Manifiesto testimonial
Rafael Lara-Martínez
Afirmar que el Siglo de Oro del testimonio salvadoreño aún se encuentra frente a nosotros, puede parecernos una enorme equivocación. Sin embargo, esa afirmación es la que pretendemos desarrollar en esta ponencia. El problema no es si la propuesta es cierta o falsa; en cambio, el dilema hay que formularlo así: ¿queremos utilizar un método testimonial para renovar la creatividad artística y cultural en el país? ¿Deseamos darles voz a varias esferas sociales que carecen de voz?
Para ello, necesitamos analizar tres aspectos interrelacionados: 1) nuestro presente: el surgimiento de la novela de la posguerra que suscita una dispersión de voces narrativas, 2) la fusión de dos conceptos del otro en el texto del testimonio clásico (los de C. Alegria-D. Flakoll/R. Dalton/M. Argueta) y en la crítica testimonial actual; estos conceptos son: el del otro antropológico, el subalterno, y el del otro borgeano, el otro-en-lo-mismo, y 3) la elaboración de un concepto de testimonio más amplio, menos sometido a una restricción de género literario (la novela) y a una "urgencia por comunicar", menos restringido también por la polaridad entre dato real y ficción, así como menos dependiente de imponerle al lector un compromiso de fe. En este sentido, más que una discusión teórica sobre el asunto, la presentación debería escucharse como un verdadero "Manifiesto Testimonial".
Nos negamos ver en el testimonio un género que nace y muere con el proyecto revolucionario de los ochenta. Voces testimoniales han existido mucho antes de que Roque Dalton copiara el diálogo que mantuvo con Miguel Mármol en Praga en 1966, antes también de que lo estructurase para darle forma definitiva de novela, durante unos cinco años, hacia 1971. E incluso voces testimoniales siguen vigentes en varios rumbos del territorio en la actualidad. Las voces pueden denunciar, pero a veces se conforman con anunciar. Voces que claman y pronuncian, con un murmullo opaco, apenas insinuado, algo muy sencillo: existimos. Y porque vivimos, tenemos derecho a testimoniar. Quizás nadie las escuche; tal vez ni siquiera el testimonio se articule en palabras. Pero seguirá siendo constancia, marca, inscripción, huella de un paso por el mundo. Simplemente ex-sistir: poner por fuera de nosotros aquello que adormecido se retuerce en las entrañas.
El contenido íntegro de este trabajo puede leerse en la edición N° 81 de la revista Realidad