El año pasado escribí en partes sobre la importancia del desarrollo “territorial”; pretendía discutir lo que el apellido territorial podría significar. Esta vez las comillas le tocan a “desarrollo”. Tremenda faena que por supuesto no puedo resolver aquí (y la verdad en ninguna parte). No trato de explicar qué es el desarrollo, sino de problematizarlo; problematizándolo, voy intentando entender más, o al menos acercándome a algún tipo de comprensión crítica. Y con lo de crítico quiero enfatizar que se trata de no tragarme directa y llanamente todo lo que leo, me dicen o escucho. Ni siquiera lo que diga el Papa. Pensar críticamente no significa decir “no” a todo, sino acoger con duda, cuestionando al “objeto de conocimiento”; primero, para ver si he entendido lo que me dicen o leo o escucho; segundo, como modo de verificación teórico (¿qué dicen otros?), práctico (¿qué hacen otros?) e histórico (¿qué hay de esto materializado en la historia?
Es evidente que, aunque se hable mucho de desarrollo en diversos ámbitos, esto no signifique lo mismo. Hay diferencias entre lo que diga el PNUD, de lo que diga la FUNDE o FUSADES, siendo que los tres llevan el nombre inscrito; por supuesto, también hay coincidencias, a veces accidentales, o incluso puede verificarse cierta evolución conceptual en un período largo de tiempo. Lo que debería estar claro es que, bajo los discursos, a veces en forma incluso sub angelo lucis, se apuntan posturas contradictorias o incluso limitaciones o perversidades… Un ejemplo claro es el rol de la naturaleza en el horizonte del desarrollo. Aunque en la actualidad cualquier funcionario (gubernamental, intergubernamental o no-gubernamental) se ceñirá al discurso del respeto de la naturaleza, esto no es solo una cuestión relativamente nueva, sino que muchas veces no pasa del discurso políticamente correcto puesto que la depredación de la naturaleza sigue a la orden del día, nacional e internacionalmente. Por supuesto, están los militantes del desarrollo que asumen la conquista y sometimiento de la naturaleza como consigna y por otro lado, los naturalistas extremos que preferirían hablar de anti-desarrollo o decrecimiento.
Otro punto interesante es en torno al rol del estado. Nos hemos aclimatado en exceso a pensar en el rol del estado en función de las políticas públicas. Hay cierta tendencia a horrorizarse cuando pensamos en inversión estatal, porque fácilmente pensamos en corrupción. Siempre es un peligro, claro está. Pero en términos clásicos el estado ha tenido un rol prominente sea en la versión más socialista (aunque le llamemos “capitalismo de estado”) o en la versión más Welfare state. Recuérdese que en el modo Keynes de la economía, la deuda pública en función de la inversión se constituye en un elemento clave del desarrollo. Desde este punto de vista, el libro de Mariana Mazzucato, El estado emprendedor (RBA, 2014) es sumamente ilustrativo. Pasa que el discurso neoliberal nos caló profundo, para quien el estado es el problema y su rol debe limitarse a ser mero árbitro (políticas públicas) de un mercado que ha de hacer lo que le da la gana (laissez faire, laissez passer). Por supuesto, en la visión neoliberal, que sigue teniendo un peso fuerte en la actualidad (no está para nada muerto), el “actor” principal del desarrollo es, por supuesto, el mercado, que permite una multitud de actores (y actrices) concurran (vía competencia) para hacer un mundo mejor (ya sabemos que resulta en todo lo contrario). Esta visión tiene el punto positivo (que ha de examinarse críticamente) que concede protagonismo a los actores diversos del territorio (que diríamos “sistema de actores”). El inconveniente (por eso hay que examinarlo críticamente) es que los neoliberales (de Chicago o de Santiago) lo reducen a “iniciativa privada” queriendo decir con ello “la empresa privada” siendo de facto más bien, la gran empresa privada. Está bien problematizar el rol del estado, pero está mal “reducir” el rol ciudadano a la gran empresa privada. Se entiende así que, entre otras cosas, guste hablar de “capacidad de agencia”, pero que, si comparamos la capacidad de agencia del pequeño productor con el gran empresario, sin duda, aunque somos todos iguales ante la ley, unos tienen “más capacidad de agencia” que otros…
En esta línea ha de visualizarse así mismo el tema de la centralización – descentralización que, dicho sea de paso, ha alarmado a tirios y troyanos. La literatura especializada señala que la centralización suele ir de la mano con la idea de un estado fuerte (no necesariamente stalinista; puede ser estilo Keynes), mientras que la descentralización suele ir de la mano con la idea de un estado débil. Históricamente, revísense los documentos del Banco Mundial et alii de los años 90 en adelante, junto con el impulso neoliberal se empujó mucho la descentralización sui generis. Por eso es que no es conveniente de golpe hacer punto de honor la descentralización. Depende a quien beneficie porque resulta que, si yo descentralizo servicios hacia las municipalidades, asignando funciones y recursos, puede resultar que los actores locales hagan suya aquellas actividades, pero pueda que la municipalidad contrate (licitación normada) a las empresas de siempre con lo cual la descentralización no sería más que un artilugio fino de privatización de servicios.
Entonces, a propósito del desarrollo, la naturaleza tiene un rol esencial, si bien muchas veces denigrado; puede ser con más estado o sin estado; centralizado o descentralizado. Hay sus matices y sus combinaciones. A esta discusión debe sumarse la que teníamos en torno a actores y su territorio. También incluso una visión política (no de “partido”, sino de “bien común”), pero sobre todo, pensando críticamente.