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A propósito del ejercicio de la reflexión ética

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12/05/2023
Luis Antonio Monterrosa. Docente de la Maestría en Desarrollo Territorial.  

Toda acción humana es intrínsecamente moral. Desde este punto de vista no hay acción amoral y el juicio de inmoral, necesita ser clarificado. Esto es así porque la acción humana es, digámoslo así con mayor compromiso y precisión técnico filosófico, respuesta de la inteligencia ante el desafío de la realidad. Dado que no responde instintivamente, sino inteligentemente, estoy conminado a optar libremente. Este optar por mi voluntad lo hago en base a una serie de criterios (introyectados, aprendidos, urgidos, etc.) con los que inevitablemente cuento. Ese conjunto de criterios es mi moral. Toda persona tiene su propia moral: el empresario capitalista, el pandillero, el obrero de la construcción, la activista feminista, el político. Efectivamente toma decisiones y actúa conforme ese sistema de criterios que definimos como su moral. Por supuesto, esa moralidad puede ser simple o compleja.

Desde este punto de vista, no hay acción a-moral, es decir exenta de criterios morales. Algún criterio moral se aplicó. Por otro lado, la calificación de in-moral quiere indicar que el observador juzga que la acción supone ciertos criterios con los que no está de acuerdo. Así, la afirmación de Ellacuría, que dicho sea de paso suele ser poco citado a pesar de su contundencia, respecto de la “malicia intrínseca” del capitalismo (Ellacuría, 2000) quiere indicar la inmoralidad del sistema capitalista. Esto supone desafíos para la reflexión y operación sobre el desarrollo, por supuesto, pero no iremos por aquí en este momento. 

Por supuesto, el empresario y el ideólogo neoliberal no estará de acuerdo con esta descalificación de la moralidad del capitalismo; es más, argumentará respecto de las bondades del capitalismo y del libre mercado. Es un enfrentamiento de juicios morales distintos. Demasiado fácil se suele concluir que como cada cabeza es un mundo, existen infinidad de diversas maneras de pensar y calificar moralmente y por, tanto, deberían respetarse esa relatividad. Ciertamente existe una diversidad en la que deben respetarse las personas, pero no necesariamente deben respetarse las ideas. Para eso es el pensamiento crítico.

La reflexión ética, propiamente como ejercicio filosófico (si tuerce su rostro al leer la referencia a la filosofía, recuérdese la afirmación de A. Gramsci de que todos (y todas) somos filósofos) es el intento de encontrar la verdad de las cosas y de superar este relativismo moral. Pretende determinar, con la crítica y la propuesta (por eso lo de “profetismo” y “utopía”) qué criterios, más allá de la diversidad y el relativismo, han de ser aceptables. La reflexión ha de suponer no solo diálogo, por supuesto, sino ejercicio crítico: propongo una argumentación. Facilón suele ser el asumir como bueno o malo, automáticamente en la emisión de nuestros juicios sobre las acciones (estado de excepción, migración, medidas en pandemia, reducción de municipios, etc.) como si las cosas son blanco y negro. La afirmación de la malicia intrínseca del capitalismo supone el verter toda una argumentación que pretende ser coherente y sostenible, mientras que la argumentación falaz de las bondades del libre mercado, a pesar de su vistosidad, no se sostienen.

La calificación moral es inevitable, pero ha de estar precedida de la reflexión ética que examina los argumentos, construyendo y deconstruyendo juicios y prejuicios, incluyendo aquellos supuestos ideologizados con los que normalmente nos conducimos y, precisamente, prejuzgamos.

Estamos acostumbrados a los enjuiciamientos morales, pero no necesariamente a la reflexión ética. Damos por supuesto, muchas veces automáticamente, que mi juicio es correcto y aceptable y, por tanto, hace innecesario escuchar otros argumentos. Es lo que sucede, a veces por costumbre, imposición o miedo, cuando nos negamos a pensar y valorar efectivamente las cosas

Sucede cuando proclamando la necesidad de una sociedad solidaria, nos negamos a condenar al capitalismo y a buscar alternativas; cuando decimos defender la vida, pero promovemos la pena de muerte; cuando decimos respetar y defender la libertad de pensamiento, pero nos negamos a escuchar al que piensa diferente; cuando decimos nos preocupa el deterioro ecológico, pero no tomamos medidas personales y comunitarias frente al consumismo. El ejercicio de la reflexión ética en algo puede ayudar. 

 

Referencias

Ellacuría, I. “Profetismo y Utopía”, Escritos Teológicos II, UCA Editores, San Salvador, 2000, p. 347

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