La noche del 27 de julio conversamos con la colega Yaqueline Rodas en el mensual webinar MDT a propósito de su artículo Aporofobia y estigmatización. Fue inevitable traer a colación la gigantesca contradicción con la que convivimos entre una fe cristiana pero que rechaza al pobre, siendo este último un elemento esencial de la fe. Recuérdese: a los pobres se anuncia una buena noticia, (o siguiendo la interpretación posible del texto griego que hace Ellacuría: los pobres nos dan una buena noticia a nosotros, nos evangelizan): el reino de Dios está cerca. Pero más allá, o más acá de esto, hay una variante de esta aporofobia: tememos a las mayorías populares, a la muchedumbre, al populacho. El término usado en el griego es “ochlos” (οχλός) aunque también se usa el “plethos” (πληθός). Ambos aparecen en el evangelio y en filosofía griega, aunque quedó más asentado el primero por ejemplo en el término oclocracia.
Hay un elemento harto sobresaliente en el pensamiento de Ellacuría: mayorías oprimidas (o “pobres” en su versión teológica). Estas son horizonte de la acción: todo se ve, se interpreta, formula y define desde ahí; son también principio de fundamentación, haciendo opción por ellas como horizonte, las cosas, la historia y la misma persona va tomando forma (esto es conformación) y la asumen como fundamento de vida y de la sociedad (civilización del trabajo). Por eso mismo, las mayorías se constituyen en un desafío porque todo ha de ponerse en referencia a ellas: la universidad, para la persona, para la vida, para la sociedad solo tienen sentido desde las mayorías. Mi proyección de futuro, la misión de la universidad, el para qué de la filosofía y la teología, todo se pone en función de las mayorías. Por eso aquello de “El desafío de las mayorías populares” que algunas versiones titulan como “El desafío de las mayorías pobres” como en este caso.
Esto puede sonar un tanto exagerado e incluso rayar con la demagogia e ideologización. Sí, claro, es un desafío esa aparente exageración y como tal no está exenta de la ideologización. Pero eso no inhibe la posibilidad de la opción radical por las mayorías. Puede llamarse populismo, incluso en el caso de Ellacuría, dando por contado que puede haber un sentido positivo y uno negativo para el término. De hecho, no solo es polémico el término, sino confuso y no exento de interpretaciones de todo tipo. De por sí, de entrada, para nada es un término negativo y, por tanto, pensar en el desafío que suponen las mayorías es, para nada, descabellado.
Por supuesto hay casos históricamente reprochables no sólo de engaño sino de manipulación. Aquí, las mayorías alcanza un perfil de masa. Pero, como sabemos, la masa con la levadura adecuada y la mezcla correcta, puede convertirse en pan. Esta figura de la levadura fue muy preciada por Jesús de Nazaret (y el cristianismo, aunque a veces hay cosas que parece olvidar). Recuérdese que a Jesús le seguían “multitudes” y que la “muchedumbre” estaba ahí para bien o para mal, en los momentos clave. Una rápida búsqueda y clasificación de los términos arroja resultados interesantes diferenciables en el texto griego (que no vamos ahora a profundizar), que distingue, digámoslo así, entre montones identificables por el número, hasta contingentes grandes de personas que sabían que buscaban y que se mostraban necesitadas (de perdón, de justicia, de amor, etc.) Ya aquí se plantea un problema ¿cómo se pasa de mera “masa” a ser “mayorías” pasando por ser “muchedumbre”. Cuando menos, en principio, está claro que, prescindir de “las mayorías” no parece acertado, pero que trabajar con ellas o para ellas, es un desafío.
De la filosofía política griega hemos aprendido que la democracia es lo máximo. Tengo mis dudas si los griegos mismos lo pensaban así o nosotros, bueno, más bien eso que llamamos “civilización occidental” lo hemos creído así. No tengo claro realmente que Aristóteles, por ejemplo, realmente pensase en la democracia como el mejor modelo político. Recuérdese, dicho de paso, que aquello era una democracia muy defectuosa porque en realidad no todos formaban parte del ejercicio político del poder (mujeres, esclavos y extranjeros estaban fuera del modelo). En general, me parece que se prefería algún tipo de gobierno oligárquico, sino de los más ricos (que sería una plutocracia) si se prefería la posibilidad de los mejores. Por supuesto, los más ricos o los mejores no siempre son la mayoría. La democracia bien tendía a verse como una posible degeneración porque ¿qué sería del poder confiado a la masa ignorante?
Hay así, un cierto tipo de oclofobia que está emparentado con esa visión negativa del populismo. Los especialistas suelen admitir que así como puede haber un populismo de derechas o de izquierdas, puede haber un populismo degenerado y manipulado (demagogia) pero también un cierto populismo saludable. Después de todo, ¿no es la democracia, “el poder del pueblo”? Un populismo saludable sería ese en el que los gobernantes dejan de ser los gerentes de la burguesía (como decía Karl Marx en El manifiesto comunista) y pasan a ser los gerentes de los intereses y necesidades de las mayorías populares.