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El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.
Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.
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Año 25
número 1177
Enero 18, 2006
ISSN 0259-9864
Editorial: Schafik Jorge Handal (1930-2006). In memoriam
Política: Reflexiones sobre la izquierda en Latinoamérica
Economía: Lecciones para El Salvador: Chile, más alládel modelo económico
Schafik Jorge Handal (1930-2006). In memoriam
El martes 24 de enero falleció Schafik
Jorge Handal, quien, hasta el día de su
muerte, ejercía el cargo de diputado y jefe de la fracción legislativa del FMLN.
Con
toda seguridad, el dolor y el pesar en el seno de su familia a raíz de su muerte
son
inmensos, como inmensos debieron haber sido los lazos afectivos tejidos entre
sus
parientes más cercanos y él, un hombre de intensos y cálidos afectos con los
suyos. La conmoción causada por su deceso en las filas del FMLN es, también,
profunda, dado su inobjetable liderazgo, así como el simbolismo irradiado por su
figura dentro del partido. Pero su partida no sólo ha conmovido a quienes se
identifican, al interior del FMLN, con sus ideales políticos, sino que está
llamada a
conmover a todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que, dentro y
fuera de El Salvador, están comprometidos con la construcción de sociedades más
democráticas, solidarias, incluyentes y equitativas.
Y es que, Schafik Handal irradia —en su trayectoria, en sus convicciones
profundas,
en su comportamiento público y privado, en sus compromisos políticos, en su
proyección internacional—, un conjunto de valores que trascienden a los dos
proyectos políticos concretos a los que él se vinculó en su vida —el Partido
Comunista
Salvadoreño y el FMLN— y que hacen parte de una nueva cultura política, todavía
incipiente, destinada, ojalá que más temprano que tarde, a reemplazar unos
valores
socio-políticos contrarios al bien común, la solidaridad, la justicia y la
equidad.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que lo que Schafik Handal representa
deba
diluirse en una generalidad tal que se pierda de vista su filiación
ideológico-política
concreta, así como las exigencias particulares que se derivan de la misma. Si
bien
es cierto que su figura irradia un conjunto de valores de los cuales todos
tenemos
mucho que aprender, esos valores no son algo etéreo e indefinido. Dicho sin
rodeos,
esos valores son propios de la izquierda y están llamados a alimentar, ante todo,
una cultura política de izquierda, de la cual ciertamente podrán alimentarse a
su vez
quienes, sin ser de izquierda, coinciden con quienes lo son en la búsqueda de
una
sociedad sin exclusiones y desigualdades lacerantes.
Hay muchas maneras de ser de izquierda y ninguna de ellas puede abrogarse
derecho de exclusividad alguno. Schafik Handal expresa una de ellas, pero no
cualquiera, sino la que bregó y se abrió paso en la historia de El Salvador,
encarando
al poder, sin doblegarse ante sus embestidas represivas, sus amenazas,
persecuciones, torturas, exilios y chantajes. Esa es la izquierda de la que
Schafik
Handal es heredero privilegiado, a la vez que continuador en circunstancias
distintas
a aquellas que la vieron nacer. Se puede ser de izquierda de muchas maneras, sin
duda. Pero en El Salvador no se puede ser de izquierda obviando o menospreciando
lo que Schafik Handal representa, lo cual no significa que se tenga que estar de
acuerdo con todas y cada una de las cosas que él hizo o dijo. Una cultura de
izquierda para El Salvador deberá, so pena de empobrecerse y caer en la inanidad,
asumir e integrar como algo esencial el legado de Schafik Handal. ¿Cuáles son
los
componentes más sobresalientes de ese legado?
En primer lugar, la entrega. Si algo no puede pasar desapercibido en la vida de
Schafik Handal es su entrega a la causa de los desposeídos de El Salvador. Salvo
los años de su infancia y su primera adolescencia, toda su vida estuvo dedicada
a
la búsqueda de una sociedad más justa. De muy pocas personas en El Salvador
puede decirse lo mismo. No hay entrega sin renuncia; Schafik Handal renunció a
las seguridades y comodidades que fácilmente podía haber conseguido por su
ascendencia familiar y optó por el riesgo y la renuncia a todo aquello que le
hubiera
impedido dedicarse a lo que en verdad era importante para él: luchar por la
edificación de una sociedad en la que los abusos y los privilegios de los
poderosos
no tuvieran lugar alguno.
En segundo lugar, la firmeza de sus convicciones. Mientras que otros que se
decían más firmes en sus convicciones que él —y que se autoproclamaron en su
momento como los verdaderos revolucionarios— renunciaron a (e incluso se
arrepintieron de) sus ideales de izquierda con una facilidad pasmosa, Schafik
Handal
se mantuvo firme en sus convicciones políticas fundamentales. Esa firmeza dio
coherencia a su quehacer político, una coherencia que brilló por su ausencia en
aquellos que abandonaron sus antiguos ideales motivados por las prebendas de
poca monta que les fueron ofrecidas por el poder. Es cierto que Schafik Handal
se
equivocó en muchas oportunidades. Pero se trató, por lo general, de
equivocaciones
de aplicación, no de principio. Varios de sus ex compañeros de izquierda también
se equivocaron, sólo que sus equivocaciones, por no estar vinculadas a
principios
de ningún tipo —sino más bien al oportunismo y al arribismo— los condenaron a la
irrelevancia política.
Finalmente, su compromiso con la democratización del país. Es cierto que bajo
su dirección el Partido Comunista se insertó en la lucha político-militar, a
través de
las FAL, al cierre de la década de los años setenta. Sin embargo, antes del
estalli-do
de la guerra civil, los mejores empeños del Partido Comunista se habían
orien-tado
hacia la construcción de una sociedad democrática. Por lo menos desde 1950,
este fue el compromiso de quienes, en la ilegalidad, daban vida al partido que,
nacido en 1930, había sido declarado ilegal por el dictador Hernández Martínez.
El
Partido Comunista acumuló una vasta experiencia política-electoral en las
décadas
previas al estallido de la guerra civil. Fue esa experiencia la que le sirvió
para
potenciar, desde el FMLN, el tortuoso proceso de negociación que culminó en
1992. En las etapas finales de la negociación, Schafik Handal puso en juego no
sólo la experiencia política adquirida por su partido en los años 60 y 70, sino
las
convicciones democráticas fraguadas entonces. Esto le ayudó a vencer las
resistencias de quienes, dentro del FMLN, pretendían hacer de la negociación una
etapa más en el ascenso hacia el poder total del Estado.
En definitiva, por lo apuntado y por otras muchas razones, Schafik Handal es un
símbolo de la izquierda salvadoreña. Es un símbolo de la izquierda para la
izquierda,
pero es también un símbolo de la izquierda para la sociedad en su conjunto. Es
un
símbolo para El Salvador, pero también lo es para América Latina. Por haber sido
como fue, se ganó el respeto y la admiración de personalidades importantes de la
política latinoamericana. Por haber sido como fue, por haber dedicado su vida a
la
construcción de un El Salvador más digno de ese nombre, no podemos menos que
hacer público nuestro respeto a su memoria.
Reflexiones sobre la izquierda en Latinoamérica
El triunfo de la candidata socialista chilena Michele Bachelet se ha leído de una forma sesgada como simplista. Algunos lo presentan como un paso más en la consolidación de un bloque de gobiernos de izquierda en el cono Sur, en el cual también estarían los gobiernos de Lula da Silva en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Otros, desde la derecha, han pretendido restarle importancia al triunfo de Bachelet, desde los enfoques más triviales hasta aquellos que mencionan que la chilena es una izquierda "moderna", que ha logrado acoplarse al neoliberalismo imperante. Esto lleva a plantearse algunas reflexiones sobre los partidos de izquierda en Latinoamérica.
Sin lugar a dudas, el triunfo de Bachelet, que se suma al de Evo Morales, le da
un aire de esperanza a la región. Con respecto a esto último, las coincidencias
entre los casos de Chile y Bolivia se reducen al hecho de que se trata de
gobiernos de izquierda. En el caso chileno, la victoria de la doctora Bachelet
implica la consolidación del gobierno de una amplia alianza de partidos que van
desde la democracia cristiana hasta la izquierda. Se trata, pues, de la voluntad
de la sociedad chilena de no volver a gobiernos de derecha, los cuales, mal que
les pese, cargan todavía con el lastre de la herencia de Pinochet. En lo tocante
a Bolivia, el triunfo de Morales representa un auténtico viraje político, una
ruptura con respecto a los partidos tradicionales.
A la hora de analizar el "viraje hacia la izquierda" del cono Sur, hay que ir
más allá de lo evidente. Entre el socialismo chileno y, por ejemplo, el
Movimiento Quinta República de Venezuela hay matices importantes. Este último
surgió como una alternativa a la partidocracia tradicional, al igual que ocurrió
con el presidente Evo Morales. En el caso del Partido Socialista chileno, en
cuyas filas milita Bachelet, habría que apuntar que se trata de una fuerza
política que se comprometió con la restauración del orden constitucional chileno
y, por tanto, con la viabilidad del sistema de partidos.
Esto obliga a reformularse algunas concepciones sobre la antinomia reforma/revolución.
Contribuir al derrocamiento del pinochetismo e instaurar un sistema democrático,
en el cual se ha avanzado en temas como el respeto a los derechos humanos, el
combate a la impunidad y la reparación moral a las víctimas, es un acto
revolucionario. Por otra parte, también obliga a revalorar la importancia de las
elecciones. Los distintos gobiernos de izquierda en el subcontinente, con todo y
sus matices distintivos, han llegado al poder por la vía electoral, no por la
lucha armada. Ahora bien, el dilema ya no es tanto elecciones o lucha armada,
sino la relación entre las elecciones y la movilización social. ¿Deben los
movimientos sociales respaldar un proyecto electoral? El caso de Bolivia
parecería dar una respuesta afirmativa. En el caso de México, la discusión toma
otro rumbo. El candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD,
centroizquierda), Manuel López Obrador, tiene fuertes posibilidades de hacerse
con la presidencia de la república. Su popularidad parece estar, hasta el
momento, a prueba de todo, incluso de una campaña de desprestigio que en algún
momento amenazó con llevarlo a la cárcel por supuestos actos de corrupción. Una
buena parte de las fuerzas políticas de la izquierda mexicana y de los
intelectuales progresistas estarían avalando al ex alcalde del Distrito Federal.
Sin embargo, el caso es que la izquierda que critica el sistema electoral,
encabezada por el líder zapatista Marcos, no confía ni en López Obrador ni en
las elecciones. Su "otra campaña" es visible mediáticamente, pero no parece ir
más allá de las declaraciones de buenas intenciones. El electorado de izquierda
tendrá que escoger entre una izquierda pragmática que tiene posibilidades de
llegar al poder, aunque no concrete todas las utopías, y una izquierda muy
creativa y, quizás, con mucha razón ética de su lado, pero sin propuestas
viables. ¿Qué ganará Marcos y el movimiento que encabeza al restarle apoyo a
López Obrador? ¿Cómo se beneficiará la sociedad mexicana, que parece estar
cansada de los dos partidos tradicionales, el PRI y su sucesor, el derechista
PAN?
Factores decisivos
Ahora bien, los factores que determinaron el triunfo de los actuales gobiernos
de izquierda son sumamente complejos. Según la lectura de algunos analistas, el
triunfo, por ejemplo, de Bachelet puede interpretarse como el triunfo de una
izquierda "racional" que ha sabido acoplarse al neoliberalismo. La evidencia que
se aduce al respecto es que los gobiernos de la Concertación Democrática a la
cual pertenece la presidenta electa no mantienen un discurso furibundamente
antiimperialista ni han llevado a cabo medidas económicas radicales, como en el
caso de Venezuela. Es cierto, pero también hay que recordar que la Concertación
Democrática modificó considerablemente el acusado perfil neoliberal mantenido
desde la dictadura de Pinochet. Y si de acciones radicales se trata, hay que
recordar que durante los gobiernos de la Concertación Democrática se logró
llevar a la justicia a Pinochet y a muchos de sus generales, considerados
hombres intocables durante la dictadura. Entonces, no se trata de ver si el
discurso de un gobernante es subido de tono o no, o de observar si usa traje de
tres piezas o ropa de trabajo, sino de ver los resultados concretos. Por lo
tanto, un factor que ha asegurado el triunfo de las fuerzas de izquierda ha sido
el agotamiento del modelo neoliberal.
Otro factor importante es el liderazgo de los partidos de izquierda. Esto toma
especial importancia en el caso de Brasil, Venezuela o Bolivia, en los cuales,
un dirigente carismático logra atraer el voto del electorado. Parece ser también
el caso de Manuel López Obrador. En el caso chileno, más que un dirigente en
concreto, el factor determinante ha sido el programa de gobierno, que ha dado a
la sociedad el respiro democrático que necesitaba durante décadas. Ello es
importante, sobre todo si se recuerda la fuerte tradición institucional chilena
que violentó la dictadura de Pinochet. En Centroamérica, o por lo menos, en El
Salvador, la izquierda aún no tiene ni el candidato carismático ni el programa
que logre movilizar al electorado.
Un tercer factor es la articulación entre movimientos sociales y partidos
políticos. El caso paradigmático es el Partido del Trabajo (PT) de Brasil. El PT
nació con una fuerte vinculación con el Movimiento de los Sin Tierra (MST) y
otras organizaciones. Sin embargo, algunos de estos movimientos se han
distanciado del PT, al que acusan de pactar con la izquierda en vez de impulsar
reformas radicales.
En cuarto lugar, las distintas experiencias latinoamericanas tienen un
denominador común: la transformación interior de la izquierda.
Lecciones para El Salvador: Chile, más allá
del modelo económico
Para callar las críticas de la oposición al modelo económico, los miembros del partido oficial destacan los buenos resultados derivados de la implementación del modelo de libre mercado en Chile. Según ellos, si este modelo tuvo éxito en ese país, tarde o temprano también lo tendrá en El Salvador. Desde esta perspectiva, justifican la privatización de la banca, la apertura comercial, la reforma fiscal y la venta a manos privadas de las empresas propiedad del Estado. Para ellos, basta tener un poco de paciencia para esperar los resultados que se dieron en el país sudamericano.
Este recurso se utiliza con mayor frecuencia cuando la población percibe que
nunca llegan los beneficios del libre mercado al país. Por el temor de que la
mayoría de la población se incline por una opción política distinta de la
oficial, los apologetas del libre mercado afirman que el nivel de desarrollo
alcanzado en Chile también se dará en el país. Pero para que esto suceda, es
indispensable que aún mantenga el poder el gobierno de turno, pues la llegada de
otro gobierno echará a perder los logros conseguidos hasta la fecha.
Es evidente que quienes mantienen esta postura no tienen una visión más amplia
de lo sucedido en Chile en las últimas décadas. Ellos consideran que los
beneficios existentes en el país sudamericano se deben exclusivamente a la
implementación del modelo de libre mercado. Tan convencidos están de los
beneficios del modelo, que consideran que aún los gobiernos de izquierda que ha
tenido Chile en los últimos años reconocen las bondades del modelo económico y
por ello lo han mantenido. Estos mandatarios son la llamada “izquierda
responsable” con el libre mercado.
Lo anterior obedece a una lectura sesgada de la historia chilena. Creer que el
país logrará el desarrollo como fruto de la implementación del modelo chileno es
una consideración muy pobre que se circunscribe únicamente al ámbito económico.
En primer lugar, si bien la implementación del modelo de libre mercado en El
Salvador fue similar al de la experiencia chilena, el proceso en el país
sudamericano se caracterizó por fuertes ordenamientos legales para regular la
actividad de las empresas privadas. En segundo lugar, la experiencia chilena
involucró la creación de una política social eficiente que se basó en el
reconocimiento de los costos sociales que se derivaban del ajuste económico. Y
tercero, los gobiernos de izquierda se han esforzado por consolidar la
democracia —cuyo máximo logro es la creación, por parte del presidente Ricardo
Lagos, de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura para investigar
la violación de los derechos humanos por parte del Estado chileno en la época de
la dictadura—.
El modelo económico y la política social
En los años setenta, en Chile se llevaron a cabo una serie de reformas
estructurales que, al igual que las realizadas en el país, apuntaron a una
disminución del sector público y de su influencia en la economía. Las reformas
tuvieron como finalidad asentar el proceso de crecimiento económico sobre la
base de la inversión privada. En la primera fase de las reformas, la política
económica se centró en aspectos fiscales, comercio exterior y profundas reformas
en el sistema financiero y laboral. En una segunda fase, las reformas se
centraron en la modificación de la provisión y el financiamiento de los
servicios sociales. Las reformas permitieron un cambio en el funcionamiento del
sistema de pensiones, salud, educación y el gasto en vivienda. Durante la etapa
de las reformas, Chile sufrió períodos recesivos que afectaron a la economía a
mediados de los años setenta y a principios de los ochenta, los cuales se
caracterizaron por el alto nivel de desempleo. Por ello, durante el segundo
periodo recesivo que sufrió el país, el papel del Estado se enfocó en la
política social.
Para los responsables de la política económica, estaba claro que lo que tenían a
la vista era el costo social del ajuste económico, costo que era muy elevado
pues existía un alto nivel de desempleo. A fin de enfrentar los problemas
sociales, el Estado concentró el gasto social en las personas más pobres del
país. Esta focalización sucedió gracias a una reducción del gasto público en las
áreas sociales de salud, educación y vivienda. ¿Por qué se recortó el gasto como
proporción del PIB? Porque los administradores públicos estaban comprometidos
con la eficiencia del gasto y esto llevó a quitar los subsidios a grupos
poblacionales que poseían, relativamente, un alto nivel de ingresos.
Esta medida generó una redistribución del ingreso en la medida que el gasto
social se liberó de los desembolsos superfluos para sectores sociales sin
mayores necesidades y se concentró en las familias de bajos recursos. A pesar de
los recortes, hubo dos áreas en las que sucedió lo contrario: pensiones y
programas de empleo mínimo. Reconociendo la necesidad de dinamizar la demanda de
la población para reactivar el ciclo económico, el Estado chileno estableció un
incremento en el valor unitario de las pensiones de acuerdo a la evolución del
índice de precios al consumidor.
También los programas de empleo mínimo cobraron mayor fuerza durante las etapas
más recesivas permitiendo que las familias mantuvieran un ingreso mínimo que
tuviera como contrapartida la satisfacción de sus necesidades básicas. Las
medidas tomadas no alcanzaron a erradicar los problemas sociales. A pesar de
ellas, hubo grupos que sufrieron con mayor fuerza la recesión económica y por
tanto la finalidad de las políticas no estaba encaminada a erradicar los
problemas de pobreza. Con todas las limitaciones del caso, la lección que se
puede aprender de la experiencia chilena es que en etapas de recesión la
eliminación de los gastos superfluos del Estado y la concentración del gasto en
los grupos sociales más pobres es, parece ser, la única medida para mitigar la
crisis.
Si en materia económica algunos de los éxitos se debieron al papel contralor del
Estado mediante un ordenamiento legal que velara por la penalización de los
monopolios, en materia social las regulaciones públicas cuidaron de los aspectos
de equidad en la creación de un modelo emergente. En ambos casos, el éxito no
fue consecuencia de la reducción completa del Estado, sino más bien de la
creación de un nuevo diseño de regulación estatal que permitiera la confluencia
del libre mercado y la eficiencia en el gasto social.
El fortalecimiento de la democracia
Finalmente, aunque se dio en una época posterior a las reformas económicas, uno
de los logros más recientes de los gobiernos de izquierda chilenos es la “Ley de
reparación”. Dicha ley busca resarcir de daños a las víctimas de la violación de
sus derechos humanos por parte del Estado. Esta ley se traduce en el pago de una
pensión a las víctimas, y un trato especial en materia de educación salud y
vivienda. Bajo esta ley, el Estado garantiza continuidad gratuita de los
estudios, acceso gratuito a programas de rehabilitación física a afectados
por torturas, y un trato preferencial para acceder a los beneficios de vivienda.
Todo esto, tal como lo expresara el ex presidente Lagos, “tomando en cuenta
todas las obligaciones que el Estado tiene con la sociedad, particularmente con
las familias más pobres de nuestra patria”, haciendo alusión a los compromisos
comunes del Estado en materia social.
De acuerdo a lo mencionado anteriormente, el éxito que tuvo el modelo de libre
mercado depende en gran parte del papel del Estado como protagonista de una
política social que permitió cierta redistribución del ingreso. En materia
económica no hizo menos: supervisó el comportamiento de las empresas y hubo
momentos en los cuales pidió a los empresarios precios moderados para los
consumidores. En El Salvador, el Estado no hace eso, por que al fin de cuentas
quienes lo controlan son los mismos empresarios. Todo lo contrario a la
experiencia chilena: el gasto público todavía se dedica a actividades superfluas
como la propaganda, tal como lo hacen muchas carteras de Estado. Después de la
privatización, no hubo un compromiso serio por minimizar los costos sociales del
ajuste económico en el país. Prueba de esto son los estudios de economistas y
sociólogos que en los años noventa demostraron que el país carecía de una
verdadera política social. Tampoco se estableció el libre mercado, pues en la
actualidad no existe verdadera competencia debido a que los directores del
aparato gubernamental son los mismos empresarios.
Es de destacar que, en un país donde se pregona el “libre mercado”, han tenido
que pasar quince años de reformas económicas para que se establezca leyes de
protección al consumidor y de libre competencia, cuando estas normativas
tuvieron que haber regulado, desde un inicio, el establecimiento de los mercados.
El gobierno no está dispuesto a aceptar su responsabilidad en el atropello de
los derechos humanos de personas civiles durante el conflicto armado, mucho
menos a compensarlas por los daños. En esta situación, los éxitos
gubernamentales en Chile no se deben solamente al modelo económico, sino que
dependen de una política social activa y del fortalecimiento de la democracia.
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