Diálogo, negociación, mediación, tregua y cualesquiera otros términos que involucran la comunicación e interacción entre dos o más actores en torno a una situación conflictiva o problemática, se ha convertido en uno de los principales desafíos de quienes pretenden facilitar procesos de desarrollo en los territorios, sobre todo en el contexto salvadoreño, caracterizado históricamente por la violencia, tal y cómo lo ha manifestado la historiadora Patricia Alvarenga en su obra “Cultura y ética de la violencia: El Salvador. 1880-1930”.
Es por ello que, en el presente ejercicio, reflexionaremos en torno a los retos y desafíos que enfrenta el facilitador de procesos de desarrollo en la implementación del diálogo como técnica de transformación de conflictos, partiendo de la siguiente interrogante ¿Es posible el diálogo en una sociedad culturalmente violenta? a lo cual daré respuestas tentativas a partir de cuatro momentos
El primer principio metodológico del que debemos partir, es el de considerar al investigador y facilitador como un actor territorial. Según Costamagna y Larrea (2017) el investigador es un actor más en el proceso de cogeneración del conocimiento y solución de los problemas, tiene su propia visión de la realidad y de cómo abordarla, se vuelve dueño del problema, es decir, reflexiona, decide y actúa.
En la medida que el Investigador- facilitador es un actor más en el entramado político del territorio, implica de manera tácita que posee subjetividades propias y una postura en torno a la situación conflictiva, lo que podría aminorar o acrecentar el conflicto conforme a la manera de intervenir.
El segundo principio requiere abordar la violencia como una problemática desde su dimensión cultural. Para Schweinsteiger (2019) comprender la violencia desde la dimensión cultural, implica poner atención en el conjunto de formas de violencia con las que convivimos día a día y los mecanismos que la configuran y reproducen. Dicho ejercicio de extrañamiento cultural, nos permitirá visualizar las diferentes expresiones de violencia para evitar que los espacios de diálogo en torno a los problemas, adquieran dicho cariz.
El tercer principio implica visualizar el conflicto en términos positivos y como oportunidad. Lograr una intervención que permita salir de las ciénegas del conflicto y evitar que este adquiera connotaciones violentas, requiere un enfoque metodológico integral y flexible que aborde la dimensión esencial y procedimental de los problemas, es decir, lo que origina el conflicto y cómo este se reproduce.
Para ello retomaré la propuesta de Lederach (2009) del enfoque sistémico y de transformación de conflictos, como horizonte metodológico para su adecuada gestión en los territorios a través del diálogo. Enfoque que visualiza el conflicto como parte central de las relaciones humanas y como una oportunidad de transformación y crecimiento, donde la “paz” desde artificios conceptuales no es sinónimo de ausencia de conflictos.
Mientras que entendemos el diálogo desde la propuesta de Pruitt y Thomas (2008), quienes conciben el diálogo como una técnica para la resolución de problemas que los actores involucrados no pueden resolver, cuya cualidad fundamental reside en que los “dueños del problema” se reúnen en un espacio “seguro” para entender los puntos de vista de todos con el fin de pensar nuevas opciones para abordar el problema que todos identifican. Esto posee implicaciones metodológicas importantes, puesto que centra su atención en el aprendizaje, la empatía y la comprensión en el intercambio de ideas y formas de pensar, y se erige como principio para cualquier proceso de resolución de conflictos.
Finalmente, Curle (2012) nos plantea una posible ruta sobre cómo abordar el manejo de conflictos en el terreno, es decir, la esfera procedimental de la problemática que nos permitirá “atacar” la esencia del problema. El primer paso implica identificar, en términos de Costamagna y Larrea (2017) a los “dueños del problema”, es decir, a los actores territoriales, y tal y como plantea Curle (2012) analizar sus relaciones y la calidad de las mismas, pudiendo ser equilibradas o desequilibradas.
En función de ello, el segundo paso consiste en seleccionar las técnicas necesarias para construir el acuerdo que “ataque” el problema. Si las relaciones son desequilibradas, es necesario la educación como técnica para la generación de conciencia, lo que posteriormente necesitará de estrategias de confrontación que permitan equilibrar la situación para el diálogo y la toma de acuerdos que abordan la esencia de la problemática para su transformación.
Abordar las situaciones conflictivas a partir de los 4 momentos planteados, viabilizaría el diálogo como puente metodológico para la transformación del conflicto. El rol del investigador-facilitador en los procesos de desarrollo territorial es fundamental para aprovechar el conflicto en términos positivos y transformar la realidad de los territorios.
Referencias
Costamagna, P. & Larrea, M. (2017). Actores facilitadores del desarrollo territorial. Una aproximación desde la Construcción Social. Bilbao: Instituto Vasco De Competitividad y Fundación Deustro. Recuperado de http://www.deusto-publicaciones.es/deusto/pdfs/orkestra/orkestra57.pdf el 17 de marzo de 2020
Curle, A. (2002) La práctica de buscar la paz. Asociación Bienestar Yek Ineme.
Lederach, J. (2009) El Pequeño Libro de Transformación de Conflictos Good Books p.15-44
Pruitt, B., y Thomas, Ph. (2008) Diálogo democrático. Un manual para practicantes.. Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos, Instituto
Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, y Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Schweinsteiger, P. (2019) Entender la violencia para prevenirla. Reflexiones críticas sobre el problema de la violencia. Discutir la Realidad