidos. La
omisión que se detecta acá, y que ya se ha señalado antes, es que aunque las
exportaciones hacia México hayan crecido, las importaciones lo hicieron mucho
más, ampliando el déficit comercial con ese país. Además el volumen de comercio
con países como República Dominicana y Panamá es tan reducido como los impactos
que podrían esperarse de tratados con esos países.
Muchas veces, las declaraciones e interpretaciones de la realidad de los
funcionarios públicos son un insulto a la inteligencia. Un gobierno realista no
puede ufanarse de logros que no son suyos (como la proliferación de la maquila
textil y el equilibrio macroeconómico logrado a base de los flujos de remesas),
presentar verdades a medias o escamotear la continuidad y profundización de
tendencias desequilibrantes, de desaceleración económica y de contracción de la
producción agropecuaria.
A tres años del actual gobierno, lo único que se ha cumplido es la eliminación
del riesgo cambiario, algo por lo que se ha pagado un alto precio y que no ha
provocado grandes cambios en los montos de inversión, como lo revela la
tendencia decreciente de las tasas de crecimiento económico. El gobierno sigue
en deuda con promesas como la sanidad de las finanzas públicas y el apoyo de
sectores productivos y, más importante aun, continua postergando la adopción de
medidas correctivas de problemas que han venido señalándose hasta la saciedad
desde hace más de un lustro.
Tres años de gestión y el rezago de lo social
Desde la óptica del presidente Francisco Flores, El Salvador ha dado pasos agigantados en materia socioeconómica, durante los tres años de su gestión gubernamental. Apelando a las estrategias de apertura comercial, aumento del gasto social y de la inversión pública —sin olvidar el eficiente manejo publicitario—, el mandatario destaca como sus mayores logros la creación de cientos de empleos; la suscripción y negociación de Tratados de Libre Comercio; la dolarización; la reforma del sistema de transporte; la construcción de carreteras; la reducción del analfabetismo y mortalidad infantil; la reconstrucción de escuelas, viviendas y centros hospitalarios, luego de los terremotos; la estabilidad migratoria para los salvadoreños en el exterior; y el combate frontal contra la delincuencia.
Evidentemente, desde los Acuerdos de Paz, el país ha logrado importantes avances
en los sectores señalados. La sociedad salvadoreña ha alcanzado niveles
aceptables de estabilidad, en comparación con otras sociedades centroamericanas.
Y ello debido, en su mayor parte, a la canalización de las energías colectivas,
sobre todo en momentos de tragedia como los suscitados por el Mitch y los
terremotos de enero y febrero de 2001.
No obstante, siguiendo con el tono retórico del presidente en su discurso, los
salvadoreños estarían “a medio camino” en la ruta hacia el desarrollo económico
y social, lo cual se hace más evidente —insistiendo en la salvedad de algunas
sociedades centroamericanas— en el marcado retraso de los sectores sociales
salvadoreños a la hora de establecer símiles con las regiones o países con los
que el gobierno ejerce la apertura económica. En este sentido, un examen
medianamente profundo —y realista— de la gestión de Flores hace resaltar, en
primer lugar, los logros señalados anteriormente, pero, habiéndolos matizado, se
impone una realidad de rezago, deficiencias y carencias en materia social.
Ello no es obstáculo para que Flores, al rendir su informe ante los diputados de
la Asamblea Legislativa —un discurso calificado como “realista” por los grandes
empresarios y “en las nubes” por la izquierda y la Procuraduría de los Derechos
Humanos—, haga alarde de los logros de la Policía Nacional Civil, las diferentes
carteras de Estado (Educación, Salud, Economía, Obras Públicas y Relaciones
Exteriores) y la “valentía y eficiencia” de la Fuerza Armada.
Flores plantea números claros para referirse a los logros de su gobierno:
apertura de ocho nuevas zonas francas y 100 mil empleos seguros; 738 millones de
dólares para 2002 en inversión pública; 473 kilómetros de caminos rurales y 150
de carreteras troncales; reconstrucción de 2 mil 473 escuelas después de los
terremotos; crecimiento de la población infantil en 105 mil 700 niños desde
1998; reducción del analfabetismo al 15%; dotación de techo provisional o
permanente a 243 mil familias afectadas por los sismos; alrededor de 225 mil
compatriotas amparados el TPS en Estados Unidos y un modelo de seguridad
ciudadana que “se adapta a las necesidades del país... [que] contempla: una
completa reingeniería institucional de la PNC, un profundo proceso de
depuración, el ordenamiento de la planificación estratégica y operativa, y el
incentivo a la participación ciudadana”.
Las cifras pueden aceptarse o discutirse, pero no son estas las que suscitan más
sospechas, sino el hecho de que el presidente Flores muestre un optimismo, hasta
cierto punto exagerado, tratando de ocultar una realidad que se impone: los
logros en educación son mínimos, tomando en cuenta los grandes desafíos en
materia educativa; la reforma del sistema de salud ha sido postergada por
intereses oscuros desde los sectores oficiales; el sector vivienda enfrenta una
grave crisis debido a la precariedad de las estructuras habitacionales —sobre
todo las unidades aún habitadas por las familias damnificadas—, los déficits
cuantitativos y cualitativos y las dificultades financieras; aunque la
incidencia de los secuestros ha disminuido, El Salvador sigue teniendo altos
índices de homicidios; el sector laboral ha entrado a una etapa histórica de
menor representatividad en la vida nacional; finalmente, no se ha podido detener
el creciente flujo de migrantes hacia el exterior y no se les ha podido brindar
la protección necesaria en su ruta migratoria.
Al presidente Flores se le olvidó mencionar que la pobreza afecta a más de la
mitad de los salvadoreños (51.2% luego de los terremotos) y que el desempleo y
subempleo es uno de los mayores flagelos de la población. Adicionalmente, la
inseguridad ciudadana —a pesar de los avances en el modelo de seguridad— sigue
siendo un gran reto para la corporación policial. En último término, se impone
la deficiente gestión ambiental y de riesgos en El Salvador, de cara a los
limitados recursos y a los recurrentes desastres ocasionados por fenómenos
naturales (sequías, terremotos y tormentas).
Así las cosas, resulta quimérico afirmar que El Salvador haya alcanzado el
desarrollo socioeconómico —y, en esto, el discurso del presidente Flores sí que
es realista—. Lo que el mandatario no dice es que la población salvadoreña está
dividida por grandes —casi insuperables— brechas en materia social y económica.
El país —bajo la administración de Flores— sigue siendo una de las regiones más
desiguales del planeta; la concentración de la riqueza y del ingreso abre una
brecha infranqueable entre los salvadoreños. Los terremotos vinieron a cambiar
el mapa de pobreza, dejando en paupérrimas condiciones a amplios sectores
poblacionales.
A estas alturas, un recuento de la dinámica de la pobreza y de las brechas
socioeconómicas existentes en el país puede resultar disonante, sobre todo para
los sectores —gobierno y empresa privada— que se ciegan ante la realidad. El
problema está en que, contrario a lo que aquéllos dicen, la realidad de
exclusión y de rezago social es cosa del presente y no del pasado; es lo que
está —siguiendo con la tónica de Flores— al inicio, al medio y al final de la
cima a conquistar. Pretender negar esta situación es cegarse ante la realidad
que se impone. Por ello, el discurso del tercer año de gestión habla más de
carreteras y de libre comercio mientras miles de salvadoreños tienen que vivir
en condiciones inhumanas bajo techos provisionales de mala calidad.
En resumidas cuentas, lo social —a pesar de los recientes esfuerzos— ha sido el
sector menos privilegiado de la administración Flores —y de todas las
anteriores—. Como ya se ha reiterado en este semanario, mientras el país tiene
un sector financiero y empresarial de punta, los sectores sociales (educación,
salud, vivienda, infraestructura, trabajo), la seguridad y tranquilidad
ciudadanas no han recibido la atención debida, en un gobierno que se preocupa
más de la apertura económica que de la base social.
Se le olvida al gobierno salvadoreño que el éxito de la apertura comercial
reside en la elaboración de proyectos integrales de nación que procuren el
desarrollo social y productivo del país. Con todo, parece, pues, que la cima de
la que habla el presidente Flores está más lejos de lo que él mismo lo ha
planteado. Aún más, la ruta hacia el desarrollo no parece ser la misma que la
del ilustrado presidente. Al menos eso es lo que se ve al confrontar lo que él
dice y lo que en realidad enfrentan los salvadoreños.
El “prestigio internacional” de Flores:
¿logro o vergüenza?
El informe del tercer año de gobierno no puede ser más claro: el presidente Flores se precia de un “prestigio internacional” sin precedentes. En estas líneas, veremos en qué consiste ese “prestigio” y cómo se ha ido construyendo a lo largo de los tres años de la actual presidencia. ¿En qué se expresa ese supuesto prestigio internacional? El mandatario cita ejemplos: “nuestra participación en el G-8, la visita del presidente Bush, el liderazgo en la integración centroamericana, la apertura de la Comunidad Económica Europea”. En esto último, hubo una pequeña errata del mandatario, o de quienes escriben sus discursos: hace varios años la CEE dio paso a la actual Unión Europea.
El “prestigio” de Flores provino de un episodio que tuvo lugar durante la X
Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá, en noviembre de 2000, a unos pocos
meses de su primer año de gobierno. La prensa de derecha aplaudió a rabiar el
que éste acusara al presidente cubano Fidel Castro de apoyar al terrorismo.
Utilizando ese vergonzoso episodio —vergonzoso, porque Flores fue incapaz de
explicarle a Castro por qué el terrorista Luis Posada Carriles pudo moverse con
libertad en El Salvador, utilizando documentación salvadoreña, para planificar
actos criminales en contra de la isla caribeña—, la prensa de derecha destacó el
exabrupto anticomunista del mandatario y lo hizo ver como un gesto de valentía.
La Cumbre concluyó y las autoridades salvadoreñas nunca esclarecieron cómo
operaba Posada Carriles en el país. Lo importante es que desde este momento se
da un punto de inflexión en la proyección internacional del mandatario. A partir
del cónclave de mandatarios iberoamericanos, Flores asume la defensa de
posiciones afines a los intereses de los Estados Unidos.
La sumisión a los Estados Unidos ya se había visto cristalizada anteriormente,
primero, cuando el gobierno “nacionalista” de Flores permitió la instalación de
una base militar estadounidense en Comalapa y, segundo, cuando el mandatario da
el famoso “golpe de timón” económico llamado dolarización. Sin embargo, el
incidente de Panamá marca una nueva modalidad de sumisión a los intereses de
Washington: su defensa explícita e incondicional.
Esta defensa aparece en dos planos: uno político y otro económico, ambos
fuertemente interrelacionados. La defensa de los intereses económicos de
Washington la asume Flores cuando aboga por una firma de un Tratado de Libre
Comercio (TLC) entre Centroamérica y Estados Unidos sin pedir casi nada a cambio.
El presidente salvadoreño destaca entre sus colegas centroamericanos por ser el
valedor del proyecto de un “libre comercio” con Washington sin mayores medidas
de protección a las economías nacionales. Por eso, los medios lo proyectan como
“líder” en el ámbito regional. La consagración de ese “liderazgo” se da con la
visita de Bush a El Salvador el 24 de marzo de este año. El presidente de EEUU,
en pago por los buenos servicios de Flores, dio en llamarle “mi amigo”, lo cual
fue la apoteosis de ese “reconocimiento internacional”.
Los medios hablaron de “química” entre ambas figuras y se apostaba a que los
supuestos dones de estadista de Flores harían que Bush aprobase el ansiado TLC y
el Estatus de Protección Temporal (TPS) para detener una nueva deportación de
inmigrantes centroamericanos. No se dio ni lo uno ni lo otro, pero el aura de
“amigo de Bush” nadie se la quitó a Flores.
El segundo plano donde Flores actúa diligentemente para defender los intereses
del gobierno de “su amigo” Bush es el plano político. Esto se vio con mayor
claridad después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En
el discurso pronunciado para el Día de la Independencia, Flores hizo eco del
tono fundamentalista con que George W. Bush inició su retórica “antiterrorista”.
El presidente salvadoreño suscribió la cuestionada tesis del “choque entre
civilizaciones”, asegurando que el acto terrorista fue “un ataque a una forma de
civilización que también es la nuestra” y que “las sociedades que creemos en la
justicia, la paz, la tolerancia y la libertad hemos sido agredidas”.
Flores asumió la “guerra antiterrorista” de Bush, ordenando la militarización
inmediata del aeropuerto de Comalapa, violentando los derechos de quienes
laboran en sus instalaciones.
También, reviviendo las prácticas xenófobas del general Martínez, el gobierno de
Flores estableció restricciones migratorias para ciudadanos de varios países,
los mismos que Washington ha estigmatizado como “terroristas”, entre ellos,
Afganistán, Cuba, Libia y la Autoridad Palestina. Estas medidas “antiterroristas”,
sin embargo, no se tradujeron en investigar a los terroristas anticastristas que
operaron en El Salvador en fechas recientes.
No hay que olvidar tampoco la posición de Flores ante el fracasado golpe de
estado contra Hugo Chávez. Ni siquiera la Casa Blanca cometió la imprudencia de
explicitar su apoyo al empresario golpista Carmona y a sus seguidores, sin ver
antes cómo se desarrollaban los acontecimientos. El “prestigiado” mandatario
salvadoreño sí que lo hizo y puso en aprietos a la Cancillería, que tuvo que
hacer piruetas para desdecir las afirmaciones del mandatario. No contento con
ello, el presidente le ha otorgado asilo a uno de los militares que participó en
el golpe.
De esta forma, Flores ayuda a consolidar el predominio político-militar de los
Estados Unidos en la región, lo cual es una condición de posibilidad para
afianzar el nuevo modelo de dominación económica de EEUU: el libre comercio.
Otro elemento es la integración centroamericana. Y es importante, porque la
integración económica del istmo es indispensable si se pretende llegar a
tratados comerciales de importancia, no sólo con los Estados Unidos, sino
también con otras economías poderosas, como la Unión Europea, cuyas puertas,
dice Flores, están abiertas por obra y gracia del gobierno salvadoreño.
El mandatario vende la idea de que su gobierno ha potenciado esta integración.
No hay nada más impreciso. El modelo de integración que impulsan los actuales
gobiernos del área es precario, porque se basa casi exclusivamente en la
competencia comercial. Y no puede ser de otra manera: buena parte de los
gobernantes centroamericanos de turno son empresarios, y como tales, conducen
los asuntos públicos.
En el comercio, las alianzas son transitorias, porque el criterio es el de
maximizar ganancias y aminorar pérdidas. Eso pasa también en los actuales
conatos de integración centroamericana: la inclemente competencia comercial
resulta más poderosa que la endeble voluntad política para unir a nuestros
países.
El gobierno de Flores no ha escapado a esta regla. Cuando Bush lo honró con su
visita, Flores fue claro al proponerle que, en vista al desigual nivel de
desarrollo de las economías del Istmo, no había que esperar hasta que todas
estuvieran listas para el TLC, sino que se podían firmar tratados bilaterales
con las que ya se encontraban aptas para hacerlo, como la salvadoreña. Este
desatino, que fue rechazado por Bush, revela cuán poco nobles son las
intenciones de Flores en materia de integración.
Esto sirve a la hora de analizar las actuaciones del presidente en el cónclave
del G-8 y en las relaciones con la Unión Europea. Hay que repetirlo: ningún país
poderoso negociará tratados de comercio bilaterales con El Salvador, porque es
una economía insignificante en el concierto mundial. De ahí la necesidad de que
Centroamérica actúe en bloque. Es ingenuo pensar lo contrario, pero parece que
el mandatario salvadoreño lo cree a pie juntillas. Flores se jacta de haber
posicionado al país de forma ventajosa ante las naciones ricas, pero lo cierto
es que regresa de sus viajes con las manos vacías, sin nada concreto que
ofrecerle a sus gobernados. Lo único que hace es “tirarse flores” a sí mismo y a
su gobierno.
En consecuencia, este “prestigio internacional” que pacientemente se habría
labrado Flores a lo largo de los tres años de su gestión, no muestra mayores
bases. Solamente proyecta la imagen de un país que hace concesiones cada vez
mayores en su autodeterminación. Exhibir eso como “logro” da vergüenza.
Los salvadoreños evalúan el tercer año del gobierno de Francisco Flores (I)
Los ciudadanos calificaron con una nota promedio de 6.2 al gobierno del presidente Francisco Flores por su desempeño al cumplir su tercer año de gestión, según revela la más reciente encuesta de opinión realizada por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de El Salvador.
El sondeo, efectuado con el propósito de conocer la opinión
de los salvadoreños sobre el gobierno de Francisco Flores, así como también
sobre el desempeño de la Asamblea Legislativa y las alcaldías, se llevó a cabo
entre el 18 y el 24 de mayo del año en curso, con una muestra de
representatividad nacional de 1,223 personas adultas, entrevistadas en los
catorce departamentos del país y con un error muestral de más /menos 2.8 por
ciento.
La encuesta revela una tendencia de evaluación más positiva
sobre la gestión gubernamental que en años anteriores. De hecho, es la segunda
vez, desde que el actual gobierno tomó posesión en mayo de 1999, que logra
superar la marca del promedio de 6 en las calificaciones de la ciudadanía,
además de que es la mejor nota obtenida por la administración Flores desde su
inicio. Sin embargo, las opiniones sobre el desempeño del presidente tanto como
de su gabinete no son unánimes y, en cierto sentido, aparecen un poco más
divididas y polarizadas ahora que en el pasado. Por ejemplo, los salvadoreños se
dividieron al opinar sobre la forma en que está gobernando el presidente.
Mientras el 32.3 por ciento considera que está gobernando bien al país, un 36.7
por ciento piensa que está gobernando de forma “regular” y un 31 por ciento cree
que está conduciendo mal a la nación.
Preguntados sobre los cambios percibidos en el país desde que
entró el actual gobierno, los salvadoreños se dividieron por la mitad, tanto
cuando se trata de identificar cambios positivos, como cuando se trata de
identificar los cambios negativos ocurridos con la gestión gubernamental. En el
ámbito de lo positivo, el sondeo muestra que el 54.3 por ciento de los
ciudadanos ve cambios para mejorar, mientras que el 45.7 por ciento no percibe
tales cambios. Por el otro lado, en el ámbito de lo negativo, los resultados
revelan que el 54 por ciento de los ciudadanos ha visto cambios para empeorar en
el país y un 46 por ciento no los ha visto.
Los salvadoreños fueron consultados de forma abierta y
espontánea sobre los logros y los fracasos de la administración Flores en este
tercer año de trabajo. Los resultados son interesantes, pues permiten
aproximarse al perfil que tienen los ciudadanos del gobierno.
Como logros gubernamentales, los salvadoreños identifican la
mejora de calles y carreteras (23.1 por ciento), los programas de reconstrucción
luego de los terremotos (10.3 por ciento), los convenios comerciales y los
tratados de libre comercio con otros países (7 por ciento), como los más citados
espontáneamente entre otros. Sin embargo, vale señalar que frente a esta
pregunta sobre los logros, un poco más de la tercera parte (35 por ciento) de la
gente no supo identificar éxito alguno por parte del tercer gobierno arenero.
Como fracasos, los ciudadanos señalaron diversos aspectos,
pero la mayoría de ellos están vinculados con la política económica y con el
desempeño económico del país. La dolarización (15.5 por ciento), el aumento del
desempleo (10.8 por ciento), la delincuencia (6.9 por ciento), la política
económica (6.7 por ciento) y la pobreza (6.5 por ciento), constituyen algunos de
los fracasos más señalados por la gente de una serie de respuestas diversas. Hay
que decir, sin embargo, que cerca de un 30 por ciento de la gente dijo que el
gobierno no tiene fallos.
El área económica parece ser el área más crítica del gobierno
luego de tres años de trabajo. Por ejemplo, el 81.6 por ciento piensa que el
gobierno ha logrado combatir poco o nada la pobreza en el país durante su
gestión, en tanto que el 13.8 por ciento considera que la ha combatido algo y el
4.6 por ciento restante cree ha combatido mucho ese problema en el país. Por
otro lado, la dolarización sigue siendo una medida muy criticada por parte de
los ciudadanos. En términos nacionales, el 62.2 por ciento cree que la
dolarización ha sido perjudicial, mientras que un 26.8 por ciento considera que
ha sido positiva y el resto piensa que es igual. En términos de economía
personal, la dolarización es vista como negativa por el 60.7 por ciento y como
positiva por el 17.7 por ciento.
Sin embargo, cuando se trata de valorar aspectos como el
posible tratado de libre comercio con Estados Unidos, el 58.5 por ciento
considera que éste traerá beneficios para el país, mientras que el 30.7 por
ciento cree que traerá perjuicios.
Respecto a otros problemas como la delincuencia y la
corrupción dentro del gobierno, las opiniones tienden a concentrarse en lo
negativo. Para buena parte de los salvadoreños, tanto la delincuencia como la
corrupción han aumentado con la actual administración. En el caso del crimen, el
58.7 por ciento cree que la delincuencia ha aumentado, un 21.6 por ciento
considera que sigue igual y un 19.8 por ciento cree que ha disminuido. En el
ámbito de la corrupción, el 46.6 por ciento considera que la misma ha aumentado
con el actual gobierno, el 29.5 por ciento cree que sigue igual y el 17.4 por
ciento restante opinó que ha disminuido.
En otro ámbito, poco más del 64 por ciento de los
salvadoreños creen que el gobierno actual ha escuchado poco o nada las demandas
de la población, un 25.7 por ciento considera que las ha escuchado algo y un
10.2 por ciento sostuvo que las ha escuchado mucho. La encuesta reveló además
que la mayor parte de los ciudadanos cree que el gobierno se preocupa más por
los ricos y poderosos que por toda la población: casi un 69 por ciento de los
ciudadanos piensa de esa forma, frente a un 28.4 por ciento de los salvadoreños
que opina que el gobierno se preocupa de todos los ciudadanos por igual. El
resto prefirió no opinar.
Finalmente, en lo que tiene que ver con la administración
Flores, la encuesta de la UCA consultó a los ciudadanos sobre las que consideran
las principales tareas del gobierno. Acorde con lo expresado en otras opiniones,
la mayor parte de ciudadanos señalaron aspectos que tienen que ver con la
situación económica del país: el 31.8 por ciento mencionó que el gobierno
debería crear más fuentes de trabajo, el 26 por ciento señaló el combate a la
pobreza, el 16.2 por ciento se refirió al combate de la delincuencia y cerca del
5 por ciento dijo simplemente que el reto principal del gobierno es mejorar la
economía del país, entre otras respuestas.
La montaña mágica
Con un discurso demagógico, ajeno a los graves problemas que aquejan a la mayoría de la población, el Presidente de la República presentó —el pasado sábado 1° de junio— el informe sobre su tercer año al frente del Ejecutivo. Así, en lo que ya ha sido bautizado como el “cuento de la montaña mágica”, Francisco Guillermo Flores Pérez realizó un repaso por las distintas áreas que para él fueron las más destacadas de su gestión durante el período 2001-2002. Tan notorios fallos y ausencias en su discurso, quizás se expliquen porque los lentes con los que mira a El Salvador están algo sucios, opacos quizás, y porque ha terminado asumiendo como cierta la maquillada imagen que él mismo presenta en el extranjero: la de un país líder en “libertades democráticas y económicas”. Una de dos: o miente, o no conoce el país que preside. De hecho, cualquier persona que no esté enterada de lo que realmente está sucediendo por acá pudo creer —al escucharlo— que vamos por buen camino. Nada más alejado de la realidad.
Antes de profundizar en el análisis, es preciso mencionar la
falsa “trascendencia” de un acto oficial como éste. Entre otras cosas, por la
pantomima de “ceremonia” y “honorabilidad” que impregnó el ambiente. Además, que
se haya llevado a cabo en un hotel evidencia —de nuevo— la tendencia al
despilfarro del erario público. ¿Acaso no existen sitios donde realizar este
tipo de eventos sin mayores costos, como el Teatro Presidente? Asimismo, el acto
no alcanzó para ser lo que debía: una rendición de cuentas de su quehacer a la
sociedad y la presentación, para el debate público amplio, de los resultados de
la gestión realizada y los proyectos a impulsar mientras dure en el cargo. No
pudo ser porque, evidentemente, nos encontramos ante un estilo de gobierno más
cercano al de un administrador de empresas y publicista, que al de un verdadero
estadista.
Algunos temas abordados esta vez ya los había incluido en el
informe anterior, marcado por los terremotos de enero y febrero del 2001. La
reducción del analfabetismo, la apropiación oficial del “exitoso” incremento en
las remesas familiares provenientes de nuestra gente en el exterior y los tan
ansiados “beneficios futuros” de los tratados de libre comercio, fueron temas
destacados en aquella ocasión. Entonces, sólo dedicó breves líneas a la recién
estrenada “dolarización”.
Para analizar hoy los aspectos más destacados del “cuento de
la montaña mágica”, mencionaremos lo que dijo pero también lo que no dijo
Flores, quien ha demostrado tener una memoria selectiva al olvidar rápido las
malas decisiones que toma y los graves errores que comete. Las primeras y los
segundos repercuten negativamente en la vida del pueblo pobre o en proceso de
empobrecimiento, pero favorecen aún más a esa minoría privilegiada para la que
él gobierna.
Precisamente, resulta escandaloso y ofensivo que haya
iniciado su perorata —propia de “Alicia en el país de las maravillas” y no de
este vapuleado “Pulgarcito”— citando los beneficios que la “dolarización” ofrece
a quienes viven en el área urbana y ganan, al mes, casi 10,000 mil colones o
cerca de 1,150 en la hoy moneda “nacional”, léase dólares. Sobre todo cuando más
del 65 por ciento de la población “malvive” sin alcanzar a reunir 1,500 colones
mensuales. No es descuido el que dejara de mencionar a esa gente, sino una clara
señal de la exclusión y el abandono “a su suerte” de este inmenso colectivo por
parte del tercer gobierno “arenero”. En esta oportunidad, a “confesión de
parte”, se observa que las medidas económicas de Flores continúan golpeando a
los mismos sectores, para favorecer también a los de siempre.
También es oportunista atribuir a su equipo la “solución” de
la crisis en el transporte público. La eliminación del subsidio del “diesel” que
recibían los empresarios, parte esencial de una larga historia de venalidad
oficial, fue la culminación de un dilatado conflicto —aún no ha finalizado— en
el cual brilló por su ausencia una actuación gubernamental eficaz. Baste
recordar cuando, en 1996, fueron suprimidas las plazas de los “delegados de
transporte” encargados de controlar la distribución del combustible. En la
actualidad, más que alcanzar una solución negociada de la problemática, conforme
se va avanzando en el tiempo todo sigue igual, si no es que retrocede.
Si por algo se destacó Flores en su tercer año de gobierno,
fue por sus “cantos de sirena”. Es el caso del empleo seguro y estable, en la
apuesta por hacer del país —al igual que su predecesor— una “gran maquila”. Para
tal fin, anunció la creación de siete zonas francas más en los próximos meses,
que se sumarán a las quince ya existentes. “Nuestro” gobierno le sigue apostando
a un empleo precario, que sólo permite la sobrevivencia de quienes —ante la
necesidad de no perder su única fuente de escasos ingresos— se ven obligados a
soportar abusos y violaciones a sus derechos laborales.
De “negocio de la ilusión” se puede calificar también su terca insistencia —cuasi
religiosa— en la suscripción de los tratados de libre comercio. En una de las
operaciones más “brillantes” de mercadeo gubernamental que hemos conocido,
Flores se ha dedicado a “venderle humo” a la población salvadoreña, anunciando
tratados y acuerdos comerciales no firmados y aún por cumplir. La predicción de
un empleo masivo como resultado de la entrada en vigor de los mismos, se
encuentra lejos de la realidad de esa mayoría a la que hacíamos referencia
antes, máxime cuando el verdadero beneficiado por los acuerdos comerciales ya
suscritos con otros países sigue siendo un reducido y privilegiado grupo de
empresarios.
Durante buena parte de este año de gobierno, tuvimos que ver
a Flores, hasta el cansancio, de inauguración en inauguración; lógico, pues la
situación del país no daba para menos luego de los terremotos. A eso, que era de
esperarse, se le ha tratado de sacar enorme ganancia política. El “corte de la
cinta” es ya permanente en nuestras retinas y buena parte de las beneficiadas
por la reconstrucción han sido las escuelas, que retomaron su quehacer habitual.
Sin embargo, más allá del arreglo de forma, la calidad del sistema educativo y
su cobertura —el fondo— sigue pendiente. Y a pesar de los llamados a “invertir
en educación”, provenientes del gremio empresarial, el gobierno continúa sin
incentivar —vía presupuestaria— planes eficaces para su mejora.
Al repasar los “logros” en el área de salud, en un arranque
populista, Flores anunció la eliminación de la “cuota voluntaria” que debía ser
pagada de manera forzada, si se quería recibir algún tipo de atención en las
unidades primarias. Así, proclamó la vuelta a la gratuidad en el sistema. El
escándalo es evidente —al reconocer públicamente el mencionado cobro ilegal— y
el eufemismo aplicado, indignante, por llamar “cuota voluntaria” lo que siempre
ha sido un pago de hecho sin el cual no se recibía el servicio. Tras repetidas
denuncias a través de los medios masivos de difusión, lo que debería ser objeto
de vergüenza para el mandatario lo llenó de orgullo. Habrá que recordarle
entonces que, durante sus tres años de “gobierno” y los otros diez de sus
compañeros de partido, buena parte de la población —obviamente la de escasos
recursos, en general, y más la que vive en zonas rurales— no pudo ser asistida
en las unidades de salud por no contar con los cincuenta colones que, como
promedio, necesitaba para ello.
Como resultado de esta gestión sanitaria excluyente, la población mayoritaria ha
visto disminuida su calidad de vida y ha vuelto a ser presa fácil de las
enfermedades asociadas a la pobreza. De igual forma, numerosas personas padecen
por falta de recursos quirúrgicos en los hospitales; y cuando éstos existen, los
servicios se ofrecen en el “gran San Salvador”, obligando a las familias a un
sobreesfuerzo por los gastos de desplazamiento que sus resentidas economías
difícilmente pueden soportar. Queda por verse cómo impulsará la medida
anunciada, aunque ya se comenzaron a escuchar las quejas de los gobiernos
municipales a los cuales —según parece— se quiere trasladar el pago de esa
desdichada “cuota voluntaria”.
Pero el “ilusionismo” no terminó ahí. Con gran pompa anunció
que gracias al Programa de Protección Temporal o TPS, por sus siglas en inglés,
225,000 salvadoreños han estabilizado su situación migratoria en los Estados
Unidos de América y que, debido a eso, las remesas aumentaron. Tal alegría no
tiene fundamento y sólo constata que las medidas económicas ha adoptadas por su
gabinete han fomentado la exclusión y la desigualdad. Si no fuera así, ¿por qué
sigue abandonando la gente este “próspero y acogedor” terruño? ¿Por qué se
continúa exponiendo, además, a los peligros que entraña el viaje? Sencillamente,
porque la imagen de El Salvador como un país “modelo de desarrollo” es pura
publicidad y porque la realidad es tan agobiante, que la población, angustiada
ante la falta de alternativas, prefiere arriesgar su vida para poder mantener a
su familia.
En ese “mundo fantástico” hay que incluir la manipulación del
discurso, en especial cuando le tocó el turno al tema de la seguridad. Para
ubicarnos, es necesario traer a colación el índice de muertes producto de la
violencia en sus diversas manifestaciones, que llega a fijar en nueve las
víctimas mortales diarias en el país. Tal situación mantiene a San Salvador como
la capital más violenta del continente, a excepción de lo que ocurre en Colombia
a consecuencia del conflicto interno. Asegurar que se ha “consolidado un modelo
de seguridad que se adapta a las necesidades del país” es faltar a la verdad; en
todo caso, Flores debería precisar que tal modelo está diseñado a la medida de
“unos pocos” y que el combate al secuestro —que es legítimo, aunque limitado— es
una de sus exigencias.
También se atrevió a calificar de “reingeniería
institucional” la reforma de la Ley Orgánica de la Policía Nacional Civil —que
le otorga un inmenso poder a su Director General— y de “separación de los malos
agentes” a su cuestionado proceso de “depuración”. Más aún, al hablar de su
“guerra sin cuartel contra el crimen organizado” presentó —como sinónimo de
eficiencia— un pobre resultado: el que la población reclusa creció en 3,000
personas más.
De las muchas cosas que no mencionó, para que su informe
fuera “infalible”, cabe recordar el despido por miles de empleados públicos, el
sonado “asalto” policial a la Asamblea Legislativa, el escándalo de abogados con
“títulos falsos”, el “dejar hacer y dejar pasar” de la Fiscalía General de la
República, los numerosos e impunes casos de corrupción, la incapacidad del
Ministerio de Trabajo para enfrentar y solucionar los conflictos laborales…
No queremos terminar estas líneas sin hacer referencia a sus
vanos “esfuerzos” por elevar el nivel literario del comentado informe. A
propósito, debería recordar que hace más de veinte años, una buena cantidad de
salvadoreñas y salvadoreños subieron a las montañas para terminar con la
exclusión de todo tipo, enfrentar la violencia oficial y erradicar la impunidad.
Bien es cierto, y tiene razón Flores, al reconocer que hoy la población está
“dudando”. Y es que la paciencia de buena parte de ella, ante un gobierno como
el suyo y el de sus dos predecesores, comienza a agotarse. Porque como afirma
Guillermo Briseño, músico y poeta mexicano, “la paciencia es un recurso natural
no renovable”.
Tel: +503-210-6600 ext. 407, Fax: +503-210-6655 |
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