Las nuevas teorías del comercio internacional emergen como respuesta a las limitaciones explicativas de los modelos clásicos, particularmente del enfoque ricardiano, que sostiene que los países deben especializarse en la producción de bienes donde poseen mayor eficiencia relativa. Sin embargo, la evidencia contemporánea muestra que las naciones participan activamente en el comercio global aun sin poseer ventajas comparativas evidentes, y que en la práctica no existe una especialización coordinada o asignada entre países que los lleve a concentrarse exclusivamente en los bienes donde son más eficientes.
La estructura productiva y la capacidad exportadora, dependen de factores más complejos que la simple dotación de recursos, y los modelos tradicionales omiten variables hoy reconocidas como determinantes: la tecnología, la cualificación de la fuerza laboral, la infraestructura estratégica, los sistemas de innovación, la institucionalidad, las características geográficas, y otros.
Solow (1957), fue pionero en identificar que gran parte del crecimiento económico proviene de factores no explicados por el trabajo ni el capital, sino por mejoras en el conocimiento, la eficiencia tecnológica y por factores intangibles que contribuyen. Este componente, capturado en la Productividad Total de los Factores (PTF), ha llegado a explicar hasta el 80 % del crecimiento en economías desarrolladas y cerca del 40 % en países en desarrollo (Méndez et al., 2013), evidenciando que el conocimiento (y lo intangible) constituye un insumo esencial para la transformación productiva.
En consecuencia, la educación y la formación del capital humano adquieren un rol fundamental en la capacidad de los territorios para insertarse competitivamente a nivel nacional y en la economía global. La evidencia empírica confirma que mayores niveles de escolaridad incrementan el crecimiento económico (Amaya, 2022), mientras que la persistencia de altos porcentajes de población sin educación básica limita la productividad, perpetúa la condición de pobreza (Alvarado & Castillo, 2023), y vuelve a las sociedades, dependientes de la producción de bienes y servicios del extranjero (importaciones).
En este marco, Michael Porter (1990) reconfigura la comprensión de la competitividad, planteando que esta no es un atributo innato de los países, sino el resultado de la productividad alcanzada por sus empresas dentro de un entorno territorial específico. La prosperidad, por tanto, no se hereda; se construye. La ventaja competitiva surge y se sostiene mediante procesos de territorialización donde confluyen condiciones locales favorables, instituciones sólidas y una interacción eficiente entre actores públicos, privados y académicos (Alejandro, 2013).
Según Muñoz et al. (2022), la competitividad territorial se refiere a la capacidad de los territorios para potenciar sus actividades económicas a través de una combinación estratégica de recursos tangibles e intangibles. En esa misma línea, Sarmiento-Ramírez et al. (2023) plantean que esta competitividad implica articular los ámbitos económico, social, institucional y ambiental, generando sinergias entre empresas, capital social, infraestructura, recursos naturales y gobernanza local. Solo bajo esta articulación es posible que los territorios conviertan sus potencialidades en capacidades reales de desarrollo (Méndez & Mendoza, 2023), y que se logren cuotas de mercado extranjeros, ósea incrementar las exportaciones.
En este sentido, el territorio no es un espacio pasivo, sino el punto de encuentro donde interactúan la infraestructura, el capital humano, las redes institucionales, empresa, academia, Estado y los activos intangibles que contribuyen al progreso tecnológico. Cuando estos elementos se coordinan eficazmente, en conjunto con los factores de producción, se conforman ventajas competitivas difíciles de replicar por otros países. 
En conclusión, sin una base educativa sólida no es posible construir ventajas competitivas de carácter territorial. La educación constituye el engranaje que articula la innovación, la productividad, la capacidad empresarial, el crecimiento económico, y la promoción de exportaciones. La ausencia de capital humano calificado, cualquier estrategia de desarrollo territorial, incluida la inserción competitiva en el comercio internacional, queda limitada a esfuerzos aislados sin sostenibilidad ni impacto.
Referencias
Alejandro, E. (2013). El papel de la Ventaja Competitiva en el desarrollo económico de los países. Análisis Económico, XXVIII(69), 55-78.
Alvarado, M., & Castillo, K. (2023). Correlación entre años de escolaridad por país y crecimiento económico del PIB de 1970 al 2020 en 181 países. Ciencia Latina Revista Científica Multidisciplinar, 4467-4482.
Amaya, P. (2022). Importancia del capital humano para el crecimiento económico de largo plazo en El Salvador. San Salvador: BCR.
Méndez, J., Méndez, J., & Hernández, H. (2013). Productividad total de los factores, cambio técnico, eficiencia técnica y PIB potencial en Latinoamérica. . Semestre Económico, 16(34), 65-92.
Méndez, R., & Mendoza, M. (2023). Competitividad territorial y desarrollo local. Equidad y Desarrollo, 1(42), 187-206. https://doi.org/https://doi.org/10.19052/eq.vol1.iss42.9
Muñoz, E., López, E., & Sarmiento, Y. (2022). Metropolización y turismo en ciudades intermedias. Análisis de la competitividad territorial del turismo en Bello, Colombia. Urbano, 25(45), 42-53. https://doi.org/https://doi.org/10.22320/07183607.2022.25.45.04
Porter, M. (1990). The Competitive Advantage of Nations. Free Press.
Sarmiento, Y., González, I., & Peréz, Y. (2023). La competitividad territorial como insumo para la planificación. Equidad y Desarrollo, 1(42), 187-206. https://doi.org/https://doi.org/10.19052/eq.vol1.iss42.9
Sarmiento-Ramírez, Y., Muñoz-Arroyave, E., Hechavaría-Pérez, J., López-Martínez, A., & Yadira, P.-C. (2023). Competitividad de ciudades en el contexto latinoamericano: un análisis bibliométrico y de redes sociales. Revista Española De Documentación Científica.