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Entre muros y escalones: una mirada a la estratificación social y sus huellas en el territorio

12/12/2025
 
David Martínez
Estudiante de primer año MDT

Hablar de estratificación social, como lo plantea Ana Blanco (2000), es hablar de una especie de mapa invisible que acomoda a las personas en distintos lugares, unos más arriba, otros más abajo, dentro de la sociedad. No se trata únicamente de quién tiene más o menos dinero, aunque esa es una dimensión clave. Es más bien un entramado complejo de clase social, estatus, prestigio, poder político y hasta capital cultural. Dicho de otro modo, es la manera en que la sociedad se organiza en “capas”, donde unas tienen acceso preferencial a recursos y oportunidades, mientras otras permanecen relegadas. La autora plantea que la estratificación social desde el punto de vista sociológico “se refiere a la estructura de las desigualdades en una sociedad, a las formas o pautas que adopta la desigualdad entre los miembros de un grupo social y a los procesos por lo que se genera, se mantienen y se modifican tales forma de desigualdad” (Ana Blanco, 2000, p.69).

Lo que determina esa estratificación es variado y depende del contexto histórico y cultural. En algunos casos pesa lo económico -la propiedad de la tierra, el ingreso mensual, la capacidad de consumo-; en otros, el prestigio o el reconocimiento simbólico. También intervienen el género, la etnia, el nivel educativo, e incluso los vínculos políticos. Blanco señala que la estratificación es multidimensional, es decir, no basta mirar solo la billetera para entender por qué una persona tiene más poder o prestigio que otra.

En El Salvador esto se palpa con claridad. Basta con ver la diferencia entre alguien que vive en una colonia cerrada con seguridad privada y acceso a comercios, hospitales, colegios, etc., y una familia de un cantón donde apenas llega el agua cada dos días. Ambos son salvadoreños, pero la posición que ocupan en la escala social es completamente distinta. Es como si unos vivieran en un segundo piso bien iluminado, mientras otros permanecen en el sótano, con pocas ventanas para mirar hacia arriba.

La verdad es que la relación entre estratificación y exclusión es directa, casi inevitable. Si aceptamos que la estratificación organiza a las personas en posiciones jerárquicas, entonces la exclusión aparece como la consecuencia amarga: aquellos que ocupan los estratos bajos terminan fuera de muchos espacios, recursos o decisiones.

Por ejemplo, un joven de Soyapango que asiste a una escuela pública con limitaciones de docentes y materiales ya parte con desventaja frente a otro que estudia en un colegio privado de Antiguo Cuscatlán. No es solo una diferencia educativa: es una cadena de exclusiones futuras. El primero tendrá menos posibilidades de entrar a la universidad, de acceder a empleos bien remunerados o de generar redes de contactos influyentes. La estratificación se traduce en exclusión concreta.

Hay espacios donde ciertos acentos, maneras de vestir o incluso apellidos abren o cierran puertas. Hace unos meses estaba reunido con un grupo de jóvenes de distintas partes del país, el objetivo de la reunión era conversar sobre posibles oportunidades de empleo juvenil. Lo que más llamó mi atención fue como algunos jóvenes provenientes de San Salvador hacían una burla por como hablaban los jóvenes del oriente del país, fue un momento muy incómodo. Esa exclusión simbólica es profundamente dolorosa porque hiere la identidad y mina la autoestima.

Para ir concluyendo esta idea, la estratificación social actúa como una maquinaria que no solo organiza diferencias, sino que expulsa a quienes no cumplen con las condiciones de los “estratos superiores”. Esa exclusión se convierte en una herida social que se arrastra de generación en generación y que ciertamente hace mucho daño a la convivencia en sociedad.

Asimismo, la estratificación social no se queda en el plano individual, sino que se manifiesta en los territorios y los marca con desigualdades persistentes. Esta ha sido la historia de El Salvador en términos de prosperidad o desarrollo. Basta con ir a una comunidad -históricamente excluida- para ver de primera mano los desafíos que trae consigo la estratificación social combinada claro esta con la exclusión.

Primero, la estratificación genera desigualdad territorial. En El Salvador hay municipios que concentran inversión, infraestructura y servicios -San Salvador, Santa Tecla, Antiguo Cuscatlán-, mientras otros quedan al margen del desarrollo. La brecha no surge al azar: responde a que los territorios con más capital económico y político atraen recursos, y los que no lo tienen siguen en el abandono. La estratificación se territorializa.

Segundo, produce ciclos de pobreza difíciles de romper. Cuando en un territorio la mayoría de su gente pertenece a los estratos bajos, los servicios públicos tienden a ser de menor calidad, lo que refuerza la exclusión en términos de dignidad humana. Es como un círculo vicioso que no para nunca, ya que sino se invierte en las personas o si prevale la “prosperidad o desarrollo económico” antes del humano, tendremos una sociedad excluyente en todos los sentidos.

Tercero, se traduce en conflictos sociales. Allí donde la brecha entre estratos es muy visible, emergen tensiones, resentimientos y, a veces, violencia. No es casualidad que muchos de los territorios más estigmatizados por la violencia en el país sean también los más excluidos históricamente. La estratificación, entonces, no solo organiza la sociedad, sino que puede fracturarla.

Cuarto, la estratificación limita la participación ciudadana. En territorios empobrecidos, muchas personas no participan en procesos de decisión comunitaria o política porque sienten que “eso no es para ellos”. Ese sentimiento de inferioridad no nace solo de la pobreza, sino de la interiorización de la estratificación: “mi voz no vale lo mismo que la de otros”. Y cuando un territorio pierde la voz de su gente, pierde también la capacidad de construir desarrollo desde abajo.

En conclusión, después de leer a Ana Blanco y conectar sus ideas con la realidad salvadoreña, me queda una sensación ambivalente. Por un lado, reconozco la claridad con la que la estratificación social nos ayuda a entender por qué hay territorios y personas que avanzan más que otros. Es un lente útil, incluso necesario. Pero, por otro lado, me duele pensar en lo rígida que puede ser esta estructura. Es como una escalera donde algunos nacen ya en los escalones altos y otros apenas alcanzan el primero.

La reflexión que me llevo es que el desarrollo territorial no puede ser neutro frente a la estratificación social. Si no se diseña intencionalmente para reducir esas brechas, los proyectos terminan reproduciendo la desigualdad. No basta con llevar infraestructura: hay que pensar en cómo esa obra rompe, aunque sea un poco, las capas de exclusión.

Además, creo que hay que escuchar más a las comunidades. Ellas saben mejor que nadie cómo se sienten estratificadas y excluidas. A veces solemos hablar de “capas sociales”, pero en la vida diaria esas capas son experiencias concretas: el bus que no llega, la escuela que no tiene maestros, la unidad de salud que no atiende con dignidad a las personas. Si logramos traducir esos dolores en políticas públicas y proyectos que nacen de la comunidad misma, quizá podamos empezar a desmontar los muros invisibles que la estratificación ha levantado.

En definitiva, entender la estratificación social no es solo una tarea de maestría. Es mirarnos al espejo como sociedad y reconocer que mientras unos disfrutan del sol, otros apenas alcanzan un rayo de luz en sus territorios. Y la tarea ética y política del desarrollo territorial es, justamente, abrir ventanas para que todos puedan mirar hacia arriba y soñar con un futuro distinto.

Referencia

Blanco, A. I. (2000). La estratificación social. Universidad de León, España.

Imágenes: Casas contrapuestas en Ensayo sobre la desigualdad en la economía https://www.contrapunto.com.sv/ensayo-sobre-la-desigualdad-en-la-economia/ 

                     Dibujo de línea divisoria entre riqueza y pobreza en artículo Desigualdad social: un problema con historia https://www.lapluma.net/2023/02/28/desigualdad-social-un-problema-con-historia/ 

 

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