© 1997 UCA Editores
--------------------------- Año 17 número 740 enero 8 1997 ISSN 0259-9864 El informe de mitad de periodo del Presidente Armando Calderón Sol El papel del sistema financiero en la economía nacional A propósito de la crisis peruana La firma de la paz en Guatemala Pistas para la reconciliación y la paz Acuerdo de paz firme y duradera ----- El informe de mitad de periodo del Presidente Armando Calderón Sol El 1 de enero de 1997 el Presidente Armando Calderón Sol se dirigió a la nación para evaluar el desempeño de su gobierno a dos y medio de gestión estatal. Cuando todavía los efectos del desvelo de la noche de fin de año no habían pasado y cuando todavía resonaban en el ambiente los mejores deseos que para el nuevo año amigos y familiares se habían profesado al concluir 1996, los salvadoreños tuvimos que volver abruptamente la vista a la realidad del país, pues el discurso presidencial lo hizo inexorable. Y ello no porque el ciudadano presidente estuviese haciendo un balance objetivo de los complejos problemas nacionales, sino porque en sus palabras sólo se dejaban escuchar logros y conquistas en los campos económico, político y social, obviando graves problemas que la segunda administración de ARENA ha sido incapaz de enfrentar en la primera mitad de su mandato. En el campo político Calderón Sol volvió una vez más sobre los Acuerdos de Paz, insistiendo en su cumplimiento. Asimismo, no olvidó, en este punto, el tema de la þprofundización del modelo democráticoþ, cuyo logro más relevante es que þhemos llegado a conformar una sociedad con un alto grado de libertadþ. Ni una palabra sobre la postergada reforma económica ni sobre los conflictos potenciales que la no realización de la misma puede encerrar ni sobre el bloqueo empresarial a la instauración del Foro de Concertación Económico Social ni, menos aún, sobre la incompetencia gubernamental para contener la voracidad empresarial. Tampoco el Presidente de la República creyó oportuno mencionar los peligrosos obstáculos que ha enfrentado el proceso de instauración democrática; obstáculos que, en gran medida, han provenido de las propias esferas estatales desde las cuales se han promovido comportamientos autoritarios de la más diversa naturaleza. A nivel jurídico, lo más importante es el þfortalecimiento del Estado de derechoþ, lo cual requiere þhacer de la Policía Nacional Civil una institución que verdaderamente proteja a la población, con estricto apego a las leyesþ. ¿Cómo se ha logrado esto? Pues el Presidente Calderón Sol explica que ello se ha logrado aumentando el número de efectivos policiales, enfrentando drásticamente a la delincuencia y cumpliendo los compromisos internacionales en el campo del respeto a los derechos humanos. Sobre este último punto las dudas sobran, puesto que las obreras en las maquilas o los niños de la calles - cuyos derechos han sido y son violentados cotidianamente sin que el Estado haga algo para defenderlos- ponen de manifiesto la debilidad del discurso del Presidente de la República. Pero si con la bandera de los derechos humanos el gobierno no queda en buen pie, peor queda cuando asocia el fortalecimiento del Estado de derecho con el crecimiento de la PNC y con lo eficaz de la lucha contra la delincuencia. La policía puede crecer y ser eficaz en el combate de la delincuencia, pero de ello no se sigue, ni de lejos, un fortalecimiento del Estado de derecho. Para que ello sea así la policía, como sostiene Calderón Sol, tiene que proceder con apego a la ley. Mas no sólo eso: también tiene que estar impregnada de valores democráticos. Y ello, ciertamente, no puede darse por seguro. Los excesos de violencia que han caracterizado a la PNC, así como la presumible existencia de organismos paralelos en su interior, hacen sospechar de su vocación democrática. Empero, el Presidente de la república no dijo ni una palabra sobre esto, al igual que pasó de largo sobre la corrupción en el seno del órgano judicial, lo cual es un impedimento para avanzar en la consolidación de un Estado de derecho. Sobre la situación económica, el Presidente Calderón Sol, tras tener un atisbo de sinceridad -al reconocer que 1996 þfue un año difícil, ya que hemos sufrido un periodo de desaceleraciónþ- volvió a uno de los lugares comunes de las valoraciones oficiales: þa pesar de la desaceleración, la economía creció 3 por ciento en 1996, y todos los indicadores económicos muestran resultados positivosþ. Por supuesto, no podía faltar la alusión al ejemplo por excelencia de la bonanza económica nacional: el sistema financiero, de cuya fortaleza -según el ciudadano Presidente- debemos sentirnos orgullosos todos los salvadoreños, þlos trabajadores, los campesinos y los empresariosþ. Esto último es hasta risible, porque ni los trabajadores ni los campesinos tienen razones para enorgullecerse de un modelo económico que los hunde en la miseria; y también lo es porque los grupos empresariales no se han beneficiado en conjunto y por igual de los logros económicos, como lo han puesto en evidencia las protestas y presiones de los agricultores y los industriales. En el campo social, donde el compromiso del gobierno de Calderón Sol dice ser þmás profundoþ, los éxitos de los que hace alarde el Presidente de la República se ubican únicamente en el sector educativo. Indudablemente es en esta área en donde sí se puede hablar de un desempeño encomiable de una instancia estatal, lo cual dice mucho del trabajo y de la capacidad de la Ministra de Educación, sin cuyo empeño la reforma educativa no hubiera visto la luz. Justamente la experiencia del Ministerio de Educación es la excepción que confirma la regla de un desempeño gubernamental francamente ineficiente. Como muestra de ello están la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) y el Ministerio de Obras Públicas (MOP). De la primera el Presidente Calderón Sol enumera los proyectos que ha ejecutado y la cobertura de las obras de agua y alcantarillado. Olvida, sin embargo, el grave hecho de la contaminación del agua, así como también el del agotamiento de los recursos hídricos, sobre lo cual ANDA se ha mostrado totalmente incompetente para dar una solución adecuada. Del MOP Calderón Sol menciona las obras en carretera realizadas y en proyecto de realizar, pero no dice una palabra sobre lo inservible de las carreteras del país ni porqué muchas obras comenzadas han sido abandonadas una y otra vez. En otro apartado de su discurso, el Presidente de la República habló de la þtransformación institucionalþ, aludiendo a una reforma del sector público que þsatisfaga las demandas de una sociedad libre, participativa y solidariaþ. Al respecto, se refirió a la aprobación de la Ley de la Superintendencia de Telecomunicaciones, los preparativos para la venta de ANTEL y la reforma al Sistema de Pensiones. De las tres medidas mencionadas, la más discutida ha sido la que estuvo encaminada a vender ANTEL. Y ello porque, en el marco de un discurso oficial que ha identificado modernización con privatización, el gobierno se ha empeñado obstinadamente en la venta de la institución de telecomunicaciones, haciendo caso omiso de las apreciaciones de quienes han señalado el impacto negativo de un proceso de privatización que tiene en la mira beneficiar exclusivamente a los sectores empresariales. Ciertamente, la reforma del sector público en El Salvador no se ha encaminado a satisfacer las demandas de la sociedad, sino más bien se ha traducido en desempleo -como lo muestra la aplicación del decreto 471- y en un encarecimiento creciente de los servicios básicos. Por supuesto, el Presidente de la República obvió referirse a ello, porque parece suponer que las demandas sociales son demandas de servicios eficientes y que, en consecuencia, ello se resuelve recortando el número de empleados en el sector público y trasladando los activos estatales a manos privadas. Sin duda, este es un grave desatino del mandatario y sus asesores, pues las demandas sociales no son esencialmente por mejores servicios, sino demandas por empleo, alimentación básica, vivienda y educación; pero, aunque sí lo fueran, no es automáticamente seguro que con la reducción de empleos y la privatización de las entidades públicas ello se logre. Por último, no podía faltar en el discurso presidencial la visión hacia el futuro, un futuro þcon expectativas favorablesþ. En los principales ámbitos de la realidad socio-económica las perspectivas son favorables, y sus frutos comenzarán a percibirse en 1997, þen beneficio de todo el país, que se encamina hacia la modernizaciónþ. Siendo así las cosas, þes importante dejar de escuchar al pesimismo, que sólo pretende ver lo malo y no quiere reconocer las virtudes, el esfuerzo y trabajo que día a día realizan los salvadoreños, trabajadores, campesinos y empresarios, de los que saben crear riqueza, empleos y bienestarþ. Este llamado del Presidente Calderón Sol a dejar a un lado el pesimismo, pues el mismo estaría motivado por un afán de ver lo malo -descuidando las virtudes y bondades del desempeño de su gobierno-, está lleno de malicia. Y ello porque sugiere que las evaluaciones del desempeño gubernamental que centren su atención en las debilidades del gobierno, en sus yerros y su incompetencia, lo harán más por mala voluntad que por un afán de objetividad y realismo. Sin embargo, más allá de las simpatías que despierte Calderón Sol y su gobierno, es claro que los logros presentados por el primero son más bien ínfimos cuando se examinan a la luz de los graves problemas irresueltos que tiene el país a principios de 1997. ----- El papel del sistema financiero en la economía nacional En El Salvador la reprivatización de la banca a partir de la década de 1990 ha dado paso a dinámicas económicas novedosas, aunque no por ello favorables, para la consecución del desarrollo tales como el descollante crecimiento del sector financiero, del crédito y, con este, de las actividades terciarias. Una evaluación del comportamiento económico durante el año 1996, empero, sugiere que recientemente se ha suscitado un claro empeoramiento en relación a las condiciones imperantes en 1995, especialmente por aspectos como la caída del crecimiento económico y la ampliación del déficit fiscal. Lo anterior apunta a que el estilo de crecimiento económico experimentado no es sostenible ni siquiera en el mediano plazo, pues está fundamentado en un desmedido incremento de la actividad y de las márgenes de utilidad del sistema financiero. Entre 1991 y 1995 la actividad de este sector se incrementó en un 82.8%, lo cual lo ha convertido en el sector económico más dinámico de la década de los 90. Aún y cuando durante 1996 disminuyó la tasa de crecimiento económico general, el sector financiero continuó siendo el de mayor crecimiento al grado de que su índice de actividad se incrementó en 18.7% en un momento en que el índice general lo habría hecho en sólo 0.6%. Por otra parte, como se demuestra más adelante, inclusive en momentos de disminución de las tasas inflacionarias y de restricción al crecimiento del crédito, se ha experimentado un incremento en los niveles de utilidad del sistema financiero. El comportamiento del sector financiero afecta el nivel de crecimiento económico no sólo debido a su aporte para el total, sino también por su papel de intermediario entre ahorrantes e inversionistas. Las políticas de captación de depósitos y, especialmente, de asignación del crédito tienen mucho que ver con la actividad económica de los restantes sectores económicos. En atención a lo anterior, en las siguientes líneas se hace una evaluación del comportamiento económico de los últimos años, contrastándola con el comportamiento de los montos crediticios otorgados por el sistema financiero. Cabe tener en cuenta que, al tiempo que el sector financiero ha sido el de mayor crecimiento durante los últimos años, ha sido sometido a un proceso de saneamiento y reprivatización de sus activos. Durante toda la década de los 80, la banca permaneció en manos del Estado dando lugar a prácticas ineficientes del más variado signo; sin embargo, en la década anterior, en que se encontraba en manos privadas, el sistema financiero enfrentó serios problemas de eficiencia tanto nivel microeconómico, macroeconómico y social, que se agravaron durante el siguiente decenio. En la actualidad, y a juicio de instituciones financieras internacionales calificadoras de riesgo para la inversión, la economía salvadoreña presenta muy condiciones atractivas para la inversión, especialmente porque el sistema financiero reprivatizado presenta niveles de rentabilidad que inclusive superan los niveles observados en bancos de los Estados Unidos. Lo anterior se refleja en el nivel de crecimiento sectorial como en el comportamiento del crédito y de las tasas de interés. Hasta 1995, el incremento del crédito de bancos y financieras alcanzó niveles superiores al 30% anual, privilegiando especialmente el crédito hacia los sectores comercio y construcción, los cuales entre los años 1992 y 1995 habrían visto incrementarse su asignación crediticia en un 99.3 y un 35.3 por ciento, respectivamente; el sector industrial en cambio incrementó su participación en solamente 5.8%; mientras que el sector agropecuario redujo su monto otorgado de crédito en un 13.3% durante los mismos años. Desde mediados de 1995, el Banco Central de Reserva (BCR) ha aplicado una política anti-inflacionaria de restricción del crédito que habría provocado que al mes de octubre pasado el crédito solamente hubiera crecido en un 14.9%. Consecuentemente, la actividad de sectores que durante los últimos años habían sido los principales receptores del crédito están experimentando en la actualidad las mayores caídas de su actividad. El índice del mayor receptor del incremento del crédito, el comercio, decayó en 2.9%, entre los meses de septiembre de 1995 y septiembre 1996. No cabe duda de que el sistema financiero ha desempeñado un papel activo en la configuración de nuevas características del modelo económico del país por dos razones fundamentales: ha contribuido a profundizar la crisis del sector agropecuario y se ha convertido en el principal polo de acumulación económica de los últimos años. En efecto, al revisar la composición del Producto Interno Bruto (PIB), resulta que la mayor participación ya no es la del sector agropecuario, sino la del sector industrial, pese a que este último ha experimentado tasas de crecimiento bajas en relación al comercio y el sector financiero. Este último ha experimentado las mayores tasas de crecimiento no sólo por el crecimiento del crédito, sino también debido al manejo de las tasas de interés, las cuales han llegado a niveles injustificadamente altos durante los últimos años. Hasta 1995, la elevada demanda crediticia sobredeterminó que las tasas de interés se elevaran considerablemente, en un año en el que los índices inflacionarios se redujeron. Posteriormente, las tasas de interés promedio han experimentado tendencias hacia la disminución, pasando las tasas activas de corto plazo desde un nivel de 19.53%, en octubre de 1995, a otro de 17.31%, en el mismo mes de 1996, lo cual supone una disminución de 2.21 puntos porcentuales. Las tasas pasivas de corto plazo, por otra parte, experimentaron una disminución mucho mayor pasando desde 14.95% a 11.70% en el mismo período, lo cual implica una disminución 3.25 puntos porcentuales. La consecuencia principal del comportamiento reciente de las tasas de interés es una ampliación del diferencial entre tasas activas y tasas pasivas y, evidentemente, una ampliación del margen de utilidades obtenidos por el sistema financiero nacional; y esto en un año de recesión económica y bajo nivel inflacionario. En octubre de 1995, la mencionada diferencia era de 4.58 puntos porcentuales, mientras que para el mismo mes de 1996 fue de 5.61 puntos porcentuales, lo cual supone un incremento porcentual de 22.5% en los ingresos brutos provenientes de las operaciones bancarias. Los criterios de asignación del crédito aplicados por la banca privada han mostrado tener sesgo en contra de los sectores productivos de la economía. Si antes de su nacionalización el sistema financiero concentraba el crédito en las actividades más dinámicas (industriales y agropecuarias), actualmente este continua haciéndolo aunque con la diferencia de que los sectores privilegiados se encuentran ahora en el sector terciario, el cual no genera bienes exportables ni divisas. En el mediano y largo plazo, esta situación podría comprometer la aparente situación privilegiada del país en materia de estabilidad macroeconómica, pues -suponiendo ausencia de remesas familiares y de cualquier otro ingreso externo- se suscitarían, por ejemplo, desequilibrios de balanza de pagos, pérdida de reservas internacionales, devaluación de la moneda e incrementos de la tasa de inflación debido a que no existe un sector productivo capaz de generar las divisas que proporcionan las remesas familiares y que actualmente sostienen la economía nacional. La privatización del sistema financiero ha restaurado nuevos campos de acumulación para los grandes inversionistas al tiempo que limita el desarrollo de actividades con potencial de generar empleo productivo, exportaciones y disminución de la dependencia de las remesas familiares para mantener una macroeconomía estable. El manejo del crédito y de las tasas de interés parecen estarse constituyendo en dos escollos para el desarrollo, mismos que han surgido exclusivamente del actual estilo de manejo del sistema financiero privado. ----- A propósito de la crisis peruana La violencia, su ejercicio o uso con fines políticos, es una realidad compleja dentro del entramado de las relaciones internacionales. El calificarla como execrable, como un manifestación del más bárbaro de los terrorismos, o como inevitable y necesaria depende de uno o más de los siguientes factores: de la adscripción ideológica, del grupo étnico o cultural al que se pertenece y de la posición que se ocupa dentro de los intereses político- económicos mundiales. El uso de la violencia fue considerado legítimo, por ejemplo, cuando se utilizó para apresar y llevar a la justicia estadounidense al ex hombre fuerte de Panamá, Manuel Noriega; el pasar por encima de vidas civiles y dejar cuantiosos daños materiales en la infraestructura del país fue visto como necesario para ponerle paro a un personaje que había afirmado en reiteradas ocasiones su disposición de recuperar el control administrativo del canal marítimo que atraviesa su país, algo absolutamente intolerable y lesivo para los intereses del orden mundial en la región. Nadie condenó tampoco usar la violencia para mantener el control de la zona del cercano oriente, aun cuando ello implicara que Israel aprobara legislativamente el uso de la tortura contra sus enemigos apresados por el Shin Bet o diera mano libre para que sus aguerridos soldados dispararan sus fusiles de asalto contra adolescentes palestinos armados de piedras y garrotes. La oposición a estos hechos, el condenar este tipo de violencia, está fuera de la racionalidad que impera en la comuna internacional. Aquel que muestra su rechazo a esta lógica es visto como un sospechoso simpatizante de la facción terrorista a combatir; por lo cual, candidato a sanciones o a la marginación internacional -el ejemplo más ilustrativo y actual de ello es el veto estadounidense contra la candidatura a la presidencia de la ONU de Boutros Ghali, funcionario que contra la voluntad de los Estados Unidos emitió una resolución de condena por el bombardeo de helicópteros israelitas sobre objetivos civiles. Esta discrecionalidad internacional que tipifica el uso de la violencia de acuerdo a criterios foráneos a los derechos humanos más básicos divide a las facciones en pugna en dos bandos: los terroristas o delincuentes, los que se mantienen fuera de la norma aceptada en los tres factores ya mencionados, y los guardianes- castigadores, aquellos que se mantienen dentro de lo aceptado internacionalmente y que cuando se ven atacados o amenazados por los primeros pueden ejercer la fuerza legítimamente y sin oprobio. No es de sorprenderse, pues, que el calificativo de terroristas haya sido patrimonio exclusivo de los grupos revolucionarios de América Latina y otras partes del mundo; mientras que las facciones militares contrarias, las pertenecientes a los regímenes gubernamentales, se hayan visto excluidas de ello. Lo que en definitiva diferenció y diferencia a los dos grupos es que el primero, cometa o no actos que violenten los derechos humanos de la población civil, es terrorista a priori -su violencia es injustificada y, por ende, condenable por no ser medio para alcanzar la norma internacional que rige-, mientras que los segundos, incluso cometiendo actos de barbarie y terrorismo a ultranza, incluso atentando contra los valores que dicen defender, se ven librados de cualquier crítica y son premiados por no dejarse victimar por los que se mantienen al margen de lo establecido política y socialmente. Lo hasta aquí dicho es útil para evaluar y comprender uno de los sucesos internacionales que más atención ha acaparado durante el último mes: la toma de la embajada de Japón en Perú a manos del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Perú, la democracia en crisis La toma de la embajada japonesa en Perú, el 17 de diciembre de 1996, es un hecho que ha sacudido a la opinión pública mundial por dos razones. La primera, la acción del MRTA se da en el marco de un proceso en el cual los movimientos guerrilleros izquierdistas latinoamericanos o se han extinguido al entrar sus integrantes a la legalidad política o mantienen un perfil bajo donde las acciones militares a gran escala han pasado a ser sustituidas por la negociación y el diálogo; en este sentido, el audaz asalto del MRTA ha hecho revivir los operativos guerrilleros que fueron comunes en las décadas de los 60 y 70. La segunda, la toma, además de involucrar a personajes de la diplomacia internacional y altos jerarcas del estado peruano, acaece después de que el Presidente Alberto Fujimori se había mofado nacional e internacionalmente de poseer un aparato de seguridad e inteligencia lo suficientemente eficiente como para llevar cerca del exterminio a los dos grupos guerrilleros del país: el MRTA y Sendero Luminoso. Los miembros del Túpac Amaru, a la vez que mostraban con contundencia su capacidad logística y operativa, ponían en jaque a un gobierno que hasta la fecha había hecho todos los alardes de fuerza que permite la arrogancia del poder casi absoluto. Aunque las exigencias puestas por el escuadrón emerretista para liberar a los rehenes que todavía restan (un poco más de 100) han ido ablandándose conforme han pasado los días y se ha inflexibilizado la posición oficial del gobierno peruano (el cual se niega a la concesiones y exige la liberación de los rehenes y la rendición de los guerrilleros), hay un punto central que se mantiene: el reconocimiento internacional del grupo como una organización que lucha por reinvindicaciones sociales -lo que implica no ser tratados como terroristas- y un cambio en la política neoliberal y autoritaria de Fujimori. Sobre ambas cosas es necesario realizar algunas reflexiones. Aunque pretendan argumentar lo contrario los dirigentes del MRTA, la toma de la embajada no es solamente una acción política, es también un acto calculado de terrorismo, pues en él se han visto involucrados objetivos que no pueden ser considerados -desde ninguna perspectiva- militares. Sin embargo, la prensa y la opinión mundial no han reparado en lo que de político tiene el ataque, en lo que de la realidad peruana dice una acción tan extrema. Tanto la OEA, la ONU y los países industrializados no han dudado en calificar el hecho como un þataque a la democraciaþ, pero es obligatorio preguntarse antes ¿cuál democracia? ¿acaso existe una mínima democracia en Perú? No deja de ser contradictorio el que países de la comunidad internacional exijan al gobierno peruano no reconocer a los miembros del MRTA como más que simples terroristas y delincuentes para los cuales la respuesta idónea es la más drástica, cuando han pasado por alto que Fujimori ha anulado, si no aniquilado por completo, las instituciones democráticas básicas de su país con el fin de mantenerse en el poder. En consecuencia, el asalto a la embajada sólo puede entenderse como una coyuntura que obedece a un proceso de años indiscutiblemente ilegítimo y atentatorio contra la democracia; la acción del MRTA no es en sí misma una simple crisis que basta con solucionarla mediante la fuerza o la negociación, es más bien la expresión de la crisis democrática peruana que con el silencio internacional ha sido avalada por años. Es importante, pues, preguntarse si había otro mecanismo en Perú para hacerse escuchar y obligar al mundo a reparar en el hecho de las asfixiantes condiciones democráticas del estado peruano. Si bien la acción del MRTA es a todas luces el estertor de un grupo perdido en los esquemas guerrilleros de décadas pasadas, ello no debe servir de justificación para contemplar al gobierno de Fujimori como una víctima inocente de una violencia desproporcionada. En definitiva, el operativo del MRTA es perfectamente comprensible en un país en el cual la democracia es el instrumento y pretexto para afianzar un poder feudal. A su manera, tanto la violencia del MRTA como el romanticismo del EZLN muestran que en Latinoamérica el fantasma de los grupos guerrilleros no puede ser exorcizado mientras la democracia sea simplemente un alegato y una fachada para disimular las más nefastas prácticas de los dictadores modernos. Sí, el MRTA es un movimiento de expresiones terroristas, pero ¿no es también un terrorismo de Estado el privar a los ciudadanos de medios de expresión alternativos a las tomas de rehenes o el sabotaje? ----- La firma de la paz en Guatemala Una de las noticias importantes al final del año 1996 nos anunciaba la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, con lo que llegaban a su fin a 36 años de conflicto armado. La finalización de la guerra y los esfuerzos por solucionarla pueden evaluarse como una señal positiva de cambios prometedores para el vecino país. Desde el primer acuerdo básico suscrito en Oslo, el 30 de marzo de 1990, hasta el acuerdo final en Ciudad de Guatemala, el 29 de diciembre de 1996, pasaron seis años y se firmaron trece acuerdos entre los que sobresalen la situación de los pueblos indígenas, reasentamientos para la población desplazada por el conflicto, el papel del ejército frente a la sociedad guatemalteca, la investigación sobre graves hechos de violaciones a los derechos humanos, así como reformas al sistema electoral, reinserción de los ex combatientes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y el cese de fuego definitivo. Es necesario reconocer que en los ámbitos en los cuales se lograron acuerdos éstos son difíciles de implementar en sociedades como la guatemalteca, dirigida durante décadas por dictaduras militares. Precisamente, la imposición del poder militar rompió con las aspiraciones democráticas iniciadas por Jacobo Arbenz en la década de los cincuenta y desembocó luego en uno de los conflictos más antiguos de América Latina. Al examinar los acuerdos firmados el 29 de diciembre pasado, podemos observar coincidencias con el proceso de paz salvadoreño. Ciertamente, las figuras jurídicas y políticas pueden ser diferentes, pero básicamente comparten el objetivo central: sentar las bases para sociedades democráticas con participación de amplios sectores y la subordinación del poder militar al civil. La lectura de los acuerdos de paz en Guatemala podría conducir a la falacia de que es un proceso idéntico al salvadoreño. No se puede negar, en este punto, que tienen similitud de procedimiento técnico; sin embargo, los alcances respecto al fortalecimiento de la sociedad civil apuntan más a la continuidad de un proceso para una paz firme y duradera que a unos compromisos meramente coyunturales. La estructura de los acuerdos suscritos entre la URNG y el gobierno de Guatemala podrían evaluarse desde tres elementos constitutivos: a) acuerdos coyunturales (reconversión, reasentamiento de la población desplazada por el conflicto, etc.); b) parte dogmática (redefinición del papel del ejército); y c) nuevo andamiaje para la vida institucional y política de Guatemala (el uso de lenguaje multilingüe en la administración de justicia, la incorporación de compromisos y acuerdos dirigidos a sectores altamente marginados y excluidos:mujeres e indígenas) Precisamente en este tercer elemento hay que considerar las proyecciones que sobre las atribuciones y misiones de la Asamblea Legislativa se determinan en los acuerdos : "el debate público de los asuntos fundamentales", "la representividad del pueblo" y "las responsabilidades que le corresponden de cara a los otros organismos del estado". Un paso altamente significativo es la incorporación del rol de la mujer en la sociedad civil, así como de sus organizaciones. En lo que se refiere al papel del ejército al frente de la sociedad y la reducción de sus efectivos, los casos salvadoreño y guatemalteco comparten algunas coincidencias. En el caso de Guatemala, la reducción de los efectivos del ejército en un 33%, tomando como base su "tabla de organización y equipo vigente" y la reorganización de su despliegue en el territorio guatemalteco, es importante ya que establece límites y propone algunos frenos para el despliegue excesivo de poder por parte del estamento militar. Sin embargo, las atribuciones que se le otorgan al Presidente de la República para el uso del ejército, cuando la seguridad pública no pudiese ser garantizada, es peligroso para la incipiente democracia, pues el acuerdo deja abierta la posibilidad para interpretaciones y acciones un tanto antojadizas del poder ejecutivo. Para Héctor Rosada, ex negociador gubernamental, el cambio es sólo superficial, "Yo siento que cosméticamente el ejército se lava la cara" . " Tenemos un ejército debilitado, dolido, que ganó militarmente y que perdió todo el poder político". agregó. De este modo, las apreciaciones del negociador gubernamental levantan sospechas sobre la voluntad del ejército para adecuar su estructura a la nueva coyuntura guatemalteca. Con todo, el optimismo está en el ambiente y el hasta ese momento Secretario General de las Naciones Unidas, Boutros Boutros Ghali, mostró su satisfacción por los resultados del proceso negociador, señalando que los alcances del mismo son a largo plazo y garantizan la transición hacia una nueva Guatemala. Ghali se refirió al mismo como el marco de referencia para el fortalecimiento de las bases de un estado democrático". Las transformaciones de orden institucional para permitir la integración de los ex guerrilleros a la vida civil se presenta con características similares a los sucedido en El Salvador. Asimismo, una de las similitudes -y que podría convertirse en el mayor reto para la URNG- es la creación de un partido político, pues la reconversión guerrillera podría tener sus sorpresas; la experiencia salvadoreña ya ha dado muestras de estos errores; resta esperar que no sea este el caso de Guatemala. Por otra parte, un elemento diferencial con el proceso salvadoreño es la incorporación a los acuerdos, como punto específico, del tema de la "Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas". No cabe duda de que el reconocimiento de los derechos de esta parte mayoritaria de la población guatemalteca es producto de la lucha de Rigoberta Menchú y quienes con ella han luchado y luchan por los derechos de los indígenas. El acuerdo es importante y representa un avance en cuanto que pretende integrar a la multifacética población de Guatemala. La definición del estado guatemalteco como un estado multilingüe, multiétnico y pluricultural puede señalarse como un primer indicador de este esfuerzo integrador. Sumado a esto, hay que señalar la reforma del sistema de justicia para que el mismo se modernice e incluya un funcionamiento multilingüe, que de paso a una aplicación más equitativa de la justicia. Los acuerdos parecen prometedores, pero no se puede obviar que la cultura de la confrontación, luego de un poco más de tres décadas de guerra civil, será un obstáculo para la consecución de una paz duradera. La experiencia salvadoreña ha mostrado deficiencias, errores de cálculo, falta de previsión frente a los acontecimientos. Nuestra propia cultura política esta dificultando el proceso de cambios. La falta de participación activa de la población, por las propias trabas del sistema o por la apatía frente a la política, muestran las dificultades de la transición hacia la democracia. El drama de la guerra, y esto lo sabemos por nuestra propia experiencia, dejó en nuestras sociedades huellas permanentes e imborrables. Los acuerdos entre las partes pueden sentar un fructífero precedente para encaminar a la sociedad guatemalteca hacia un cambio radical en las propias visiones de futuro de su país. La llegada de la paz a Guatemala es trascendental, compartimos su satisfacción por este logro y deseamos patentizar nuestra congratulación por ello. Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, momentos antes de la firma del acuerdo sobre cese del fuego definitivo afirmó que "lo más importante ahora es reconstruir Guatemala". "Esta es una paz en la que todos nosotros, de una manera u otra estamos involucrados, algunos como víctimas otros como parte en el conflicto", agregó. Las palabras de esta luchadora de Guatemala son símbolo de esta visión sobre el futuro de este territorio multifacético, centroamericano y latinoamericano, así como de todos los que creemos que es posible crear sociedades democráticas, justas y más humanas.----- Pistas para la reconciliación y la paz El pasado domingo 5 de enero inició en nuestro país la XXX Jornada Mundial de la Paz que, en esta oportunidad, fue denominada: "Ofrece el perdón, recibe la paz". Este es un evento que --a iniciativa de la Santa Sede-- es organizado acá por las máximas autoridades eclesiales de la arquidiócesis de San Salvador. Como en años anteriores, en él participan personas e instituciones de la llamada "sociedad civil"; además, fueron invitados e invitadas representantes de los sectores político, gubernamental, religioso, humanitario, gremial y popular, con el objeto de analizar el mensaje papal elaborado especialmente para la ocasión. En esta oportunidad, Juan Pablo II reflexiona --de cara al siglo XXI-- en torno a un mundo que "anhela la curación", sobre la base del perdón. Sin embargo, en el esfuerzo por darle cumplimiento a esa legítima aspiración en nuestra tierra, nos encontramos que el camino no es tan sencillo para algunas personas pues, sin duda, el proceso de acercamiento a una sociedad verdaderamente reconciliada y en paz --después de todo lo sucedido-- tiene sus exigencias. La primera de ellas gira alrededor de la verdad y su conocimiento público. Así lo dice el Papa en el texto citado: "El perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige". Pero además, existe otra: la justicia. "El perdón --añade en el documento- - no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia". Luego de haber conocido los hechos, reconocido los errores aplicando la ley para hacer justicia y reparar el daño, es posible pensar en alcanzar un perdón que nos permita vivir dentro de una sociedad reconciliada. Pero preocupa que en El Salvador, urgido de un sincero esfuerzo en ese sentido, se hayan desperdiciado valiosas oportunidades para ello y no se esté haciendo mucho en la actualidad a fin de caminar por ese sendero. Con la difícil situación económica y política que impera actualmente, se corre el riesgo de que se produzcan peligrosos enfrentamientos, tal como lo menciona la carta del Pontífice al señalar que una aparente paz puede llevar a nuevas explosiones de violencia. Junto a este mensaje, que resulta ser un buen documento para orientar el esfuerzo hacia la construcción de una sociedad distinta, en nuestro país también contamos desde hace casi cuatro años con otra herramienta: el informe de la Comisión de la Verdad. Como es sabido por las personas que tuvieron el privilegio de conocerlo --ya que desde el poder se hizo todo lo posible para descalificarlo y ocultarlo-- dentro de él aparecen diversas recomendaciones que resultan ser una agenda aceptable en relación a las medidas que se deben adoptar en este impostergable esfuerzo, el cual se enfrenta a la necedad propia de quienes --por cargar sobre sus espaldas una buena parte de responsabilidad en lo que toca a la tragedia vivida recientemente por el pueblo salvadoreño-- pretendieron dar por cerrado el tema con un cuestionable "borrón y cuenta nueva". Con ese informe en unas manos dispuestas a transformar realmente el país, se podrían empezar a cumplir las recomendaciones incluidas en el apartado que la Comisión tituló: "Medidas tendientes a la reconciliación nacional". Hay quienes opinan que se debía atender primero aquella que trata sobre el impulso del "Foro de la verdad y la reconciliación", mediante el cual se buscaba analizar el citado informe, sus conclusiones y recomendaciones, así como los avances producidos en la materia. Dicho análisis --según la Comisión-- debía ser realizado "no sólo por el pueblo salvadoreño como un todo", sino también por "una instancia especial, donde se reúnan los sectores más representativos de la sociedad y que, además de los señalados objetivos, alcancen a hacerle seguimiento al estricto rigor con que se cumplan las recomendaciones". De haber trabajado plenamente en ese sentido o al menos cumplido lo referente a la difusión y discusión del documento, se habría actuado en sintonía con el reciente mensaje papal destinado a iluminar la construcción de un sociedad distinta, reconciliada y en paz. Pero no se quiso avanzar en ese sentido. Tampoco se intentó hacer otras cosas que sugería la Comisión. No se construyó, por ejemplo, el "monumento nacional en San Salvador con los nombres de todas las víctimas del conflicto, identificadas". Sí acaban de inaugurar uno al soldado salvadoreño; pero esperemos que el mismo esté dedicado a aquellos que, en su mayoría, fueron también víctimas por el reclutamiento forzoso, por la mala preparación que recibían y con la cual eran enviados rápidamente al combate, por la mala alimentación que se les proporcionaba, por los malos tratos de sus jefes, etc. A esos soldados también hay que incluirlos entre las víctimas, pero hay que distinguirlos de los oficiales que fueron responsables de ello y también de haber causado tanto dolor entre la población civil no combatiente que sufrió los embates de la guerra. Ni siquiera se decretó --feriado o no-- un día nacional para recordar a las víctimas de la confrontación violenta vivida en el país durante casi dos décadas, en sus diferentes expresiones. Mucho menos se cumplió con algo que, desde nuestra perspectiva, está por encima de todas las cosas: el reconocimiento oficial y público "de la honorabilidad de las víctimas y de los graves delitos de los que fueron víctimas". Ese reconocimiento no cuesta dinero; sólo requiere de una buena dosis de voluntad política de aquellos y aquellas que se dicen cristianos, que reciben al Papa con "bombo y platillo", que gastan enormes cantidades de dinero para ello, pero que --en la práctica-- hacen caso omiso de sus orientaciones. Tras todo lo anterior, es lógico que no se haya indemnizado a las víctimas por el daño que se les causó injustamente, pese a que la Comisión de la Verdad sugirió un mecanismo para financiar el cumplimiento de esa obligación. Y no podía ser de otra forma, pues los mismos que llenaron el país de una irracional violencia política e impulsaron la guerra --cada uno responsable de lo que se hizo desde su lado-- coparon todos los espacios existentes para intentar alcanzar la paz y los viciaron. En ese marco se aprobó la amnistía del 20 de marzo de 1993, que fue el instrumento ilegal mediante el cual se autoperdonaron --por acción u omisión-- los responsables de tanto dolor y evitaron que las personas ofendidas pudieran recibir cualquier tipo de reparación, fuera ésta moral o material. Sería bueno y saludable, para alcanzar el perdón social según lo señalado por el Papa, volver a discutir sobre ese aberrante decreto y lograr que se declare su inconstitucionalidad para tumbar así el muro que impide, a las víctimas o a sus familiares, iniciar las acciones legales correspondientes para recibir justicia. Porque los dolorosos hechos que golpearon a tanta gente en El Salvador no podían ser amnistiados, según el derecho internacional de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Hacerlo significó una bofetada al rostro de la humanidad entera y continuar aceptándolo --sin hacer nada-- representa cierto grado de complicidad con los criminales. Las prácticas amplias o sistemáticas de crímenes tales como el asesinato y la tortura, cometidos en contra de población civil durante un conflicto armado de carácter nacional o internacional, o hasta en tiempo de paz constituyen -- según su definición básica-- los crímenes de lesa humanidad. A ella deben agregarse otros crímenes específicos: el genocidio, el "apartheid" y la desaparición forzada. De éste último tipo de delitos, fueron más de 8 mil las víctimas en El Salvador; asesinadas y torturas, la cifra sobrepasa las 100 mil personas. Pero, además, en el territorio nacional se produjeron numerosos crímenes de guerra. Dichos crímenes, en conflictos armados de carácter no internacional como el que se dio acá, son aquellas violaciones serias del artículo 3 común de los convenios de Ginebra de 1949 y del protocolo adicional II de Ginebra de 1977. El mencionado artículo protege a "las personas que no participen directamente en las hostilidades, incluso los miembros de las fuerzas armadas y las personas que hayan quedado fuera de combate por cualquier otra razón". Todas ellas "serán, en toda circunstancia, tratadas con humanidad y sin distinción alguna de índole desfavorable". Según el artículo 4 del Estatuto para el Tribunal Penal Internacional en Ruanda, cuando se habla de "violaciones serias" nos estamos refiriendo a lo que sigue. "Estas violaciones incluyen, pero no se limitan, a las siguientes: (a) violencia contra la vida, salud o bienestar físico o material de personas, así como los tratos crueles tales como la tortura, la mutilación o cualquier forma de pena corporal; (b) castigos colectivos; (c) toma de rehenes; (d) actos de terrorismo; (e) atropellos contra la dignidad personal, en específico tratos humillantes y degradantes, violación sexual, prostitución forzosa y cualquier forma de asalto indecente; (f) saqueos; (g) sentenciar y ejecutar sentencias sin fallo previo de un tribunal debidamente constituido, con todas las garantías judiciales que se reconocen como indispensables por pueblos civilizados; (h) amenazas de cometer cualesquiera de los actos antes mencionados". Y, como dice el canto maya citado por la Comisión de la Verdad en su informe, "todo esto pasó entre nosotros". Y los responsables de todo eso --de los crímenes de lesa humanidad y de guerra-- se autorperdonaron pese a que, según el derecho internacional, no podían hacerlo. Por ejemplo, en los principios de cooperación internacional en la identificación, detención, extradición y castigo de los culpables de crímenes de guerra o de crímenes de lesa humanidad -- adoptados por la asamblea general de las Naciones Unidas mediante resolución 3074 (XXVIII), del 3 de diciembre de 1973-- se dispone que esos actos, "dondequiera y cualesquiera que fuera la fecha en que se hayan cometido, serán objeto de una investigación, y las personas contra las que existan pruebas de culpabilidad en la comisión de tales crímenes serán buscadas, detenidas, enjuiciadas y, en caso de ser encontradas culpables, castigadas". Además, en la citada resolución, se agrega los Estados no adoptarán "disposiciones legislativas ni tomarán medidas de otra índole que puedan menoscabar las obligaciones internacionales que hayan contraído con respecto a la identificación, la detención, la extradición y el castigo de los culpables de crímenes de guerra o de crímenes de lesa humanidad". Al reflexionar sobre todo lo anterior, no cabe duda que la sociedad salvadoreña se encuentra ante un gran desafío si es que realmente quiere llegar a lograr que en ella prevalezca la verdad sobre la mentira y la justicia destierre por fin a la impunidad en la que se escudan muchas y muchos. Y en ese marco, sobre todo tras el mensaje de su Santidad, a la iglesia católica le corresponde desempeñar un rol importante rol pues la mayoría de la población --su "rebaño"-- vive desencantada; a cinco años de la firma de la paz, no tiene en qué ni por qué creer en nada. Las y los salvadoreños han ido perdiendo la poca confianza que tenían, tanto en el gobierno como en los diferentes institutos políticos que más que un símbolo de reconciliación lo son de una confrontación permanente, interna y externamente, por ambiciones particulares de poder. Por eso, es necesario animar a la participación de la gente y --más que a nadie-- le corresponde a la arquidiócesis asumir un liderazgo real y efectivo en ese sentido, por contar entre su rico pasado con experiencias tan fructíferas como las de Luis Chávez y González, Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, y Arturo Rivera y Damas, quienes fueron coherentes con el mensaje de Juan Pablo II al dedicar su vida a fomentar la verdad, la justicia y el perdón, buscando una paz fundada en el respeto a los derechos humanos de toda la población. ----- Transcribimos a continuación el documento final del proceso de diálogo-negociación entre la URNG y el Gobierno de Guatemala, suscrito el 29 de diciembre de 1996. Acuerdo de paz firme y duradera CONSIDERANDO Que con la suscripción del presente Acuerdo se pone fin a mas de tres décadas de enfrentamiento armado en Guatemala, y concluye una dolorosa etapa de nuestra historia, Que a lo largo de los últimos años, la búsqueda de una solución política al enfrentamiento armado ha generado nuevos espacios de diálogo y entendimiento dentro de la sociedad guatemalteca, Que de aquí en adelante empieza la tarea de preservar y consolidar la paz, que debe unir los esfuerzos de todos los guatemaltecos, Que para ese fin el país dispone, con los Acuerdos de Paz, de una agenda integral orientada a superar las causas del enfrentamiento y sentar las bases de un nuevo desarrollo, Que el cumplimiento de estos acuerdos constituye un compromiso histórico e irrenunciable, Que para conocimiento de las generaciones presentes y futuras, es conveniente recoger el sentido profundo de los compromisos de paz, El Gobierno de la República de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca acuerdan lo siguiente: I. CONCEPTOS 1. Los Acuerdos de Paz expresan consensos de carácter nacional. Han sido avalados por los diferentes sectores representados en la Asamblea de la Sociedad Civil y fuera de ella. Su cumplimiento progresivo debe satisfacer las legitimas aspiraciones de los guatemaltecos y, a la vez, unir los esfuerzos de todos en aras de esos objetivos comunes. 2. El Gobierno de la República reafirma su adhesión a los principios y normas orientadas a garantizar y proteger la plena observancia de los derechos humanos, así como su voluntad política de hacerlos respetar. 3. La población desarraigada por el enfrentamiento armado tiene derecho a residir y vivir libremente en el territorio guatemalteco. El Gobierno de la República se compromete a asegurar su retorno y reasentamiento, en condiciones de dignidad y seguridad. 4. Es un derecho del pueblo de Guatemala conocer plenamente la verdad sobre las violaciones de los derechos humanos y los hechos de violencia ocurridos en el marco del enfrentamiento armado interno. Esclarecer con toda objetividad e imparcialidad lo sucedido, contribuirá a que se fortalezca el proceso de conciliación nacional y la democratización en el país. 5. El reconocimiento de la identidad y derechos de los pueblos indígenas es fundamental para la construcción de una nación de unidad nacional multiétnica, pluricultural y multilingue. El respeto y ejercicio de los derechos politicos, culturales, económicos y espirituales de todos los guatemaltecos, es la base de una nueva convivencia que refleje la diversidad de su Nación. 6. La paz firme y duradera debe cimentarse sobre un desarrollo socioeconómico participativo orientado al bien común, que responda a las necesidades de toda la población. Dicho desarrollo requiere de justicia social como uno de los pilares de la unidad y solidaridad nacional, y de crecimiento económico con sostenibilidad, como condición para atender las demandas sociales de la población. 7. Es fundamental para lograr la justicia social y el crecimiento económico, la participación efectiva de los ciudadanos y ciudadanas de todos los sectores de la sociedad. Corresponde al Estado ampliar estas posibilidades de participación y fortalecerse como orientador del desarrollo nacional, como legislador, como fuente de inversión pública y proveedor de servicios básicos, como promotor de la concertación social y de la resolución de conflictos. Para ello el Estado requiere elevar la recaudación tributaria y priorizar el gasto hacia la inversión social. 8. En la búsqueda del crecimiento, la política económica debe orientarse a impedir que se produzcan procesos de exclusión socioeconómica, como el desempleo y el empobrecimiento, y a optimizar los beneficios del crecimiento económico para todos los guatemaltecos. La elevación del nivel de vida, la salud, la educación, la seguridad social y la capacitación de los habitantes, constituyen las premisas para acceder al desarrollo sostenible de Guatemala. 9. El Estado y los sectores organizados de la sociedad deben aunar esfuerzos para la resolución de la problemática agraria y el desarrollo rural, que son fundamentales para dar respuesta a la situación de la mayoría de la población que vive en el medio rural, y que es la mas afectada por la pobreza, las iniquidades y la debilidad de las instituciones estatales. 10. El fortalecimiento del poder civil es una condición indispensable para la existencia de un régimen democrático. La finalización del enfrentamiento armado ofrece la oportunidad histórica de renovar las instituciones para que, en forma articulada, puedan garantizar a los habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona. El Ejercito de Guatemala debe adecuar sus funciones a una nueva época de paz y democracia. 11. La incorporación de URNG a la legalidad en condiciones de seguridad y dignidad constituye un factor de interés nacional, que responde al objetivo de la conciliación y del perfeccionamiento de un sistema democrático sin exclusiones. 12. Las reformas constitucionales contenidas en los Acuerdos de Paz, constituyen la base sustantiva y fundamental para la conciliación de la sociedad guatemalteca en el marco de un Estado de derecho, la convivencia democrática, la plena observancia y el estricto respeto de los derechos humanos. 13. Las elecciones son esenciales para la transición que vive Guatemala hacia una democracia funcional y participativa. El perfeccionamiento del régimen electoral permitirá afianzar la legitimidad del poder público y facilitar la transformación democrática del país. 14. La implementación de la agenda nacional derivada de los Acuerdos de Paz, constituye un proyecto complejo y de largo plazo que requiere la voluntad de cumplir con los compromisos adquiridos y el involucramiento de los Organismos del Estado y de las diversas fuerzas sociales y políticas nacionales. Este empeño supone una estrategia que priorice con realismo el cumplimiento gradual de los compromisos, de forma tal que se abra un nuevo capítulo de desarrollo y convivencia democrática en la historia de Guatemala. II. VIGENCIA DE LOS ACUERDOS DE PAZ 15. Al presente Acuerdo de Paz Firme y Duradera quedan integrados todos los Acuerdos suscritos con base en el Acuerdo Marco sobre Democratización para la Búsqueda de la Paz por Medios Políticos, suscrito en la Ciudad de Queretaro, México, el 25 de julio de 1991 y a partir del Acuerdo Marco para la Reanudación del Proceso de Negociación entre el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, suscrito en la Ciudad de México el 10 de enero de 1994. Dichos acuerdo son: - El Acuerdo Global sobre Derechos Humanos, suscrito en la Ciudad de México el 29 de marzo de 1994; - El Acuerdo para el Reasentamiento de las Poblaciones Desarraigadas por el Enfrentamiento Armado, suscrito en Oslo el 17 de junio de 1994; - El Acuerdo sobre el Establecimiento de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de las Violaciones a los Derechos Humanos y los Hechos de Violencia que han Causado Sufrimiento a la Población Guatemalteca, suscrito en Oslo el 23 de junio de 1994; - El Acuerdo Sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, suscrito en la Ciudad de México el 31 de marzo de 1995; - El Acuerdo sobre Aspectos Socieconómicos y Situación Agraria, suscrito en la Ciudad de México el 6 de mayo de 1996; - El Acuerdo sobre Fortalecimiento del Poder Civil y Función del Ejército en una Sociedad Democrática, suscrito en la Ciudad de México el 19 de septiembre de1996; - El Acuerdo sobre el Definitivo Cese al Fuego, suscrito en Oslo el 4 de diciembre de 1996; - El Acuerdo sobre Reformas Constitucionales y Régimen Electoral, suscrito en Estocolmo el 7 de diciembre de 1996; - El Acuerdo sobre Bases para la Incorporación de URNG a la Legalidad, suscrito en Madrid el 12 de diciembre de 1996; - El Acuerdo sobre Cronograma para la Implementación, Cumplimiento y Verificación de los Acuerdos de Paz, suscrito en la Ciudad de Guatemala el 29 de diciembre de 1996. 16. Con excepción del Acuerdo Global sobre Derechos Humanos, que está en vigencia desde su suscripción, todos los acuerdos integrados al Acuerdo de Paz Firme y Duradera cobran formal y total vigencia en el momento de la firma del presente Acuerdo. III. RECONOCIMIENTO 17. Al culminar el histórico proceso de negociación para la búsqueda de la paz por medios políticos, el Gobierno de Guatemala y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca dejan constancia de su reconocimiento a los esfuerzos nacionales e internacionales que han coadyuvado a la conclusión del Acuerdo de Paz Firme y Duradera en Guatemala. Resaltan el papel de la Comisión Nacional de Reconciliación, de la Conciliación, de la Asamblea de la Sociedad Civil, y de la Moderación de las Naciones Unidas. Valoran asimismo el acompanamiento del Grupo de Países Amigos del Proceso de Paz de Guatemala, integrado por la República de Colombia, el Reino de España, los Estados Unidos de América, los Estados Unidos Mexicanos, el Reino de Noruega y la República de Venezuela. IV. DISPOSICIONES FINALES Primera.- El Acuerdo de Paz Firme y Duradera entra en vigencia en el momento de su suscripción. Segunda.- Se dará la más amplia divulgación al presente Acuerdo, en especial a través de los programas de educación. Ciudad de Guatemala, 29 de diciembre de 1996. POR EL GOBIERNO DE GUATEMALA Gustavo Porras Castejón Otto Pérez Molina, general de Brigada. Raquel Zelaya Rosales. Richard Aitkenhead Castillo. POR LA UNIDAD REVOLUCIONARIA NACIONAL GUATEMALTECA Ricardo Ramírez de León, (Comandante Rolando Morán) Jorge Ismael Soto García, (Comandante Pablo Monsanto) Ricardo Rosales Román (Carlos González) Jorge Edilberto Rosal Meléndez POR LAS NACIONES UNIDAS Boutros Boutros Ghali.