ENADE 2003: miedos disimulados
“El sector empresarial se
complace en realizar el Cuarto encuentro Nacional de la Empresa Privada,
ENADE 2003, bajo el lema Gobernabilidad en democracia: El compromiso de
todos, en el esfuerzo por discernir y aportar sobre un tema del cual depende
el futuro del país para alcanzar una nueva etapa”. Con estas palabras,
termina la introducción del documento de la Asociación Nacional de la
Empresa Privada (ANEP), presentado al país al término de la reunión del
sector empresarial salvadoreño en un hotel capitalino. El ENADE de este año
contó con una importante novedad: los empresarios invitaron a los candidatos
a la presidencia de la República para que presentaran su visión sobre las
problemáticas nacionales y sus propuestas para hacerles frente.
Es de suma importancia el hecho de que los grandes empresarios hayan
decidido no sólo compartir con los demás salvadoreños su visión de la
realidad nacional y los posibles caminos de solución a sus problemas más
sentidos, sino que también es loable que hayan invitado a actores políticos
de diversos horizontes (los distintos partidos en competencia para las
próximas elecciones) para que expusieran sus análisis sobre el país.
Asimismo, es de esperar que este ejercicio no haya sido un acto para la
galería (como podría indicar el hecho de que el documento publicado se ciñe
exclusivamente a argumentos muy conocidos, bastante en sintonía con el
pensamiento de la derecha), sino que los empresarios estén dispuestos a que
se revisen sus propuestas. De ahí, entonces, la necesidad de reflexionar
sobre algunos planteamientos contenidos en el texto de la ANEP y evaluar la
reacción de la clase política a los mismos.
Una lectura sesgada de la realidad
El primer motivo de reflexión sobre el contenido del diagnóstico de la
situación del país elaborado por los empresarios es su coincidencia con la
visión de ARENA sobre la realidad nacional. En esta línea, los empresarios
no sólo elogian a los gobiernos areneros, sino que no se inmutan en hacerse
cargo de las principales tesis de Francisco Flores. “El desarrollo político,
económico y social de El Salvador en los últimos tres lustros —se lee en el
documento Gobernabilidad en democracia— ha sido significativo, lo cual ha
recibido reconocimientos por parte de la comunidad internacional y gobiernos
amigos, que han visto en el caso salvadoreño un ejemplo de logros que a
otros países les ha llevado más de una generación alcanzar”.
Sobre esta última frase, sin negar los avances que ha conocido el país desde
el fin del conflicto armado, no deja de llamar la atención su coincidencia
exacta con una tesis que viene defendiendo el presidente Francisco Flores en
cuanto foro internacional ha participado. Si bien el documento citado
reconoce ciertos problemas sociales, los atribuye a causas ajenas a los
gobiernos de ARENA. Los terremotos y los huracanes son los chivos
expiatorios sobre los que recaen los males del país. También tienen
responsabilidad los diputados que transfieren ingresos directos a otras
instituciones del Estado. Por estas razones, la primera sensación que deja
la lectura del texto de la ANEP es su estrecha relación con los discursos en
boga actualmente en los sectores gubernamentales. Al recordar que Elías
Saca, antes de su nombramiento como candidato a la presidencia de la
República, había dirigido la organización cuyos planteamientos se difunden
en el último ENADE, es irremediable que las coincidencias den lugar a serias
sospechas sobre su futuro desempeño, de resultar electo presidente de la
República.
Sobre la base de lo anterior, se puede hablar de una lectura sesgada de la
realidad en el ENADE 2003. En efecto, en todo el texto de la empresa
privada, se transpira una voluntad de defender la actuación de los tres
gobiernos de ARENA. Por otro lado, cuando finalmente los empresarios se
resignan a reconocer algunas disfunciones del sistema político, se las
achacan a los partidos y a los diputados, los eternos mal evaluados por los
salvadoreños. Se critica la forma de distribución de los escaños a la
Asamblea Legislativa —además, con cierta ligereza— para concluir que no es
suficientemente representativa. El financiamiento de los partidos también es
puesto en duda. “Pareciera —dice el documento— que en la Asamblea
Legislativa se impone el interés partidario y el reparto de cuotas de poder
sobre la necesidad del fortalecimiento técnico, legal, administrativo y
ético de un conjunto importante de instituciones llamadas a jugar un papel
de primer orden en la gobernabilidad del país y consecuentemente, en la
consolidación de la democracia”.
El blanco fue elegido sabiamente. No sólo es un lugar común criticar a los
diputados, sino que también hay que observar que en las próximas justas
electorales no está en juego el control de la Asamblea Legislativa. Sólo si
se toman en cuenta estos hechos se puede entender la retórica hueca de las
críticas al funcionamiento legislativo. De nueva cuenta, no se trata de
negar los serios problemas que enfrenta este Órgano del Estado; se trata tan
sólo de recordar que los intereses que, según los empresarios, defienden los
partidos y los diputados están en perfecta armonía con los de ciertos grupos
sociales que detentan el poder económico en el país. Así, la idea de vender
a unos partidos y diputados como entes independientes que formarían una
clase aparte con sus propios intereses no es más que una farsa. Además, al
orientar la crítica en esta línea, se evita plantear la discusión en torno a
la pregunta de a quiénes representan los distintos partidos. Basta con poner
algunos ejemplos para ilustrar lo anterior: los empresarios deberían
recordar que el cambio en el sistema de distribución de los escaños
legislativos, la aprobación inconsulta de la dolarización, o la falta de
apoyo al sector agropecuario se han debido a decisiones bastante meditadas
de ARENA, motivadas por la defensa de algunos intereses específicos
vinculados con su sector empresarial más influyente.
Maniatar a los disidentes
Después de las consideraciones anteriores, no es exagerado afirmar que este
ENADE 2003 tenía objetivos diferentes a los anunciados oficialmente. Sus
enunciados parecen más un discurso de advertencias a los opositores que una
defensa de la gobernabilidad democrática. En fin, los consejos de los
empresarios sobre la virtud de la gobernabilidad democrática, son tan sólo
una reacción de presión ante la incertidumbre en torno a los posibles
resultados electorales de marzo próximo.
Las consideraciones sobre la “necesaria gobernabilidad democrática” —más
allá de la inexactitud de algunas aseveraciones que, por ejemplo, hablan de
la separación de poderes como algo privativo de los regímenes
presidencialistas o, la disertación equivocada sobre una gobernabilidad
democrática casi idílica, cuyo rasgo principal, al parecer, sería la
ausencia de conflictos sociales—, son un guiño a una oposición que amenaza
con relevar al partido ARENA en el poder.
Pero, para prevenir cualquier viraje brusco —tan sólo propiciar, por si
acaso, un cambio sin cambio—, los empresarios se toman la molestia de
recordar a los disidentes las reglas de la “sana gestión económica, política
y social” de la cosa pública. “En todo caso, hay que reconocer que hoy en
día —dicen los empresarios— el sector público enfrenta restricciones
originadas en la atención de compromisos tales como el servicio de la deuda,
las transferencias que por ley deben hacerse a ciertas entidades del sector
público como el Órgano Judicial y las municipalidades, y el pago de las
pensiones del antiguo sistema. Por tales motivos, las condiciones sociales
hay que administrarlas de manera prudente y con visión. Lo peor que le
podría pasar al país es que la problemática social sea utilizada como
bandera política, con un enfoque populista que no resuelve los problemas
esenciales, sino que más bien los complica”.
En este último texto reside la principal preocupación de los empresarios.
Temen que unos “políticos irresponsables” —para decirlo en una terminología
en boga en estos días—, usen los problemas sociales como bandera política.
Un argumento absurdo, pero que pone de relieve el estado de nerviosismo de
estos grandes empresarios. Resulta que denunciar la situación social
precaria de la mayoría de los salvadoreños, denunciar la falta de opciones
económicas de los tres gobiernos areneros es usar los problemas sociales
como bandera política. Sólo les faltó decir que no es conveniente discutir
los problemas socioeconómicos del país y evitar cualquier discusión sobre la
orientación política de la derecha, porque ello supondría oponerse a la
gobernabilidad democrática.
Los actores políticos bailaron al ritmo de la ANEP
La presencia de los candidatos a la presidencia en el encuentro de la ANEP
es una muestra palpable del poder que detenta este grupo de presión en el
ámbito político nacional. Así, cada uno de los participantes se mostró lo
suficientemente fino para no herir la susceptibilidad de los empresarios.
Elías Saca juró que se ceñirá al programa antipopulista. Dijo que las
inversiones prometidas en temas sociales no se harán en desmedro de las
finanzas públicas. Por ello —según el candidato arenero— se actuará “con
creatividad, eficiencia y voluntad”. Ofreció a los empresarios “más
oportunidades de expandir sus mercados, acompañándolos como socios
verdaderos de progreso”. Y pidió, al mismo tiempo, que éstos le acompañen en
la tarea de terminar la reconstrucción del país. En fin, el candidato
arenero no sólo retomó las principales tesis de los empresarios, sino que
les reconfortó en su valoración de la necesidad de evitar cualquier cambio
que afecte sus intereses.
El candidato del CDU-PDC, Héctor Silva, por su lado, destacó la necesidad de
concertación para una reforma fiscal. Propuso empezar concertando “entre
todos las necesidades y una vez que estemos de acuerdo en qué es lo que
queremos, qué necesitamos, de dónde lo vamos a sacar y cómo lo podemos
conseguir, se puede lograr una reforma fiscal exitosa”. Sin embargo, el
candidato de la coalición no dijo cuánto tiempo le va a tomar concertar con
los empresarios y quiénes van a poner los límites. Algo similar sucedió con
el candidato del PCN que se dedicó a cortejar a la administración pública y
al sector agrícola, entre otros. Rafael Machuca afirma que no hará más
grande al Estado, sino que lo hará más eficiente y más efectivo.
En su presentación ante la ANEP, el candidato del FMLN, hizo un llamado
moralista a los empresarios. “Mi llamado a los grandes empresarios —dijo
Handal— es que vale la pena hacer [ciertos] sacrificios, que no los volverán
pobres, pero sí le darán ventura a la patria y satisfactoria tranquilidad y
prestigio a sus familias y descendientes”. Si bien los empresarios no
asumieron de buena gana el discurso que exige que paguen impuestos en la
proporción que les corresponde, Schafik Handal les dijo que ello sería algo
sencillo y accesible para sus bolsillos.
La tónica general de los discursos de los candidatos ante la ANEP pone de
relieve un tema crucial para la gobernabilidad democrática que dicen
defender los empresarios: su relación con los actores políticos. Por la
tónica de los discursos se puede concluir que los candidatos llegaron a
pedir permiso a los empresarios. Obviamente, no se trata de volver a un
autoritarismo trasnochado y obviar la importancia del sector empresarial
para la economía del país. Tan sólo se trata de recordar una regla básica de
la gobernabilidad democrática: los particulares, sectores, grupos
organizados, en fin, todos los ciudadanos, están obligados a respetar las
decisiones que tomen las autoridades elegidas, según las reglas
establecidas. En este sentido, si bien hay que tomar en cuenta los intereses
de toda la colectividad salvadoreña, hay que recordar que en la misma hay
intereses enfrentados de distintos sectores que compiten por los mismos (y
escasos) recursos.
Hasta la fecha, los grandes empresarios se las han arreglado para ser los
principales beneficiados en la repartición de los pocos recursos nacionales.
Gobernabilidad democrática parece significar ponerse de acuerdo con ellos
para determinar qué están dispuestos a tolerar. Al contrario, habría que
retomar la idea de un Estado autónomo, que impone su autoridad (no en el
sentido de un autoritarismo) para exigir a todos los ciudadanos que cumplan
con sus obligaciones. Los candidatos que llegaron a suplicar a los
empresarios su comprensión para afrontar los problemas sociales del país
(incluso el FMLN que fue, sin embargo, el más agresivo en sus
planteamientos), tienen que entender que concertación y diálogo no equivalen
a una evasión de las responsabilidades de las autoridades políticas.
Las distintas publicaciones sobre redistribución de las riquezas producidas
por el país, señalan que El Salvador es uno de los países con mayores
desigualdades en el hemisferio. Se ha demostrado que la riqueza producida
por el conjunto de la sociedad queda concentrada en pocas manos. Ninguno de
los candidatos, mucho menos Elías Saca, recordó a la ANEP que la inversión
social deberá ser financiada, en buena medida, por los empresarios. Es
decir, se trata de apretar más a los más ricos, porque son los que
contribuyen menos. La sociedad no es más gobernable sólo porque las
autoridades piden permiso a los grupos más poderosos antes de tomar sus
decisiones. Aunque lo anterior no obvia que deban explicar con metodología
la razón de las decisiones, el objetivo que se persigue con ellas y ofrecer
transparencia en su uso.
Así, la repentina preocupación de los empresarios por la “gobernabilidad
democrática” consistió más en un ejercicio desesperado que buscaba
neutralizar a los posibles políticos disidentes. No se habló antes de este
tema porque con ARENA en el poder tenían garantizada la defensa de los
intereses de sus principales miembros. Pero no cabe duda que la ANEP tiene
un concepto bastante peculiar de la gobernabilidad democrática. No sólo
reduce a los representantes elegidos a simples marionetas en manos de los
grupos de presión más influyentes, sino que, con su idea de una sociedad de
armonía idílica, prepara el camino para protestar en contra de cualquier
proyecto socioeconómico que no beneficie a sus miembros más poderosos e
influyentes. Una sociedad gobernada en consenso permanente no incluye
necesariamente los intereses de los trabajadores o de los sectores
mayoritarios, que los periódicos oficiales suelen calificar —cuando exigen
sus derechos— como profesionales de la agitación y terroristas ingratos que
no saben apreciar las bondades del neoliberalismo.
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