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Una historia latinoamericana
América Latina al igual que África, cuenta con su propia historia colonial, sin embargo, en años más recientes, el intervencionismo estadounidense aportó su grano de arena al subdesarrollo de la región. A lo largo del siglo XX, EE.UU. promovió golpes de Estado y dictaduras militares en el sur coordinadas con el Plan Cóndor, financió conflictos armados en Centroamérica y creó una dependencia económica estructural, reafirmando el papel de América Latina como economía exportadora de materias primas, destinada a servir a los mercados de EE.UU. y Europa.
Estos acontecimientos no sólo intensificaron la violencia, sino que también consolidaron las brechas de desigualdad entre las élites y las poblaciones más vulnerables, tanto fuera como dentro de Latinoamérica. En este contexto, el subdesarrollo en América Latina no es una condición innata, sino el resultado de un proceso histórico que ha empujado a la región hacia una estructura de dependencia estructural.10 Lo cual podría ser aplicado a otras regiones.
Los mismos perdedores
Con la realidad planteada, la cuestión del porqué los países en vías de desarrollo no pueden tomar la fórmula mágica para transmutar en Naciones privilegiadas, radica en diversos factores, el primero, es que estos países han sido estructuralmente configurados como productos para el consumo global, diseñados no para acumular riqueza propia, sino para abastecer de materias primas, mano de obra barata y mercados cautivos a las economías desarrollada y en segundo lugar, el modelo que permitió la industrialización de las grandes potencias se basó en la explotación de territorios ajenos, un privilegio que las naciones en desarrollo no pueden replicar, ya que el reparto del mundo ha sido consolidado, y si la posibilidad existiera no debe ser replicado bajo ninguna circunstancia, porque el desarrollo no se trata de unos cuantos, sino de todos, incluida la naturaleza.
Posibilidades de desarrollo: Propuestas desde abajo
Las críticas al actual sistema han tenido como fruto propuestas de numerosos teóricos con nuevas visiones de desarrollo que cuestiona desde las bases lo que se conoce en la actualidad como progreso y en la que los perdedores se convierten en ganadores, desestimando la idea en la que la acumulación de las riquezas se presenta como la cúspide del éxito.
Mientras que el desarrollo tradicional se impuso desde arriba, teniendo como principales beneficiarios a las élites económicas y a las antiguas potencias coloniales, existen modelos alternativos en el que el empoderamiento de las comunidades locales se posiciona como un eje central. Este enfoque, conocido como desarrollo de base11 o desarrollo desde abajo12, se aleja de la dependencia de los mercados globales y de la lógica extractivista, proponiendo formas de crecimiento equitativas, sostenibles y adaptadas a las realidades.
Alternativas desde lo comunitario
Si la concepción del desarrollo tradicional reforzaba lo individual y busca como máximo fin el bienestar de unos pocos a través de la imposición, un alternativa donde las comunidades no sean meras receptoras de políticas impuestas, sino sujetos activos en la construcción de su propio destino13 resulta urgente para los países en vías de desarrollo, al tiempo que exige una responsabilidad compartida por parte de los países avanzados.
Este enfoque promueve la autonomía local, la organización social y el aprovechamiento de recursos endógenos, tomando en cuenta las realidades estructurales, que en la mayoría de ocasiones son obviadas. Según Willis (2011), el desarrollo de base se fundamenta en la participación activa y la democratización de las decisiones, permitiendo que las comunidades establezcan sus propias prioridades sin depender de agencias externas que definan su agenda.
La perspectiva territorial señala que, el desarrollo es un proceso local, en el que las dinámicas del territorio se encuentran determinadas por la interacción de los actores que lo habitan14. En este sentido, el desarrollo no debe entenderse como un mero proceso económico, sino desde una visión integral y multidimensional, siendo social, cultural y político, donde la capacidad de las comunidades para la generación de redes de cooperación y sinergias, la sostiene. Esta visión, plantea la esencialidad de que el desarrollo centre su mirada en la dignidad de las personas y la instalación de capacidades, asegurando que las comunidades puedan auto gestionar sus procesos y evitar la dependencia de políticas externas15.
Más allá del crecimiento económico, las alternativas al desarrollo, planteadas por los teóricos citados, invitan a replantear la relación entre bienestar y acumulación de riqueza, promoviendo modelos basados en la gestión colectiva de los bienes comunes y el equilibrio socioambiental16 y cuestionando el modelo de éxito del desarrollo tradicional que ha llevado al mundo a una crisis de salud mental y a una crisis climática.
Conclusión
Es esencial señalar, que sin importar los esfuerzos que se destinen a nivel local para implementar modelos de desarrollo comunitario, estos se verán permanentemente limitados mientras los países desarrollados continúen sosteniendo sus propias economías a partir de la explotación del Sur Global.
La imposición de dinámicas extractivistas y la apropiación de recursos naturales impiden que las naciones en desarrollo logren consolidar procesos de autosuficiencia y sostenibilidad. Sin una reconfiguración estructural, los esfuerzos locales por construir alternativas seguirán viéndose frustrados por la continua explotación de sus tierras y poblaciones.
En este sentido, un cambio en la concepción del desarrollo no puede limitarse únicamente a los territorios históricamente subordinados, sino que debe incluir también una transformación en los países industrializados, donde la demanda incesante de materias primas y mano de obra barata sigue perpetuando la desigualdad global.
Bibliografía
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