Las sociedades son, por naturaleza, desiguales. Esta desigualdad, que se manifiesta en diversas dimensiones de la vida, se reproduce mediante estructuras jerarquizadas que se relacionan con los recursos económicos o el poder político, las cuales, no solo definen las oportunidades personales configurando accesos diferenciados a servicios, empleos y participación, sino que, también definen en gran medida la vida colectiva. En sociología, esta desigualdad se conoce como estratificación social, la cual, puede ser definida como la forma en que una sociedad se estructura en estratos o “capas” que diferencian a sus miembros por su posición en relación con el acceso desigual a oportunidades, bienes, prestigio y poder. Analizar la estratificación es un elemento clave para entender los procesos de exclusión social y sus efectos sobre el desarrollo territorial.
A lo largo de la historia, diversas teorías han tratado de explicar el fenómeno de la estratificación social, desde los planteamientos de la teoría marxista, hasta los de la teoría funcionalista, Ana Blanco, en su escrito sobre la Estratificación Social (2000), presenta una interesante síntesis al respecto, estableciendo que la estratificación no se reduce a una sola dimensión, como proponía el marxismo con su énfasis en la propiedad y la lucha de clases, o el funcionalismo que justifica la diferenciación como necesaria para la asignación de roles, sino que se trata de un sistema multidimensional.
Ahora bien, para definir la estratificación social, conviene revisar también el planteamiento de la Dra. Saldívar Hadad (2025), quien define la estratificación social como:
Un sistema que organiza a los individuos y grupos en una estructura jerárquica, distribuyendo el poder, el prestigio, los recursos y las oportunidades de manera desigual. No se trata de una diferencia inocente entre estilos de vida, sino de una disposición institucionalizada de la desigualdad que atraviesa lo económico, lo cultural y lo simbólico. Se presenta como lógica, funcional o meritocrática, pero opera como un sistema de exclusión que marca quién pertenece y quien está condenado a la periferia social.
Entendida así, la estratificación genera exclusión social porque favorece que unos grupos, los posicionados en las clases o estratos más altos, concentren recursos y oportunidades, en detrimento de los que se posicionan en los estratos más bajos, quienes, en consecuencia, sufren desigualdad en el acceso a educación, empleo y derechos. Ahora, no debe perderse de vista que esto no es el resultado de un acto aislado, sino de un proceso social sostenido por estructuras y prácticas que lo posibilitan. Por una parte, la estructura económica genera desigualdades mediante la concentración de los recursos por un grupo reducido frente a una mayoría que debe someterse a trabajos precarios en la búsqueda de los medios de subsistencia y, por otra parte, las políticas públicas y el diseño institucional contribuyen a perpetuar dichas desigualdades al favorecer a esos grupos en la preservación del poder y la acumulación de esos recursos.
Con estas manifestaciones de la estratificación en los territorios, ¿qué efectos tiene sobre su desarrollo? En primer lugar, el status, asociado generalmente a la posesión de recursos económicos o al poder, define qué prácticas y conocimientos son valorados, significa que estos grupos reducidos tienen la facultad de configurar normas y políticas que favorecen sus intereses por encima de las necesidades de otros grupos. Entonces, aquellos que carecen de estos recursos son excluidos de espacios de reconocimiento social, estas diferencias de clase generan barreras materiales: quien no tiene recursos no tiene acceso a vivienda digna, educación y salud de calidad, así como empleos formales, lo que se traduce en miles de personas ocupadas en empleos informales con ingresos inestables y que, además, carecen de protección social.
En segundo lugar, a nivel colectivo la estratificación se materializa en la ciudad y el territorio, las zonas más privilegiadas concentran servicios de mejor calidad e inversiones, mientras que las zonas más pobres quedan aisladas, con servicios básicos deficientes, falta de inversión pública y privada, y conectividad limitada. Esta situación deriva en discriminación y estigmatización, los prejuicios por lugar de origen, etnia, género u otros, actúan como barreras directas para acceder a oportunidades o se les asignan roles subordinados, de “menor relevancia social”. A su vez, esto genera un fenómeno de migración interna de la población de estos territorios hacia zonas más dinámicas, lo que debilita aún más el tejido socioeconómico local, ya que suele ser la población económicamente activa y con mayor formación la que se va en busca de mejores oportunidades.
En este sentido, con un sistema social configurado de esta manera la movilización de una clase a otra resulta sumamente complejo, especialmente en una lógica ascendente, dado que, superar estas limitaciones que sufren las personas en los estratos o clases más bajas se vuelve cada vez más difícil, al no disponer de los medios y recursos suficientes para mejorar sus condiciones y oportunidades, del mismo modo pasa con los territorios, una vez se ha catalogado como “pobres”, resultan estigmatizados y excluidos de forma permanente, reproduciendo ciclos de pobreza intergeneracionales.
El análisis de la estratificación social presentado por Ana Blanco permite comprender que este fenómeno no se manifiesta únicamente en desigualdades individuales, sino que se trata de un sistema estructural y multidimensional que organiza jerárquicamente a las sociedades con distribución desigual del poder, el estatus y las oportunidades. Con el avance de las sociedades, la estratificación también se reinventa y se perpetúa mediante mecanismos económicos, culturales y simbólicos, cuyos efectos en los territorios son profundos y multifacéticos, ya que actúan como eje central en la configuración de las dinámicas territoriales.
Si estas desigualdades no se abordan bajo un enfoque sistémico, la formulación de políticas, lejos de reducir las brechas entre los territorios, continuará perpetuándolas. Para ello, no debe concebirse solo como un problema de distribución de recursos económicos, sino algo mucho más complejo con raíces estructurales en diversas dimensiones. Un territorio con profundas desigualdades ve debilitado su capital social y se limita su potencial de crecimiento sostenible, además, la cohesión social se pone en riesgo cuando una parte significativa de la población es sistemáticamente excluida de los beneficios del desarrollo, por tanto, el diseño de políticas de desarrollo territorial desde un enfoque de justicia social y equidad es imperativo.
Blanco, A. (2000). La estratificación social. Manual de sociología. (pp. 70-92). Universidad de León, España.
Saldívar, N. (2025). La estratificación social: qué es, tipos y características. UNIR México.
https://mexico.unir.net/noticias/ciencias-sociales/estratificacion-social/