PROCESO — INFORMATIVO SEMANALEL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 22
número 979
diciembre 5, 2001
ISSN 0259-9864
 
 
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial:  Nueva crisis del sistema de transporte público
Economía:  Crisis y perspectivas del café
Comunicaciones:  Periodistas y elecciones en Nicaragua
Derechos Humanos:  En el país, hoy, brillan los lobos
Documento:  Redención del terrorismo (II)
 
 
 
 
 

EDITORIAL


NUEVA CRISIS EN EL SISTEMA DE TRANSPORTE PÚBLICO

     La grave situación del transporte público es algo inocultable. Abusos, inseguridad, pésimo servicio y contaminación son males que cotidianamente deben ser soportados por los salvadoreños, sin que las autoridades tomaran medidas drásticas para hacer frente a la problemática. Al parecer, esta vez el gobierno de Francisco Flores ha decidido encarar el problema, con la implementación de un nuevo sistema de transporte público, del cual sólo se conocen aspectos aislados, pero que de algún modo está orientando las decisiones gubernamentales tomadas en las últimas semanas.  Por la reacción de los empresarios de autobuses más poderosos —quienes llamaron a un paro indefinido en la prestación del servicio—, todo apunta a que las medidas tomadas por el gobierno han calado hondo en lo que ellos creían el espacio exclusivo para hacer de las suyas a costa de la seguridad y el bienestar de los usuarios.

     El tema de la eliminación del subsidio al combustible es, obviamente, uno de los más escabrosos en la polémica que enfrenta a empresarios de autobuses y autoridades de gobierno. En sí mismo, el subsidio no es el problema; al contrario, es un mecanismo de distribución que bien administrado puede contribuir a hacer menos costosa la vida de los ciudadanos, sin que a cambio de ello éstos tengan que arriesgar su vida, ser maltratados por conductores irresponsables o utilizar unidades que no reúnen condiciones mínimas de comodidad e higiene.

    Todo lo contrario de lo ocurrido en El Salvador, donde el subsidio fue una carga que hasta hace unos días pesó sobre el bolsillo de los propietarios de vehículos particulares, sin que los beneficios de seguridad y comodidad —obligación de los empresarios de autobuses, a cambio del subsidio— llegaran a los usuarios del servicio.  Aparte de las relativas bajas tarifas en el servicio, la experiencia ciudadana —para usuarios, conductores y peatones— con el transporte público ha sido una pesadilla. Que los empresarios de buses no hayan caído en la cuenta de ello es francamente penoso, sobre todo cuando piden apoyo para su causa.

    Que haya sectores políticos que sólo por hacer la contra al gobierno asuman la defensa de los dueños de buses raya en la ceguera y el absurdo, habida cuenta del papel del transporte público en el deterioro de la convivencia social entre los salvadoreños.

      El otro tema de tensión entre autoridades de gobierno y empresarios de autobuses es el del retiro de unidades obsoletas y su reemplazo por unidades nuevas. Aquí, de nuevo, el problema no es de fácil solución, porque si bien es cierto que con autobuses obsoletos la inseguridad ciudadana es mayor —como lo ponen de manifiesto los múltiples accidentes debidos a fallas mecánicas—, también es cierto que la compra de unidades nuevas no va a estar al alcance de muchos empresarios que cuentan en su haber con una o dos unidades.

    Ahora bien, si la disyuntiva fuera entre seguridad ciudadana y supervivencia empresarial, la opción no puede ser otra que la primera, pues en lo absoluto se justifica que mueran o se lesionen treinta o cuarenta personas por usar un autobús inservible sólo porque su dueño no puede reemplazarlo por otro en mejor estado. Sin embargo, las salidas intermedias pueden ser oportunas; por ejemplo, la reparación, puesta en condiciones óptimas y revisión permanente de unidades que, aunque no sean modelos recientes, todavía pueden prestar un buen servicio.

     Con todo, la pregunta que hay que hacerse es si los empresarios del transporte público están dispuestos —en caso de abrirse paso una solución intermedia como la planteada—  a someterse a un control de esa naturaleza y a asumir las recomendaciones que se derivaran del mismo —ya fuera en reparaciones o retiro de unidades. A juzgar por el comportamiento de los empresarios del transporte público en los últimos años, no es probable que quieran someterse a un control que les suponga una merma en sus ganancias. Aparte de ello, está la percepción que tienen de sí mismos como intocables y absolutamente libres para hacer lo que se les viene en gana. Precisamente, en los últimos tiempos, la convocatoria al paro ha sido su arma preferida; con eso han doblegado voluntades y han obtenido prebendas. Así que por el modo cómo se han ido perfilando las cosas en el sector se torna casi imposible un diálogo que no signifique otorgarles concesiones desmedidas a costa del público.

     Algo drástico se tenía que hacer para resolver un problema que añade más tensiones a la convivencia social entre los salvadoreños. No está claro, empero, hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno del presidente Flores para enfrentar los males que se han ido incubando en el sistema de transporte colectivo, males a los que no han sido ajenas las dos administraciones de ARENA que precedieron a la actual. El desorden y la corrupción que han prevalecido en el sector no han sido sólo responsabilidad de los empresarios y sus asociaciones, sino que contaron con el aval de funcionarios de alto nivel que, por su parte, se favorecieron de ese desorden y corrupción.  Como siempre, no todos los responsables pagarán por la debacle del sistema de transporte público, sino aquellos que sean más fáciles de poner en la mira.

     Asimismo, la solución de la crisis del sistema de transporte público no consiste únicamente en eliminar el subsidio al combustible o en reemplazar los autobuses inservibles, sino que involucra otros componentes —como por ejemplo, el control de las tarifas, las necesidades de la población, los horarios y ubicación de los centros de trabajo y de estudio, el sistema vial, la asignación de líneas y la competencia de microbuses y taxis— que por ahora no han sido abordados con la claridad debida. En concreto, el caso de los microbuses merece una atención especial, pues no sólo son parte del sistema de transporte público, sino que su contribución a la inseguridad y al desorden que predominan en el sector es significativa. Dejar a los microbuses funcionando tal cual, sería dejar al nuevo sistema que se pretende implementar con una profunda debilidad.

     Por el momento, en la prueba de fuerza en la que se hallan involucrados el gobierno y los empresarios de autobuses, las cartas están a favor del primero —y así lo demuestra la suspensión del paro al transporte. Son muy contados quienes creen que las demandas de los segundos tienen alguna dosis de legitimidad. Ello no quiere decir que el proyecto gubernamental no deba ser sometido a una vigilancia permanente por parte de la ciudadanía.

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ECONOMÍA

CRISIS Y PERSPECTIVAS DEL CAFÉ


    [Extracto]

    La crisis del café surge con la ruptura del acuerdo de la OIC y se agrava con el desmedido incremento de la oferta mundial del grano. La extensión de las áreas cultivadas y de la producción mundial han llevado al mercado a una situación de exceso de oferta, la cual en condiciones de "libre competencia" —y de estabilidad en la demanda— presiona rápidamente hacia una reducción en los precios, tal y como ha sucedido en la práctica. En este sentido, para solventar la problemática de fondo sería necesario reducir las áreas cultivadas y la oferta mundial del grano, algo que no puede lograrse solamente con que un país o una región (como Centroamérica) decida unilateralmente retener o destruir parte de su producción. A todas luces, el quid no está en tratar de cambiar la situación del mercado mundial, está más bien en buscar formas de adaptarse a las condiciones del mercado.

     De momento, algunos cafetaleros ya han tomado medidas espontáneas de adaptación, como la reconversión de parte de sus haciendas o la reducción del empleo y los salarios mínimos legales. Aunque de acuerdo a datos oficiales las áreas cultivadas con café parecen no haber variado mucho en la década de 1990, lo cierto es que desde principios de la década de 1990 ha sido clara la tendencia a transformar antiguas haciendas cafetaleras en urbanizaciones periféricas de ciudades de relativa importancia como San Salvador y Santa Ana.

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COMUNICACIONES

PERIODISTAS Y ELECCIONES EN NICARAGUA

    Ni la sequía ni la hambruna que afectaron a Nicaragua este año pudieron tanto como las elecciones para atraer los ojos del resto del mundo hacia este país. El factor ‘Daniel Ortega’ llamó la atención internacional, entre otras cosas, porque los medios noticiosos y las grandes cadenas internacionales instalaron en Nicaragua personal y equipos. Esa fue una respuesta lógica dada la expectativa mundial que se creó ante la posibilidad de que el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) regresara al Ejecutivo.

    La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy enviaron reporteros al vecino país para informar sobre el evento del 4 de noviembre. La importancia dada a Nicaragua fue obvia no sólo por los enviados especiales, sino por el número de páginas asignadas al tema eleccionario. Honduras no recibió ni la mitad de esa atención, a pesar de que efectuó sus comicios sólo tres semanas después. La Prensa Gráfica, a diferencia de El Diario de Hoy, no se molestó ni en enviar periodistas a Tegucigalpa.

    En una ligera revisión de las publicaciones de la Nación de Costa Rica en Internet, dos temas fueron los que predominaron: el verdadero poder quedará en manos de Arnoldo Alemán y de Daniel Ortega cuando entren en el Parlamento de su país, y el despliegue de vigilancia ante unos comicios que se anunciaban poco apacibles.

    En el diario El País de España, el tema nicaragüense recibió bastante atención (comparada con tiempos normales), según se constató en su versión electrónica. El énfasis de este periódico español no estuvo en el hecho eleccionario en sí, sino en otros asuntos como los retos que tendría el nuevo presidente en un país con altos índices de pobreza y con graves denuncias de corrupción contra Alemán y Ortega. Una noticia titulada “Una fortuna presidencial bajo sospecha” incluye declaraciones de un economista y exfuncionario del gobierno de Alemán, Leonel Teller, quien aseguraba que el presidente saliente había acumulado una gran fortuna durante su mandato (10.11). En general, las noticias publicadas por El País están bastante contextualizadas y balanceadas. Con su lectura, un lector poco familiarizado con la situación de Nicaragua podía tener ideas generales de su condición política y socioeconómica actual.

    Por su parte, el Washington Post insistió en un tema (especialmente antes de que se conociera el triunfo de Bolaños): los temores de Estados Unidos por una eventual victoria de Daniel Ortega. “EU se volvió nuevamente activo en la política nicaragüense, un país pobre de Centroamérica que sirvió como campo de batalla durante las presidencias de Reagan y George W. Bush. Miembros de la actual administración Bush apoyan a Bolaños y critican a Ortega en discursos y en esfuerzos privados de lobby desde Washington hasta Managua” (28.10), decía una historia de este periódico estadounidense. Este diario mencionaba además distintas fuentes estadounidenses que se habían pronunciado en contra de Ortega y los esfuerzos que había hecho la administración Bush por evitar el regreso al sandinismo.

    Las notas del Washington Post eran mucho más extensas y se explayaban en detalles de la campaña electoral: “Anuncios políticos en la televisión han estado mostrando a Osama bin Laden con su rifle AK47 y un narrador que dice: ‘Si él pudiera votar en Nicaragua, votaría por el comandante Daniel Ortega’” (28.10). Como resultado de ese tipo de propaganda, el Washington Post citaba opiniones de ciudadanos que expresaban: “Mire lo que ellos (los estadounidenses) están haciendo en Afganistán. Si los Estados Unidos no están de acuerdo contigo, saben cómo lastimarte” (06.11).

    El balance de esta información se hacía con las declaraciones del mismo Ortega y de otras personas que veían en ese tipo de propaganda “una campaña de temor”. Según este diario estadounidense, después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, altos funcionarios de ese país habían subrayado la relación de Ortega con Fidel Castro, Hugo Chávez de Venezuela y el líder libio Moammar Gaddafi (05.11). Mientras, el embajador norteamericano en Managua, Oliver Garza, se fotografiaba con Bolaños durante la entrega de ayuda alimentaria en algunos lugares (04.11). Aunque con cierto desbalance, nada favorable para los sandinistas, el Washington Post mencionó las críticas hechas en contra de Alemán y Bolaños, ambos del Partido Liberal Constitucionalista, finalmente vencedor en las elecciones.

    Los énfasis de los tres periódicos analizados hasta aquí fueron bastante diferentes y eso es comprensible dada la ubicación geográfica y los intereses de esos países en la región centroamericana. Algunas características deseables en la cobertura internacional, sin embargo, fueron claramente observadas por los reporteros que cubrieron las elecciones: contextualización, balance de fuentes, información ‘dura’, análisis e interpretación (sin caer en la opinión). La Nación, El País y el Washington Post cumplieron satisfactoriamente esos requerimientos profesionales. En El Salvador, la cobertura periodística fue bastante superficial y sesgada.

    La Prensa Gráfica recogió en sus páginas información ‘fría’ y trivial, que no ameritaba el viaje de ningún periodista a Managua (el ambiente de la campaña electoral, los costos de los comicios, los llamamientos a votar en paz, el día de la votación, los resultados, etc.). Las agencias internacionales recopilan esos y otros datos mucho más completos por medio de sus delegados y los refuerzos que seguramente llegan desde sus sedes principales en coyunturas especiales como unas elecciones.

    De los dos matutinos locales más grandes, El Diario de Hoy fue el que más evidenció en El Salvador esos temores que Estados Unidos expresó por el posible triunfo de Ortega. A diferencia del Washington Post, el enviado especial de El Diario de Hoy, de nacionalidad nicaragüense, redactó textos más cercanos a artículos de opinión contra Ortega que información balanceada sobre las elecciones. No hace falta ser partidario de los sandinistas para darse cuenta de eso. Trató de darle una connotación negativa a que Ortega dijo una vez que los EEUU eran el ‘enemigo de la humanidad’, y que ahora dice que ‘el amor es más fuerte que el odio’. En estos términos, es una ligereza  describir al candidato sandinista como un tirano con segundas intenciones. El enviado especial podría haber recurrido a estudios serios sobre la gestión de Ortega para evaluar su desempeño o sus tendencias, pero tal como escribió parecía que estaba hablando de villanos de caricatura.

    En El Diario de Hoy, las notas que aparecieron sobre el triunfo electoral de Bolaños, en lugar de noticias parecían textos publicitarios. En una de las portadas, por ejemplo, aparecían afirmaciones como Arrollador triunfo de E. Bolaños (06.11), cuando él solo superó a Ortega por menos de un 10%. No es necesario ser un experto en estadística para darse cuenta que eso no es un ‘triunfo arrollador’. Lo era menos en ese momento porque los cálculos apenas estaban hechos a partir del 13.03% de los votos totales.

    En las páginas interiores de la misma edición, el periodista afirmaba que con el triunfo de Bolaños “los nicaragüenses dan un rotundo rechazo a los sandinistas y se aferran a la democracia y al respeto de la libertad” (06.11).  La democracia y el respeto a la libertad son factores difíciles de medir para cualquiera. El enviado especial, también director general del MÁS, tendría que haber atribuido esa frase a una de sus fuentes para que no sonara a opinión y para que alguien le proporcionara índices que describieran sus palabras. Habría sido interesante conocer datos sobre en qué medida la democracia ha mejorado en ese país por intervención de Bolaños, vicepresidente en la gestión de Alemán. Estas fueron sólo algunas de las omisiones más evidentes en El Diario de Hoy en esta cobertura.

    Los encabezados y titulares del 6 de noviembre también hacen referencia a un abierto apoyo de este reportero al PLC (Bolaños derrota a los sandinistas, A caminar con valentía, Un luchador de la libertad, EU elogia el avance de la democracia, etc.).  Al mismo tiempo, se nota su rechazo a Ortega cuando dice: “El resultado electoral, del cual el pueblo hizo toda una fiesta cívica, es interpretado por los analistas como un rechazo a quienes no dan garantías del respeto a las libertades”. Ni siquiera menciona a qué analistas se refiere ni qué dijeron concretamente. Este es un artificio frecuentemente usado en la prensa para atribuir a las fuentes algo que el periodista quiere decir, pero definitivamente hay que saber usarlo para que no se evidencien subjetividades.

    Otros artículos titulados Presidente Arnoldo Alemán: Ortega está acabado o El régimen sandinista dejó a Nicaragua en la ruina económica deberían haber sido publicados en las páginas editoriales. Primero porque no son noticiosos (no cumplen con características como actualidad y novedad), y segundo porque por simple inspección se advierte un estilo opinativo y publicitario. Para hacer publicidad, se requiere de mucha creatividad. No basta hablar bien hasta el cansancio de un partido o mal de otro para hacer propaganda. Hay que destacar datos, índices, ejemplos que refuercen el ‘artículo’ que se quiere vender.

    Ni El Diario de Hoy ni La Prensa Gráfica hicieron esfuerzos por contextualizar la información. Las grandes omisiones fueron la sombra de corrupción que persigue a la administración de Alemán y las condiciones política y socioeconómica de Nicaragua. La falta de profundidad pudo originarse en las exigencias de la publicación diaria, el tiempo y las comunicaciones de los enviados especiales desde Managua hasta San Salvador. Aún así, un periodista que va a otro país tiene el deber de documentarse bien antes y durante el viaje, y luego debe escribir la información guardando la distancia pertinente y con el mayor profesionalismo posible.
 
 
Colaboración de Xiomara Peraza y Nátaly Guzmán, Departamento de Letras y Comunicaciones de la UCA.

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 DERECHOS HUMANOS

EN EL PAÍS, HOY, "BRILLAN LOS LOBOS"

    Ya se comienzan a escuchar y leer sesudas opiniones sobre los diez años del “proceso de paz salvadoreño”. Preparémonos para la cantidad de cosas que, en la medida que se acerquen el 31 de diciembre del año en curso y el 16 de enero del siguiente, se dirán. De seguro, la mayor parte de ellas estarán dirigidas al elogio desmedido; varias aparecerán, quizás, intentando disfrazar esa posición demasiado elogiosa con poses de cierta actitud crítica para no parecer —por conveniencia— tan serviles. Pero no dudamos que ocurrirá lo inevitable: los propietarios de los “grandes” medios de comunicación masiva y sus plumíferos se esmerarán, en el marco de las solemnidades oficiales, por ofrecernos a propios y extraños una imagen altamente positiva de lo ocurrido en el país a lo largo del decenio.

    ¿Por qué afirmamos lo anterior con tanta convicción? Pues porque, digan lo que digan, la situación salvadoreña no ha cambiado mucho en sus aspectos esenciales. ¿O no es cierto que después de diez años de guerra y diez de “paz”, en nuestro territorio siguen sin hablar y sin participar las víctimas de las graves violaciones a sus derechos en el pasado —por razones políticas o no— y de las también graves violaciones a sus derechos humanos en el presente, por causa de los políticos que razonan en función de quienes les pagan para servirles? Son otros quienes hablan por ellas y lo hacen —en ocasiones— con un estilo pedante, insultante y prepotente. Incluso hasta algunos de los que deberían estar en la cárcel por su pasado, se atreven a “sentar cátedra”.

    Eso es lo que ocurre con cierto individuo que ahora se pasea por el mundo pretendiendo ser un especialista en “procesos de paz” y que sólo, de vez en cuando, se acuerda de su país y regresa a él para complacer con su verborrea a los dueños de los “grandes” medios de comunicación masiva. Y habla de todo. Y asegura que las cosas van bien. Y dice que somos ejemplares. Y afirma que vivimos en un país “que enfrenta múltiples oportunidades”. Y  sostiene que los jesuitas no están siendo inteligentes en la lucha contra la impunidad, porque no reivindican crímenes de la posguerra.

    Y habla, habla, habla… pues a cada rato le regalan espacios para ello en esos grandes medios, porque dice lo que quieren tanto sus propietarios como sus socios en las enormes empresas que ahora —sin tapujos— coparon los espacios dentro de un partido y un gobierno que, hace unos días, se debatían entre la mediocridad y el desatino. Partido y gobierno que ahora se sienten relanzados y hasta envalentonados, en el marco de un mundo donde el terror se enfrenta al terror; donde lo más devaluado para el poder es la dignidad de las personas y los pueblos.

    No nos vamos a ocupar de su pretendida “descalificación” pública —casualmente arrojada en los días que dimos un importante paso en el sistema interamericano de derechos humanos— a nuestra modesta contribución para lograr que en El Salvador resplandezca, por fin, la justicia para toda su gente. No lo vamos hacer por dos razones. La primera, porque es bueno que se siga exhibiendo como lo que es: ¿ignorante? ¿irresponsable? ¿impune?. La segunda, porque para ello están los testimonios vivos de las valientes madres del arquitecto Ramón Mauricio García Prieto, de la niña Katya Natalia Miranda Jiménez y del cadete Erick Mauricio Peña Carmona.

    No creemos que este individuo desconozca nuestro acompañamiento a estas valientes víctimas, protagonistas directas y valiosos símbolos de una lucha aún vigente contra la arbitrariedad y el privilegio; tampoco pensamos que actúe sin conciencia de lo que hace y dice. Por tanto, no es ni ignorante ni irresponsable. Ha sido, es y piensa seguir siendo un vulgar impune. No sabemos cómo habrá resuelto él las deudas que tiene con las innumerables víctimas de sus actos terroristas por razones políticas y bélicas, realizados durante casi veinte años. Víctimas, según sus palabras, producto de sus “errores de juventud”. Semejante “explicación” le hubiese servido más a Oscar Wilde, para colocarla en boca de Dorian Gray.

    Mejor examinemos algunas de sus choteadas frases incluidas sus declaraciones más recientes, comparándolas con un documento que —a nuestro juicio— tiene una importancia vital para nuestra realidad; confrontémoslas, también, con la posición presidencial que en el hermano país ha generado dicho documento. Obviamente, en los “grandes” medios nacionales ese Informe no interesa y mucho menos gusta. Por eso, no le han dado siquiera una cobertura medianamente aceptable para el conocimiento de nuestra población. Hablamos del denominado “Informe especial sobre las quejas en materia de desapariciones forzadas ocurridas en la década de los 70 y principios de los 80”, elaborada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) de México.

    Quien hace unos años estuvo —entre otras cosas— directamente relacionado con el secuestro y la muerte de un joven y prominente empresario, cuyo cadáver le sirvió para obtener una enorme suma y no lo entregó a la familia, ahora se presenta como un presumido analista nacional e internacional para decir cosas como la siguiente: “No desprecio la búsqueda de la verdad que emprendió la UCA, pero, luego de la transformación trascendental que sufrió el país, la impunidad en términos del funcionamiento de las instituciones no está ubicada en el asesinato de los jesuitas, sino en el caso del robo del abono, de FINSEPRO, del secuestro de Andrés Suster, de la corrupción fiscal y judicial… ¡Ahí está ubicado el tema de la impunidad en el presente! La Fiscalía y la PNC intentan librar batallas y sufren frustraciones porque no es fácil sustituir la tortura por la investigación científica del delito y la justicia directa que teníamos antes por el debido proceso”.

    Antes de traer a cuenta lo dicho en México al respecto, no resistimos la tentación de plantearnos algunas interrogantes acerca de lo anterior. ¿La “transformación trascendental” del país a la que se refiere tiene que ver con una sociedad donde se respetan las “reglas del juego”, sin privilegios para nadie, y las autoridades del Estado dedican sus mejores esfuerzos al logro del bien común? ¿O se refiere al hecho de haber conseguido lo que en otras latitudes es normal desde hace cientos de años: no asesinar, no detener, no torturar, no desaparecer y no expulsar del país a nadie por razones políticas? ¿Será tan trascendental y segura esa “transformación”, que hasta él mismo duda de ella cuando afirma: “La impunidad cotidiana ante la violencia social y la delincuencia puede hacernos retornar al autoritarismo que mató a los jesuitas? ¿Qué responderán sobre esa “transformación” las víctimas japonesas del robo del abono o tanta gente defraudada en el caso FINSEPRO?

    En el Informe de la CNDH, su presentación arranca sosteniendo sin adornos lo siguiente: “Poner en claro lo ocurrido durante los años en los que se desarrolló un enfrentamiento entre organizaciones de civiles y fuerzas de seguridad pública, correspondiente a la década de los 70 y principios de los 80 del siglo XX, es una tarea fundamental para la afirmación del Estado de Derecho, conforme a la realidad que vive hoy día nuestro país. La exigencia de saber cuál fue el destino de las víctimas de la desaparición forzada, no sólo corresponde a las personas que por sus vínculos con los agraviados resulten más afectadas por estos hechos, sino a toda la sociedad, la cual requiere de la verdad para tener confianza en las instituciones del Estado”.

    No sabemos si él, pero algunos de su “especie” sí han alabado el proceso de transición mexicano que arranca con el esfuerzo de mucha gente y que va más allá del alzamiento armado que tuvo lugar en Chiapas, en enero de 1994. En particular, han destacado el liderazgo y la visión del actual presidente constitucional de la República, Vicente Fox Quezada. El primer mandatario de México, quien no es ningún pretencioso ex guerrillero venido a menos sino un empresario moderno y proveniente de las filas del derechista Partido de Acción Nacional (PAN), también se pronunció oficialmente al finalizar la ceremonia de entrega del citado. Ceremonia que por cierto —para que sepan los politicastros salvadoreños— tuvo lugar en el Palacio de Lecumberri, otrora tenebroso y privilegiado sitio para la tortura de los presos políticos en aquel país.

    A continuación, se ofrece lo sustancial de la intervención de presidente Fox: “Estamos cambiando la manera en que se ejerce el poder en México. Lo hacemos con transparencia y guiados exclusivamente por un ánimo de justicia. No estamos persiguiendo espectros de nuestra historia, estamos demostrando que es un error suponer que se debe abandonar la ley al buscar el beneficio de la patria; que es un error suponer que el consenso se puede ganar escondiendo la verdad. Donde impera la ley no hay discrecionalidad.

    Estamos dando un gran paso hacia la consolidación del Estado de Derecho, también estamos sentando las bases para erradicar definitivamente la impunidad en nuestro país. Arrojar luz sobre las partes de nuestro pasado que aún están cubiertas por la oscuridad y hacerlo por la vía institucional, sin ánimos políticos de revanchismo, nos permitirá vernos claramente como una sociedad unida en lo fundamental, nos ayudará a avanzar hacia formas superiores de convivencia, nos servirá para caminar hacia un futuro mejor para todas y para todos”.

    Esta posición del presidente Fox refuerza, sin lugar a dudas, lo establecido en las consideraciones previas a la parte sustantiva del llamado “Acuerdo para la procuración de justicia por delitos cometidos contra personas vinculadas con movimientos sociales y políticos del pasado”, que él mismo emitió. Entre otras cosas, se dice:

- Que las demandas de esclarecimiento de hechos y de justicia para los presuntos desaparecidos por motivos políticos exigen una respuesta contundente y clara de la autoridad para dar a conocer la verdad, sanar viejas heridas y establecer nuevos pactos, todo a partir de una reconciliación que respete la memoria y abone la justicia.

- Que es claro que el debate no radica en si debe o no revisarse el pasado. La búsqueda ineludible de la verdad implica necesariamente una revisión de los hechos pretéritos, y en este sentido existe un amplio consenso social de atender este reclamo y sentar las condiciones para una reconciliación nacional como requisito fundamental para fortalecer nuestras instituciones, el Estado de Derecho y la legitimidad democrática.

- Que cualquier conducta que hubiese atentado contra los derechos humanos debe someterse no sólo a la investigación para conocer la realidad de los acontecimientos, sino también al escrutinio por parte de la justicia, que es una de las funciones primordiales del Estado y de sus instituciones.

     Además, el Acuerdo establece la figura de un fiscal especial para  investigar e integrar “las averiguaciones previas que deriven de denuncias o querellas formuladas en razón de sucesos probablemente constitutivos de delitos, así como perseguirlos cuando esto proceda”. Contará con el apoyo de un comité ciudadano “de reconocida fama pública y experiencia en la rama jurídica o en la promoción y defensa de los derechos humanos”. Para las víctimas, se habla de indemnización “por el daño causado”.

    ¿Tiene algo que decir acerca de todo esto el minúsculo “lobo” vernáculo? De seguro, algo inventará en su afán de seguir siendo “brillante” a los ojos del poder salvadoreño?

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DOCUMENTO

 
Presentamos a continuación el texto de la ponencia del P. Jon Sobrino, titulada  "Redención del terrorismo", dictada el miércoles 14 de noviembre del 2001 en el marco de las celebraciones del XII Aniversario del asesinato de los jesuitas de la UCA.

REDENCIÓN DEL TERRORISMO (II)

3. Libertad de expresión y voluntad de verdad

     La barbarie de las torres es el acto terrorista más publicitado en la historia de la humanidad (la destrucción de Afganistán no se le compara ni de lejos), pero no ha comunicado toda la verdad, ni en los hechos y menos en las causas. Y es que no es lo mismo libertad de expresión —que cuesta dinero— que voluntad de verdad —que sólo requiere honradez, lucidez y fortaleza. En el mundo de los pobres, se ve con toda claridad: los que tienen la verdad y quieren decirla no tienen voz, y los que tienen mucha voz no están interesados en la verdad ni menos quieren decirla. En el mundo occidental, el enorgullecerse de la libertad de expresión y ver en ello un gran logro de la democracia puede ser —y muchas veces es— la coartada para encubrir la falta de voluntad de verdad, que llega a convertirse en  mentira cuando es necesario. ¿Qué ocurre cuando hay voluntad de verdad? Que aparece la verdad mayor.

 a) Es verdad que existe el terror, pero la verdad mayor es que las potencias lo han usado, cuando les ha venido en gana: en Auschwitz, Dresden y Hiroshima hace años. Estados Unidos, además, en América Latina en los setenta y ochenta, en Irak y Sudán, más recientemente. En la actualidad, a través de tres países, Uganda, Rwanda y Burundi, mantiene viva la guerra del coltán en la República Democrática del Congo. Y se mantiene el terrorismo —en definitiva más cruel porque mata a muchísima más gente— de cuya verdad poco se habla: el terrorismo del hambre, de la pobreza, el que causa millones de excluidos y refugiados, el que arrumba al sida a la ignorancia y al desprecio. Bien lo dijo ayer el P. Ibisate, y no es necesario detenernos más en  ello. La verdad mayor  es que varios miles de millones de seres humanos viven hoy “aterrorizados”.

 b) Es verdad que existen los terroristas de a pie —que aparecen en la televisión malencarados—, pero también los terroristas de estado —muchos los ha habido en el siglo XX— mejor vestidos y más poderosos. Deshumanizan al mundo y se deshumanizan.

 c) Es verdad que occidente controla celosamente la definición de qué es terrorismo y quiénes son los terroristas, de qué hay que hacer y de qué se puede hacer con ellos. Todo ello se define, fundamentamente, según intereses, casi nunca según la verdad. La verdad es negada ahora de forma cualitativa, y por eso la negación  es más grave.  Lo más pernicioso es que nos quiere hacer comprender el terrorismo como patrimonio de los débiles. En el concepto “terrorismo” y “débiles” (guerrillas, por ejemplo) son correlativos. Noam Chomsky da la razón. “El terrorismo es considerado arma de los débiles porque los fuertes controlan los sistemas doctrinarios y su terror no cuenta como terror”. La consecuencia es terrible: haga lo que haga occidente y sus democracias, incluso si es violencia, eso no es, por definición, terrorismo. Así, cuando las bombas matan a civiles a eso se llama “daños colaterales”.

     En esto occidente procede como en muchas otras cosas: controlando las definiciones. Nos dice y nos impone que es  “progreso y felicidad”, “bondad y maldad”, “lo políticamente correcto e incorrecto”. Nos quiere introyectar, en definitiva, la definición de lo que es “humano”.

 d) Es verdad que no nos dicen el por qué de la guerra contra Afganistán. Al principio pudo ser la reacción ante la humillación y la necesidad de mostrar fuerza y poder. El blanco era Bin Laden, pero ya no. Con la guerra se quiere controlar el petróleo de la región, dicen unos. Otros piensan que “la evidencia sobre la culpabilidad de Osama Bin Laden no interesa a Estados Unidos; su objetivo es establecer su derecho a actuar como y cuando le dé la gana y fijar con claridad su credibilidad como matón global” (Noam Chomsky).

     Con la verdad oprimida no avanzaremos en humanidad, sino en deshumanización e hipocresía. Los poderosos la quieren mantener oprimida y hay que reaccionar. Un año antes de ser asesinado, Martin Luther King, protestando contra la guerra de Vietnam, dijo: “Ha llegado el momento en que el silencio es traición”. Para no caer en traición, no basta hacer uso de la libertad de expresión, sino la voluntad de verdad.

     En la tradición cristiana, el mal siempre tiende a encubrirse, a hacerse pasar por lo que no es. El maligno es mentiroso y asesino, dice el evangelio de Juan. El terrorismo es un grave mal, a veces inocultable, como en las torres, pero muchas otras veces se encubre  y se hace pasar por guerra justa, o defensa de la democracia y de la civilización occidental. Luchar contra el terrorismo es decir la verdad, desenmascararlo.

     La verdad es también lo que pone fin al engaño alrededor de Afganistán, y al engaño mayor de nuestro mundo: los sucesivos ordenamientos mundiales que conocemos al menos desde la segunda guerra mundial. Se ha proclamado que “ha llegado el fin de la historia”, como la buena noticia escatológica y en forma universal. Con la ”globalización” había llegado o estaba por llegar el reino de Dios en forma económica (el neoliberalismo), en forma política (las democracias occidentales) y en forma cultural (puede pensarse en la industria de televisión, discos, mundiales y olimpíadas multimillonarias). El 11 de septiembre impuso silencio, y alguien se preguntaba con ironía: “y ahora ¿qué es de la aldea global?” Pero si se analiza la verdad mayor del 11 de septiembre se puede conocer sobre qué pies de barro está construido este gigante que, supuestamente, va a traer la salvación.

     Es posible que sigan predicando la buena noticia, y es seguro que oiremos repetidamente que “vamos a ganar” o “hemos ganado”. Pero  todavía no nos han explicado qué significa ganar, ni en los detalles —lo cual es comprensible— ni en lo fundamental —lo cual es más grave. Y no nos explican qué de bueno tiene ganar. Tras las palabras de los que ganan hay un silencio mayor, que habla mucho más elocuentemente de lo que es hoy nuestro mundo, silencio que no desaparece con partes de guerra que anuncian con comedido triunfalismo las hazañas de la tecnología y evaden con calculada ignorancia los bombardeos a civiles.

     La verdad mayor es que las llamadas fuerzas del bien no miran bien al resto del mundo (a los aliados por propio interés o a la fuerza, a los otros, a los adversarios, a los enemigos), no piensan bien, no escuchan bien a otros, a veces más sabios y prudentes (Bush padre tampoco escuchó a Juan Pablo II antes de bombardear a Irak), no saben reaccionar  bien.

     La verdad mayor lleva a la pregunta: ¿qué queremos? ¿Queremos arcos de triunfo y coronas de laurel como antes, medallas sobre uniformes ahora? ¿O queremos un abrazo fraterno? El mundo ha dado saltos cualitativos en tecnologías, también en guerras y terrorismo. El 11 de septiembre es un símbolo de ello, pero desde lo negativo, el terrorismo, la venganza. En un poderoso símbolo, ha expresado la podredumbre de nuestro mundo y ha recordado un largo pasado de podredumbre. Ciertamente el mundo no ha dado el salto cualitativo —por decirlo suavemente—  que esperan los pobres de este mundo desde tiempo inmemorial: el salto hacia la justicia y la verdad. El salto hacia el bien.

     Don Pedro Casaldáliga escribe a San Francisco de Asís unas bellas rimas, como él dice, “en forma de desahogo”. Pensando en el nuevo orden mundial de que ahora hablan, cito sólo una de ellas.

     Compadre Francisco,
     el mundo es tan viejo
     que habrá que hacer otro
     para verlo nuevo.
 

4. No usar el nombre de Dios en vano

     El problema existe desde antiguo, y hoy se habla mucho de ello para explicar lo ocurrido en buena parte —sobre todo los intelectuales de occidente— a partir del fundamentalismo específico de las religiones que ahora estarían en conflicto. Religiones con un tronco común en Abraham, monoteístas, (un  único Dios a quien rendir culto: Jahvé, el Padre de Jesús, Alá), y de libro (una única verdad: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Corán) generan exclusivismo, muchas veces antagónico y conflictivo, proselitismo, con mayor o menor intensidad en su finalidad y en sus modos, y fanatismo en sus adeptos.

     Hay aquí mucho de verdad —y caminamos un buen trecho con Saramago—, aunque no toda, pues en las mismas religiones, ciertamente en el cristianismo que conozco mejor, suele haber autocorrectivos teóricos en el mismo texto del Nuevo testamento en contra del fundamentalismo y a favor de la compasión, y suele haber expresiones históricas que van en la dirección opuesta: en nombre de Dios no se puede causar víctimas, sino que hay que defenderlas (piénsese en el cristianismo de Mons. Romero, Helder Camara, Leonidas Proaño, Pedro Casaldáliga, Samuel Ruiz...).

     Sin embargo, siempre es necesario recordar el segundo mandamiento: “No usar el nombre de Dios en vano”, lo cual es costumbre inveterada en tiempos de guerra. Ya en los  inicios del Antiguo Testamento los sacerdotes de Jahvé daban muerte a los de Baal. En tiempos de cristiandad los cruzados llevaban una cruz y ganaban indulgencias, que les facilitaba la salvación. A  América Latina vinieron juntas cruz y espada. Y ha habido guerras de religión, y guerra santa... La hemos hecho durante milenios y hemos violado gravemente el segundo mandamiento.

     Esas voces, con palabras distintas —fruto de resentimiento y desesperación acumulada—, resuenan ahora en algunos centros religiosos de Oriente: “Dios ha enviado esos aviones a destruir las torres”, lo que pone el corazón en un puño. Pero el segundo mandamiento no es problema sólo de Oriente, ni mucho menos. En Europa, más secularizada, no se suele meter a Dios, por nombre, en guerras. Pero en Estados Unidos Bush padre dijo que rezó a Dios la noche antes de bombardear a Irak (lo que dejó más de 100.000 muertos, más medio millón de muertos, después, por el embargo). “God bless you” es el final obligado de muchos discursos presidenciales, aunque hayan tenido que mentir sobre cosas graves: la guerra, la vida y la muerte.

    También jerarcas eclesiásticos han bendecido tropas, aviones y helicópteros, en Estados Unidos y aquí entre nosotros. En vano hemos tomado muchas veces, todos, el nombre de Dios. Tanto que otras naciones y religiones, por actuar así, “por causa de ustedes”, como dice la Escritura, “blasfeman el nombre de Dios”. Y ya veremos cómo se invocan también a los dioses vestidos de civil para hacer guerras.

     Pero no termina aquí el problema de Dios. “Amen con todo su corazón al Dios de la vida”, podemos traducir libremente el primer mandamiento. En esta guerra no está ausente el nombre de Dios. Lo decisivo es saber  de qué Dios se trata. Y sobre esto hay que decir dos cosas fundamentales.

     La primera es que nadie puede librarse de algún “dios”. Religiosos somos todos, aunque de manera aparentemente muy distinta. Jesús lo decía con su sabiduría acostumbrada: “hay muchos señores y ustedes tienen que elegir a cuál de ellos quieren servir”. Y les ponía un ejemplo que, por lo menos en nuestro occidente materialista y vividor, pone el dedo en la llaga: “no pueden servir a Dios y al dinero”. Dioses hay muchos, y suelen estar presentes en las guerras  precisamente porque en éstas se juegan muchas cosas “últimas”: oro, petróleo, uranio, coltán, espacios estratégicos, hasta “patio trasero”... Pero no hay que engañarse.

    Estos dioses exigen lo mismo que los dioses religiosos, cuando se les convierte en ídolos. Las formas externas del culto pueden cambiar:  más abiertamente fanáticas (hasta el suicidio) unas;  más pulidas, con un cerebro lavado para defender la cultura occidental y sobre todo la libertad propia para que nada moleste, otras. Lo que todos ellos tienen en común es que generan víctimas: directamente en las Torres o en poblados de Kabul, y en vastas regiones del planeta, Africa, Pakistán e India. Hace poco ocurría masivamente en Centro y Sudamérica, pues dioses eran, “ídolos”, la acumulación del capital y la doctrina de seguridad nacional.

     Este primer mandamiento se viola, pues, al violar los mandamientos que defienden la vida de los seres humanos. “No depredar” (séptimo mandamiento) siempre ha sido problema mayor de imperios y potencias: quedarse con lo de otros, oro, petróleo, uranio, coltán, espacios ricos en materias primas o valor estratégico. También lo ha sido el quinto mandamiento “no matar” o para mantener la depredación o para defenderse de ella o para exterminar o para aterrorizar a los supervivientes. Por último, “no mentir” (octavo mandamiento) para encubrir, justificar, hacer pasar desapercibido lo anterior, robo y muerte.

     La segunda cosa es la más importante: en nombre de Dios sólo se puede generar vida. Las tradiciones  abrahámicas y otras precolombinas, hindúes, budistas, chinas, tienen textos distintos. Pero más allá de la letra, en todas se puede encontrar —eso esperamos— la realidad de un Dios, que es “compasivo y misericordioso”, Alá; “Padre de huérfanos y viudas”, Jahvé; ”buena noticia para los pobres”, el Padre de Jesús.

     Dios no ve en primer lugar a seres humanos “religiosos”, afiliados a una u otra religión, o agnósticos o ateos, sino que ve ante todo a seres humanos, sufrientes y esperanzados, oprimidos muchas veces, liberadores otras. Y lo que quiere es que en este mundo haya vida. En nuestra opinión, más allá de aceptar formulaciones y creencias concretas —a lo que son propensas las religiones— hay que hurgar en el corazón humano para ver si allí resuenan esas palabras de compasión y misericordia hacia los débiles, y si en el acoger ese resonar encontramos todos el camino para ser humanos. No las religiones y su diversidad, sino la misericordia al débil (para los creyentes la esencia de Dios) por una parte, y el dinero para uno (el dios que produce víctimas), la arrogancia y la prepotencia, por otra. Y sobre esto deben preguntarse quienes tienen en su moneda la frase: “In God  we trust”.

     Y es que la religión, en último término remite al ser humano. Este puede comprenderla y usarla de varios modos: fundamentalista, integrista, fanática y agresivamente, pero también servicial, compasiva, místicamente, abierta siempre al más de la familia humana. Y de igual modo, ese mismo ser humano puede des-democratizar la democracia, reclamar la libertad para uno negándosela o otro; ignorando paladinamente la igualdad de todos los seres humanos; haciendo mofa de la fraternidad. A los males del fundamentalismo religioso opone la tolerancia —y bien está. Pero de la tolerancia a la indiferencia, al desentendimiento de lo humano en el tercer mundo, a declararlo no-existente, como pasa con Africa, hay muy poca distancia. Tolerancia, sí. Pero en nuestro mundo hay cosas intolerables, y no se puede invocar la tolerancia —aunque se haga tácitamente— para hacerlas tolerables.

5. La redención de todos los terrorismos: los mártires

     Hay que superar el terrorismo, sin duda. Estos días vemos el camino que ha elegido occidente. Y recordemos que la ayuda de occidente al tercer mundo es la más baja en los últimos cincuenta años, como dijo Koffy Annan recientemente. Y Michel Camdessus, en Bangkok, marzo de 2000, advirtió que la pobreza era “socialmente explosiva”. Pero occidente no hace caso. Cierto es que lo de las torres es una explosión que tiene otras causas, además de la pobreza. Pero algo enseña. Occidente no se alía contra la pobreza, pero para la guerra contra Afganistán lo ha hecho con celeridad y sin reparar en medios. Quieren acabar con el terrorismo, luchando contra él “desde fuera”, con bombas, pero “sin ir a las raíces”. Unos 25 obispos brasileños y mexicanos lo ven de otra manera. En un comunicado del 20 de octubre escribían:

    Lo que se está gastando en la operación militar contra Afganistán sería suficiente para liberar a esa nación y a muchas otras del hambre, la miseria y la destrucción a que están sometidas, inaugurando relaciones de respeto y cooperación, de ayuda y solidaridad, y no agravando sufrimientos e implantando nuevas semillas de odio e incomprensiones.

     Al terrorismo hay que combatirlo “desde fuera”, con medios lícitos y, sobre todo, con medios eficaces a la larga: es decir, luchando contra la pobreza, construyendo estructuras de justicia, fomentando  cultura de paz, evitando ofensas que exacerban, más las diligencias legítimas policiales, jurídicas...  “En adelante sólo tendremos seguridad, si la mitad de la humanidad puede salir de la miseria en que vive. Sólo habrá paz, si valoramos a los demás pueblos como queremos que nos valoren a nosotros” (Dean Brackley). Pero para erradicar cualquier tipo de terrorismo (violencia, injusticia, pobreza), quitar sus raíces,  hay que “redimirlo”, y para ello no basta  luchar contra él “desde fuera”, sino que hay que combatirlo “desde dentro”.

     Ellacuría dedicó su vida a combatir el pecado, todo tipo de terrorismo, “desde fuera”, con todas sus fuerza y con todas las capacidades de la UCA, pero estaba también convencido de que eso no basta.  No sólo hay que “encargarse de la realidad” con una praxis salvífica, sino que hay que “cargar con la realidad” y con su peso demoledor.  Esto no era en él lenguaje espiritualista, ni puramente religioso, y ciertamente no masoquista, sino honda convicción.  A la injusticia y a la violencia hay que “redimirlas”, vencerlas desde dentro, aunque esto lleve al propio sufrimiento.

     El 19 de septiembre de 1989, en un discurso altamente político, en presencia del Presidente Óscar Arias de Costa Rica y Alfredo Cristiani de El Salvador, dijo que el trabajo por la paz exigía inmensos sacrificios, y añadió, inesperadamente, lo siguiente:

“Mucho ha sido el dolor y mucha la sangre derramada, pero ya el clásico teologoumenon de nulla redemptio sine efussione sanguinis nos viene a recordar que la salvación y la liberación de los pueblos pasa por muy dolorosos sacrificios”.

     Redimir el terrorismo “desde dentro” significa estar en la realidad de la injusticia que lo ha provocado, dejándose afectar por ella. Luchar contra ella, aceptando que descargue su fuerza. Denunciar la inhumanidad de todos los terrorismos y proponer la utopía de la reconciliación y el perdón, dispuestos a pagar costos personales y profesionales. En definitiva, significa estar, de alguna forma, en el dolor que producen los terrorismos, dispuestos hasta a dar la vida, para que no se la arrebaten a otros.

     En lenguaje cristiano, redención es luchar contra el pecado, estando en la realidad del pecado, idea poco -o nada- considerada. “Lo que no ha sido asumido no ha sido sanado”, decían los Padres de la Iglesia desde los inicios. Es lo que expresa el siervo sufriente y Cristo crucificado. Más radicalmente aún, el mismo Dios presente en el quehacer de Jesús, estuvo también presente, doliente, en la cruz. Ese Dios estuvo presente en una víctima, Jesús crucificado. No envió bombas contra nadie, sino que cayeron sobre él, como siguen cayendo esos días sobre mujeres, niños y ancianos indefensos. Extraño Dios, ciertamente. Pero entrañable. En su nombre no se puede matar al hermano, sino sólo dar vida. Y ese Dios es capaz de dar esperanza —y en eso nos separamos de Saramago.

     Terminemos. No es fácil luchar contra la injusticia, la mentira, la violencia y el terrorismo “desde fuera”. Pero mucho más difícil  es luchar contra todo ello “desde dentro”. Lo primero es absolutamente necesario, pero, con todo, no es suficiente, como lo muestra la historia. Luchar “desde dentro”. Eso es lo que han hecho los mártires, Monseñor Romero, los de la UCA y muchos otros. Lucharon “desde fuera” con todas sus capacidades al servicio de la vida, la verdad, la justicia y la paz, y lucharon “desde dentro”, arriesgando su vida —hasta darla— en esa tarea.

 Al terrorismo, de cualquier tipo, hay que ir ganándole terreno de todas las formas legítimas posibles. Pero para erradicarlo, hay que ir a la raíz: odio, fanatismo, deshumanización. Y eso sólo se vence con el amor.  Los mártires son los que han mostrado el mayor amor. Sin ellos no se redime el terrorismo.

Jon Sobrino

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