El autor es docente   de la Maestría en Desarrollo   Territorial

En mayo de 2019 cerramos un proyecto regional coordinado por el Observatorio de Seguridad Humana de la Universidad de Antioquia (Colombia) y financiado por IDRC y CRS. Recién se ha publicado por medio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) un libro que recoge las experiencias de trabajo en la construcción de espacios seguros, priorizando jóvenes y mujeres, desde un enfoque que pretende construir desde abajo. El libro recoge las experiencias desarrolladas en México, Guatemala, Jamaica, Honduras, Colombia y El Salvador y abre con un prólogo escrito por la connotada académica Jenny Pearce de la London School of Economics.

En la experiencia que el equipo de la UCA desarrolló trabajamos tres escenarios: Soyapango Centro coordinando con una organización de vendedores de cuenta propia que pretendían no sólo mejorar su entorno de seguridad sino también fortalecer su organización y su perfil de negocios; Popotlán, en el municipio de Apopa, coordinando primero con actores locales para favorecer un espacio seguro para todas y todos que luego derivó en una coordinación de trabajo por medio del equipo parroquial dedicado a los asunto sociales y el trabajo directo con jóvenes del Complejo Escolar; y tercero, un trabajo coordinado con la Mesa de Prevención “Unidos por la paz” de la Intercomunal de La Chacra. Si bien seguimos apoyando los esfuerzos locales de prevención en La Chacra, hay que decir que fracasamos total y parcialmente en Soyapango y Popotlán. Alguna gente se sorprende de esta confesión. Algunos creen que no deben declararse. Nosotros, los que estuvimos involucrados en este proceso, creemos que es importante reconocer nuestros errores, caer en la cuenta que no tenemos siempre ni la razón ni la verdad y que  ser académicos no es garantía de nada. No significa por supuesto que la experiencia en La Chacra haya sido un éxito total o que no haya habido logros parciales en Soyapango o Popotlán. Por supuesto que hay unos y otros. Lo importante es reconocer estos logros, así como los errores en los que incurrimos metodológica y procesualmente.

Por otro lado, es importante reconocer también en este punto que este tipo de procesos sociales requiere del máximo de participación posible de los interesados y afectados que, en el caso de la violencia, somos todas y todos, aunque prioricemos ciertos actores. En el caso de prevención, estamos acostumbrados a procesos mandatorios de arriba abajo: la institución, gubernamental o no gubernamental, decide qué se va a hacer y coloca su factor de éxito en la consecución de los resultados esperados según los indicadores definidos en el proyecto. Distinto es generar procesos de abajo arriba: lleva más tiempo, parte de los conflicto, de la dificultad de tomar decisiones, de la necesidad de empoderar y generar la conciencia, etc., pero nos permite mayor posibilidad de acertar y mayor sostenibilidad de los procesos porque a final de cuentas es la misma organización local quién ha pensado, analizado y decidido qué hacer, con el apoyo por supuesto de lo Gramsci llamó los “intelectuales orgánicos”. Como decía Ellacuría, el primer debe de la Universidad es saber y saber bien, pero sabiendo que ese deber está en función de las mayorías.

Todo esto implica un cierto sentido de conversión de lo que significa trabajar con el pueblo, parafraseando el título de un clásico metodológico de C. Boff y por supuesto las dificultades metodológicas que supone. Eso determina sin lugar a dudas un lugar prominente a la investigación – acción participativa que no pretende sustituir de ninguna manera la metodología científica dura, pero que tampoco se opone.

Compartimos con esta publicación nuestras experiencias y las de nuestros colegas de México, Guatemala, Honduras, Jamaica y Colombia. El libro lo encontrarás aquí: Vínculos Espacios Seguros.

Imagen portada de Libro: Vinculos espacios seguros para mujeres y jóvenes en América Latina y el Caribe

Imagen de marcha por la paz : propiedad Mesa prevención La Chacra