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Año 25
número 1186
Marzo 22, 2006
ISSN 0259-9864
Editorial: ¿Cómo juzgar el proceso electoral desde Monseñor Romero?
Documento: Carta de Ignacio Ellacuría a Monseñor Óscar Arnulfo Romero
Comentario: Carta a Monseñor Romero: “No se olviden que somos hombres”
Sociedad: Sociedad y olvido: a propósito del XXVI Aniversario del asesinato de Óscar Romero
Análisis político: La disputa por San Salvador y sus implicaciones para ARENA
Derechos Humanos: La dignidad de las víctimas
Análisis político: Resultados definitivos de las elecciones para alcaldes y diputados
¿Cómo juzgar el proceso electoral desde Monseñor Romero?
El XXVI Aniversario del asesinato-martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero ha coincidido con la realización —en la escabrosa transición salvadoreña— de una jornada electoral más, destinada esta vez a la renovación de mandatos legislativos y municipales. Dados los avatares del proceso electoral, desde sus inicios hasta su culminación el 12 de marzo, es ineludible hacer una valoración de lo sucedido que vaya más allá de lo meramente político, es decir, que atienda a dimensiones de lo humano —lo ético, lo justo, lo digno, lo bueno— que son las que, en definitiva, deberían contar a la hora de juzgar a partidos, líderes políticos, instituciones electorales y medios de comunicación.
Nadie mejor que Monseñor Romero para ayudarnos en esa tarea. Y es que él, como
pocos, antepuso valores como los apuntados a otros que, sin dejar de ser
importantes, no agotan el sentido de la humanización de hombres y mujeres en su
particular contexto histórico. Es cierto que Monseñor Romero vivió en otra época,
cuando los abusos y la prepotencia de los poderosos —militares y oligarcas— no
conocían límites; es cierto que muchas cosas han cambiado en el país desde
entonces. Pero hay taras que no han desaparecido; hay herencias del pasado —abusos,
corrupción, perversión de la legalidad, impunidad— que no han sido erradicadas y
que continúan siendo un obstáculo para la construcción de una sociedad más justa
y solidaria.
El recién finalizado proceso electoral sacó a relucir, con pasmosa claridad, no
sólo lo poco que se ha avanzado en materia de institucionalidad y de respeto a
la legalidad, sino también la ausencia de convicciones éticas en muchos de
quienes se han erigido en representantes de los salvadoreños y salvadoreñas. De
lo primero se ha hablado bastante dentro y fuera de la UCA; de lo segundo, casi
no se ha dicho nada. Y es aquí donde Monseñor Romero se convierte en referente
imprescindible, puesto que en su pensamiento, compromiso pastoral y martirio se
condensan un conjunto de valores éticos —de raíz cristiana— que han sido
pisoteados en la presente campaña electoral por dirigentes políticos, partidos,
instituciones y medios de comunicación.
Ante todo, Monseñor Romero fue un defensor incansable de la dignidad de los
salvadoreños y salvadoreñas. En esta campaña se jugó, de distintas maneras, con
esa dignidad. Porque eso es lo que se hace cuando se diseñan y publicitan
campañas sin contenido, cuando se prometen cosas que nunca se van a cumplir y
cuando se intenta comprar la voluntad de los ciudadanos con bagatelas (camisas,
gorras y llaveros) o dinero en efectivo. El proceso electoral abundó en esas y
otras burlas a la dignidad de los ciudadanos. Obviamente, ARENA les llevó la
delantera a todos los demás partidos políticos, pero no tuvo la exclusividad en
la materia.
En segundo lugar, Monseñor Romero no se cansó de defender la verdad, al grado de
ofrecer su vida por ella. En la campaña, la verdad fue reemplazada por la
mentira y la falsedad. Mintió el presidente Antonio Saca cuando dijo que su rol
como presidente de la República no le impedía hacer campaña a favor de su
partido; mintió ARENA cuando sus voceros sostuvieron que los inmigrantes
salvadoreños en Estados Unidos estarían seguros si el partido resultaba vencedor
en los comicios; y mintieron los grandes medios de comunicación no sólo cuando
insistieron en dar por ganador a Rodrigo Samayoa, pese a que los datos del
Tribunal Supremo Electoral (TSE) daban la victoria a Violeta Menjívar, sino
también cuando responsabilizaron únicamente al FMLN por la tensión y los
incidentes violentos posteriores al 12 de marzo.
En tercer lugar, Monseñor Romero estuvo en guardia contra el fanatismo y la
intolerancia, porque sabía que el uno y la otra son coducen casi
irremediablemente a la violencia. En la campaña, el fanatismo y la intolerancia
se hicieron presentes, alentados muchas veces por las dirigencias de los
partidos en contienda. Ello fue particularmente claro en ARENA —donde incluso el
presidente Saca no fue ajeno al clima de violencia que se generó en su interior—
y en el FMLN —donde la figura de Schafik Handal sirvió de estímulo para sus
sectores más radicales.
Por último, Monseñor Romero fue sumamente sensible, porque le indignaba, a la
prepotencia de los poderosos. En esta campaña, esa prepotencia se hizo presente
de distintas maneras: fue prepotente ARENA en el despilfarro de recursos para la
campaña; fue prepotente el presidente Saca, cuando quiso imponer la voluntad de
ARENA a los ciudadanos; fue prepotente Walter Araujo, cuando quiso imponer la
voluntad de su partido en el TSE; fue prepotente la gran empresa privada cuando
desplegó banderas de ARENA en sus edificios y negocios, haciendo saber a todos y
todas —con el mayor descaro— que ese es el partido que defiende sus intereses.
Sin respeto a la dignidad de los salvadoreños y salvadoreñas, sin la defensa de
la verdad, sin estar en guardia contra el fanatismo y la intolerancia, y sin
rechazar la prepotencia de los poderosos, sin todo eso, no se puede construir
una sociedad más justa y solidaria. Esa es la lección de Monseñor Romero. Sin
duda, en el proceso electoral que acaba de concluir se cometieron múltiples
desatinos —jurídicos, en los comportamientos, en las responsabilidades
institucionales—, pero lo más grave no fue eso. Lo más grave fue que no se
respetó a los ciudadanos, se mintió descaradamente, se fomentó la violencia y se
abusó del poder.
A veintiséis años de su asesinato-martirio, Monseñor Romero aun tiene mucho que
decir a los salvadoreños y salvadoreñas. Les dice que su dignidad es el bien más
preciado que tienen y que, por tanto, nunca debe ser puesta en venta. Les dice
que su dignidad sólo puede ser reivindicada con la verdad y que, por tanto,
quienes mienten y manipulan la verdad no hacen otra cosa que jugar con aquélla.
Les dice que el fanatismo y la intolerancia conducen a la violencia ciega, de la
cual suelen sacar ventaja quienes tienen más poder y recursos en sus manos. Les
dice, finalmente, que no hay que permitir que los poderosos abusen de su poder y
jueguen con el hambre de los más pobres.
Carta de Ignacio Ellacuría a Monseñor: Óscar Arnulfo Romero
En las primeras semanas de 1977 arreció la represión en El
Salvador y comenzó la persecución a la Iglesia. El Padre Ellacuría estaba en
Madrid como exiliado, sin poder regresar al país. Desde allí conoció los
primeros pasos de Monseñor Romero como arzobispo de San Salvador, y le escribió
la siguiente carta que, por diversas razones, no se hizo pública sino hasta
ahora. Proceso agradece a Carta a las Iglesias y al P. Jon Sobrino la
autorización para reproducirla en este número del semanario.
Madrid,
9 de abril, 1977
Monseñor Óscar Romero
San Salvador
Querido Monseñor:
He podido seguir muy de cerca y con abundante información los gloriosos
acontecimientos —muerte y resurrección— que han ocurrido, especialmente en el
mes de marzo en El Salvador y muy singularmente en la Arquidiócesis. Así he
sabido de sus intervenciones como Arzobispo de San Salvador. Dios ha querido
ponerle al comienzo mismo de su ministerio en un trance sumamente difícil,
sumamente cristiano, porque si en él ha sobreabundado el delito, más ha
sobreabundado la gracia. Tengo que expresarle, desde mi modesta condición de
cristiano y sacerdote de su arquidiócesis, que me siento orgulloso de su
actuación como pastor. Desde este lejano exilio quiero mostrarle mi admiración y
respeto, porque he visto en la acción de Vd. el dedo de Dios. No puedo negar que
su comportamiento ha superado todas mis expectativas y esto me ha producido una
profunda alegría, que quiero comunicársela en este sábado de gloria.
Permítame que, dada mi condición de estudioso de la teología, le razone un poco
los motivos de mi orgullo, admiración y respeto. Yo creo que el martirio del
Padre Grande y de los demás cristianos ha merecido para El Salvador una
ejemplaridad singular para toda la Iglesia latinoamericana. No sé en qué otra
parte hubieran podido estar a tanta altura los sacerdotes y sus pastores.
El primer aspecto que me ha impresionado es el de su espíritu evangélico. Lo
supe desde el primer instante por comunicación del P. Arrupe. Son muchos los
pastores que alardean de espíritu evangélico, pero que, puestos en la prueba del
fuego —y lo hemos visto en el propio San Salvador—, muestran que no hay tal
espíritu. Usted inmediatamente percibió el significado limpio de la muerte del
Padre Grande, el significado de la persecución religiosa y respaldó con todas
sus fuerzas ese significado. Eso muestra su fe sincera y su discernimiento
cristiano. Muestra también su valentía y su prudencia evangélicas frente a
claras cobardías y prudencias mundanas. Es muy difícil que, en casos como éste,
el evangelio esté de parte de la ANEP, del Gobierno; usted lo vio claramente y
con independencia y firmeza sacó sus conclusiones y tomó sus decisiones.
Esto me hace ver un segundo aspecto: el de un claro discernimiento cristiano.
Usted, que conoce los Ejercicios de San Ignacio, sabe lo difícil que es
discernir y decidir según el espíritu de Cristo y no según el espíritu del mundo,
que se puede presentar sub angelo lucis. Tuvo el acierto de oír a todos, pero
acabó decidiendo por lo que parecía a ojos prudentes lo más arriesgado. En el
caso de la única misa, de la supresión de las actividades de los colegios, de su
firme separación de todo acto oficial, etc. supo discernir dónde estaba la
voluntad de Dios y supo seguir el ejemplo y el espíritu de Jesús de Nazaret.
Esto me ha dado a mí grandes esperanzas de que su ministerio, que ha de ser muy
difícil, pueda seguir siendo plenamente cristiano en unos momentos de América
Latina, donde tan difícil se presenta la verdadera vida de la Iglesia, más que
nunca llamada a ser una vida de testimonio y de martirio.
El tercer aspecto lo veo como una conclusión de los anteriores y como su
comprobación. En esta ocasión y apoyado en el martirio del Padre Grande. Usted
ha hecho Iglesia y ha hecho unidad en la Iglesia. Bien sabe Vd. lo difícil que
es hacer esas dos cosas hoy en San Salvador. Pero la misa en la Catedral y la
participación casi total y unánime de todo el presbiterio, de los religiosos y
de tanto pueblo de Dios muestran que en esa ocasión se ha logrado. No ha podido
entrar Vd. con mejor pie a hacer Iglesia y a hacer unidad en la Iglesia dentro
de la arquidiócesis.
No se le escapará que esto era difícil. Y Vd. lo ha logrado. Y lo ha logrado no
por los caminos del halago o del disimulo, sino por el camino del Evangelio:
siendo fiel a él y siendo valiente con él. Pienso que mientras Vd. siga en esta
línea y tenga como primer criterio el espíritu de Cristo martirialmente vivido,
lo mejor de la Iglesia en San Salvador estará con Vd. Y se le separarán quienes
se le tienen que separar. En la hora de la prueba se puede ver quiénes son
fieles hijos de la Iglesia, continuadora de la vida y de la misión de Jesús y
quiénes son los que se quieren servir de ella. Me parece que en esto tenemos un
ejemplo en la vida última del Padre Grande, alejada de los extremismos de la
izquierda pero mucho más alejada de la opresión y de los halagos de la riqueza
injusta, que dice San Lucas.
Finalmente creo que esta dolorosa y gozosa ocasión le habrá dado oportunidad
para reencontrar a la verdadera Compañía de Jesús, de la que gentes interesadas
le han querido apartar. Según he podido escuchar y leer, Vd. se ha entregado a
la Compañía y la Compañía se ha entregado a Usted. Habrá visto que la Compañía
en El Salvador quiere ser fiel a Cristo y a la Iglesia y lo quiere ser hasta las
últimas consecuencias. No siempre es fácil y no siempre acertará. La Compañía
está por vocación en la frontera, en el límite donde los peligros de toda índole
son mayores. En ese terreno no es fácil acertar siempre ni en las ideas ni en
las acciones. Pero yo pienso que hay en ella suficiente espíritu para reconocer
sus errores y para no cejar en su empeño. Usted ha debido comprobar en esta hora
difícil cuánta gente verdaderamente espiritual y verdaderamente capaz tiene la
Compañía al servicio de Cristo y de la Iglesia en El Salvador.
Yo pido a Dios que todas estas cosas sigan para bien de todos. No ha sido más
que el comienzo, pero ha sido un extraordinario comienzo. El Señor le ha
deparado un principio extraordinariamente cristiano en su nuevo ministerio. Que
Él le conceda seguir adelante entre tan excepcionales dificultades. Si logra
mantener la unidad de su presbiterio mediante su máxima fidelidad al evangelio
de Jesús, todo será posible.
Esto es lo que le desea de todo corazón este miembro de la arquidiócesis, que
ahora se ve alejado contra toda su voluntad, pienso que por anunciar el
evangelio. Le reitero mi admiración y mi agradecimiento por sus primeros pasos —que
conozco muy bien en toda su complejidad— como arzobispo de San Salvador.
Affmo. en Cristo
Ignacio Ellacuría.
Carta a Monseñor Romero: “No se olviden que somos hombres”
Querido Monseñor:
Pocos días antes de tu martirio esto es lo que respondiste a un periodista que
te preguntaba cómo ser solidarios con el pueblo salvadoreño: “que no se olviden
que somos hombres, y aquí están muriendo, huyendo, refugiándose en las montañas”.
Recuerdo bien estas palabras, porque cada vez me parecen más necesarias.
La ultimidad del sufrimiento
Fueron una genialidad de las que ya no se oyen. Sólo se les ocurre a quienes no
se contentan con repetir obviedades, sino a los lúcidos, a los misericordiosos,
que se dejan remover en las entrañas por el sufrimiento de estos pueblos, a los
creyentes de verdad, que ven en los cuerpos destrozados el cuerpo del mismo
Dios.
Monseñor, tocaste fondo. Con buen sentido, también dijiste cosas concretas: “el
que tenga fe en la oración, que sepa que es una fuerza que ahora se necesita
mucho aquí... Y en el aspecto material, aquí hay mucho dónde emplear dinero”.
Pero lo fundamental es que nos remitiste a “lo último”, a aquello más allá de lo
cual no se puede ir. Y eso no es frecuente. Lo normal es quedamos en “lo
penúltimo”, en aquello que podemos controlar sin ser controlados.
No sé si el periodista quedó satisfecho. Pero sin decir nada, lo dijiste todo; y
sin exigir nada, lo exigiste todo. “No se olviden que somos seres humanos. No
pasemos de largo ante el sufrimiento de los seres humanos”. A tu modo, y sin
saberlo, te adelantabas a la intuición de un gran teólogo de nuestros días, Juan
Bautista Metz. Pensando en cómo ha cambiado el cristianismo y cómo hay que
volver a lo fundamental suele decir: ”El cristianismo, de una religión sensible
al sufrimiento, se convirtió cada vez más en una religión sensible al pecado. Su
mirada no se dirigió primero al sufrimiento de la criatura, sino a su culpa.
Esto entumecía la sensibilidad por el sufrimiento ajeno y oscurecía la visión
bíblica de la justicia de Dios que, después de Jesús, había de valer para toda
hambre y sed”. Las palabras pueden extrañar, pero nos recuerdan lo fundamental
de Jesús, y recalcan con gran fuerza lo que tú decías: “una cosa les pido: no se
olviden de los hombres y mujeres sufrientes de nuestro pueblo”.
Hoy, años después, te seguimos echando en falta, Monseñor, por muchas cosas. Yo
en lo personal, por tu clarividencia y audacia en decir cosas últimas como ésta.
Líderes, políticos, profesionales, ideólogos, hablamos y analizamos muchísimas
cosas, pero cuesta dar el paso y llegar a lo último: cómo está lo humano entre
nosotros, y preguntarnos si vamos bien o vamos mal en lo humano. Parece veleidad
superflua dedicar tiempo a pensar y construir ”lo humano”, -mientras dedicamos
tiempos y recursos infinitos a otras cosas. Menciono algunas que pueden ser
necesarias y buenas: cómo producir más y ser competitivos, cómo facilitar
diversión y esparcimiento, y otras no tan buenas: cómo acercarnos a las
maravillas que vienen del norte, como si esto ya garantizase vivir cada uno y
unos con otros “humanamente”. Poner lo humano en el centro de interés no dejaría
de ser una cursilería, tolerable en el ámbito de lo privado, pero risible en el
ámbito público y del poder.
Y lo peor es que, al desaparecer lo humano, se olvida, como tú decías, Monseñor,
a los pobres de este mundo. Y de ninguna manera los ponemos en el centro. No nos
preguntamos qué hay que hacer por ellos, y menos aún nos preguntamos qué
salvación nos pueden dar ellos a nosotros. La civilización de la pobreza, que
decía Ellacuría, tantas veces citada, y otras tantas ignorada y despreciada, es
lo que en definitiva nos va a salvar. Pero no hacemos caso. Buscamos salvación
en bienes y recursos, pero no en lo humano, y menos en lo humano de los pobres.
Y así nos va. Si ignoramos lo humano, tarde o temprano todo se viene abajo, e
incluso las cosas buenas degeneran.
Humanizar la humanidad
El periodista, por ejemplo, te preguntaba qué solidaridad podría ayudar, y
mencionó la ayuda económica y la oración, cosas buenas, ambas, por supuesto.
Pero si nos olvidamos de que son seres humanos sufrientes los que la necesitan,
la solidaridad degenera, la ayuda languidece y la cooperación internacional
termina siendo pensada y llevada a cabo en provecho propio —cuando no se
convierte en instrumento de dominación, tal como ocurre con frecuencia. Sin
poner a los “seres humanos en el centro”, la solidaridad no humaniza a los que “dan”.
Suele, más bien, deshumanizarlos, haciendo que se sientan buenos, superiores,
maestros que vienen del mundo civilizado. Y sin poner a los “seres humanos en el
centro” no perciben aquéllos cuánto pueden recibir de los pobres, sus valores,
su dolor, su esperanza, hasta su gozo. “Santidad primordial” la hemos llamado.
Hablar de ayuda que deshumaniza, puede parecer ingratitud o mal gusto, pero
ocurre siempre que se olvida que “son hombres”. Hay que planificarla, sí, pero
sobre todo hay que humanizarla.
¿Y la oración de la que habla el periodista y tanto nos repiten desde muchas
instancias? Evidentemente es cosa buena, pero puede caer en palabrería, en el
fatigare deos de los romanos, y en coartada para no luchar contra los dioses que
generan las víctimas a las que la solidaridad debe aliviar. Sin tener en cuenta
a esas víctimas, lo del Magnificat, “derribó del trono a los poderosos y ensalzó
a los humildes”, lo cantaremos al son de guitarras o en polifonía exquisita,
pero no sale del corazón y no llega al corazón de Dios.
Bien lo sabes y bien nos lo dijiste, Monseñor. También la religiosidad puede
pervertirse. Ahora nos lo advierte tu hermano Casaldáliga: “De la misma fe
cristiana se está haciendo un recetario de milagros y prosperidades, refugio
espiritualista ante el mal y el sufrimiento y un substitutivo de la
corresponsabilidad, personal y comunitaria, en la transformación de la sociedad”.
Y eso, Monseñor, no se arregla sólo con mejores planes pastorales o clases de
teología. Se le pone remedio volviéndonos a los clamores de lo humano, como los
que escuchaba Dios en Egipto y le hizo salirse de si mismo para liberar a
esclavos. Y volviéndonos a la bondad y la fe de los humanos, como las de la
siriofenicia que cautivó a Jesús.
Y quiero mencionar una tercera cosa: la democracia. Es mejor que las dictaduras
y la seguridad nacional que hemos padecido, evidentemente. Pero también necesita
sanación, y urgentemente. Si es ir a las urnas, y después de las urnas no hay
cambios de vida para los pobres de siempre —y nada digamos cuando hay fraude—;
si es proclamar derechos humanos, sin que los pobres tengan acceso a justicia y
dignidad; si es vanagloriarse de la libertad de expresión, sin que los pobres
puedan hacer uso de ella, peor si no va acompañada de voluntad de verdad, y
todavía peor si aquélla sirve para encubrir la negación de ésta; si se reduce a
soflamas de igualdad ante la ley, sin crear mínimas condiciones materiales para
que esto sea posible… Si en el concierto de las naciones veneramos y servimos a
imperios —hoy, la democracia de Estados Unidos—, que impone guerras, controla el
comercio en provecho propio y en contra de los pobres, gestiona una
globalización que no es tal, pues los excluye y los distancia cada vez más de
los países de abundancia... Entonces democracia puede ser flatus vocis o
sarcasmo. Para las mayorías, “igualdad, libertad, fraternidad” son papel mojado.
La conclusión es que no basta con democratizar la democracia, sino que hay que
humanizarla. Y eso comienza por no otorgar a ella ultimidad última, ciertamente
no en la práctica, pero ni siquiera en teoría, sino a los seres humanos.
Ya ves, Monseñor, que hablo de cosas buenas, solidaridad, religiosidad,
democracia, pero muchas veces no funcionan y generan males. No hay que
sorprenderse, pues son producto de nuestras manos. Pero pienso que no acaba de
interesar que funcionen bien, pues no tomamos en serio lo que está detrás de
todas esas cosas, lo que las fundamenta y las pone en la dirección correcta:
“los seres humanos”, sobre todo “los que están muriendo, huyendo, refugiándose
en las montañas”.
Lo que ocurre, Monseñor, es que ponemos barreras para no enfrentarnos con ellos.
A veces las ponemos con malas artes, pero otras veces usamos cosas buenas y
necesarias, pero, en definitiva, para defendemos de ellos. Buena es la economía,
la democracia, muchas formas de religión, pero ¡cuántas veces sirven para
olvidar y ocultar a millones de hombres y mujeres que son lo realmente último!
Ese olvido de lo humano es principio fundamental de deshumanización.
El Dios garante de lo humano
Monseñor, bien sabes cómo lo decía Jesús: “el sábado es para el hombre, y no el
hombre para el sábado“. Hoy hay que traducirlo: la democracia y la religión, la
solidaridad y la cooperación internacional, los medios de comunicación y las
instituciones del saber son para el hombre, y no al revés. Son sobre todo para
esos 800 millones que pasan hambre cruel y para los 2,300 millones que tienen
que vivir con dos dólares al día. Y no ocurre con facilidad.
No hay que dar por supuesto que nuestros “sábados” no son barreras que nos
impiden ver a seres humanos en su realidad concreta. Invertimos cifras que
desafían a la imaginación en el buen vivir y el éxito; también invertimos en
mentir y encubrir, en armas, guerras, destrucción y muerte. Pero si me permites
una palabra que suena a ridiculez, el imperio y “la comunidad internacional” no
invierten en bondad, compasión, verdad —aunque dediquen algunos recursos y
algunos lo hacen con buena voluntad, a cosas buenas. No invertimos en ética, en
esperanza, en el gozo de ser familia humana —y hablo de “invertir” porque es el
lenguaje que mejor se entiende hoy. Y lo humano se nos escapa como agua entre
las manos.
¿Hay mucho de humano en este mundo, Monseñor? Sí lo hay. No abunda entre los
responsables que debieran crear un mundo más humano. Pero, como la semilla del
evangelio, vive y crece en mucha gente sencilla, que trabaja y lucha por vivir,
que mantiene esperanza y el gozo de la vida. También entre solidarios y
voluntarios, intelectuales y profesionales honrados que ponen la ciencia al
servicio de la vida, y no al revés. Todos ellos, aun sin saberlo, reproducen
muchas de las cosas que nos pedía Pablo, y que tú ejemplificaste: honradez sin
componendas, verdad sin acomodos, firmeza sin prepotencia, amor sin fingimiento,
y “llevarnos unos a otros”, combatiendo el mal con el bien. Es lo humano.
Monseñor, tú no sólo hablaste de lo humano sino que lo viviste. Por eso,
nuestros hermanos anglicanos te han puesto en la fachada de la Catedral de
Westminster, en Londres. Al verte muchos pueden encontrar alivio y esperanza,
pueden mostrar agradecimiento y pueden tener ánimo para la conversión. Bien
estás en Westminster mirándonos a todos. Contigo Cristo volvió a “poner su
tienda entre nosotros”.
Y una breve palabra final. Tu invitación y exigencia a “no olvidar a los seres
humanos” es como un reverbero de esta otra, que te salió de lo más profundo de
tu ser: “Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios... ¡Quién
me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación fuera que cada uno
de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su
majestad y de nuestra pequeñez!”.
Dos ultimidades tuviste Monseñor: los pobres y Dios. Ambas se remitían
mutuamente, y lo elevaste a teología. Decía bellamente san Ireneo: “la gloria de
Dios es el hombre que vive”. Entre los pobres tú lo dijiste de forma todavía más
cristiana: “la gloria de Dios es el pobre que vive”.
Te pedimos, Monseñor, que no olvidemos lo humano, a hombres y mujeres, los
pobres sobre todo que son camino a Dios. Y que no olvidemos a Dios, defensa del
pobre y garantía de lo humano. Así aportaremos, aunque sea un poco, a humanizar
la humanidad. Y termino con unas palabras de Casaldáliga en estos días:
“La más esencial tarea de la Humanidad es la tarea de humanizarse. Humanizar la
Humanidad es la misión de todos, de todas, de cada uno y cada una de nosotros.
La ciencia, la técnica, el progreso, solamente son dignos de nuestro pensamiento
y de nuestras manos si nos humanizan más. Frente a ciertos jactanciosos
progresos, las estadísticas anuales de ese profeta laico que es el PNUD deberían
provocarnos una indignada vergüenza... No se humaniza la humanidad con máquinas
y formulaciones (útiles en su tiempo y a su debido modo), sino con la
aproximación humana de cada uno y cada una, de cada persona y de cada pueblo.
Humanizar la Humanidad practicando la proximidad”.
Jon Sobrino
21 de marzo de 2006.
Sociedad y olvido: a propósito del XXVI Aniversario del asesinato de Óscar Romero
Los salvadoreños tienden a olvidar rápidamente las gestas y a los grandes hombres y mujeres de su pasado. Cuando no, levantan mitos en torno a ellos, desfigurando y quitando lo que de humano tienen, para legitimarse a sí mismos frente a la figura mistificada. Pero, desde lo puramente humano, no se trata de venerar un hecho o una persona, sino de guardar el equilibrio entre los que olvidan y los que mistifican. Ni olvidar, porque se pierde la invaluable memoria histórica, ni mistificar, porque se cambia la realidad por una ficción que pudiera momentáneamente ser útil, pero que, a la larga, se revierte en el olvido —esta vez intencionado— de lo real. Se impone, pues, la moderación: valorar activa y críticamente la obra y vida de los grandes salvadoreños y salvadoreñas. Activamente, para no olvidar; críticamente, para no mistificar.
2006 ha iniciado con dos muestras de esta especie de amnesia colectiva. En enero,
los salvadoreños y salvadoreñas se olvidaron de celebrar otro aniversario de los
Acuerdos de Paz, como si no se tratara del más importante acontecimiento socio-político
del pasado reciente. Únicamente algunos grupos, la mayoría opositores, se
concentraron para celebrar y, con mayor o menor suspicacia, reflejarse en el
espejo de la gesta pacifista. Otros —los más comedidos de entre los olvidadizos—
argumentaron que los Acuerdos han dado no más de lo que podían dar: “no hay que
pedirle peras al olmo”, dicen. Por tanto, —según su razonamiento— trascender más
allá de lo puramente político-militar y reclamar reivindicaciones sociales y
económicas sería exigir algo que no estaba contenido ni en el espíritu ni en la
letra de los Acuerdos. Sin embargo, si de refundar la sociedad salvadoreña se
trata, sí que se vale reclamar más allá de lo político.
En marzo, la misma suerte parece estar corriendo el recuerdo del asesinato de
uno de los hijos más grandes de El Salvador; alguien que por su talla histórica
y moral debiera ocupar un sitio honorífico entre la memoria histórica de todos
los salvadoreños: Óscar Arnulfo Romero. Se planifican conmemoraciones y
celebraciones, pero desde los mismos actores de siempre. Quizás sea por las
pasadas elecciones, pero este año se percibe un ambiente más frío en torno al
aniversario del asesinato de Monseñor Romero.
La disputa por San Salvador y sus implicaciones para ARENA
Después de una espera agónica, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) anunció que la doctora Violeta Menjívar, candidata del FMLN, había ganado la alcaldía de San Salvador. En estas líneas, se centrará la reflexión sobre algunos aspectos que rodearon este anuncio: el desempeño mismo del TSE y la situación de ARENA, generada con la autoproclamación de su candidato, Rodrigo Samayoa.
Un antecedente importante es comprender lo que estaba en disputa: la alcaldía de
San Salvador. Más allá de aquellas voces que plantean que quien gana la comuna
capitalina, gana la presidencia, cosa que está en entredicho, el gobierno
municipal de San Salvador es una fruta codiciada por todos los partidos
políticos. Pesan mucho razones demográficas —la capital tiene la densidad de
población más alta del país, debido a los desplazamientos internos del campo a
la ciudad, entre otros factores—, pero también Santa Tecla y Soyapango serían
bocados apetecibles por estas mismas razones. Ambas son vistas como ciudades
importantes, pero no despiertan la codicia política que suscita San Salvador.
La dignidad de las víctimas
Hace casi un año, el Estado salvadoreño fue notificado de la primera condena emitida en su contra por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así quedó establecida su responsabilidad por negarle garantías judiciales y la debida protección judicial, tanto a Ernestina y Erlinda Serrano Cruz como a sus familiares. Todo empezó el 2 de junio de 1982, cuando miembros del Batallón Atlacatl y otras unidades de la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) desaparecieron a estas dos niñas, mientras realizaban un operativo militar en Chalatenango; por eso, además, violó el derecho a la integridad personal de ambas. El fallo de dicha Corte es fruto de la incapacidad oficial de brindar a la familia Serrano Cruz —durante los últimos veinticuatro años— recursos legales idóneos para encontrar a Ernestina y Erlinda, investigar a los responsables de su desaparición y castigarlos por dicha violación, considerada un crimen contra la humanidad; todo eso, junto al irrespeto a su doble condición de víctimas y testigos, hasta el punto de afirmar que las niñas nunca existieron y que a su madre lo que le interesaba era obtener dinero.
La decisión del máximo tribunal de derechos humanos en América, competente para
conocer demandas contra El Salvador, establece obligaciones que éste debe
cumplir antes de dar por concluido el caso comentado. Las más importantes son:
investigar efectivamente, en un plazo razonable, “los hechos denunciados en el
presente caso, identificar y sancionar a los responsables y efectuar una
búsqueda seria de las víctimas”; crear la “comisión nacional de búsqueda de
jóvenes que desaparecieron cuando eran niños durante el conflicto armado”, con
“participación de la sociedad civil”; “realizar, en el plazo de un año, un acto
público de reconocimiento de su responsabilidad en relación con las violaciones
declaradas en esta Sentencia y de desagravio a las víctimas y sus familiares”; y
decretar, a más tardar en seis meses, “un día dedicado a los niños y niñas que,
por diversos motivos, desaparecieron durante el conflicto armado”.
Al acto público de desagravio debieron asistir “altas autoridades del Estado”,
dada la gravedad de los hechos cometidos y considerando que se trata de la
primera condena de un tribunal internacional contra uno de los Estados
latinoamericanos que más han violado los derechos humanos. La presencia de los
presidentes de los órganos de gobierno era lo más lógico, pues la Sentencia de
la Corte los compromete a todos por la comisión de los atropellos —al Ejecutivo
por la participación de la FAES y al Judicial por el actuar de los tribunales
que conocieron esta situación— o por su responsabilidad en el cumplimiento de la
sentencia, como en el caso del Legislativo y el decreto del día conmemorativo.
Sin embargo, las declaraciones públicas presidenciales hechas un día antes del
mencionado acto programado para la mañana del miércoles 22 de marzo, no tenían
nada que ver con el desagravio a las víctimas; en su locuaz forma de expresarse,
Antonio Elías Saca dijo: “aunque no se condenó al Estado en esa resolución, hay
algunos cumplimientos [sic] económicos que debemos cumplir como país”. Se
refería, obvio, a otra de las obligaciones derivadas de la resolución de la
Corte Interamericana: indemnizar a los familiares de las niñas y a sus asesores.
Pareciera que el presidente Saca continúa ignorando no sólo los alcances de la
resolución mencionada, sino también sus deberes como gobernante hacia la
sociedad salvadoreña y la comunidad internacional en materia de derechos humanos.
Las graves violaciones cometidas en el pasado concflicto, cuya inmensa mayoría
es imputable a agentes estatales, no se pueden igualar a un accidente
automovilístico donde —salvo que existan personas lesionadas— sólo se indemniza
por daños materiales. La sentencia del caso “Serrano Cruz” obliga al Estado, no
sólo a reparar el perjuicio causado sino también a impartir justicia y
garantizar que hechos similares no vuelvan a ocurrir.
Al respecto, muy útil le sería a Saca emular a otros colegas de la región como
el hondureño Ricardo Maduro, quien pidió perdón a los familiares de Juan
Humberto Sánchez y Dixie Miguel Urbina, asesinados en 1992 y 1995
respectivamente, luego de permanecer desaparecidos y ser torturados por
militares del vecino país. En ambos casos, Maduro precedió la solicitud de
perdón con el cumplimiento de otras obligaciones fijadas por el fallo de la
Corte Interamericana; en el primero, se exhumó el cadáver de Sánchez y en el
segundo se llegó a una “solución amistosa con los parientes de Urbina. Esas
fueron muestras de voluntad para cumplir con lo ordenado por dicho tribunal.
Otro mandatario vecino, el guatemalteco Óscar Berger, pidió perdón el 22 de
abril del 2005 en nombre del Estado guatemalteco por el asesinato de la
antropóloga Myrna Mack Chang, ocurrido en 1990 e imputado a miembros del
Batallón Presidencial de ese país, algunos de ellos en prisión por el crimen. Lo
hizo, frente a los titulares de los otros órganos estatales y el mando castrense,
en el Palacio Nacional con asistencia de invitados especiales y abiertas las
puertas a toda persona que quisiera asistir. Y realizó un evento similar después;
quien pidió perdón a las víctimas sobrevivientes de la masacre “Plan de Sánchez”,
realizada en 1982 por la milicia, fue el vicepresidente Eduardo Stein.
Los casos apuntados son semejantes al de las niñas Serrano Cruz. Se trata de
situaciones en las que se comprobó la participación de las fuerzas armadas de
los tres países, se vulneraron derechos humanos de familiares con posterioridad
a la muerte y desaparición de las víctimas directamente afectadas, y se constató
la falta de idoneidad de los mecanismos internos de protección de los derechos
humanos. Pero hay un gran abismo entre la actitud de los tres gobernantes al
momento de cumplir las sentencias emitidas por la Corte Interamericana. En El
Salvador se está ante un “perdón imposible”: ni los legal y moralmente obligados
a pedirlo —como el presidente Saca— lo hacen y los familiares ofendidos por
hechos aberrantes, como la desaparición de niñas y niños durante la guerra
civil, no tienen a quien perdonar, pues los criminales permanecen en el
anonimato y la impunidad, escondidos bajo una ilegal e infame amnistía.
Ese proceder alcanza límites insultantes como lo ocurrido el pasado miércoles 22
de marzo, en el pretendido acto público para dar cumplimiento a lo ordenado por
la Corte Interamericana. No se reconoció ninguna responsabilidad estatal ni se
desagravió a las víctimas y sus familiares. El discurso oficial se centró en
alabar las “bondades” de la Comisión oficial, que no corresponde a lo
establecido en la sentencia mencionada del caso “Serrano Cruz”, y a presentar el
único caso de reencuentro logrado por la misma.
El “gran gesto” de desagravio por parte del canciller salvadoreño, quien
presidió la actividad, se limitó al siguiente párrafo de su discurso: “el Estado
de El Salvador lamenta profundamente todos los hechos sucedidos durante el
conflicto armado que imperó en nuestro país por más de 12 años y que afectó
directamente a todas y cada una de las familias salvadoreñas, y primordialmente,
aquellos que han involucrado a nuestra niñez; especialmente, lamenta los hechos
relacionados con Erlinda y Ernestina Serrano Cruz y lo determinado por la
Sentencia y se solidariza con ellos y su familia (...) Expreso nuestro deseo de
que situaciones como las que se dieron en aquellos momentos y que afectaron a la
sociedad salvadoreña no vuelvan a ocurrir”.
Lo verdaderamente lamentable de ese acto —más que público, publicitario— es que
el perdón siga siendo exigido a las víctimas sin que sus victimarios lo pidan.
Mientras tanto, más víctimas continúan luchando por alcanzar justicia y sus
casos —poco a poco— se envían a los tribunales internacionales, evidenciando con
esto el espejismo de una “paz” cimentada sobre la innegable realidad de ocho mil
o más hombres, mujeres, niñas y niñas desaparecidas.
Quisieron, eso sí, entregar el dinero de la indemnización ordenada a las
víctimas; dinero de los impuestos que paga el pueblo salvadoreño, no de los
bolsillos de quienes se lucraron con la guerra y las violaciones cometidas
durante la misma. La familia Serrano Cruz lo rechazó. Y así, se estrellaron
contra algo que no tienen los victimarios, llamado DIGNIDAD. Esa no tiene precio.
Resultados definitivos de las elecciones para alcaldes y diputados
En el número anterior de Proceso se presentaron los
resultados preliminares de las elecciones de alcaldes y diputados. Tal como se
mencionó en esa oportunidad, esos datos estaban sujetos a cambios ya que el
Tribunal Supremo Electoral (TSE) no procesó el total de actas en el escrutinio
preliminar. Además, en algunos municipios del país se suscitó una cerrada
disputa por la alcaldía, lo que ameritaba esperar los resultados finales para
definir un ganador. A continuación, se presentan los resultados finales de las
recientes elecciones y se comparan con los obtenidos en los comicios de 2003.
Elección de diputados
Diputados electos por partido
Partido/Año 2003 2006
ARENA 27 34
CDU/CD 5 2
FMLN 31 32
PCN 16 10
PDC 4 6
PSD-PMR 1 —
Fuente: TSE y ECA, Nº 653-654, p. 182
Los resultados del escrutinio final de los comicios del 12 de marzo no son muy
diferentes a los resultados preliminares presentados por el TSE. ARENA, el FMLN
y CD mantienen el mismo número de diputados de acuerdo al escrutinio preliminar.
Sólo el PCN y PDC experimentaron un leve cambio en el número de diputados al
conocerse el escrutinio final.
De acuerdo al escrutinio final del TSE, ARENA obtuvo 34 diputados, siete
diputados más que en las elecciones de 2003. El CD, antes CDU, logró solamente
dos diputados, tres diputados menos con respecto a los comicios de 2003. El FMLN
obtuvo 32 diputados, uno más que los logrados en 2003. Los viejos partidos PCN y
PDC corrieron destinos diferentes. El PCN perdió seis diputados y en la nueva
Asamblea Legislativa solo contará con diez curules a su favor. El PDC obtuvo en
las recientes elecciones seis diputados, dos más que en 2003.
Así las cosas, las principales fuerzas políticas al interior de la Asamblea
continúan siendo ARENA y el FMLN, logrando en su conjunto el control de un poco
más del 78% del parlamento salvadoreño. Mientras que el CD y el PCN sufren un
desgaste en su participación en la Asamblea Legislativa, el PDC aumenta su
participación a costa —de acuerdo a los cambios entre los resultados
preliminares y finales— de haberle quitado un diputado al PCN.
Elecciones municipales
Una comparación entre los resultados preliminares y finales de los recientes
comicios demuestran que se dieron leves variaciones en el número de alcaldías
ganadas por los diferentes partidos políticos. Estas variaciones fueron fruto
del escrutinio total de las actas en aquellos municipios donde había una cerrada
competencia por la alcaldía.
Cantidad de alcaldías obtenidas
Partido/Año 2003 2006
ARENA 111 147
CDU/CD 4 3
FMLN 74 59
PCN 53 39
PDC 18 14
PAN 1 —
PPR 1 —
Fuente: TSE y ECA 653-654, p. 178
De acuerdo al escrutinio final del TSE, ARENA ganó el mayor número de alcaldías
a escala nacional. El partido oficial logró 147 alcaldías, 36 más que en 2003.
El FMLN obtuvo 59 alcaldías, 5 de ellas en coalición. En los comicios de 2003,
logró 62, compitiendo por su cuenta, cifra a la cual se añadieron los doce que
ganó en coalición, para hacer un total de 74 alcaldías. Es decir, que, entre
2003 y 2006, el partido de izquierda habría perdido quince comunas, de las
cuales ocho las perdió compitiendo en solitario. El PCN resintió los resultados
de estas elecciones al perder catorce alcaldías. La pérdida es sensible, si se
toma en cuenta que durante los comicios de 2003 obtuvo 53 alcaldías, mientras
que en las elecciones recién pasadas apenas obtuvo 39. El PDC ganó catorce
alcaldías, el mismo número que las obtenidas en 2003. En aquella oportunidad
pudo gobernar dieciocho comunas, por que cuatro de ellas fueron ganadas mediante
una coalición. Finalmente, el CD, conocido antes como CDU, se hizo con tres
alcaldías, es decir, una menos que en 2003.
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