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¿Debemos dejar a los técnicos manejar los problemas técnicos?

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14/09/2020
Luis Antonio Monterrosa. Docente de la Maestría en Desarrollo Territorial.  

Es una expresión recurrente que escuchamos en diversos ámbitos. Totalmente discutible, aunque suena muy convincente. Es el ingeniero de estructuras quien debe manejar diseño y la problemática que surja. Es el administrativo quien debe manejar la organización funcional de la oficina. Es el médico – epidemiólogo o infectólogo o el especialista en salud pública – quien debe manejar la pandemia. ¿Debe ser realmente así? El contexto inmediato es el de la polarización política, pero me interesan cosas más de fondo. Me parece un error que los políticos manejen la pandemia – o los especialistas en comunicación e imagen – como me parece un error también que los “especialistas” o “técnicos” manejen la pandemia.

Es el mismo argumento que el economista – sí, es cierto, no todos – pronuncia a propósito de las políticas de ajuste estructural. Ni el político ni mucho menos el ciudadano promedio entiende de los vericuetos micro o macroeconómicos expresadas en los gráficos de ecuaciones econométricas, pero que tiene que tragar medidas que constriñen los ingresos del ciudadano promedio mientras es generosos con otros bolsillos. O del experto sobre temas de agua que te dice que El Salvador cuenta con abundantes fuentes – pluviales, freáticas, etc. – a pesar de la contaminación y la depredación del medioambiente y que el problema es la débil institucionalidad administrativa y que por tanto deberíamos decantarnos por una gestión integral que combine públicos y privados…

Ni sólo el político, ni sólo el técnico. Otra cosa son las dificultades de entendimiento, los intereses subyacentes, los colores políticos, etc. Pero pensar que la voz del político – cualquier color y tendencia – es la voz de la ciudadanía interpretada, es de dudar; así como pensar que la voz del técnico, especialista o científico es la interpretación pura del hecho del laboratorio que habla por los datos, también es de dudar. Suena raro cuestionar voces autorizadas pero ¿no es sospechoso el discurso del economista que te presenta pruebas – y presente un gráfico y sus ecuaciones – y te dice que aumentar el salario mínimo en realidad es contraproducente para la economía? ¿o que el especialista de aguas te diga que  su análisis cualitativo y cuantitativo arroja que la mejor opción es la intervención de los privados en la gestión del agua?

Esta manera de ver las cosas es propia del pensamiento moderno. Esa modernidad que J. Habermas considera inacabada, a pesar de su crisis y sus consecuencias posmodernas y que S. Pinker defiende como ilustración. En el análisis de B. Latour, la Modernidad se caracteriza por la separación de la Naturaleza y la Sociedad. El pensamiento y la vida premoderna lo ve todo junto: la sociedad es prolongación de la naturaleza y la naturaleza es una con la sociedad. Afectar una es afectar la otra. Los ritos de una se corresponden con la otra. La Modernidad ve las cosas distintas. La Naturaleza es un objeto de estudio, el ámbito de las ciencias, del conocimiento científico y técnico. La sociedad es objeto de deliberación a disposición del ser humano que construye su sociedad en su libertad y es el ámbito de la acción política. Son dos mundos aparte. ¿Es así? Sí y no. Claro son dos mundos aparte y la Sociedad no es un exclusivamente un organismo natural porque depende de la libertad de los humanos para decidir. Pero el ser humano no es pura libertad, es también naturaleza bioquímica.

Por otro lado, viene aquí el punto decisivo, a pesar de la necesidad de mantener mundos separados, la acción del ser humano moderno sobre la naturaleza produce unos objetos que ya no son sólo naturaleza o sólo sociedad, sino una combinación híbrida de ambos. La leche o el café que consumimos es más que simple naturaleza – por muy grano de café y lactosa que sea – puesto que hay un desgajamiento de lo natural y un camino de procesamiento – producción por medios humanos – que convierte tales objetos naturales en objetos sociales. No son productos meramente naturales puestos en nuestra mesa social. Son una combinación. Son híbridos. Son un producto del saber técnico-científico y del poder político-social… y como tal deben ser entendidos y estudiados.

El problema con la mentalidad del moderno es que habiendo separado naturaleza y sociedad no puede aceptar la existencia de estos híbridos, a pesar que están ahí, y deviene en la paradoja de la modernidad: proliferación de híbridos mientras negamos su existencia. Por eso la insistencia del “zapatero a sus zapatos”: que el técnico maneje estas cosas cuando en realidad no puede ser así porque nos enfrentamos a híbridos. Así el “agujero en la capa de ozono”, el estado crítico de la naturaleza en los trastornos de los tiempos del clima no son meras cosas naturales, sino naturaleza invadida de sociedad y por tanto objeto natural-sociales, es la acción humana sobre la naturaleza que los ha producido, y por tanto requieren su atención combinada. La clave está en reconocer la existencia de los híbridos por supuesto.

De ahí que en principio, no puede sostenerse lo de “que los políticos dejen que los técnicos manejen el asunto”. En términos teóricos porque no es un mero asunto científico sino híbrido en la concepción de la modernidad. En términos prácticos porque una epidemia es un problema de salud pública y por tanto un asunto político, no meramente técnico. Otra cosa distinta es sí se puede trabajar o no con estos técnicos y con estos políticos. A fin de cuentas, recogiendo las palabras de R. Virchow, médico y político prusiano, considerado padre de la patología y salud pública, “la medicina es una ciencia social y la política es simplemente medicina a gran escala

Dejar sólo a los técnicos que manejen los asuntos, no creo. Tampoco sólo a los políticos.

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
Maestría en Desarrollo Territorial
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