Imagen obtenida de las redes sociales de Oxfam International
El desarrollo y la explotación
En cada ocasión que una gran obra, proyecto o inversión se impulsa, se escucha decir que justo ese paso tomado le resta al camino para alcanzar el desarrollo pleno tan deseado, sin importar realmente que, por ejemplo, esa gran obra de infraestructura recién inaugurada no ofreciera las condiciones laborales mínimas a los constructores, desalojara a la mitad población y depredara kilómetros de bosques, impactando en los mantos acuíferos, el hábitat de docenas de especies de flora y fauna y probablemente aumentará unos varios grados el clima de la zona. Esta realidad no es excepcional aunque así se deseará, es, y cómo el sistema así lo dicta, la regla.
Es posible conceder el beneficio de la duda a los primeros impulsores de lo que ahora conocemos como desarrollo, sobre si verdaderamente existió el pensamiento que los costos ambientales y la explotación laboral extrema eran sacrificios temporales que estaban dispuestos, no a asumir, sino a que otros los tomaran en nombre del crecimiento económico o dichos esfuerzos fueron guiados por la ignorancia de no conocer los límites de la tierra y considerar a los niños como adultos de estatura pequeña destinados a trabajar 16 horas diarias. Sin embargo, aunque dicho beneficio sea concedido, es esencial cuestionarse, ¿por qué, cuando la evidencia del agotamiento de los recursos se hizo innegable, cuando la deforestación y la degradación del suelo fueron reconocidas como amenazas críticas, y cuando la explotación infantil pasó de ser una práctica común a un delito grave, no se produjo una transformación real del modelo de desarrollo? Más aún, si los errores iniciales podían justificarse por desconocimiento, ¿Qué explica la perpetuación de las personas y naturaleza como objeto de saqueo?
La hermandad del desarrollo y la explotación no confiere límites, mientras que el carbón era exprimido de la minas del Reino Unido durante la revolución industrial, los mineros trotaban por el mismo camino. En la actualidad, con diferentes recursos y en más regiones del mundo, esa dinámica no ha transmutado y aunque planteado teóricamente el desarrollo es para todos, los beneficios de este se encuentran en menos manos de lo que los creyentes de este proceso han planteado.
La edad del (no)progreso
Según Walt Rostow Las sociedades deben atravesar cinco etapas para desarrollarse, las cuales se plantean dando especial importancia a la necesidad de la industrialización y la adopción de valores occidentales. Algunos teóricos, respaldando dicha tesis, plantean que
para que las naciones, en esta época de progreso, lleguen al nivel de los países industrializados, deben adoptar estrategias similares a las de los mencionados, buscando una posición privilegiada dentro del sistema capitalista y aunque plantean otro tipo de estrategias más diversas y generan críticas a la dependencia impuesta, la conclusión es la misma, llegar al nivel de éxito de los países desarrollados. En esta sección, con regularidad se ponen de ejemplo naciones como Singapur o Taiwán, las cuales transicionaron hacia países más desarrollados a través de modelos capitalistas, planteándose como único camino, el adoptar la estrategia de éxito ya existentes, sin poner en retrospectiva la poca replicabilidad del modelo debido a condiciones históricas y geopolíticas únicas de cada nación y sin retomar la discusión de que el crecimiento económico no siempre se traduce en mayor democracia o reducción de desigualdades.
El cuestionamiento inicia, si verdaderamente nos encontramos en la edad del progreso, por qué las naciones con Índice de Desarrollo Humano (IDH) alto y muy alto superan con creces a las de IDH medio y bajo, y aunque existan más Estados con rangos altos de IDH, las desigualdades internas ensombrecen dicha cifra, porque como se pretende plantear a lo largo de este ensayo y como se ha venido planteado a lo largo del siglo pasado y el presente, el desarrollo no ha sido distribuido con pretensiones de igualdad o equidad.
Hermandad del colonialismo, capitalismo y desarrollo en la era del (no)progreso
Es preciso entender el contexto en que el desarrollo, la industrialización y los procesos de modernización bajo el sistema capitalista se han efectuado. En 1804, Haití, el primer país latinoamericano y caribeño se independizó de Francia tras una revolución liderada por personas esclavizadas, a este le prosiguieron más países que con el tiempo buscaron eliminar los vestigios de la invasión, lo cual, hasta el día de ahora, ha sido imposible.
Muchas potencias coloniales, durante esta época, se aseguraron que, a pesar que diversos países lograran su independencia, estos no lograrán prosperar en ningún sentido, consolidando una realidad donde las potencias industrializadas lograran su desarrollo a expensas de la explotación de los territorios colonizados, preparando el terreno fértil para la instauración del capitalismo, donde América Latina, África y una parte de Asia se consolidaron como la mano de obra y la materia prima explotada para el sistema. Actualmente, los países más desarrollados viven en plenitud debido al sacrificio del Sur global.
En el caso de Haití, para 1825 le debía a Francia, en concepto de indemnización por la pérdida de propiedades, es decir de tierra y personas esclavizadas, 150 millones de francos (equivalente a miles de millones hoy), la cual terminó de pagar hasta 1947, dejando al país sin recursos para el desarrollo y forzando una estructura económica basada en deuda hasta la actualidad. Por lo que, a pesar de su independencia formal, “la colonialidad del poder” mantiene operaciones a favor de su antigua metrópolis.
Una historia africana
Unos años más tarde, con el más noble propósito de mantener la paz y evitar conflictos, entre ellos, las potencias europeas llevaron a cabo la Conferencia de Berlín de 1884, sin ningún africano presente, en la cual dibujaron las fronteras del continente africano con una precisión que difícilmente consideró las complejas realidades étnicas, lingüísticas y culturales de la región8, realizando una división arbitrarias de tribus, juntando forzadamente a etnias enemigas en una misma entidad territorial y garantizando décadas de inestabilidad, prolongadas tensiones y fragmentaciones sociales.
Claro ejemplo de lo anterior, fue el genocidio en Ruanda (1994), donde los belgas impusieron un sistema de castas entre hutus y tutsis que exacerbó la violencia. Asimismo, el desmantelamiento de economías locales, como la agricultura y otros sistemas productivos autóctonos fueron reemplazados por monocultivos de exportación, perpetuando a África como proveedor de materias primas, puesto que, aun conteniendo uno de los minerales más valiosos para la industria tecnológica como el coltán, es explotado por empresas occidentales al tiempo que su población sufre violencia, trabajo forzoso y pobreza extrema, puesto que “África nunca dejó de ser colonizada, sólo cambió la forma en que se explota”.
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