La UCA sostiene que el cristianismo de una universidad no se puede medir por las doctrinas que explique, ni por las prácticas religiosas que promueva. Esta no es la función de la universidad. La inspiración cristiana debe favorecer y potenciar los fines y medios de la universidad, sin forzar ninguna obligación religiosa.
Entendidos históricamente, tanto el cristianismo como la UCA coinciden en el punto de partida: el pecado y la injusticia deben ser eliminados por un proceso de liberación. Desde la perspectiva de la liberación, el cristianismo puede aportar mucho al quehacer universitario, pues así como la UCA está más centrada en los males y las reformas estructurales, aquel se preocupa más por la relación de las personas con las estructuras. La liberación se refiere a ambas. De esta manera, el cristianismo puede y debe aportar al quehacer de la UCA la preocupación por la dimensión personal, sabedor de que un cambio de estructuras no conlleva necesariamente un cambio radical de la realidad personal. Dicho en términos más positivos, la UCA debe buscar la construcción de una realidad humana nueva y de una tierra nueva, aunque la novedad de esa realidad no se logrará más que buscando de forma activa la construcción de esa tierra.
La realidad cristiana que mejor recoge esta afirmación es la del reino de Dios, porque apunta a una tierra nueva, pero remitiendo a la tierra vieja que hay que abandonar o transformar. El anuncio del reino afirma que, a pesar de las apariencias, puede haber esperanza. Para las mayorías oprimidas existe una buena noticia y la historia tiene sentido.
Desde la perspectiva del reino de Dios, la UCA debe ver en los más necesitados a los privilegiados de dicho reino, en oposición a los privilegiados de este mundo; debe negar los elementos deshumanizadores como el ansia de riqueza, honores, poder y halagos de los poderes de este mundo; promover la sustitución del egoísmo por el amor como motor de la vida humana y la historia, y poner el centro del interés en el otro, en la entrega a los demás, más que en la exigencia a los otros en beneficio propio; querer más servir que ser servida; rechazar las desigualdades injustas; afirmar el valor trascendente de la vida humana, y, por lo tanto, la fraternidad y la solidaridad en la humanidad; despertar la necesidad de un futuro siempre mayor, desatando la esperanza activa de quienes quieren construir una sociedad más justa; ver en la negación de la humanidad y la fraternidad la negación radical de Dios, y, en ese sentido, del principio de toda realidad y realización humana. La inspiración cristiana de la UCA se deriva de su compromiso activo con estos valores, que deben inspirarla y configurarla.
La inspiración cristiana no es cuestión de intenciones, sino de realidades verificables. Si el quehacer de la UCA no está determinado por la realidad histórica en la cual se encuentra inserta, entendida esta como pecado estructural, ignora la base real de la historia de la salvación. Si no combate contra el mal estructural, no está en la línea del Evangelio. El cristianismo de la UCA debe verificarse desde su orientación histórica concreta, preguntándose a qué señor sirve, sabiendo que no puede servir a dos señores y que uno de los señores a los que no puede servir es la riqueza, entendida como dios opuesto al Dios revelado en Jesucristo.
La UCA y el cristianismo coinciden también en el desde dónde promover el proyecto universitario y el reino de Dios: desde la opción por las mayorías empobrecidas. Esta opción proporciona a la primera un lugar encarnatorio, en cuanto cultivadora de la ciencia y la técnica y en cuanto fuerza social. No se trata de una encarnación física o geográfica en los pobres, tampoco se trata de cambiar la extracción social de sus estudiantes, ni implica abandonar el método universitario. Encarnación significa que el mundo de los pobres entre en la UCA, que su problemática objetiva sea tenida en cuenta como algo central y que defender sus intereses legítimos sea una prioridad.
La opción por los pobres permite superar el peligro de la mundanización. La UCA corre el grave peligro de asemejarse a los otros poderes mundanos, perdiendo de vista su objetivo integrador último. Pero la opción por las mayorías empobrecidas le permite superar este peligro; sin ella, difícilmente lo logra, porque la universidad puede llegar a tener mucho poder. Si la UCA quiere ser cristiana, tiene que cumplir con la ley de la encarnación, pasando por la opción por los pobres. Positivamente, esta opción es importante porque proporciona credibilidad. Por su excelencia académica, la UCA posee prestigio, pero para cumplir de forma adecuada con su proyección social, ese prestigio debe ir acompañado de la credibilidad.
Terminamos con las mismas palabras con las que Ignacio Ellacuría concluía su discurso del 17 de septiembre de 1985, cuando la UCA cumplió veinte años de servicio: “Siempre se puede dar más, sobre todo si la causa por la que se trabaja es una causa noble. Pocas causas más nobles que esta en la que se empeña nuestra universidad: crear una nueva tierra, arándola y cultivándola con la mejor inteligencia humana, teniendo ante los ojos que quienes más derecho tienen a disfrutarla son los preferidos de la historia, porque cuando se haga la justicia se habrá hecho posible la paz, cuando se comparta equitativamente lo que en su destino primario es de todos se habrá hecho posible la libertad, una libertad en que cada individuo puede ser plenamente libre, porque todos lo son realmente y no solo en la letra muerta de los códigos o en la retórica vacía de los discursos. Trabajar unidos en todo esto para contribuir a la solución de la gran crisis nacional, desde nuestra condición de universitarios, es el desafío que tenemos por delante después de haber dejado tras nosotros 20 años de fecunda historia”.
La UCA sostiene que el cristianismo de una universidad no se puede medir por las doctrinas que explique, ni por las prácticas religiosas que promueva. Esta no es la función de la universidad. La inspiración cristiana debe favorecer y potenciar los fines y medios de la universidad, sin forzar ninguna obligación religiosa.
Entendidos históricamente, tanto el cristianismo como la UCA coinciden en el punto de partida: el pecado y la injusticia deben ser eliminados por un proceso de liberación. Desde la perspectiva de la liberación, el cristianismo puede aportar mucho al quehacer universitario, pues así como la UCA está más centrada en los males y las reformas estructurales, aquel se preocupa más por la relación de las personas con las estructuras. La liberación se refiere a ambas. De esta manera, el cristianismo puede y debe aportar al quehacer de la UCA la preocupación por la dimensión personal, sabedor de que un cambio de estructuras no conlleva necesariamente un cambio radical de la realidad personal. Dicho en términos más positivos, la UCA debe buscar la construcción de una realidad humana nueva y de una tierra nueva, aunque la novedad de esa realidad no se logrará más que buscando de forma activa la construcción de esa tierra.
La realidad cristiana que mejor recoge esta afirmación es la del reino de Dios, porque apunta a una tierra nueva, pero remitiendo a la tierra vieja que hay que abandonar o transformar. El anuncio del reino afirma que, a pesar de las apariencias, puede haber esperanza. Para las mayorías oprimidas existe una buena noticia y la historia tiene sentido.
Desde la perspectiva del reino de Dios, la UCA debe ver en los más necesitados a los privilegiados de dicho reino, en oposición a los privilegiados de este mundo; debe negar los elementos deshumanizadores como el ansia de riqueza, honores, poder y halagos de los poderes de este mundo; promover la sustitución del egoísmo por el amor como motor de la vida humana y la historia, y poner el centro del interés en el otro, en la entrega a los demás, más que en la exigencia a los otros en beneficio propio; querer más servir que ser servida; rechazar las desigualdades injustas; afirmar el valor trascendente de la vida humana, y, por lo tanto, la fraternidad y la solidaridad en la humanidad; despertar la necesidad de un futuro siempre mayor, desatando la esperanza activa de quienes quieren construir una sociedad más justa; ver en la negación de la humanidad y la fraternidad la negación radical de Dios, y, en ese sentido, del principio de toda realidad y realización humana. La inspiración cristiana de la UCA se deriva de su compromiso activo con estos valores, que deben inspirarla y configurarla.
La inspiración cristiana no es cuestión de intenciones, sino de realidades verificables. Si el quehacer de la UCA no está determinado por la realidad histórica en la cual se encuentra inserta, entendida esta como pecado estructural, ignora la base real de la historia de la salvación. Si no combate contra el mal estructural, no está en la línea del Evangelio. El cristianismo de la UCA debe verificarse desde su orientación histórica concreta, preguntándose a qué señor sirve, sabiendo que no puede servir a dos señores y que uno de los señores a los que no puede servir es la riqueza, entendida como dios opuesto al Dios revelado en Jesucristo.
La UCA y el cristianismo coinciden también en el desde dónde promover el proyecto universitario y el reino de Dios: desde la opción por las mayorías empobrecidas. Esta opción proporciona a la primera un lugar encarnatorio, en cuanto cultivadora de la ciencia y la técnica y en cuanto fuerza social. No se trata de una encarnación física o geográfica en los pobres, tampoco se trata de cambiar la extracción social de sus estudiantes, ni implica abandonar el método universitario. Encarnación significa que el mundo de los pobres entre en la UCA, que su problemática objetiva sea tenida en cuenta como algo central y que defender sus intereses legítimos sea una prioridad.
La opción por los pobres permite superar el peligro de la mundanización. La UCA corre el grave peligro de asemejarse a los otros poderes mundanos, perdiendo de vista su objetivo integrador último. Pero la opción por las mayorías empobrecidas le permite superar este peligro; sin ella, difícilmente lo logra, porque la universidad puede llegar a tener mucho poder. Si la UCA quiere ser cristiana, tiene que cumplir con la ley de la encarnación, pasando por la opción por los pobres. Positivamente, esta opción es importante porque proporciona credibilidad. Por su excelencia académica, la UCA posee prestigio, pero para cumplir de forma adecuada con su proyección social, ese prestigio debe ir acompañado de la credibilidad.
Terminamos con las mismas palabras con las que Ignacio Ellacuría concluía su discurso del 17 de septiembre de 1985, cuando la UCA cumplió veinte años de servicio: “Siempre se puede dar más, sobre todo si la causa por la que se trabaja es una causa noble. Pocas causas más nobles que esta en la que se empeña nuestra universidad: crear una nueva tierra, arándola y cultivándola con la mejor inteligencia humana, teniendo ante los ojos que quienes más derecho tienen a disfrutarla son los preferidos de la historia, porque cuando se haga la justicia se habrá hecho posible la paz, cuando se comparta equitativamente lo que en su destino primario es de todos se habrá hecho posible la libertad, una libertad en que cada individuo puede ser plenamente libre, porque todos lo son realmente y no solo en la letra muerta de los códigos o en la retórica vacía de los discursos. Trabajar unidos en todo esto para contribuir a la solución de la gran crisis nacional, desde nuestra condición de universitarios, es el desafío que tenemos por delante después de haber dejado tras nosotros 20 años de fecunda historia”.
La UCA verifica y operativiza su misión por medio de tres funciones ya conocidas: la investigación, la docencia y la proyección social.
La investigación es la raíz de la independencia e historicidad del quehacer de la UCA. Desde ella conoce el estado de la realidad nacional, sus necesidades y los medios para satisfacerlas. El carácter histórico de la UCA depende de esta función, pues no se puede establecer una política universitaria correcta sin determinar de antemano la realidad nacional, su dirección procesual, las fuerzas que operan en ella, las metas asequibles y los medios adecuados para conquistarlas. La investigación debe ser histórica y política, entendidas de forma amplia, porque en ellas se encuentra lo económico, lo técnico, lo científico y lo cultural. Estas dimensiones son lo que son dentro de la realidad nacional en su proceso histórico, y desde ella deben interpretarse aquellas.
De esta manera, la investigación de la UCA, como la universidad misma, tiene un sentido político. Esto quiere decir que la dirección de la investigación debe venir dada desde la UCA misma y no desde las exigencias de otros. Esto es importante desde otro punto de vista. Cada investigación, en sí misma, tiene un alcance limitado; pero al estar unificada con las demás por un solo propósito, adquiere un alcance especial. El objetivo último de la UCA, integral e integrador, es la liberación de las mayorías oprimidas. La investigación —y también la docencia— solo es percibida de forma integral y concreta desde esas mayorías populares empobrecidas. El peso de la UCA en el país se debe, en buena medida, a la importancia que siempre ha dado a la investigación de la realidad nacional.
De aquí se sigue que en la UCA se debe enseñar y aprender la gran asignatura de la realidad nacional. Ignacio Ellacuría insistió en que nadie debía saber más que la UCA sobre ella. Para ser conocida, analizada e interpretada, esta realidad exige una gran variedad de recursos que solo la universidad puede reunir. En efecto, la docencia considera la realidad nacional desde diferentes disciplinas, sin que por ello ninguna pierda su especificidad. Las asignaturas y, en último término, las carreras están orientadas a ayudar a comprender la realidad nacional para transformarla. De lo contrario, no serían dignas de formar parte de un plan de estudios y, en El Salvador, serían un lujo intolerable. Esto significa que el criterio para seleccionar las carreras, las asignaturas y sus contenidos no puede ser la demanda del orden establecido, sino la exigencia racionalmente calculada de la sociedad por establecer.
La UCA entiende la reforma de la docencia a partir de la investigación. No es, pues, un simple problema de método pedagógico, sino algo mucho más grave: entender la docencia desde la realidad nacional para transformarla radicalmente. De ahí que lo prioritario no sea tanto la metodología pedagógica como el dominio de la propia disciplina, de tal modo que el académico pueda ponerla en relación directa con la estructura social y la marcha del proceso histórico. Es claro que no todas las asignaturas admiten esta relación en el mismo grado, pero sí que todas ellas deben apuntar en esta dirección.
La proyección social es la función prioritaria de la UCA. De hecho, fue la primera universidad en hablar de ella y la primera en ponerla en práctica. Y entiende por proyección social lo que del quehacer universitario llega a la sociedad. Aquello que llega como cultura a las mayorías populares o, más en general, como acción directa de la universidad sobre la estructura social. Dadas las características de esta estructura, la proyección social exige una inmersión beligerante en la realidad nacional dividida y contrapuesta, haciéndose presente en su inmediatez.
A lo largo de su historia, la UCA se ha hecho presente en la realidad salvadoreña en términos de conciencia. Se ha esforzado por determinar la conciencia colectiva y, en orden a formarla, ha puesto en movimiento el poder de su saber. Un saber entendido operativamente como poder transformador y no como simple repetición acrítica. Esto ha sido posible por la investigación y por el uso de los medios de comunicación social masiva.
Realizar esta tarea no ha sido fácil y aún ahora sigue siendo un ideal. Lo hecho ha sido posible gracias a una comunidad universitaria comprometida, consciente de sus posibilidades reales y de sus obligaciones respecto a la sociedad. Una universidad como la UCA no puede lograrse con presiones desde arriba, sino que ha sido posible por el aporte cada vez más rico de sujetos universitarios convencidos de su vocación e impulsados por su mística.
Desde sus inicios, la UCA ha generado su propia mística universitaria. El presupuesto de la mística es la vocación universitaria. Por eso, a la labor universitaria deben dedicarse quienes entienden que su máxima realización y satisfacción personal, así como su manera más eficaz para contribuir al bien de los demás, es la actividad universitaria. La raíz de la mística universitaria es la vocación universitaria.
La mística de la UCA exige no solo vocación universitaria, sino un compromiso muy especial con las mayorías populares y, por lo tanto, con su objetivo último e integrador. Para responder auténticamente a las exigencias de esas mayorías es necesario un acto creador permanente, lo cual implica una gran capacidad intelectual colectiva y sobre todo un gran amor a esas mayorías, un indeclinable fervor por la justicia social y cierto coraje para sobrellevar los ataques, las incomprensiones y las persecuciones.
La UCA no es la única vía para la autorrealización personal ni para la liberación de las mayorías oprimidas, pero ha optado por la vía universitaria y está convencida de su necesidad y efectividad. En el proceso de liberación, la universidad no puede hacerlo todo, pero lo que debe hacer es indispensable. Si falta en ese hacer, fracasa como universidad y traiciona su misión histórica. Por eso, la UCA no podía dejar al pueblo salvadoreño sin el servicio de una universidad óptima, porque eso habría sido traicionarlo; pero haber permitido que la UCA se centrase en la formación profesional de una élite y en la reproducción del sistema vigente hubiera sido una traición mayor.
La mística exige cierto grado de exclusividad, entendiendo por ello un esfuerzo para dedicar todas las energías al quehacer encomendado dentro de la UCA. La exclusividad es también una forma de autonomía para evitar la subordinación del quehacer universitario a otros quehaceres. Evidentemente, esta exclusividad no comporta sometimiento ciego a la UCA y menos a quienes la administran. Tampoco está reñida con el pluralismo ni con el máximo de participación en las políticas que ella promueve. Estas políticas ofrecen el espacio suficiente para permitir la autonomía de las diversas unidades y la libertad de investigadores y docentes. Con lo único que está reñida la exclusividad es con rendimientos mediocres o compartidos y con la subordinación a otras instancias.
Finalmente, la mística de la UCA exige un trabajo esforzado en condiciones económicas sacrificadas. De hecho, el quehacer universitario nunca podrá ser recompensado en términos de reconocimiento material, como lo pueden ser otros trabajos en la empresa privada o el sector público. Cumplir con los propósitos de la UCA en condiciones tan duras solo es posible para quienes tienen una auténtica vocación universitaria. Esto se entiende mejor desde la inspiración cristiana de la Universidad, porque en cuanto tal, esta no es lugar para la seguridad, los intereses egoístas, los lucros honoríficos o económicos ni las virtuosidades mundanas, sino para el sacrificio, la entrega personal y la renuncia.
La UCA no solo optó por el cambio social, sino que además decidió constituirse en la mejor universidad posible. El ámbito propio de su quehacer universitario es la cultura, entendida como cultivo de la realidad y, por lo tanto, también como su transformación. Desde esta perspectiva, la cultura tiene un sentido práctico fundamental, en cuanto proviene de la necesidad de actuar para transformar al individuo y la sociedad.
El elemento material de la cultura es el saber estricto sobre la naturaleza y la sociedad. Cultura es promover el saber hacer y el hacer sabio en cada momento histórico. Saber y hacer no son actividades intemporales, sino históricas, lo cual no implica una reducción de ambos, sino un principio para decidir por dónde comenzar las transformaciones. De ahí que el análisis riguroso de la realidad en cada momento sea una exigencia indispensable para orientar el saber y la técnica. Entre más sabiduría y tecnología tenga la UCA, más podrá contribuir a la transformación de la naturaleza y la sociedad salvadoreñas.
La UCA se esfuerza, por lo tanto, por conocer la realidad nacional que debe cultivar para así saber cómo cultivarla. La cultura exige un análisis constante de esa realidad, porque en su plenitud histórica presente es lo que da sentido último a todo lo que se hace y a todo lo que ocurre. En efecto, la cultura trae entre manos la realidad histórica que se está haciendo. En ella se está construyendo el trazado de los caminos del futuro. En este sentido, la cultura no es folclore, aunque este puede expresar aspectos del ser popular. La cultura es vigilancia despierta, tensión hacia el futuro y transformación del presente injusto.
Además de cultivar la realidad nacional, la UCA aspira a coadyuvar a constituir una conciencia colectiva lúcida, es decir, debidamente procesada y convenientemente operativizada. Cultivar la conciencia colectiva no significa caer en el idealismo, porque esta no puede lograrse con independencia de las estructuras sociales y del quehacer cotidiano. El puro hacer no siempre explica la debida conciencia y sin conciencia procesada no hay la debida cultura.
Desde esta perspectiva, la cultura se convierte en lucha ideológica, porque debe buscar de forma activa la constitución de valores nuevos. Pero para ello también debe desenmascarar los actuales, donde con facilidad se descubren instrumentos de dominación al servicio del mejor pagador. Por su propia naturaleza, la cultura puede y debe ser crítica que cuestione la quietud cómoda y tranquilizante. Por eso, pues, es necesario revisar los valores predominantes, destruyéndolos si es menester, y construyendo los nuevos, respondiendo a las necesidades reales de las mayorías populares. La cultura es creadora en cuanto es rompimiento con una cultura pasada fosilizada.
No hay culturas ni conciencias absolutas o sueltas. Siempre son culturas y conciencias de alguien. En cada caso hay que identificar quién es ese alguien. Por eso, la UCA se ha esforzado por cultivar la cultura del pueblo salvadoreño y lo ha hecho desde todos los campos de su actividad. No es tarea fácil porque corre el peligro de no ser ni del pueblo ni para el pueblo, pero esta dificultad no obsta para reconocer en la cultura del pueblo el ámbito e instrumento propio del quehacer universitario.
Fiel a su concepción básica del ser de la universidad, la UCA ha querido que la cultura cultivada en ella no se quede dentro, sino que se ha empeñado en comunicarla al país. De esta manera, la cultura se convierte en acción o, al menos, en principio de acción. Al ser comunicada, la palabra universitaria se vuelve eficaz por su racionalidad y cientificidad. La palabra es eficaz cuando hace lo que dice y, en este sentido, es una palabra poderosa. Entre más efectivo sea el saber universitario, será más poderoso.
Cultura y palabra son inseparables. La palabra es comunicación recibida y comprendida de la cultura reelaborada en la universidad, cuya eficacia se muestra en el orden técnico y analítico. En el primero es más clara, porque basta con demostrar su calidad de forma inapelable. En el segundo, la cosa es más compleja, porque comprende el juicio sobre la realidad y los medios para transformarla. La dificultad proviene de la resistencia que puedan hacer intereses e ideologías. Pero aun así, una universidad reconocida por su objetividad teórica y por su imparcialidad respecto a los intereses de los grupos dominantes y los poderes públicos puede llegar a tener un peso específico importante en una determinada sociedad.
La palabra universitaria es eficaz cuando se hace historia y genera acciones, actitudes y realidades nuevas. El proceso no es necesariamente rápido, porque la historia tiene su propio tiempo. De ahí que la UCA se esfuerce por encarnar históricamente su palabra, lo que le ha acarreado persecución y ataques.
El talante de la actividad de la UCA no puede ser el conformismo o el acomodo fácil, sino la beligerancia. La razón es de por sí beligerante frente a la irracionalidad reinante. En cuanto cultivadora crítica de la razón, la UCA no puede menos que ser y sentirse beligerante. Su beligerancia consiste en denunciar la irracionalidad y en esforzarse por superarla. Ahora bien, no se trata de superar la simple ausencia de razón, lo cual no suscitaría una beligerancia positiva, sino una positiva irracionalidad, que configura la sociedad y la historia y, por su medio, las conductas personales. Si, además de irracionalidad hay positiva injusticia, la beligerancia está todavía más exigida.
Esta beligerancia no es un llamado a la irresponsabilidad ni al recurso o a medios no universitarios. La UCA es beligerante por medio de la eficacia de su cultura y su palabra. La protesta universitaria no necesita dar alaridos ni promover acciones violentas, pero es todo lo contrario a una actitud pasiva y contemplativa. Es activa y esperanzadora, porque quiere luchar por un futuro mejor, que, de antemano, sabe que no le será regalado. Sabe que el conflicto es inevitable con quienes tienen otros puntos de vista y, sobre todo, otros intereses, y que no puede arredrarse ante las presiones y las dificultades.
La UCA se define, por lo tanto, como universidad para el cambio social, entendiendo por tal la transformación estructural de la sociedad. Esto quiere decir que su actividad está dirigida fundamentalmente a la transformación de las estructuras, porque la realidad es estructural y la realidad social lo es más aún. Este enfoque ha tenido singular importancia en la UCA, porque ha orientado y unificado su quehacer universitario.
Al afirmar este principio, niega que su objetivo principal sea la formación de profesionales. La profesionalización es un término equívoco. Implica la necesidad de tecnificación y especialización más o menos científicas para tratar apropiadamente los problemas nacionales, pero también implica la constitución de un grupo social, el cual, como tal, está al servicio de la estructura social dominante. Existen razones éticas claras para sostener que no se puede invertir una proporción notable de los escasos recursos nacionales para favorecer a los pocos que ya son favorecidos de hecho por el sistema social.
La profesionalización, sin embargo, es una necesidad histórica, porque el estudiante acude a la UCA primordialmente para profesionalizarse e instalarse en la sociedad, y porque esta última y el Estado favorecen el establecimiento de universidades para contar con los profesionales necesarios. Por lo tanto, esta necesidad no es intrínsecamente mala, pero sí ambigua. Su ambigüedad radica en el doble sentido de la profesionalización. La UCA debe preparar soluciones técnicas, así como a quienes las puedan aplicar, lo cual, en sí mismo, es bueno y necesario; pero para ser administradas por una sociedad que, por su estructura injusta, impide gravemente la humanización de sus miembros.
Por otro lado, la UCA no puede dejar de lado la dimensión profesionalizante porque se condenaría a sí misma y no por lo que de positivo esta tiene. La fuerza social de la UCA radica en su capacidad para formar profesionales, función imprescindible para cumplir con su misión primaria. La profesionalización permite un lugar donde estudiantes y docentes pueden potenciarse mutuamente, con vistas a la superación personal y objetiva. Así, forma profesionales y se esfuerza por hacerlo bien, porque es una necesidad estructural de la universidad. De hecho, la mayor parte de sus recursos humanos y materiales está dedicada a ello.
La identidad de la UCA viene dada, pues, por las grandes mayorías oprimidas, que constituyen el horizonte de su actividad; por el cultivo de la realidad nacional, que es el campo de su actividad; por la palabra eficaz, su modo de acción; por la beligerancia, su talante; y por la transformación de las estructuras, su objetivo.
A lo largo de su historia, la UCA ha ido descubriendo su misión, identidad y funciones. Estos conceptos no aparecieron de forma acabada de una vez. Consistente con su visión, los ha ido historizando; por lo tanto, son conceptos dinámicos. A continuación, se sintetiza el pensamiento que da cuenta del ser y práctica de la UCA en la actualidad.
El centro de la UCA: el problema del país
El sentido último de la UCA está en su incidencia en la realidad histórica de El Salvador. Desde sus orígenes, se fue constituyendo no centrada en sí misma, ni en su personal, ni en su campus, ni siquiera en sus estudiantes, sino que puso su centro fuera de sí misma, en el problema del país. La UCA siempre ha considerado a El Salvador como su problema principal. La situación del país hizo y sigue haciendo ineludible esta descentralización. Ahora bien, para enfrentar ese problema son necesarias la ciencia, la investigación y la relación con las mayorías populares. Al poner el centro de su quehacer en El Salvador como problema, la UCA entra en el ámbito de lo político. A lo largo de su historia, ha encontrado la forma de hacer política universitariamente, distinguiéndose de quienes quieren hacer, de forma equivocada, labor política sin hacer labor académica y también de quienes quieren hacer labor académica sin hacer labor política. De esta manera, lo universitario determina la forma de hacer política de la UCA y lo político determina cómo cumple con su misión universitaria. Las exigencias de la realidad determinan qué debe hacer, mientras que las exigencias académicas determinan el modo de ese hacer.
Al poner su centro fuera de sí, la UCA tuvo que optar por el cambio social y por constituirse en la mejor universidad posible. Al optar por el primero, se dedica formal y explícitamente a defender los derechos fundamentales de las mayorías populares empobrecidas y oprimidas, desde el horizonte de su liberación. Por su peso cuantitativo y la complejidad de sus problemas, estas mayorías constituyen el problema del país. Su existencia representa, en sí misma, la negación de la verdad y la razón por parte de la injusticia.
La superación de este hecho masivo, injusto e irracional es uno de los mayores desafíos que se presentan a la inteligencia y la voluntad de la UCA, que se siente obligada a encontrar la respuesta teórica adecuada y la solución práctica eficaz. Por ello, lucha en favor de la liberación, porque solo en la medida en que la injusticia retroceda se abrirá la posibilidad real para la verdad, la justicia y la libertad. Así, pues, la UCA, como un todo, y sus partes, diversas y específicas —las cuales pueden y deben tener otros objetivos inmediatos—, se han puesto al servicio de esa opción.