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ONGs y el desarrollo

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13/02/2023
Luis Antonio Monterrosa. Docente de la Maestría en Desarrollo Territorial.  

Este es un tema extenso y complejo en sus particularidades. Para el espacio y estilo que corresponde aquí, solo voy a hacer algunas reflexiones a propósito de la asignatura que tengo en proceso. Siempre vale la pena hacer la reflexión crítica sobre las cosas. Así, normalmente vinculamos a las ONG como actores del desarrollo (muchas llevan ese apellido directamente), normalmente se consideran representativas de la sociedad civil y, cómo no, promotoras de la participación. Bueno, no siempre es así.

Debería ser obvio, por comenzar por algún lugar que, aunque son parte de la sociedad civil, en tanto contrapuesto al concepto de sociedad política, nunca podrán agotar ni representar dignamente la sociedad civil. Más bien ésta es un conjunto poco universal de personas, relaciones y grupos, formales y no formales, con mayor o menor identidad. Lo que pasa es que, muchas veces, a ciertos actores políticos, o a la sociedad política, le conviene tenerles a las ONG como contraparte civil: es más sencillo congeniar (más si son del mismo signo) o formular acuerdos y alianzas, que pensar en establecer un horizonte con el “pueblo bajo, municipal y espeso”. Las ONG no agotan ni representan la sociedad civil.

Tampoco estoy seguro que sean un instrumento idóneo de desarrollo. Aquí el punto es qué entendemos por desarrollo, y más concretamente desarrollo territorial. Refiérase el lector a otros breves escritos míos en este espacio. Pero ahora, sin necesidad de entrar en detalle, para resolver este asunto, valga la pena recordar que, en principio, las ONG nacieron como iniciativas civiles (en contraposición a eso que llamamos “estado”) ´para atender o resolver algún asunto propio – ¡una iniciativa civil! – pero con carácter non-profit. Esto quiere decir simplemente que cuando un grupo de ciudadanos se organiza para atender un tema, lo hace no por los créditos, financieros o de cualquier tipo, que puede lograr, sino porque le interesa el asunto y se place de ello, no de la ganancia. Por tanto, no son los fondos disponibles lo que marcará el posible hacer, porque lo que podamos hacer dependerá de nuestros propios esfuerzos para los que se podrá buscar fondos, si son necesarios. Pero no busco fondos para ver qué hacer. Comprenderá el lector que ya aquí atendemos a una larga diferencia entre el modelo clásico original y lo que funciona de ONG.

 

Habremos escuchado el lamento “no tenemos fondos”, como antes se escuchó en los ochenta, “hágase rico, funde una ONG”; se ve seguido la ejecución presupuestaria, de pequeños y grandes proyectos que muchas veces parecen estar suplantando la acción, efectiva o no, del estado. Aquí es cuando una ONG dejó de ser una iniciativa ciudadana para convertirse en un operador de servicios del estado, actividad que cuaja perfectamente en una visión neoliberal, típico en nuestro entorno desde los años 90. Dado que el estado es corrupto e ineficiente ¡qué mejor que ceder los fondos a entes civiles (¡privados por supuesto!) que saben eficientemente ejecutar! Cierto que son no-gubernamentales, pero ¡trabajando para el estado! Hay algo que no encaja bien aquí. Esto no es invento mío. Puede verse Theories and practices of development de Katie Willis (publicado por Routledge, 2005).

 

Hay ahí ya una aberración: me disfrazo de ente distinto de la sociedad política para ejecutar responsabilidades de la sociedad política. Y aquí es donde se fraguan así mismo ciertas limitaciones, en especial en el tema de la participación. Ciertamente que ciertas acciones y proyectos pueden potenciar la participación desde abajo. Pero, como ya hemos señalado, puede ser un peligro y debilidad si una ONG sustituye a los actores locales. Esto pasó muchísimo (y seguramente sigue pasando en otros ámbitos) cuando se convocaban a los Comités Municipales de Prevención: se llenaba de ONGs, pero escasamente de los actores locales. Pero todavía más: al convertirme en un operador del estado (una privatización sutil) me someto a los requerimientos del financiador y la consecución de las metas y resultados esperados, olvidando y postergando, procesos efectivos de participación. Precisamente: si potenciáramos efectivamente la participación ciudadana, civil, popular y desde abajo, probablemente no harían falta las ONGs.

Hay un rol perverso posible aquí. Por supuesto, no toda ONGs ha seguido este rol. Pero cuando anteponemos la presentación de resultados y fondos a la atención efectiva de las iniciativas que vienen desde abajo, algo no está funcionando bien. Las ONG no pueden ser sustitutos de las responsabilidades de desarrollo del estado; claro, ese rol encaja perfectamente en una visión neoliberal, pero se trata de sacudirnos tal visión.

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
Maestría en Desarrollo Territorial
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