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El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.
Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.
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Año 25
número 1171
Noviembre 23, 2005
ISSN 0259-9864
Editorial: Derechos humanos y derechos de los consumidores
Política: Rebeldía sin causa
Economía: Consideraciones económicas y políticas sobre el Presupuesto General de la Nación de 2006
Regional: Manos extranjeras en la cosecha 2005-2006: más que un “fenómeno de ociosidad”
Derechos Humanos: Riesgos de una educación mediocre
Carta a Ignacio Ellacuría: Extra pauperes nulla salus. Fuera de los pobres, no hay salvación.
Derechos humanos y derechos de los consumidores
En El Salvador son cotidianos los abusos laborales contra las mujeres, la violencia contra los jóvenes, los bajos salarios y el deterioro de la seguridad social. Detrás de eso, lo que se tiene es una violación sistemática a derechos humanos fundamentales. La expresión más clara y dramática de ello son los asesinatos que a diario se han cometido a lo largo de 2005. A esas violaciones se les suman otras, sucedidas tanto en el ámbito laboral como en el privado y en los espacios públicos.
Las autoridades judiciales, al fallar en la investigación de esas violaciones a
los derechos humanos y en el castigo a sus responsables, las han favorecido.
Durante este año, la impunidad ha sido la norma. Se ha tratado de una impunidad
que tiene sus raíces en la ineficacia para combatir el delito de instituciones
como la Fiscalía General de la República y la Policía Nacional Civil. Los
asesinatos de mujeres sin esclarecer son la mejor prueba de ello. Tanto es así
que, en opinión de Irene Khan, de la Secretaría General de Amnistía
Internacional, “los numerosos casos de homicidios de mujeres, algunos de ellos
con una brutal violencia sexual antes de la muerte, no han sido investigados
minuciosamente, y El Salvador no está cumpliendo con su obligación de ejercer la
diligencia debida, previniendo, investigando, procesando y castigando la
violencia sexual y de género, sean sus autores agentes estatales o no estatales.
El Estado tampoco ha cumplido con su obligación de proteger los derechos de las
víctimas proporcionándoles, a ellas o a sus familiares, un recurso efectivo”.
A la poca diligencia en materia de investigación, se ha sumado el silencio,
aliado perfecto de la impunidad. Con alarma lo señala Khan, cuando sostiene que
“grupos de derechos humanos gubernamentales y no gubernamentales, nacionales e
internacionales, han intentado reiteradamente conseguir información sobre las
medidas tomadas por las autoridades correspondientes para garantizar una
investigación minuciosa e imparcial de los casos de homicidios de mujeres
ocurridos entre 2002 y 2004, pero todo ha sido en vano. Amnistía Internacional
teme que la falta de respuesta pública y el silencio general de las autoridades
de El Salvador sobre este tema podrían indicar no sólo que las investigaciones
iniciales fueron totalmente insuficientes, sino que en algunos casos tal vez no
hubo investigación”.
Ni hablar de la poca importancia que la administración Saca ha dado al tema de
las violaciones a los derechos humanos ocurridos entre 1980 y 1991, al paradero
de niños y niñas desaparecidos durante la guerra civil o la ligereza (e
irresponsabilidad) con la que se ha manejado la condena de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos por la desaparición de las hermanitas Serrano
Cruz. Ha sido tal la displicencia del Estado salvadoreño en relación a los niños
y niñas desaparecidos que, según Amnistía Internacional, en junio de 2004 , “el
Comité de los Derechos del Niño, de la ONU, instó a las autoridades a que
desempeñaran un papel activo en el esfuerzo por descubrir el paradero de los
niños ‘desaparecidos’ durante el conflicto armado”.
En las esferas estatales hay una cultura de irrespeto a los derechos humanos que
ciertamente no es nueva, pero que se ve potenciada por el reemplazo que se está
haciendo de los derechos del ciudadano por los derechos del consumidor. El
ciudadano tiene derechos civiles y políticos —sustentados en un conjunto de
derechos humanos fundamentales— que el Estado debe salvaguardar y proteger
irrestrictamente. El consumidor tiene derecho a consumir aquello por lo que
pueda pagar: seguridad, salud, diversión o lo que sea. El consumidor es un
individuo privado; el ciudadano es un hombre (y mujer) público, es decir,
político. El gobierno de Saca –en una senda trazada por los tres gobiernos
anteriores— ve a los salvadoreños y salvadoreñas como consumidores, a los cuales
se les tiene que garantizar su condición de tales.
Esta es la filosofía que inspiró, por ejemplo, la Ley de Protección al
Consumidor, con todo lo beneficiosa que pueda ser para garantizar a los
consumidores la plena satisfacción por los productos que adquieren. Para unos
empresarios acostumbrados a imponer su ley en el mercado, hablar de protección a
los consumidores es algo de mal gusto. Sin embargo, bien vistas las cosas,
reemplazar los derechos ciudadanos por los derechos del consumidor es lo que
está más a tono con el capitalismo de consumo —neoliberal y transnacionalizado—
al que aspiran los ricos más ricos de El Salvador y el partido que los
representa, la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
Antes de 1992, la gran batalla que había que librar era por la defensa del
derecho a la vida y, a la par de ello, por la defensa de derechos civiles y
políticos vulnerados por el autoritarismo militar. La conquista de una
ciudadanía plena era una reivindicación esencial, en un contexto en el cual la
misma era asediada por los abusos y la violencia estatal y paraestatal. Después
de 1992, se creyó que una nueva era había llegado, una era en la cual los
derechos ciudadanos básicos iban a estar asegurados. No ha sido así. No sólo
derechos ciudadanos importantes –como el derecho a la organización, a un trabajo
digno y a una jubilación decente— están siendo violentados, sino que la misma
concepción de ciudadanía —junto con los derechos que le son consustanciales—
está siendo sometida a una dura arremetida desde el neolibertalismo y la
filosofía de la vida que el mismo genera.
La ciudadanía y los derechos fundamentales que le son inherentes (humanos,
civiles y políticos) está antes que el consumidor y sus derechos. Es importante
la salvaguarda de estos últimos, pero no a costa de hacer desaparecer los
primeros. No se puede ni debe aceptar la reducción de los ciudadanos y
ciudadanas a meros consumidores, pues ello supondría aceptar la lógica
excluyente del mercado, así como renunciar a valores humanos esenciales —como la
justicia, la solidaridad y el bien común—, sin los cuales es imposible lograr
una convivencia social mínimamente armónica y civilizada.
Rebeldía sin causa
La Universidad de El Salvador (UES) padeció, durante las últimas tres décadas del siglo XX, una serie de ocupaciones militares, como represalia hacia el modo en que el centro de estudios superiores entendía su compromiso con la realidad socio-política del país. Las tomas militares no solamente coronaban una serie de actos represivos en contra de la UES, sino que dejaban detrás de ellas una serie de problemas.
Muchos miembros de la comunidad universitaria fueron asesinados. Otros más,
tuvieron que huir del país. Una de las más largas intervenciones militares se
dio en 1980. No fue una ocupación militar cualquiera. Cuando los soldados se
fueron del campus, el gobierno de aquel entonces prosiguió la violación a la
autonomía universitaria imponiendo a sus propias autoridades universitarias.
Este era el precio que la UES pagó por sus opciones políticas.
Este recuento sirve para contrastar lo ocurrido durante la semana anterior en la
Universidad de El Salvador. Otra vez hubo una toma del campus, pero no a manos
de los militares, sino de grupos que funcionan dentro de la UES. Al igual que en
los tiempos de las dictaduras militares, la universidad estuvo cerrada y los
estudiantes que querían estudiar y graduarse dentro de los plazos establecidos,
afrontaron serias dificultades. Algunos docentes, por iniciativa propia,
organizaron sus clases fuera del campus universitario.
Un grupo denominado “Movimiento Autónomo de la UES” organizó la toma. Grupos de
encapuchados cerraron el acceso a la universidad, bajo el argumento de que
estaban luchando en contra de la supuesta privatización de la UES. El fantasma
de la “privatización” no es algo nuevo dentro de la Universidad Nacional, pero
ahora ha tomado alas desde que se supo que las actuales autoridades, encabezadas
por la rectora María Isabel Rodríguez, están gestionando un préstamo con el
Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Una acción que en otras universidades
es rutinaria, en la Universidad de El Salvador se convirtió en un problema
político.
Consideraciones económicas y políticas sobre el Presupuesto General de la Nación de 2006
En la Asamblea Legislativa ha iniciado el debate para la aprobación del presupuesto del próximo año. El Ejecutivo espera que se apruebe lo más pronto posible, pues sostiene que de ello depende el desarrollo de varios proyectos sociales, el aumento salarial a los empleados públicos y las obras de reconstrucción por los daños provocados por el huracán Stan y la erupción del volcán Ilamatepec.
Manos extranjeras en la cosecha 2005-2006: más que un “fenómeno de ociosidad”
El pasado 13 de noviembre se publicó en El Diario de Hoy, EDH, un reportaje sobre las condiciones bajo las cuales se llevarán a cabo las cosechas de café, caña de azúcar y algodón para el periodo 2005–2006 en El Salvador. El enfoque del conjunto de artículos apuntaba específicamente a las condiciones que tienen que ver con las manos que harán posible dicha labor agrícola. De acuerdo al reportaje, las autoridades de Trabajo han determinado que esta época de cosecha requerirá de 120 mil empleados. Sin embargo, se observa que la mano de obra salvadoreña no se encuentra con la disponibilidad para realizarla, por lo que se dispondrá de mano de obra extranjera, especialmente nicaragüense y hondureña. Si bien el reportaje no provee cifras exactas de cuántos extranjeros se requerirán, se da un estimado de Agricultura: casi veinte mil.
Riesgos de una educación mediocre
Quienes creen que el progreso sólo transita por las nuevas carreteras, se impulsa desde los grandes centros comerciales o depende de la apertura de las fronteras de los países, tienen una visión limitada. Es necesario ampliar el panorama porque el desarrollo, también es humano. Esto significa que para que el país avance de verdad, además de contar con empresas nacionales y extranjeras, infraestructura y servicios, necesita mano de obra calificada y dignificada. Asimismo, es imprescindible la materialización real de una democracia en la que existan contrapesos políticos y sociales con una ciudadanía educada en y acostumbrada a la crítica o el aplauso con objetividad, información y conciencia; esto, para ejercer contraloría social y exigir rendición de cuentas a los diversos actores políticos y gubernamentales, tanto en lo local como en lo nacional. De ahí que la formación integral de la niñez y adolescencia sea una tarea de primer orden.
Desde esa perspectiva, la educación no sólo es vista como una variable económica
o social; es también uno de los derechos humanos de mayor trascendencia porque
conduce al desarrollo individual de las personas a través de su realización
plena, en la medida que las prepara para hacer valer su dignidad.
El Estado salvadoreño está en la obligación de garantizar esta prerrogativa
porque asumió obligaciones internacionales, como ocurrió por ejemplo en
septiembre del 2000 con los “Objetivos de desarrollo del Milenio de la ONU”, más
conocidos como las “Metas del Milenio”; pero, además, porque así lo manda la
Constitución en su artículo 53. “El derecho a la educación y a la cultura —dice
el texto del mismo— es inherente a la persona humana; en consecuencia es
obligación y finalidad primordial del Estado su conservación, fomento y difusión”.
Las acciones que el gobierno debe emprender en ese ámbito no se limitan a la
apertura centros escolares en las diferentes zonas geográficas del país, ni a
eliminar el analfabetismo; se trata de brindar una educación de calidad, sin
discriminación y con seguridad. Pero esa apuesta es una tarea que exige
enfrentar obstáculos fiscales y sociales. Es necesario, para avanzar en tal
sentido, garantizar que la mayoría de la población pueda tener acceso a la misma,
con libertad y calidad; desde la sociedad, se deben hacer todos los esfuerzos
posibles para que la niñez y la juventud se integren a las redes educativas.
Considerando lo anterior, cabe señalar que la semana recién pasada se anunció
una nueva medida oficial tendiente a frenar la deserción escolar y reintegrar a
quienes se encuentran fuera de las aulas. Se trata del programa “Educación media
para todos” (EDUCAME), en el marco del llamado “Plan 2021”; el costo de esta
nueva iniciativa se calcula en cuarenta millones de dólares estadounidenses. Más
allá de una discusión previa —probablemente estéril— sobre la validez o no de
dicha propuesta, el Órgano Ejecutivo debe considerar los riesgos que enfrentan
la niñez y la juventud para participar en los planes de educación; es necesario,
además, poner en la balanza la tanto la calidad de la educación y la seguridad
de las personas beneficiarias como la evaluación de los efectos al ampliar las
medidas adoptadas.
Una educación de calidad exige asegurar a la niñez y juventud la adquisición de
conocimientos, capacidades y actitudes indispensables para enfrentar la vida
adulta. Para ello se debe contar con una amplia cobertura, especialmente en el
espacio rural; asimismo, es indispensable tener infraestructura adecuada y un
magisterio apto. Pero esa aspiración, en El Salvador no encaja todavía con la
realidad.
Un indicador es el resultado de la Prueba de Aprendizaje y Aptitudes para
Egresados de Educación Media (PAES), en la que participaron 55,677 estudiantes
de todo el país. El promedio de este examen fue de 5.10, lo que indica algo
preocupante: que en el país la educación es, en el mejor de los casos, mediocre.
Esta prueba permitió, además, descubrir otras deficiencias graves como las
reflejadas en las asignaturas de matemáticas y lenguaje. Otro detalle es que las
primeras veinte instituciones educativas con mejores resultados fueron privadas
o particulares, lo que evidencia un mejor nivel en estos centros que en los
públicos; así, la citada prueba es también reflejo de la brechas entre ambos
sectores.
Públicamente, el gobierno ha reiterado que la educación es una prioridad; se
anuncian planes y estrategias de corto, mediano y largo plazo como el mencionado
“Plan 2021”. Pese a ello, los resultados durante los últimos quince años pesan
más que los discursos oficiales. Ojalá que este gobierno rompa con esa regla,
característica de los últimos tres lustros, y transite de la palabra a los
hechos.
Contar con instalaciones seguras es otro de los elementos que más preocupan,
pues la violencia afecta también el goce de este derecho. Precisamente una
propuesta del gobierno fue el “Plan Escuelas Seguras”, con el fin de vigilarlas
y brindar protección a sus ocupantes. Pese a eso, la influencia que las
pandillas ejercen en estos lugares ha continuado y se ha hasta se ha recrudecido.
Los miembros de estas organizaciones violentas se acercan a las escuelas para
reclutar estudiantes; por presión o temor, abandono familiar o rebeldía muchas y
muchos jóvenes escolares terminan integrándose a éstas.
El Consejo Nacional de Seguridad Pública realizó recientemente un estudio para
analizar el problema, partiendo de encuestas y entrevistas en los lugares “bajo
riesgo”; es decir, los veinte municipios más violentos del país. El 55.5 % de
los estudiantes confirmó que miembros de las maras se les acercan constantemente.
Por su parte, el Ministerio de Educación ha manifestado que tiene identificados
al menos doscientos centros educativos bajo el asedio de las pandillas. La
Directora Nacional de Juventud del Ministerio de Educación manifestó que “hay
escuelas donde el maestro tiene que pagar una ‘cora’ para poder pasar”. Incluso,
se han registrado casos de suspensión de clases por amenazas a docentes.
En medio de ese grave clima de inseguridad, lo más grave es el saldo de
estudiantes asesinados a causa de las rivalidades entre dichos grupos. Por
ejemplo, sólo en junio del corriente año fueron asesinados siete estudiantes
adolescentes en el marco de riñas entre pandillas. Lógicamente, semejante
dinámica ha empujado a muchos jóvenes a dejar las aulas; prefieren proteger sus
vidas y su integridad física a ser una víctima más en el camino a la escuela.
La respuesta oficial sigue siendo deficiente y los mencionados planes se suman a
la lista de acciones —como el “Plan antihomicidios— cuyo impacto ha sido mínimo
o nulo en la reducción de los asesinatos. El único resultado obtenido, quizá,
sea el publicitario pues según algunas encuestas recientes la popularidad del
Presidente de la República alcanzó ya un 72% entre la población.
En definitiva, cabe plantearse la interrogante: ¿Vale la pena tanto riesgo por
una educación mediocre? Hay quien dirá que la educación no tiene precio, pero es
obligación del Estado garantizarla en buenas condiciones. Las circunstancias
aludidas, en lo relativo a su calidad y a la seguridad de quienes la reciben,
son serios obstáculos para el desarrollo humano en El Salvador. De nada servirá
la elaboración de sendos planes educativos, si su niñez y su juventud deben
abandonar sus estudios por inseguridad o no les queda más que integrarse a las
pandillas. ¿Es ese el país que vale la pena, don Tony Saca?
Extra pauperes nulla salus. Fuera de los pobres, no hay salvación.
Querido Ellacu:
De salvación y pecado antes hablábamos mucho en teología, y mirábamos a la
realidad desde ambas cosas. Ahora, sin embargo, ya no se habla, pues pareciera
que en la sociedad civil no hay lugar para tales conceptos. Pero es la realidad
la que clama por una salvación que la limpie del pecado.
En nuestros días, el pecado abunda de manera espectacular: la depredación del
tercer mundo, y la privación de dignidad de sus pueblos; la violencia que da
muerte, aunque ahora ocurra desde lejanos portaaviones y con leyes comerciales
que condenan al hambre —y como desesperada respuesta, seres humanos que se
inmolan y dan muerte a otros; y la mentira, el encubrimiento y el silencio: los
medios no acaban de decirnos la verdad de lo que es este planeta y de lo que
somos nosotros. No faltan pecados, pero hay gran déficit de examen de conciencia
y de la antigua “confesión de boca”: y no la van a hacer los gobiernos, el mundo
político, la gran banca, los ejércitos...
Tampoco se habla mucho de salvación. En la sociedad del bienestar no está de
moda hablar de la salvación del alma, por supuesto, ni de la del cuerpo. Y es
que no hace falta: el buen vivir es el interés central de esas sociedades, y se
congratulan de haber alcanzado un alto grado de buen vivir y de estar bien
encaminadas a vivir cada vez mejor.
Evidentemente, Ellacu, entre nosotros, las cosas no son así. No estamos en una
sociedad del bienestar, sino en una sociedad del mal vivir de las mayorías. Y
cuando nos ofrecen el buen vivir, no se preocupan de que eso traiga más justicia,
más verdad, más humanidad, ni si va a traer una libertad menos egocéntrica, una
luz más luminosa, y una mayor bondad —perdónesenos la palabra— para ser más
humanos. Pues bien, en este contexto te escribo esta carta: extra pauperes nulla
salus, fuera de los pobres no hay salvación. Bien sabes que el nulla salus
surgió en el ámbito de la discusión teológica, pero ahora lo pensamos para
iluminar la realidad.
Durante siglos se decía extra ecclesiam nulla salus, fuera de la Iglesia no hay
salvación, con lo que se expresaba la alegría de haber encontrado salvación en
Jesús, a quien nos hace presente la Iglesia. Pero reflejaba también un exceso de
triunfalismo eclesial. Hoy ya no se dicen estas cosas, y después del Vaticano II
se ha avanzado positivamente. Siguiendo sus huellas, Edward Schillebeeckx
escribió bellamente: extra mundum nulla salus, fuera del mundo no hay salvación,
con lo cual venía a decir que el mundo y la historia, la creación de Dios, es el
lugar en que Dios lleva a cabo su obra salvífica en y a través de las
mediaciones humanas. La idea es, a la vez, religiosa e histórica, habla de la
acción salvadora de Dios y dice dónde y cómo aparece esa salvación que nos hace
seres humanos, hijos e hijas de Dios.
Pero hemos dado un paso más. Como en muchas otras cosas, Medellín y la teología
de la liberación, tan viva en sus intuiciones como enterrada, muchas veces con
malas artes, por quienes nunca han querido entenderla o porque, entendiéndola,
se han visto sacudidos por ella, concretó lo fundamental de nuestra fe desde los
pobres. Habló del privilegio hermenéutico de los pobres para la teología: los
pobres ayudan a interpretar textos y tradiciones de la fe. Y un obispo, con toda
paz, desde los pobres reformuló al gran Ireneo: “Gloria Dei vivens pauper”, “la
gloria de Dios es el pobre que vive”, sin retórica, sino profundizando el
misterio de Dios. El obispo fue Mons. Romero
Pues bien, también en el tema de la salvación hemos dado un paso más, y decimos:
extra pauperes nulla salus, fuera de los pobres no hay salvación. Creo que lo
leí por primera vez en González Faus —y después, en nuestro común amigo Javier
Vitoria—, hablando precisamente sobre el legado de la teología de la liberación.
Que yo recuerde, Ellacu, tú no usaste esa fórmula, pero sí tuviste la misma
intuición y la desarrollaste con originalidad. Y no sólo relacionaste a los
pobres con el “lugar” de salvación (un ubi categorial, que diría Aristóteles),
sino con el “contenido” de la salvación (un quid sustancial). Con profundidad y
audacia, y con una originalidad difícil de encontrar en otras teologías,
recordaste una verdad cristiana central: del siervo sufriente de Yahvé, de
Cristo crucificado, proviene salvación. Y también redención, es decir, la
erradicación del mal en el mundo.
Lo más original tuyo fue historizar esas grandes verdades, que se repiten
ortodoxa y litúrgicamente, pero que rara vez se ponen en relación con la
historia. Dijiste así que de los pobres viene luz para conocer la verdad y
superar la mentira, lo que explicaste en dos conocidas metáforas: el tercer
mundo como espejo invertido en el que el primer mundo puede ver su verdad, y
como las heces que aparecen en el coproanálisis del primer mundo.
Dijiste también, desafiantemente, que de los pobres y de las víctimas nace
esperanza, no el miedo que abunda en el primer mundo, y la fuerza para la
conversión, el difícil cambio del corazón de piedra en corazón de carne, tan
necesario al ver con cuánta dificultad el mundo de abundancia renuncia a su lujo
insultante y sigue escenificando, sin avergonzarse, la parábola del ricachón y
del pobre Lázaro. Y así otros bienes fundamentales que están más presentes en el
mundo de la pobreza que en el de la riqueza: alegría, creatividad, lucha,
paciencia, arte, cultura, esperanza, y no sólo como elementos aislados, sino
como “una civilización de la solidaridad, que es el “reverso del mundo de los
ricos”, que dice José Comblin.
También de los pobres provienen otros bienes, formas de vida social y
comunitaria, formas de economía popular, y en muchas culturas un comportamiento
ecológico que cuida y sana la naturaleza mucho mejor que occidente. Pero en
conjunto, pienso que los bienes de los pobres apuntan sobre todo a la
humanización de la humanidad, lo cual es todo menos tautología. Ese es su aporte
a la salvación.
En los últimos diez años lo propusiste en forma de tesis, por cierto sin
encontrar mucho eco: la civilización de la pobreza es lo que puede superar y
redimir a la civilización de la riqueza. Veías en el mundo de los pobres
espíritu para humanizar, o por lo menos un potencial y una reserva de espíritu
mayores que en la civilización de la riqueza. Hoy, en la apoteosis
propagandística de la globalización, te lo vuelvo a agradecer.
Que de abajo viene salvación y que fuera de los pobres no la vamos a encontrar
para poder vivir como seres humanos, me sigue dando vueltas a la cabeza. Estos
días, al celebrar los 40 años de la UCA, he repasado textos tuyos sobre “la
inspiración cristiana de una universidad”, y me ha encantado ver que ya en tus
primeros años pensabas en la salvación que viene de abajo. En 1979, en un texto
sobre Las funciones fundamentales de la Universidad y su operativización, decías
que “el testimonio más explícito de la inspiración cristiana de la UCA es si
ésta es realmente para el servicio del pueblo y si en ese servicio se deja
orientar por el mismo pueblo oprimido“.
Lo primero, que la universidad debe ponerse al servicio de los pobres y
desarrollar modelos económicos, sociales y culturales para que las mayorías
puedan vivir con dignidad, no era una novedad. Era hacer la opcion por los
pobres, tan ortodoxa en aquellos tiempos. Occidente no la ha hecho ni se
vislumbra que vaya a hacerlo.
Pero siendo todo esto verdad, me impacta más la segunda parte de la frase: “hay
que dejarse orientar por el pueblo oprimido”. Supone que ese pueblo puede
indicar el camino que debe recorrer una universidad y la sociedad. Lo mismo
habías dicho —y en forma más tajante— en 1975 a los diez años de la fundación de
la UCA: “El cristianismo ve en los más necesitados, de una u otra forma, a los
redentores de la historia”. Son palabras mayores. Los de abajo, los pobres, los
oprimidos y las víctimas, traen redención y salvación. Fuera de ellos
difícilmente se encontrarán raíces para una salvación comprendida cristianamente
como vida y fraternidad de hijos e hijas de Dios.
Lo que acabamos de decir es claramente contracultural en el Occidente
globalizado. Para que éste pueda al menos entender de qué estamos hablando tiene
que despertar de un sueño dogmático: “de los pobres no puede venir salvación”,
para lo cual, como nos avisaba Kant, no debemos ser eternamente “menores de edad”,
sino que debemos tener “la audacia de pensar de otra manera”. Y si del filósofo
Kant pasamos al teólogo Pablo, tiene que superar la hybris —arrogancia— de que
“lo real somos nosotros”, lo que está arriba en la historia, en la sociedad de
la abundancia.
Y para que no nos acusen de ingenuidad hagamos tres breves reflexiones. La
primera es que en el abajo de la historias, el mundo, de pobres y víctimas,
también está actuando el mysterium iniquitatis. Los horrores de los Grandes
Lagos, los diez homicidios diarios en El Salvador, el machismo opresor... están
ahí. Sólo que, pensamos, los males de ese mundo, por las carencias increíbles,
por la desesperación que se puede apoderar de los pobres, por el bombardeo a que
están sometidos para que abandonen sus valores y se apunten a los valores mucho
más cuestionables del Norte y sus antivalores, nos parecen “menos malos” que los
males de la sociedad de abundancia. Y, como hemos escrito, en él está presente,
muchas veces de manera eximia, el mysterium salutis. Ese mundo es el lugar de la
“santidad primordial”, que con dificultad aparece en el mundo de abundancia.
Por otra parte, también del mundo de arriba puede provenir salvación, pero tiene
que pasar por sanación y redención, para lo cual tiene que abajarse, aunque sea
análogamente, al abajo de la historia, sin olvidar cuál es el analogatum
princeps de ese abajo y no caer en la manipulación que suele hacerse de “los
pobres de espíritu” de Mateo, como si todos pudiesen ser pobres, sin dejar de
ser ricos. No se puede estar abajo sin algún tipo de abajamiento real y de
compartir realmente la pobreza. Pero esto sí puede ocurrir análogamente. Puede
haber inserción fáctica y acompañante en el mundo de los pobres, trabajo
inequívocamente en su favor, aceptación de riesgos por defenderlos, sufrir su
destino de persecución y muerte, participar en sus gozos y esperanzas. Estas son
cosas reales, no intencionales. Entonces, el mundo de arriba puede traer
salvación.
Y por último hay que entender bien la finalidad de todo lo dicho. Que los pobres
traen salvación no significa que para eso están los pobres, para prestar un
servicio más a los ricos. Evidentemente no. Lo que sí es verdad es que, si nos
dejamos salvar por ellos, con mayor decisión viviremos y nos desviviremos por
salvarles a ellos. Como dice tu gran amigo Pedro Trigo, cuando hemos
experimentado la misericordia de los pobres hacia nosotros, más decididamente
usaremos de misericordia hacia ellos. Entonces haremos de la compasión y de la
justicia, como dice J. B. Metz, lo central del cristianismo. Haremos mejor
aquello en lo que tanto insistías: “bajar de la cruz a los pueblos crucificados”.
Y viviremos en verdadera solidaridad: dando unos a otros y recibiendo unos de
otros. Eso sí es familia humana y la superación de una especie animal racional.
No sé que pensará el lector de estas líneas. Quizás le parezcan exageradas. A mí
no me lo parecen, pero en cualquier caso mucho habría que exagerar para
acercarnos, nada digamos para superar, la increíble avalancha que nos viene en
dirección contraria todos los días y de todas partes: de arriba, de la
acumulación de la riqueza, cuanta más mejor, del poder, cuanto más mejor, de la
prosperidad, cuanta más mejor, del éxito, cuanto más mejor, viene la salvación.
Ellacu, no sé que dirías hoy, en tiempos de globalización y postmodernidad,
sobre la salvación, la civilización de la riqueza y de la pobreza. Por mi parte,
quisiera terminar con una convicción y un deseo que expresé hace unos meses en
una conferencia sobre cómo veías tú la realidad, el pecado y la salvación.
Terminé con estas palabras:
“A Ellacuría lo mataron porque se enfrentó con la civilización de la riqueza. No
le dejemos morir, porque defendió una civilización de la pobreza”.
JON SOBRINO
21 de noviembre de 2005.
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