PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL — EL SALVADOR, C.A.

Año 20
Número 895
Marzo 22, 2000
ISSN 0259-9864
 
 
 

ÍNDICE


Editorial La derrota electoral de ARENA
Política Problemas en el sistema electoral
Económía La reacción de la ANEP
Sociedad Medios de comunicación social: frentes del poder
Opinión Pública La situación de la mujer en El Salvador
Derechos Humanos Veinte años después y para siempre
 
 
 

EDITORIAL


LA DERROTA ELECTORAL DE ARENA

    Los resultados de las elecciones del 12 de marzo han dejado en la mesa de discusión el tema del fracaso de ARENA. Ciertamente, vistos los números con frialdad, la derrota del partido de derecha no es tan absoluta como a primera vista pudo parecer; por lo mismo, el triunfo del FMLN no ha sido tan arrollador como en un principio creyeron sus simpatizantes de ánimos más encendidos. Con todo, una cosa son los resultados efectivos, así como la lectura más o menos objetiva que se pueda hacer de los mismos, y otra muy distinta son las reacciones de los afectados, así como la interpretación interesada que se pueda hacer de aquéllos. ¿Cuáles han sido las reacciones más significativas generadas al interior de ARENA en torno a los resultados de las elecciones?

    Muy marcada por el calor de una batalla recién librada, la reacción inicial de muchos líderes de ARENA, al conocerse los primeros resultados de las elecciones, fue de una compunción rayana en lo patético. La angustia en los rostros de figuras duras de ARENA —hombres que nunca lloran o se lamentan, hombres acostumbrados a hacer temblar a otros con su voz y su porte— era algo más que esa angustia que expresa quien ha perdido a un ser querido: se trataba de una angustia ante el amor propio zaherido. En esa reacción inicial, los dirigentes de ARENA manifestaron, sin pudor alguno, el pesar que les causaba ver su orgullo maltratado por un electorado que no se daba cuenta del mal que se estaba haciendo a sí mismo al no darle sus votos al partido que podía sacarlo de la miseria. Los rostros compungidos, las miradas aletargadas, los ojos llorosos... Basta dar un vistazo a las fotografías a todo color de los matutinos de los días 13 y 14 de marzo para advertir cuan honda era la pena que embargaba a los principales líderes de ARENA.

    Pero después de los desbordes emocionales ante una tragedia, viene el momento de la meditación sobre lo sucedido, la ponderación de su alcance real y de los desafíos que supone tanto en el plano personal como grupal. ¿Ha entrado la cúpula de ARENA en esta etapa o todavía sus miembros están desbordados por las emociones ante el fracaso electoral? Al parecer, sin que todavía los ánimos estén totalmente calmados —para que esa calma llegue quizás habrá que esperar que pase un buen rato—, en ARENA ha llegado el momento de meditar y asumir los desafíos correspondientes. En la situación postcrisis electoral, se perfilan en ARENA tres posiciones bastante definidas: en primer lugar, están quienes ven los resultados electorales con poca preocupación, pues creen que el partido no ha salido debilitado para nada con ellos. No hay seguridad alguna de que quienes así opinan no lo hagan por un mero afán retórico y que, en el fondo, estén preocupados como el que más. Sin embargo, la consecuencia práctica que se sigue de esa lectura es que ARENA debe continuar tal cual, con su misma cúpula dirigente y su misma estrategia política. En esta óptica, los resultados de las elecciones constituyen a lo sumo un leve traspiés, cuyas razones deben ser buscadas fuera del partido, quizás en un electorado que no entiende bien sus intereses.

    En segundo lugar, están quienes se sitúan en el extremo opuesto a la posición arriba reseñada: perciben en los resultados electorales un fracaso político estrepitoso de ARENA. No sólo un fracaso en la forma de llevar la campaña electoral, sino también un fracaso en la conducción del partido. Para quienes así opinan no se trata de un problema de los electores, sino de un problema interno de ARENA, cuyos éxitos político-electorales ya no pueden darse por supuestos. Lo que se impone, entonces, es una reestructuración drástica e inmediata del partido. Y esa reestructuración exige, ante todo, la deducción de responsabilidades, pues son los responsables de la derrota quienes tienen que ceder los espacios de poder que ocupan. Estamos, pues, ante una posición catastrófica que, de sumar más adeptos a sus filas, seguramente se va a traducir en jaleos internos, a partir de los cuales o bien saldrán triunfantes o bien embarcarán al partido en un proceso de transformaciones necesarias pero inciertas.

    En tercer lugar, no pueden faltar los moderados, es decir, quienes ven en los resultados electorales una derrota de ARENA, pero no absoluta, sino más bien relativa. Aceptan que es preocupante que ARENA haya perdido alrededor de 36 alcaldías y que el FMLN tenga dos diputados más, pero no ven en ello un motivo suficiente para comenzar una desesperada cacería de brujas dentro del partido. Aceptan que hubo fallos en la estrategia política seguida y que ha habido desaciertos en la conducción partidaria, pero no dejan de señalar que el electorado a veces espera más —en beneficios inmediatos— de lo que efectivamente puede dársele. En otras palabras, proponen tomarse las cosas con calma, conservar lo mejor que el partido tiene, respetar los liderazgos establecidos y, en ese marco, hacer los cambios que la situación exige.

    De momento, han ganado más prensa los alarmistas. Pero no es seguro que su punto de vista termine por imponerse, a sabiendas de lo problemático que puede resultar un proceso de transformaciones partidarias de largo aliento. Entre los despreocupados y los moderados son posibles las coincidencias de fondo, sobre todo en lo que atañe al mantenimiento de los liderazgos tradicionales. Así que es muy probable que unos y otros terminen por rechazar las soluciones radicales, y promuevan cambios mínimos tanto en la conducción del partido como en la estrategia política seguida hasta ahora.

    Con todo, que ARENA no haya fracasado estrepitosamente no quiere decir que no haya sufrido un importante revés. Algunas responsabilidades tendrán que deducirse, aunque no se sabe a ciencia cierta las de quiénes serán: ¿la de Alfredo Cristiani, cuyas pretensiones de dominarlo todo han opacado y restado protagonismo a miembros importantes del partido y del gobierno? ¿La de Francisco Flores, por su nulo liderazgo como presidente de la república? ¿La de Mauricio Sandoval, por su afán de reprimir violentamente lo que él considera focos de desestabilización social? Quién sabe y quizás estemos a las puertas de cambios importantes en el partido ARENA. También puede suceder que nada cambie y que los viejos reinados continúen incólumes, aunque ello suponga como riesgo un mayor deterioro partidario.

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POLÍTICA


PROBLEMAS EN EL SISTEMA ELECTORAL

    Cada vez que se celebran elecciones en El Salvador afloran ante los ojos de la opinión pública las innumerables fallas del sistema de votaciones nacional. Tan graves y recurrentes son los errores, los vicios y los vacíos de los cuales los electores terminan siendo víctimas cada vez que llega el momento de optar por un partido político y asistir a las urnas, que ya nadie duda de que reformar el sistema electoral salvadoreño es una tarea prioritaria. En la etapa previa al día de los comicios, durante la campaña, casi a diario suelen darse irregularidades y descaradas faltas al Código Electoral, sin que las autoridades encargadas de velar por su cumplimiento parezcan inmutarse. Muestra patente de ello en la coyuntura recién pasada fue que Luis Cardenal iniciara su campaña electoral muchas semanas antes del tiempo reglamentario, sin sufrir siquiera un llamado de atención.

    Otras irregularidades se convirtieron en noticia, como la difusión de propaganda anónima repartida a domicilio o incluso publicada en los medios, el sabotaje sistemático a la publicidad de ciertos partidos y otra serie de hechos similares. Pero tampoco para estos hubo regulación alguna ni alguien que se hiciera responsable de encontrar y reprender a los infractores. Asimismo, cruentos hechos de violencia se hicieron sentir en el periodo de campaña. Y si bien no competía al Tribunal Supremo Electoral (TSE) resolverlos, sí hubieran exigido, dada su gravedad, un seguimiento más cuidadoso por parte de la institución. Tales hechos trajeron como consecuencia, entre otros resultados trágicos, la muerte de dos activistas del recién fundado Partido Acción Nacional (PAN) y heridas de gravedad a un niño de 12 años que participaba en un mitin del FMLN. Hasta ahora, nada se ha vuelto a saber sobre la investigación de estos crímenes.

    El propio 12 de marzo se convirtió, una vez más, en el escenario de las fallas consuetudinarias: gente que votó dos veces, votantes que no se encontraban en el padrón electoral o que descubrían que alguien ya había votado por ellos, compra de votos, “difuntos” que asistieron a votar, proselitismo descarado... Y, finalmente, a la hora del conteo no podían faltar el fraude y la confusión: votos legítimos fueron inexplicablemente invalidados, el TSE demoró más de la cuenta los resultados oficiales, el PDC y el PAN permanecieron días forcejeando entre sí frente a las autoridades electorales por una diputación en La Libertad.

    En definitiva, el aire electoral no fue todo lo limpio que se esperaba y ciertas noticias de días más tarde, casi concluido el conteo de votos, contribuyeron a enrarecerlo aún más: el PCN obtuvo 14 diputados en la Asamblea Legislativa y el CDU y la USC, pese a haber obtenido cargos de elección popular (tanto diputaciones como alcaldías), están obligados a desaparecer de la arena política. A simple vista, estos hechos podrían tener una explicación lógica. El inesperado resultado a favor del PCN se debe a la fórmula del Cociente Electoral utilizada para el conteo de votos; y la situación paradójica de que ciertos partidos desaparezcan legalmente, aunque durante los próximos tres años les corresponda permanecer al mando de ciertos cargos públicos, se explica en virtud de la ley que exige a los institutos políticos obtener un mínimo del 3% del total de votos para permanecer inscritos en el TSE y a las coaliciones un 6%.

    Pero lo cierto es que esas explicaciones están lejos de poder llamarse lógicas. El que el PCN se haya hecho de 14 curules en el pleno desconcierta porque contradice el sentido común más elemental. ¿Cómo puede un partido que en las elecciones de 1999 estuvo a punto de desaparecer obtener ahora tal resultado? Semejante contraste no lleva sino a la necesidad de cuestionar al Sistema de Representación Proporcional que actualmente define la composición de la Asamblea. No puede seguir admitiéndose sin más que el mecanismo de cocientes y residuos, en el cual se basa tal Sistema, permita a un partido tan poco representativo como el PCN convertirse en la tercera fuerza política del país.

    El Sistema de Representación Proporcional, utilizado también en otros países de Europa y Latinoamérica, busca garantizar la presencia de los partidos minoritarios en el parlamento. El problema de su utilización en El Salvador es que aquí, mientras la Constitución de la República pone a la base del sistema electoral a la población, el Código Electoral estructura los comicios a partir del territorio. Existe, pues, una contradicción entre el criterio poblacional y el territorial que impide una verdadera representatividad. En las elecciones de 1997, por ejemplo, mientras un diputado de la Circunscripción Nacional necesitó obtener 55.980 votos para ser elegido, uno por el departamento de San Salvador debió obtener 21.331 votos y un diputado por el departamento de Cabañas apenas requirió para ser electo los votos de 8.353 electores; teniendo los tres los mismos derechos, deberes y prerrogativas. Curiosamente, nadie ha interpuesto ante la Corte Suprema de Justicia un recurso de inconstitucionalidad que obligue a revisar el Código Electoral.

    Por otra parte, tampoco parece tener sentido que un partido político obtenga en los comicios un cargo público y al mismo tiempo tenga que ser borrado de la planilla de partidos inscritos en el TSE. Eso quiere decir que el CDU y la USC, para traer a cuenta el caso de las últimas elecciones, entran a formar parte del gobierno, aunque hayan dejado de existir legalmente. Es evidente que también aquí hay un problema jurídico que nadie ha señalado y que exige una redefinición. Y es que tal problema lleva, además, a otro tipo de interrogantes importantes: ¿qué pasa con la deuda política una vez que desaparece un partido? De hecho, el Código Electoral establece el procedimiento que deben seguir los partidos con respecto a los fondos otorgados por el Estado; corresponde al TSE, a la Corte de Cuentas y al Ministerio de Hacienda velar por el cumplimiento de lo estipulado en esa ley. No obstante, ninguna de las instancias se ha hecho el propósito de hacerlo y el paradero de la deuda política en los casos de desaparición de un partido continúa siendo incierto.

    Dicho todo esto, queda claro que al sistema electoral salvadoreño le queda un largo camino por recorrer si es que quiere responder a los desafíos de la institucionalidad democrática. No es que no haya que reconocer los grandes avances que ha dado el país en materia electoral. No se equivocan quienes aplauden el hecho de que en El Salvador puedan celebrarse elecciones que, en términos generales, se mantienen dentro de los límites de lo legal y de lo sensato. Pero ese optimismo no debe opacar otro hecho insoslayable: que el sistema electoral adolece de fallas estructurales que, como tales, exigen ser resueltas de raíz.

    Urge en el TSE una delimitación de funciones que escinda lo administrativo de lo punitivo, pero, sobre todo, una depuración de su cúpula y una legislación que impida que sus más altos mandos sigan siendo juez y parte en el manejo de lo electoral al tener claros vínculos partidarios. Urge una ley de partidos políticos que llene los vacíos que toleran la impunidad en el manejo de la deuda política y que regule hechos como la renuncia de los funcionarios que abandonan sus partidos habiendo sido electos gracias a ellos, entre otras irregularidades. Urge llevar a cabo las tareas de las que se ha hablado hasta el cansancio como implementar el voto domiciliar y el documento único de identidad. Urge replantear la propuesta del Plan de Nación sobre el reordenamiento territorial y empezar a discutir la conveniencia de impulsar el voto por candidato y no por partido, lo cual abonaría puntos decisivos a una verdadera representatividad. Urge pensar en mecanismos alternativos al Sistema de Representación Proporcional. Y, finalmente, urge que los medios de comunicación se dediquen a investigar más a fondo estos temas, en lugar de dedicarse a cubrir los aspectos más superficiales de los procesos electorales. Son estas, y otras que sin duda se nos escapan, las tareas que en materia electoral quedan pendientes para la nueva Asamblea Legislativa. Sólo queda esperar que los nuevos diputados las asuman con la urgencia que éstas demandan.

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ECONOMÍA


LA REACCIÓN DE LA ANEP

    Después de que se conocieran los primeros resultados de las elecciones para diputados y concejos municipales del 12 de marzo pasado y, con ello, el relativo revés electoral sufrido por el partido ARENA, la reacción de la derecha denotó una fuerte dosis de pesimismo y de incertidumbre ante el nuevo escenario que se conformaría luego de los comicios. Por ejemplo, el ex candidato para la Alcaldía de San Salvador, Luis Cardenal, expresó —después de conocer la amplia derrota sufrida— que quienes "se lo pierden son los ciudadanos de San Salvador"; por su parte, la ex presidenta del Comité Ejecutivo Nacional (COENA) de ARENA, Gloria Salguero Gross, sostuvo que el resultado de las elecciones fue "catastrófico" para su partido; en términos más propositivos se manifestó el actual presidente del COENA, Alfredo Cristiani, quien dijo que en el partido habían entendido el mensaje del electorado y que se disponían a diseñar un programa de reestructuración del mismo.

    Las reacciones de otros sectores alineados bajo la bandera de ARENA, como la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), tampoco se han hecho esperar, pese a que los cambios en la correlación de fuerzas políticas en la Asamblea Legislativa no deberían ser motivo de alarma en tanto que ARENA mantiene su número de diputados y el FMLN sólo tiene 31 diputados, insuficientes para hacer prevalecer sus puntos de vista. La situación es diferente en el caso de las elecciones municipales: ARENA perdió un número significativo de alcaldías (36), lo cual disminuye la capacidad de influencia local del partido. Pero, en realidad, es en el plano legislativo donde se pone en juego la continuidad o el cambio en el marco legal que rige los diferentes aspectos de la vida nacional (economía, seguridad pública, seguridad social, medio ambiente, políticas municipales, entre otros). Debido a lo anterior no es dable esperar que el proyecto de sociedad —si es que lo tiene— impulsado por ARENA se vea amenazado sustancialmente durante el próximo período legislativo.

    Aun así, la ANEP se ha adelantado a cualquier sorpresa. En efecto, tres días después de las elecciones, dio a conocer un pliego de peticiones para la nueva Asamblea Legislativa, cuyo mensaje fundamental es que no se decreten leyes que puedan "ahuyentar la inversión nacional y extranjera". Esto recuerda la postura que esta misma gremial asumió después de conocer el programa legislativo 2000-2003 del FMLN y al enterarse de la propuesta de reforma tributaria presentada por el Concejo Municipal de San Salvador en 1998. En este escenario, interesa revisar las más recientes peticiones de la ANEP en relación a la legislación económica, pero poniéndolas en perspectiva con los contenidos de las medidas propuestas en su momento en la reforma tributaria municipal de San Salvador y el programa legislativo del FMLN.

    La propuesta impositiva del Concejo Municipal de San Salvador provocó en su momento un efecto similar al de la reciente derrota electoral de ARENA. Después de que se conoció la citada propuesta —cuya principal finalidad era introducir el criterio de equidad en los arbitrios municipales— las gremiales de la empresa privada y hasta el entonces presidente de la república, Armando Calderón Sol, se pronunciaron en contra de la iniciativa municipal, argumentando que su implementación provocaría efectos negativos, tales como la elevación de los índices inflacionarios, la fuga de capital hacia otros municipios, el desempleo y la reducción de la competitividad de las empresas por falta de fondos (La Prensa Gráfica, 16.01.98, p. 4-5; El Diario de Hoy, 14.01.98, p. 24). Al mismo tiempo, los diputados de ARENA —en igual número que los recientemente electos— bloquearon la discusión de la ley que permitiría poner en marcha la citada reforma tributaria municipal.

    Más recientemente, la propuesta legislativa del FMLN volvió a causar la furia del sector empresarial, el cual la descalificó por considerar que atentaba contra la libertad de mercado y por suponer que ella —al igual que la propuesta de nuevas tasas de impuestos municipales— generaría condiciones desfavorables para la inversión. Cabe destacar que dentro de la propuesta del FMLN se encontraban propuestas altamente sensibles para las empresas grandes y gigantes aglutinadas en ANEP, como la regulación de las ganancias de las empresas telefónicas y distribuidoras de energía eléctrica, la suspensión de las privatizaciones y la reforma del sistema tributario para "que paguen más impuestos quienes reciben más ingresos". Ante estas señales, no es de extrañar la reacción del sector empresarial representado por la ANEP, siendo que sus miembros serían los más afectados con mayores impuestos y con la limitación de los campos de acumulación que provocaría la pretendida suspensión de los procesos de privatización.

    Los resultados de las elecciones han puesto nuevamente a la defensiva a la ANEP, la cual ha salido al paso de cualquier ley que, a su juicio, desmotive la inversión nacional y extranjera. Para ello, el pasado 15 de marzo, la gremial planteó seis puntos que considera deben ser retomados por la nueva Asamblea Legislativa: mantener la seguridad jurídica; legislar sin ahuyentar la inversión; retener la inversión extranjera y atraer más inversionistas; implementar impuestos para todos los sectores; no aprobar impuestos que desincentiven la inversión y la generación de empleos; y, finalmente, responsabilidad, equilibrio y "sensatez" para gobernar.

    En alusión indirecta al FMLN, el presidente de la ANEP, Ricardo Simán, expresó que "a cierto partido político no le importa que se vayan algunos capitales del país". Asimismo, insistió en que existe "incertidumbre" sobre el modelo económico propuesto por el FMLN. Aprovechó para señalar que era necesario discutir más el tema de la reforma a los impuestos municipales, ya que el impuesto sobre activos —como el que propuso incrementar el Concejo Municipal de San Salvador— es "el peor que puede existir".

    La actitud de la empresa privada, y la manipulación que esta ejerce sobre los principales medios de comunicación, deja la impresión de que frente a sus planteamientos no queda más que limitarse a aceptar la superioridad de sus razonamientos. Como se señalaba en 1998, algunas gremiales de la empresa privada pretenden ser una especie de "ultima instancia", y las únicas capacitadas para decir cuando una propuesta es buena para la nación y cuando no (Proceso, 793). Lo cierto es que en las posturas de las gremiales empresariales que aglutinan a empresas grandes y gigantes, y en concreto la ANEP, lo que se detecta es una marcada defensa de intereses sectoriales que no necesariamente coinciden con los intereses de una inmensa mayoría de empresarios medianos y pequeños.

    La propuesta de incrementar los impuestos a los sectores de mayores ingresos para promover el desarrollo social y la sanidad de las finanzas públicas —o municipales— es un objetivo totalmente legítimo y necesario para dar viabilidad al modelo económico actual. Los resultados de las elecciones demuestran que las políticas económicas y sociales de ARENA no han redundado en beneficios para la mayoría de la población, tal y como se pretende hacer creer. La necesidad de "reformar las reformas económicas" es aceptada a lo largo y ancho de América Latina, pues éstas no han generado los resultados deseados en términos de promoción del desarrollo sostenible. El Salvador, aunque goza de una economía estable producto del esfuerzo de los trabajadores emigrantes y las remesas familiares que envían, no puede seguir postergando la adopción de nuevas reformas económicas.

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SOCIEDAD


MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL: FRENTES DEL PODER

    Por lo general, cuando los sectores poderosos del país se sienten amenazados, sea de la manera que sea, tienden a unificar sus frentes sociales y políticos para defender lo que ellos llaman la estabilidad y las libertades de la nación. Pese a que no suelen ser muchos quienes conforman estos frentes (es decir, en la mayoría de los casos no son capaces de movilizar a amplios sectores de la población en apoyo de sus postulados), por lo general cuentan con los medios de comunicación  para suplir esa falta de representatividad y generar un espejismo de respaldo: llenan los espacios de los grandes medios de comunicación social con cartas abiertas, comunicados y pronunciamientos. Circulan en el ambiente todo tipo de organizaciones, unas muy conocidas y de gran influencia en las decisiones de alcance nacional, otras más bien pasan desapercibidas y su escasa representatividad no encaja con el tipo de reclamos que hacen.

    Aparecen, además, otros grupos que nacen al calor de la “amenaza”, que suelen ser los depositarios del discurso más encendido y conservador, y que son capaces de cualquier cosa con tal de hacer prevalecer su perspectiva frente a todas las demás. Al terminar la inquietante coyuntura, este tipo de guripas del frente de batalla desaparecen con todo y su discurso, se llevan a su tumba las fuentes que desinteresadamente financiaron su asalto a los espacios de difusión social así como también todas sus buenas intenciones para con el orden moral, social, político, económico... Empero, otras voces permanecen. Pasada la tempestad, prosiguen con su tarea de manipular a la opinión pública inclinándola a su favor y lo hacen porque se han hecho de lugares privilegiados en los medios de comunicación social.

    Esta actitud por parte de determinados sectores poderosos del país —o de quienes velan por sus intereses— ha sido un componente fundamental no sólo de la campaña electoral recién pasada, sino también de la coyuntura que ha seguido a estos comicios legislativos y municipales. En abierta defensa de unos intereses que no son los de la mayoría de salvadoreños, las páginas de los principales periódicos nacionales se han llenado de todo tipo de opiniones, pseudo explicaciones y reacciones arrebatadas acerca de los resultados de las elecciones, en las que la principal fuerza política de oposición, el FMLN, se anotó una victoria frente a su acérrimo oponente, el gobernante partido ARENA.

    Entre estos heraldos del pensamiento de los sectores poderosos, ha sido El Diario de Hoy el que más ha contribuido a la ideologización del escenario resultante de la contienda electoral. Los editorialistas de este medio se aferran a dos grandes interpretaciones de tal escenario: una es que esos resultados se perfilan como uno de los mayores errores de la historia reciente de El Salvador; la otra es que la izquierda es la expresión palpable de todos los males del país, en tanto causa anterior y prevaleciente de una crisis nacional que ya avizora sus peores momentos.

    Ha sido una avalancha de artículos, noticias, columnas y, sobre todo, editoriales los que han aparecido en las últimas semanas para sostener, a partir de infinidad de argumentos, estas dos ideas. En ellos se intenta difundir un panorama nacional caracterizado por el peligro latente de perder las libertades que actualmente se viven a causa de la “regimentación” propia de las izquierdas una vez instaladas en el poder; ahí se habla de un país en el que la “descomposición moral” es la principal causante de los reveses que hoy se sufren; en el que la agitación social que antecedió a las elecciones no es otra cosa que vueltas a la edad de piedra. Además, en estos artículos se apela a que la llamada Ley de Dios compele al individuo a dejar las cosas como están, en abierto rechazo a cualquier tipo de alternativa o propuesta distintas a las que hoy existen. Asimismo, se habla de un país lleno de “masas ofuscadas por el diluvio de propaganda” que, “sin mayores elementos de juicio y cargando con el peso de la pobreza” escogen a quienes no les convienen para que los gobiernen (“Las lecciones de las elecciones”, El Diario de Hoy, 18.03.00).

    Al partido de gobierno se le achaca no haber podido manejar el ni desastre dejado por administraciones anteriores (el gobierno de José Napoleón Duarte suele ser el más vapuleado) y el desastre provocado por lo que ellos llaman “los tiempos de la gran demencia”, en alusión al conflicto armado. Su fracaso en las urnas se debe, en parte, a la incapacidad demostrada por el actual presidente para enfrentar los conflictos sociales con la severidad que le compete y por “compartir” a sus malos asesores de imagen para dirigir una campaña política de muy poca monta (“De argentinos y «empiscuchadas»”, El Diario de Hoy, 16.03.00). Mientras que al FMLN se le advierte que todavía existen buenos salvadoreños que no se van a dejar engañar por sus mentiras y que no se parecen a esa “parte sustancial de sus bases [que] sigue creyendo en la existencia de la Unión Soviética, en la hermandad de las naciones socialistas, en los repartos de riqueza, en la colectivización de la tierra y en los paredones como un factor de «purificación social»” (“Otra vez la izquierda”, El Diario de Hoy, 14.03.00).

    En estas y otras ideas que sin mucho reparo se difundieron durante los días anteriores y posteriores a las elecciones, lo evidente es la tendencia a asumir como válidos unos argumentos que simplifican la realidad en función de unos intereses igual de reducidos y carentes de toda intención de diálogo. Esta posición supone la descalificación casi absoluta del otro como sujeto capaz de albergar dentro de sí infinidad de interpretaciones de su entorno, unas más objetivas y generalizables que otras, pero todas aptas para la discusión y la revisión. En este sentido, difícilmente se podría contradecir a quien rehuye visceralmente a todo tipo de reflexión consciente sobre lo que le rodea y, en su lugar, opta por la argumentación más elemental y rígida, carente de toda fundamentación científica o empírica, para imponer su posición. Para estos sectores, en una situación como la actual, las “reglas del juego” no existen. Estas son sólo el adorno en el escritorio de quien manda y, si este cede su lugar a otro, se lleva consigo esas reglas.

    Pero lo más interesante —acaso gracioso— de esta cruzada es la forma en que desentona con una práctica periodística que se ha autocalificado como de avanzada, gracias a la cual se habría inaugurado en nuestro país una tradición inédita de periodismo investigativo. Ese mismo periódico que hace más de un año introdujo en sus filas a unos cuantos extranjeros de buena pluma para que extendieran sus notas informativas a manera de reportajes investigativos, ahora acoge entre sus páginas a fanáticos y a especuladores. Asimismo, esa línea investigativa no está exenta —y nunca lo ha estado— del control de esos testaferros de los grupos de poder. Las especulaciones acerca del gane de unos y de la derrota de otros siempre se ven matizadas por las interpretaciones que se plasman en los editoriales. De esta manera, ni el FMLN ganó por ser una oferta política viable ni ARENA perdió por su falta de claridad en la conducción del país o por su incapacidad de hacer suyos los reclamos más elementales de la población a la que, en teoría, ha ofrecido sacar de la pobreza.

    Menos no se podía esperar de un medio cuya más evidente tradición ha sido, como decíamos al principio, ser uno de los primeros en reaccionar cuando el poder se siente, aunque sólo sea simbólicamente, amenazado. Por supuesto que a esta situación habría que sumar a la pléyade de medios televisivos y radiales que, de una u otra forma, también se prestan al juego de la ideologización. En fin, el frente que ahora se yergue en defensa de quienes tienen la sartén por el mango ha demostrado que no tiene el mínimo interés por acoger posturas diferentes a las que pregona y sostiene; eso los reduce a simples baluartes del conservadurismo más craso y reaccionario que se ha gestado en nuestro país.

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OPINIÓN PÚBLICA


LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN EL SALVADOR

    Casi la mitad de la población salvadoreña —48.2 por ciento— no conoce los derechos de las mujeres, según revela un sondeo nacional realizado por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), coordinado por el Movimiento de Mujeres y auspiciado por la Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida (Las Dignas). El sondeo, llevado a cabo entre los días 16 y 24 de octubre de 1999, con una muestra nacional de 1,251 entrevistas a mujeres y hombres de zonas urbanas y rurales de los catorce departamentos de la República, tenía por objetivo, en términos generales, conocer la opinión de los y las salvadoreñas sobre la problemática de la mujer en El Salvador.

    Al 51.8 por ciento de personas que dijeron conocer los derechos de las mujeres, se les pidió que mencionaran uno. Una cuarta parte de población señaló el derecho de "no ser maltratada", un 19.8 por ciento dijo "derecho a ser respetada", el 14.8 por ciento hizo referencia a la libertad e independencia de las mujeres y un 10.2 por ciento mencionó "la igualdad". Otros derechos, citados en menor porcentaje, fueron: el derecho a trabajar, derecho a servicios sociales y a participar en política.

    Por otro lado, el 21.7 por ciento de la población femenina considera que es el maltrato o la violencia intrafamiliar el problema que más afecta a las mujeres en el país; el 9.4 por ciento señala la situación económica, un 7.6 por ciento dijo que era el acoso sexual y las violaciones, un 7.4 por ciento indicó la infidelidad, y un 17.2 por ciento no supo identificar un problema. Otras respuestas proporcionadas en menor cantidad fueron: falta de educación, el desempleo, la discriminación de la mujer, el machismo, el libertinaje de las mujeres y la paternidad irresponsable. Los resultados generales muestran una variedad de respuestas en torno a este tema, pero todas ellas centradas en el machismo, la infidelidad y problemas familiares y la economía. Entre las causas de los problemas anteriores las mujeres entrevistadas mencionaron más comúnmente: el machismo (16 por ciento), la infidelidad por parte del hombre (12.5 por ciento), la falta de educación (10.6 por ciento), el desempleo (9.2 por ciento) y un 7.4 por ciento no pudo mencionar la causa del problema.

    La encuesta también mostró el escaso conocimiento que tiene la población salvadoreña sobre las acciones o servicios del gobierno dirigidos a mujeres, después de tres años de haberse firmado el compromiso de aplicar la Política Nacional de la Mujer. El 84.2 por ciento dijo no conocer servicio o acción alguna y solamente un 15.8 por ciento de las y los entrevistados afirmó conocer alguno. De estos últimos, casi una tercera parte; es decir, el 31.3 por ciento señaló como acción o servicio del gobierno a la Procuraduría General de la República, una cuarta parte citó a la Secretaría Nacional de la Familia e ISDEMU, un 10.1 por ciento dijo CEMUJER o Casa Morada y un 9.1 por ciento nombró a la PDDH. Con menor frecuencia fueron citadas las siguientes: la FGR, los Juzgados de Familia, el Código de Familia, la PNC y el proporcionar protección y consejería para mujeres. Lo anterior pone de manifiesto cierto grado de confusión que existe en la población, al mencionar como gubernamental a una organización de mujeres como lo es CEMUJER. También se les consultó sobre la efectividad de dicho servicio o acción para mejorar la situación de las mujeres, a lo que el 65.2 por ciento dijo haber sido algo o muy efectivo, el 29.3 por ciento consideró que ha sido poco o nada efectivo y un 5.6 por ciento no supo dar una respuesta.

    En la misma línea, menos de la mitad de los y las entrevistadas —46.2 por ciento— manifestó haber escuchado sobre la existencia de ISDEMU. Este dato aunado con el poco conocimiento de las acciones y servicios del gobierno en beneficio de la mujer salvadoreña, muestra que dentro de la población no hay una conciencia clara de que el gobierno posee instituciones encargadas de velar por los derechos de las mujeres y por la aplicación de la Política Nacional de la Mujer.
Dentro del mismo contexto, se encontró que poco más de dos terceras partes de las mujeres salvadoreñas (67.2 por ciento) se siente poco o nada apoyadas en su vida diaria por los servicios que le ofrece el gobierno; como por ejemplo: asesoría legal en caso de violencia intrafamiliar, paternidad irresponsable, salud sexual y reproductiva, etc. Y prácticamente sólo tres de cada diez mujeres (29.9 por ciento) manifestaron sentirse mucho o algo apoyadas por los servicios que les brinda el Estado.

    En otro ámbito, se pidió la opinión de los y las salvadoreñas respecto al avance en la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres: el 60.9 por ciento considera que ha habido algunos o muchos avances, un 37 por ciento opina que los avances han sido pocos o ninguno y un 2.1 por ciento dijo no saber. Por otro lado, y en porcentajes similares a los anteriores, el 61.3 por ciento de las personas abordadas cree que durante los últimos años han aumentado algo o mucho los servicios para informar, asesorar y ayudar a la mujer, mientras un 36.3 por ciento considera que han habido pocos o ningún cambio al respecto y un 2.5 por ciento no respondió. En estas respuestas se encontraron algunas diferencias entre hombres y mujeres, ya que los hombres dieron con más frecuencia valoraciones positivas, en contraposición a las mujeres que respondieron en un porcentaje mayor que no habían visto muchos avances al respecto.

Violencia contra la mujer
    En general, el 32 por ciento de la población consideró que "los malos tratos" es el tipo de agresión que más afecta a las mujeres de su vecindario; el 28.5 por ciento dijo que no existe ninguna agresión en contra de las mujeres; el 19.9 por ciento cree que es la violación sexual; un 11.1 por ciento opina que es la agresión física y un 6.4 por ciento señaló el acoso sexual como la principal agresión que sufren las mujeres de su comunidad.

    Además, se preguntó sólo a las mujeres, si sabían dónde acudir para hacer una demanda en caso de que le hayan violado algún derecho como mujer, a lo que el 41.8 por ciento declaró no saber adónde acudir en esos casos y el 58.2 por ciento de las mujeres respondieron de forma afirmativa. La proporción de entrevistadas que desconocen dónde acudir a emitir una demanda es considerable, y ese desconocimiento se evidencia más entre aquellas que poseen menos educación formal y que pertenecen a los estratos más bajos de la población (obrero y rural).

Actitudes hacia el machismo
    El sondeo también trató de recoger opiniones que registraran en cierta medida las actitudes de la población hacia el machismo. Así, los datos revelan que el 63.6 por ciento de los y las abordadas estaban algo o muy de acuerdo con la afirmación de que "la mujer debe conformarse con lo que el compañero le da", el 29.6 por ciento declaró estar algo o muy en desacuerdo con la frase y un 6.7 por ciento se mostró indeciso.

    Además, 7 de cada 10 entrevistados/as estuvieron de acuerdo o algo de acuerdo en que "la mujer debe estar siempre dispuesta a complacer a su marido"; en cambio, sólo el 22.2 por ciento dijo estar algo o muy en desacuerdo con dicha frase. En general, las mujeres se mostraron menos de acuerdo que los hombres ante estas afirmaciones. Sin embargo, el alto apoyo a estas ideas por parte de las personas es una expresión de las actitudes machistas existentes en la sociedad.

    En el caso específico de las mujeres, esto se relaciona con sus menores expectativas tanto en ámbito público (acceso a educación, empleo, etc.) como en el privado (toma de decisiones, falta de autoestima, etc.). Finalmente, poco más de la mitad de las y los salvadoreños —53.7 por ciento— cree que "la violencia en la casa es un asunto en el que nadie debe meterse"; por el contrario, un 37.7 por ciento manifestó estar algo o totalmente en desacuerdo con tal afirmación, el resto no supo dar su opinión. Esta tendencia puede sugerir, no sólo el desconocimiento de la población acerca de las leyes en contra de la violencia intrafamiliar, sino la fuerte creencia de que la violencia es un asunto privado. Esta concepción no sólo mantiene el problema dentro del hogar, sino que dificulta la posibilidad de denuncia por parte de sus víctimas más frecuentes -las mujeres y los niños-.

Situación laboral
    Las mujeres que no poseen un trabajo remunerado alegan como principal razón para no trabajar fuera del hogar el cuidado de hijos e hijas en un 43.4 por ciento de los casos, un 11.2 por ciento indicó que no necesitaba hacerlo, el 9.9 por ciento sostuvo que su pareja no se lo permitía, un 8.9 por ciento señaló que no encontraban trabajo, entre otras respuestas. Al mismo tiempo casi una tercera parte de ellas reclama apoyo institucional en el cuidado de sus hijos/as para posibilitar su inserción en el mercado laboral, un 18.3 por ciento dijo que le hace falta experiencia, un 16.6 por ciento necesita formación y un 11.8 por ciento considera que hacen falta más ofertas de empleo, entre otros.

Participación ciudadana
    La encuesta reveló que, en términos generales, las mujeres participan menos que los hombres en las organizaciones de la sociedad salvadoreña. Un 77.6 por ciento de la población salvadoreña no participa de ninguna organización o asociación. Del 22.4 por ciento de las personas que participan, pertenecen en mayor medida una organización religiosa (15.1 por ciento) y sólo pequeños porcentajes afirmaron participar de alguna política, comunitaria o gremial entre otras. Las mujeres participan en organizaciones religiosas en un porcentaje un poco mayor que los hombres, pero éstos a su vez pertenecen en mayor medida que la población femenina a asociaciones políticas, comunitarias o gremiales.

Comunicación
    El sondeo trató de recoger la opinión sobre la imagen que los medios de comunicación dan de la mujer. En este sentido, casi dos terceras partes de la población entrevistada; es decir, el 63.4 por ciento cree que la imagen que dan de la mujer es muy buena y una cuarta parte (25.5 por ciento) considera que es mala. El resto no supo dar una opinión. De acuerdo a los datos los hombres poseen una valoración más positiva sobre la imagen de la mujer en los medios, ya que un 68.9 por ciento de la población masculina la califica como buena frente a un 58.1 por ciento de las mujeres.

    Desde las organizaciones de mujeres se han llevado a cabo investigaciones que explican la falta de concientización que las mujeres tienen con respecto a su imagen. La baja autoestima, el maltrato sistemático y la inexistencia de otros modelos alternativos de referencia, permiten entre ellas la aceptación de su imagen como objeto sexual, frecuentemente explotada en los medios.
En general, los resultados del sondeo revelan la diversidad de problemáticas que enfrentan las mujeres salvadoreñas producto, muchas veces, de una sociedad patriarcal y una cultura predominantemente machista. A esto se suma el desconocimiento que muchas mujeres poseen no sólo de sus derechos sino de las entidades encargadas de velar por ellos; en donde la falta de educación formal y el nivel socioeconómico juegan un papel determinante.

    Aunque hay una percepción, por parte de los salvadoreños, de un aumento en las oportunidades y servicios brindados a las mujeres, éstos no parecen estar incidiendo y favoreciendo lo suficiente a esta población de mujeres en su vida cotidiana y mucho menos propiciando su desarrollo.

G

 

DERECHOS HUMANOS


VEINTE AÑOS DESPUÉS Y PARA SIEMPRE

    Tendido en la sala de emergencias de la desaparecida Policlínca Salvadoreña, poco antes que el reloj marcara las siete de la noche del 24 de marzo de 1980, monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez dejó de existir físicamente y se incorporó del todo en al alma y el sentimiento del pueblo salvadoreño; de igual forma, personas y grupos —creyentes y no creyentes— del mundo entero lo comenzaron a hacer suyo. El certero y criminal disparo no pudo evitar que la figura del pastor inmolado creciera en una dimensión diferente a la que ya había adquirido en vida, hasta llegar a convertirse en lo que ahora es: inspirador y símbolo en la defensa y promoción de los derechos humanos en nuestro país y en otras latitudes. Quince días antes de su martirio, lúcido y tranquilo, se expresó así ante el Excelsior de México: “He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirles que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección; si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Se lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad”.

    Con una actitud sencilla, que para algunos más parecía ingenua, fue alimentando su esperanza. Lo que en un principio se manifestaba como una forma de creer en las personas, una especie de bondad natural sin actitud crítica, se fue transformando en un espíritu de esperanza cualitativamente superior en medio de una realidad saturada de represión, muerte y dolor. En ese marco, dentro del cual era abrumadora mayoría la gente escéptica, monseñor logró vislumbrar el orden divino y su trascendencia como el asidero más seguro para mantenerse firme. Eso se manifestaba cuando contaba que en repetidas ocasiones le habían hecho la gran pregunta: ¿hay salida para la situación de El Salvador? Su respuesta era la siguiente: “Yo lleno de esperanza y fe, no sólo con una fe divina sino con una fe humana, creyendo también en los hombres, les digo ¡sí hay salida!”, porque “tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano”.

    Nunca tuvo reparos en amar y entregarse a sus semejantes; por eso, logró hacer de la caridad una de sus mayores virtudes. Su sensible disposición a servir en Cristo a las demás personas lo llevó progresivamente hasta el sacrificio final. Los testimonios sobre ello, abundan. Monseñor Carlos F. Enríquez, amigo suyo y compañero de estudios, lo describía como alguien que “sabía hacerse de amigos y a la vez era apreciado por los que éramos sus amigos, por su sencillez y su deseo de ayudar”. De igual forma, una señora que trabajó con él durante sus años de sacerdocio en San Miguel dijo sobre él que “siempre se preocupó por la persona total”. Un ex seminarista que recibió ayuda de monseñor Romero lo describió como un ser “cariñoso y agradable..., generoso para dar a los pobres, aunque nunca faltaban farsantes que abusaban de su generosidad”.

    Como obispo de Santiago de María, monseñor Romero se dejó interpelar por la injusticia e impulsó actividades encaminadas al servicio de las personas más necesitadas, señalando los males a superar. El 28 de noviembre de 1976, refiriéndose a la situación de la gente campesina que participaba en la corta del café, escribió en el periódico semanal de la Diócesis —quizás sin saber que anunciaba lo que sucedería años después— lo siguiente: “Dios, siempre espléndido en sus obras, nos está regalando también esa espléndida lluvia de rubíes que atraen millares de brazos de todas partes para recoger la rica dádiva de nuestras montañas... (pero) nos entristece y nos preocupa el egoísmo con que se inventan medidas y disposiciones para neutralizar el salario justo de los trabajadores... Cómo quisiéramos que la alegría de esta lluvia de rubíes y de todas las cosechas de la tierra no se vayan a ver ensombrecidas por la trágica sentencia de la Biblia: «Mirad el jornal de los braceros que segaron vuestros campos, defraudado por vosotros, está clamando y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos (Carta de Santiago 5,4)» “

    Confirmando todo lo anterior veinte años después, Roberto Cuéllar —uno de sus más cercanos colaboradores en la difícil causa por la defensa y promoción de los derechos humanos— habló recientemente en los Estados Unidos sobre este hombre bueno, a quien calificó como el “apóstol de los derechos humanos”. Una síntesis de esa intervención es la que a continuación ofrecemos.

    Exigente, riguroso en su vida cristiana y en su teología ortodoxa, entregó sus tres años de Arzobispado a la defensa de los derechos humanos en El Salvador hasta que le asesinaron ante su altar, el 24 de marzo de 1980. La palabra fue siempre su arma primordial en esa dedicación humanitaria, lo que no le impidió —desde su entrada a la curia arzobispal, en febrero de 1977— cultivar con cariño la relación con las víctimas, con sus familiares y con los desposeídos en la búsqueda de justicia. Y es que ese aspecto de sensibilidad humana fue, sin duda, lo que marcó toda su vida a cargo de la iglesia del Arzobispado de San Salvador: la teoría y la práctica de don Oscar Romero fue sentir con su pueblo y con su iglesia, en las buenas y en las malas, las angustias y las alegrías de ser pastor al cuidado de sus derechos fundamentales.

    Los retratos y las memorias de Oscar Romero, que reflejan sus tres años como Arzobispo de San Salvador, comprenden a toda una antología humanitaria de encuentros y atenciones a la gente más pobre de El Salvador; y ese tratamiento personal y sucesivo de vidas humanas afligidas es lo que demuestra el amor del Arzobispo hacia su feligresía, en el sentido más alto del término. Dos centenas intermitentes de personas componen la larga lista de sacerdotes, obispos, religiosas y laicos que atraviesan y recorren las memorias de su “Diario de Arzobispo”, escrito por él —día a día— desde principios de 1978 hasta tres días antes de su muerte.

    Y más allá de tres centenas de encuentros con sindicalistas y empresarios, con comunidades cristianas y familiares de presos y desaparecidos, con grupos de campesinos y enfermos terminales de cáncer, con líderes políticos en mediaciones con militares, conforman ese caudal de diferentes personalidades con las que convivió don Oscar Romero y reflejan, a la vez, la avidez del Arzobispo por hacer de la Iglesia una casa del diálogo y un ámbito propicio de su misión humanitaria.
Sus ricas facultades verbales —expresadas en los púlpitos rurales y desde su Catedral— ahora nos recuerdan la muestra de su poderosa dicción de compasión, de solidaridad y de persuasión que configuran la expresión más viva de la dimensión política de su fe cristiana. No tengo ninguna duda de que en Oscar Romero se trazan severas concordancias entre la teología de las bienaventuranzas con la protección de los derechos humanos. El realismo eclesial, la percepción crítica de la realidad y el sentido intransitivo del clamor humano aúnan las revelaciones que domingo a domingo hizo de los problemas de derechos humanos que, en la época que vivió el cuarto Arzobispo de San Salvador, tuvieron dos fuentes: la naturaleza de la injusticia social y la conducta oficial de desprecio a la dignidad humana de El Salvador.

    Aunque algunos le critican todavía, monseñor Romero no quería convertirse en obstáculo a la misión trascendente de su iglesia y del papel que debía desempeñar en medio de la crisis nacional. El Arzobispado lo quería hacer de forma tal que no le causara ningún daño ni molestia a nadie, pero semejante inclinación ortodoxa no era propicia para la época.

    Muchas veces entre sus sacerdotes, entre amigos y colaboradores, monseñor Romero hizo abstracción y crítica fulminante de aquellos postulados extremistas que —entre las dos vías armadas del violento escenario político— buscaban el detonante que incendiara El Salvador de finales de los sesenta. Ante la violencia militar, los movimientos pre guerrilleros y la represión oficial, en medio de esa crisis el Arzobispo Romero proclamó con vigor la doctrina de la “no violencia”  y escribió,  con el papel de la Iglesia en la mano, su última carta pastoral en agosto de 1979 acerca de la compleja realidad de las organizaciones populares.

    Pero nunca bajó su mirada crítica ante nadie cuando se trataba de hechos y de señalamientos por las graves violaciones contra la dignidad humana cometidas por agentes gubernamentales, especialmente en contra de los derechos de los más pobres y de quienes tenían menos oportunidades de acceso a la justicia. Por cierto, en las últimas páginas de su extraordinaria homilía del 23 de marzo de 1980, monseñor Romero también denunció la agresión que sufriera uno de los oficiales de la extinta guardia nacional cometida por miembros de organizaciones políticas de izquierda, que habían también tomado y ocupado violentamente las instalaciones de la iglesia “El Rosario” del centro de San Salvador. Quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él en asuntos de derechos humanos aprendimos que su denuncia fue inclaudicable al salir en su defensa: sin reparos, sin reserva alguna, oponiéndose al germen de la violencia de cualquier grupo que provocara violaciones contra la persona humana.

    En este campo del derecho de los derechos humanos, las lecciones de monseñor Romero fueron particularmente ricas aún cuando en 1977 no existían todas las obligaciones jurídicas internacionales, ni adhesiones de El Salvador a los pocos tratados de protección internacional de los derechos humanos. Había que ver la inversión en horas completas de trabajo que el Arzobispo Romero las dedicaba al escrupuloso examen de los casos y de las situaciones en que caían las víctimas de la violencia; y en asuntos legales, nunca proclamó ninguna denuncia si esa no se refería a las violaciones contra la Constitución Política.

    Pero fue severo al responderle enérgicamente a la Corte Suprema que, por única  vez en esos tres años, se atrevió a exhortarlo a decir los nombres de jueces venales o jueces que se venden, como lo denunciara en una de sus homilías de la fiesta de Pentecostés de 1978. Y la Corte de Justicia jamás volvió a cuestionarle su trabajo en favor de los derechos humanos.

    Eterno místico, monseñor Romero es parte de una memoria insondable y, por ello, exagerada en críticas y detractores, reverenciada en el respeto por su liderazgo, y alabada en el afecto popular y en el culto a su ejemplo de religiosidad. La prevalencia espiritual de monseñor Romero sopesa sensiblemente en medio de esa compleja trama del tejido social que actualmente sostiene en parte a la estructura básica de la fe popular, creando algunas expectativas por las ideas humanistas que tanto predicó.

    Pero los iconos así se construyen y son, en sociedades como las nuestras, la sempiterna forma de sublimar las necesidades más crudas de la gente. Que monseñor Romero fue un santo, en realidad no podría responder de acuerdo a los cánones teológicos del proceso ante el Vaticano,  pero dos días después de su muerte y cuando arreglábamos su partida de defunción para los funerales del 30 de marzo de 1980, un par de empleados de la Alcaldía Municipal y un tramitador de esos que siempre aparecen por los recintos públicos me dijeron: “¿no será que van a enterrar a un santo?”. En aquel preciso momento no fue posible asimilar ese argumento popular, esgrimido mientras preparábamos los trámites municipales para inhumar al cuarto Arzobispo de San Salvador. Pero lo cierto es que el aliento espiritual y la dignidad de monseñor Romero, quedó grabado en el santoral del país y del mundo como el salvadoreño más sobresaliente de nuestra memoria colectiva por ser hombre de criterio y de valor, hombre de fe y hombre de iglesia: un Arzobispo sin miedo.

G

 

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